sábado, 7 de junio de 2014

Sobre la cantidad de amigos



 
Esta parece una propuesta muy pesimista, pero ¡piénselo!, saque sus propias cuentas y verá que es una propuesta realista.

¡Cuánto dolor provoca la desilusión! A veces da ganas de no ilusionarse.

Quizá esta sea la única solución. Es como quienes se complacen sometiéndose a los efectos de alguna droga (alcohol, marihuana, cocaína) y después tienen que padecer las molestias de la resaca.

Le comentaré sobre cómo evitar el consumo de una cierta ilusión.

Todos necesitamos ser queridos. Este es el primer paso para evitarnos alguna desilusión: asumir que somos grandes consumidores de amor, aprobación, reconocimiento, mimos, ternura, miradas, caricias.

Suponer que somos tan independientes que podemos prescindir del afecto es una ilusión de omnipotencia de la que, tarde o tempranos, caeremos dolorosamente.

Algunos igual se ilusionan pensando que un perro o un gato es lo mismo que un ser humano. Lamentablemente no es lo mismo la mirada de estos hermosos animales que la compañía afectuosa de un semejante.

Otra forma de evitarnos ilusiones desilusionantes consiste en ser realistas con las expectativas.

Me explico mejor: De cada 100 personas que conozco, mi ilusión me sugiere pensar que las 100 me aman, me admiran, me miman. Si fuera un poco más realista tendría que asumir que, en realidad, quizá me aprecien solo 20 personas y, si fuera un poco más realista aun, tendría que asumir que puedo tener una verdadera amistad con no más de 3 (tres).

Si nuestro corazón aceptara sinceramente que no podemos entablar una amistad con más del 3 por ciento de quienes conocemos sufriríamos menos desilusiones.

Esta parece una propuesta muy pesimista, pero ¡piénselo!, saque sus propias cuentas y verá que es una propuesta realista.

(Este es el Artículo Nº 2.120)

Solo necesitamos diversión



 
Tanto sea por la vía de aliviar los malestares como por la vía de aumentar nuestras sensaciones placenteras, todos los seres vivos hacemos lo que hacemos movidos por el placer, por la diversión.

Esta es otra manera de comentar un punto de vista determinista, contrario al punto de vista que acepta el libre albedrío.

Al decirlo en el comienzo, muchos dogmáticos del libre albedrío verán aliviado el esfuerzo de seguir leyendo algo que nunca podrán aceptar (el determinismo).

Según el determinismo nadie toma decisiones sino que los cambios que ocurren en nuestra existencia están determinados por muchos factores ajenos a nuestro control.

La situación se entiende muy fácilmente si lo que hacemos es beber agua para calmar una sed que ocurrió fuera de nuestra decisión, pero la situación se complica si tratamos de entender, desde el determinismo, por qué estoy redactando este artículo.

¿Por qué el título dice “Solo necesitamos diversión”?

Dado que todos los seres vivos huimos del dolor y concurrimos al placer, es posible expresar esta idea diciendo así: “Buscamos el placer del alivio huyendo del dolor y atraídos por el placer”. Como se ve, tanto la fuga como el movimiento hacia el goce, se parecen en que buscamos la gratificación, el bienestar, el alivio, es decir ‘la diversión’.

En suma: tanto sea por la vía de aliviar los malestares como por la vía de aumentar nuestras sensaciones placenteras, todos los seres vivos hacemos lo que hacemos movidos por el placer, por la diversión.

Cabe aclarar que el placer no es igual para todos; algunos se divierten trabajando, esforzándose, corriendo, sudando, fatigándose, teniendo sexo, comiendo.

«Sobre gustos, no hay nada escrito», pero siempre procuramos satisfacer nuestras necesidades, deseos, gustos, preferencias.

(Este es el Artículo Nº 2.221)

El dolor de nuestros hijos



 
Un adulto temeroso y aprensivo es tóxico para casi todo el mundo, especialmente para los más pequeños. La buena noticia es que la resiliencia también permite superar las malas consecuencias de tener padres que no están en condiciones de serlo.

