viernes, 1 de junio de 2012

Apartarse de quienes inspiran envidia



Tenemos que apartarnos de quienes nos provocan envidia y solo agruparnos con quienes no nos provocan envidia.

El ardor que «siento» si mi piel se acerca al fuego, es un «sentimiento» (1ª  acepción del R.A.E.).
Sentimiento (1)
1. m. Acción y efecto de sentir o sentirse.
2. m. Estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente.
3. m. Estado del ánimo afligido por un suceso triste o doloroso.

Puedo decir entonces que un «sentimiento» es algo que nos protege, es un «sensor», un indicador, una alarma. Si no sintiéramos ardor, podríamos perder cualquier parte del cuerpo abrasada por el fuego.

Ahora echémosle un vistazo a otro sentimiento:
Envidia (2)
(Del lat. invidĭa).
1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.
comerse alguien de ~.
1. loc. verb. coloq. Estar enteramente poseído de ella.

Aunque los redactores del R.A.E. lo han omitido, podemos estar de acuerdo en que la envidia es un sentimiento de tristeza o pesar provocado por el bien ajeno, es decir: La envidia es el dolor que sentimos cuando constatamos que otros están bien, especialmente mejor que nosotros porque tienen algo que deseamos infructuosamente.

Es posible afirmar también que no envidiamos la posesión o la situación ventajosa en la que está nuestro envidiado sino que envidiamos su alegría, bienestar, conformidad. En otras palabras: No envidiamos objetos, vínculos, situaciones, posiciones, ubicaciones sino sentimientos (3); queremos estar tan bien como nuestro vecino. Envidiamos estados de ánimo.

Y para terminar, combino ambas ideas expuestas para proponer que la naturaleza nos ha dotado de estos «sensores», indicadores, alarmas protectoras de lo que nos haría mal.

Si retiramos nuestra mano del fuego también tenemos que apartarnos de quienes nos provocan envidia y solo agruparnos con quienes no nos provocan envidia.

       
(Este es el Artículo Nº 1.591)

Las conversaciones inútiles



Todo discurso es inútil pues solo describe hechos consumados o fenómenos inevitables, ajenos a la voluntad del hablante.

Probablemente usted conoce a muchas personas que no quieren tener una idea genial por temor a que se las roben.

También conoce a otras que no desean enriquecer porque los familiares y amigos más abusadores pretenderán vivir de su talento, lo cual le acarreará fuertes dolores de cabeza, desilusiones y furia, sentimientos estos que son suficientes para aferrarse a la otra opción: ser pobres.

Algún día inventarán un aparato que podrá reproducir todo lo que la mesa de un bar escuchó, o las almohadas matrimoniales, o las salas de espera de los prostíbulos.

Ese día podremos escuchar los grandes proyectos etílicos, los futuros venturosos post-coito y las espirituales reflexiones pre-coito.

Aunque todo haría indicar que esas conversaciones son inútiles, me animo a decir que no son más inútiles que las demás.

Sí, tiene razón, debo explicarme!

Desde el punto de vista de quienes no creemos en el libre albedrío (1) y suponemos que las cosas ocurren naturalmente, por el devenir natural de los acontecimientos, pero que nuestro cerebro se apropia de esas circunstancias y las acomoda para presentarlas como la consecuencia de nuestra decisión autónoma, libre, determinante, transformadora, voluntarista, creemos, repito, que todo lo que hablamos está desvinculado de la realidad material.

Pondré un ejemplo de cada conversación inútil.

1) Alguien posee una empresa, es decir, una organización tan natural como son un panal de abejas, un hormiguero o una manada de lobos que cazan en equipo.

Esta empresa-hormiguero tiene su propia dinámica. Las personas-hormigas hablan, hablan, hablan, pero todo funciona automáticamente. Ellos hablan de hechos ajenos a su protagonismo. Por eso hablan inútilmente.

2) Quienes sólo poseen imaginaciones despegadas de la realidad, también tienen conversaciones tan inútiles como las del empresario-hormiga.

 
(Este es el Artículo Nº 1.569)

Padres que empobrecen a sus hijos



Algunos padres provocan la pobreza de sus hijos discapacitándolos para ser egoístas, arriesgados y libres de una gratitud ilimitada.

