viernes, 3 de febrero de 2012

El idealismo dinamiza la evolución - (Artículo Nº 176)

Los idealistas se inmolan combatiendo a sus «enemigos» para que la humanidad evolucione, aunque en sentido contrario al «ideal».

Los drogadictos son personas que suelen tener momentos de lucidez; los idealistas no.

Los drogadictos son personas que, llevados por la desesperación, acceden a una humildad razonable; los idealistas difícilmente puedan algún día bajarse de su pedestal.

Tanto drogadictos como idealistas suelen ser agentes problemáticos para el colectivo que integran, pero los humanos nos enfurecemos con quienes demuestran algún grado de satisfacción (como los drogadictos) y nos enternecemos con quienes son o se muestran como víctimas, mártires, sacrificados (los idealistas).

El narcotráfico genera repudio popular porque se lo asocia con el placer extremo y los idealistas generan ternura popular porque se los asocia con el dolor, las penurias, la pobreza.

— Ernesto «Che» Guevara (Argentina, 1928-1967) fue un idealista que luchó en varios frentes contra el capitalismo y el imperialismo;

— Julian Assange (Australia, 1971) es un idealista que lucha informáticamente contra los gobiernos corruptos. Se lo conoce mejor como el editor de Wikileacks.

Están equivocados quienes a esta altura supongan que odio a este tipo de gente. Por el contrario, los creo necesarios en su rol.

Ahora explico a qué me refiero con «su rol».

— Los vehículos se desplazan sobre los territorios porque las ruedas propulsoras no patinan, porque encuentran resistencia en la aspereza de las calles;

— Los navíos se desplazan sobre los mares porque las hélices propulsoras encuentran resistencia en el agua;
— Los aviones se desplazan por la atmósfera porque las turbinas propulsoras encuentran resistencia también en el aire.


En suma: la resistencia del suelo, el agua y el aire logra el movimiento y la resistencia (oposición) que hacen los idealistas logra que nuestra especie avance.

La humanidad avanza y los idealistas quedan atrás, como el terreno, el mar y el aire.

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Una satisfacción inconfesable - (Artículo Nº 175)

Los naufragios con mayor cobertura periodística representan el anhelado fin de la opresión paterna.

Decir que los sentimientos hacia nuestro padre son ambivalentes es redundante porque todos los sentimientos lo son.

Este «viejo desgraciado», cuya muerte lloramos sinceramente, fue quien nos consoló con magnético silencio en alguna ocasión muy dolorosa y también quien nos secuestraba la escucha y hasta las miradas de mamá que nos dejaba de lado por atenderlo.

Pero este personaje ocupa un lugar seguro en nuestra psiquis, aún cuando no haya estado tan presente en nuestras vidas como mamá. Ocupa ese lugar aunque no sepamos quién es.

El personaje (no el ser humano de carne y hueso) representa lo bueno y lo malo de la sociedad, lo que está alejado del ámbito materno.

Dada nuestra natural predisposición a desconocer lo bueno y a prestarle mucha atención a lo negativo, tanto la figura paterna como la sociedad y como lo no-materno son, en promedio, fuentes de preocupación, miedo y angustia.

Esto es así porque para nuestro instinto número uno (el de conservación), es más importante y urgente prestarle atención a las amenazas que a lo inofensivo.

Por lo tanto, la figura paterna en tanto representante de lo no-materno, tiene en promedio bajas calificaciones en nuestra psiquis, pues sus características más interesantes para nuestro instinto de conservación son las negativas.

Como nuestra mente se rige por lo idéntico y también por lo parecido (metáforas), esa figura paterna está representada por muchas cosas.

Si las historias del Titanic y del Costa Concordia llaman tanto la atención es porque además de la tragedia en sí, una mayoría asociamos la grandeza y poderío de esos barcos con aquel señor con quien competíamos en desventaja por el amor de mamá.

La noticia también es ambivalente: nos apena y nos llena de satisfacción inconfesable.

