En el artículo titulado Así es la biela propongo pensar en que la naturaleza se vale de provocarnos una molestia para que al intentar aliviarla, iniciemos un movimiento que es esencial para la conservación de la vida individual y de la especie. (Una molestia es el hambre y el movimiento desencadenado es buscar alimento).
El resto de las especies tienen todo solucionado con el instinto y por eso no tienen necesidad de pensar como los humanos.
No llegamos a darnos cuenta del esfuerzo que nos cuesta tener que sustituir al instinto. Es tan complejo y trabajoso sustituirlo que cometemos un error tras otro.
En un intento de disminuir tanto trabajo y tantos errores, aplicamos el criterio de repetir aquellas acciones que una vez dieron resultado. Y acá aparece la primer posibilidad de cometer errores.
Si repetimos destrezas adquiridas y útiles para una mejor calidad de vida (hablar, desplazarnos, uso de los cubiertos, normas de higiene y convivencia), diremos que hemos aprendido.
Si repetimos conductas adquiridas que sirvieron una vez pero que luego sólo nos causan una pérdida en la calidad de vida (llorar para que nos den comida, enfermarnos para que nos mimen, adular para que nos perdonen), diremos que repetimos una escena traumática.
Tanto el aprendizaje como la repetición de lo traumático están mezclados, son difíciles de diferenciar y los usamos indistintamente.
Una de las funciones del psicoanálisis es desmezclar estas conductas permitiéndonos así un mayor rendimiento con menor esfuerzo.
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