Me resulta increíble que los humanos podamos tomar decisiones genuinas. Más bien creo que somos gobernados íntegramente por la naturaleza pero que nuestras mentes generan la opinión de que todo eso que «hacemos» también lo decidimos libremente.

Lo real es que estamos 100% determinados por la naturaleza, que no somos responsables de nada, sin perjuicio de lo cual, cuando cualquier ser vivo (incluyéndonos) cumple con error las leyes naturales, es corregido con prontitud (por la misma naturaleza), mediante accidentes, enfermedades, dolor.

Por ejemplo, quien corre a más velocidad de lo que las leyes de la física admiten, no pasará mucho tiempo sin que se estrelle contra algún objeto rígido, con las consecuencias (¿sanciones?) imaginables.

En suma: no somos libres, no tomamos ninguna decisión, no somos responsables de nada, pero nuestro cuerpo se expone a grandes pérdidas (de la vida, inclusive) cuando no cumple las Leyes Naturales.

Es con la idea hasta aquí descrita que les comento un procedimiento para que los seres humanos tengan pocos recursos materiales (pobreza).

Los humanos estamos impulsados a tener hijos (para conservar la especie), pero algunos están poseídos por una segunda intención: lograr que esos hijos los adopten cuando sean ancianos, que los lleven a vivir a sus hogares, que los cuiden, protejan, ayuden y mimen durante los últimos años de su existencia.

Para satisfacer esta estrategia (generalmente no explicitada ni reconocida por los mismos padres), tienen que educarlos en la generosidad, cuidar que no se lastimen (sobreprotegerlos) y adoctrinarlos para que sean eternamente agradecidos (de los cuidados paternos).

Los hijos criados con esta estrategia terminarán siendo pobres

— por falta de egoísmo saludable;
— por aversión (miedo) a los riesgos;
— por el sobreendeudamiento que provoca tanta gratitud.

El sacrificio obligatorio



La conflictiva edípica puede dejarnos la creencia en que tenemos prohibido aceptar oportunidades que no sean sacrificadas.

— «Lo que vale cuesta»;

— «Todas las cosas en la vida exigen una cuota de dolor»;

— «Todo sacrificio tiene su recompensa».

En las múltiples acepciones que muestra el Diccionario de la Real Academia Española de la palabra «sacrificio» (1), encontramos las siguientes palabras claves:

Abnegación, amor, expiación, guerra, homenaje, matanza, ofrenda, peligro, vehemencia.

En forma más resumida, podemos decir que «sacrificio refiere a una entrega apasionada».

He estado publicando algunos artículos (2) con diversas reflexiones referidas a la prohibición del incesto y a los inconvenientes psicológicos que esta genera («conflictiva edípica»).

En resumen, cuando somos niños nuestro vínculo materno nos activa las sensaciones corporales asociándolas al placer (calmar el hambre, acompañarnos, acariciarnos). Estos comienzos nos predisponen a que sea ella nuestro único objeto sexual (tanto para varones como para niñas), pero más o menos a los cinco años nos enteramos que ese gran amor es imposible.

La «conflictiva edípica» es una forma de «sacrificio». A la tierna edad de cinco años (aproximadamente) ingresamos al doloroso terreno de la frustración y tenemos que «sacrificarnos renunciando» a nuestro único y gran amor.

Por lo tanto aprendimos qué es el amor erótico con nuestra madre y aprendimos qué es el sacrificio también con nuestra madre, pues es ella quien de alguna manera se negó a tener hijos con nosotros (sus hijos o hijas).

Con estos antecedentes ingresamos a la sociedad. Si respetamos la prohibición del incesto, el colectivo (familia, amigos, compañeros de estudio), nos acepta. Este terrible sacrificio es el peaje que la sociedad nos cobra para aceptarnos.

Sería muy lógico que para muchas personas solo puedan existir beneficios padeciendo enormes sacrificios (como rezan los refranes del principio).

En suma: perdemos muchas oportunidades porque no son suficientemente sacrificadas.

       
(Este es el Artículo Nº 1.555)