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El patrimonio es un rasgo anatómico - (Artículo Nº 174)

La cantidad de dinero que buscamos y obtenemos está determinada por los requerimientos orgánicos de cada uno.

Tengo mis dudas de que algún día lleguemos a saber cómo funcionamos los seres vivos.

Por ahora tenemos unas cuantas ideas que sólo resultan sorprendentes si las ponemos al lado de la ignorancia total, pero que se convierten en unas pocas nociones si las ponemos al lado de todo lo que nos falta conocer de nuestra especie y su vinculación con el medio ambiente.

Pondré un solo ejemplo que es el que me tiene muy conmovido porque esta mañana me avisaron que falleció el hijo menor de un compañero de trabajo.

Este joven de 19 años participaba en una carrera de autos («picada») con otros amigos que se reúnen en una avenida de esta ciudad.

No sé realmente por qué estos jóvenes se arriesgan hasta el punto de que, cada tanto, alguno de ellos muere aplastado por los hierros de su automóvil.

Tengo una hipótesis que comparto con ustedes.

Estos muchachos necesitan dosis extra de adrenalina. Sus cuerpos reclaman excitación fuerte. Si no la tienen, se deprimen, se enferman. Esta adrenalina la obtienen corriendo riesgos con su auto precisamente porque cada tanto uno de ellos muere o queda cuadripléjico.

El desenlace trágico es el verdadero activador de estas prácticas que entristecen a todos quienes nos enteramos.

Una hipótesis bastante confiable, que intenta corregir la falta de conocimientos mencionada al principio, es que cada uno de nosotros funciona con insumos genéricos (comida, abrigo, amor) más otros especiales de cada uno (riesgo, dolor físico, conflictos sociales).

Según esta hipótesis, la disponibilidad de dinero también es un insumo especial de cada uno. Algunos necesitan la abundancia, otros la moderación, otros la escasez.

Para no enfermar, tarde o temprano conseguimos lo que el cuerpo nos exige.

Artículo vinculado:

La armonía global de la que dependemos

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El dinero parece un comodín - (Artículo Nº 173)

El dinero cumple una función similar a la que cumplen los comodines de las barajas.

Los naipes (barajas) son cartulinas rectangulares de 10 x 7 centímetros, que de un lado tienen imágenes que las diferencian unas de otras y del lado opuesto tienen una única imagen que las iguala. De un lado son todas distintas y del otro lado son todas iguales.

Estas cartulinas permiten practicar juegos que pueden llegar a ser apasionantes. El atractivo de esos juegos está en que metafóricamente emulan situaciones dramáticas de nuestra existencia real.

Básicamente los jugadores compiten entre sí como compiten por el amor de los padres, por la valoración social, por el dinero.

Los jugadores también deben aplicar estrategias, engaños, poder de observación, audacia, tolerancia a la frustración, ... como en la existencia real.

Ese conjunto de cartulinas (naipes, barajas) incluyen dos especiales que se denominan comodines o jókers.

Estas cartas se usan en los juegos donde existen naipes polivalentes, que cumplen la función que mejor convenga al jugador. Este puede usarlas para remplazar cualquier baraja que necesite para ganar.

De más está decir que el jugador que recibe un comodín debe sentirse afortunado porque sus posibilidades de ganar aumentan significativamente.

Con este antecedente, vayamos ahora a lo que es la existencia real.

La angustia existencial está provocada por la ansiedad, preocupación, dolor e incertidumbre que nos provocan las carencias: de amor, dinero, alimento, vivienda, salud, y en última instancia de la vida misma.

Cuán afortunado se sentiría alguien que en «el juego de la vida», como si fuera con barajas, recibiera un comodín, un jóker, la posibilidad de resolver infaliblemente cualquiera de esas angustiantes carencias.

Para quitarnos estos malestares, nuestra fantasía crea sus comodines con los cuales logramos un alivio gratificante.

Me refiero a los fetiches, amuletos, ídolos, talismanes y el dinero.

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