Una definición de resiliencia, es: En psicología, capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.

Es sabido por todos que los seres vivos contamos con algún tipo de defensa contra los agresores o accidentes más frecuentes. Si estos mecanismos nos protegen de las dificultades más frecuentes, estamos esterándonos de que tenemos una ventaja probabilística pues nuestro riesgo mayor se concentra justamente en lo que es menos probable que nos ocurra.

Como nuestra psiquis está preparada para exagerar los peligros y para minimizar las protecciones, la percepción subjetiva es la inversa a la real: creemos que corremos muchos peligros con amenazas muy probables.

En suma: tenemos mejores defensas contra lo que probablemente nos ocurra y tenemos peores defensas contra lo que es muy probable que nunca nos ocurra. ¡Mejor imposible! Esta situación nos hace amar a la Naturaleza como a una gran amiga, madre, protectora.

Por lo tanto, cuando tenemos a nuestro cargo el cuidado de un niño, no deberíamos perder de vista esta situación. Si no lo tenemos en cuenta caemos en la tristemente célebre neurosis. Con esta enfermedad distorsionamos casi todo: lo que percibimos, lo que evaluamos, lo que prevemos.

Aunque el video hace hincapié en otro núcleo temático, en este artículo les redondeo la idea diciendo: la neurosis es contagiosa porque los niños aprenden de sus adultos. Si estos evalúan mal los riesgos de existir, el niño se criará desconfiando de todo, pensando que la quietud mortífera es la única solución para no fallecer prematuramente.

Más aun: los adultos alarmistas tienen baja tolerancia a la frustración y consideran que casi todo lo que hace un pequeño está mal, lo reprenden en exceso, lo acosan (bullying), lo desestabiliza emocionalmente.

Un adulto temeroso y aprensivo es tóxico para casi todo el mundo, especialmente para los más pequeños. La buena noticia es que la resiliencia también permite superar las malas consecuencias de tener padres que no están en condiciones de serlo.

(Este es el Artículo Nº 2.220)

La puntualidad de Cupido



 
Ella fue al desierto como le había indicado su abuela bruja.

Siguiendo aquellas recomendaciones, se vistió según la profecía y no como hubiera merecido el lugar, la aridez, el calor sofocante, el aire cargado de polvo.

Se maquilló como para una fiesta. Se enfundó en un enterito muy ajustado, agregándose finalmente un largo tapado con capucha, sin botones, con tela estampada como un leopardo. Calzó las botas largas de tacos afilados. Tomó un estuche de capellina y en pocos minutos estuvo en aquel desierto inhóspito por el que, cada tanto, pasaba alguien.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un jinete envuelto en ropas negras. El caballo, también negro, con abundante cola, crines y cerda en las patas.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La negra masa de músculos y telas se detuvo; el caballo se resiste, corcovea, y piafando lucha por continuar el galope. Detrás de la espesa barba se pudieron ver los labios invitando a subir, en árabe. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano y el jinete continuó.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un camión verde, que echaba abundante humo por un caño de escape vertical. El ruido del motor era el de un vehículo mayor, quizá el de una locomotora transiberiana.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. El estruendo amainó. El vidrio del conductor bajó con la suavidad de un mecanismo eléctrico. Un hombre calvo y rechoncho asomó la esfera craneana. Se pudieron ver los labios que invitaban a subir, en griego. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano, el vidrio volvió a su lugar y el rugido empujó la mole verde.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas. Al sonreír, Ella sentía que la boca perdía la sequedad del desierto.

Pasaron varias personas de habla extranjera, montadas en los más diversos aparatos generadores de polvo, y Ella seguía rechazándolos con una sonrisa hidrante.

A lo lejos vio un punto planteado que se acercaba. Era una moto silenciosa, de horquilla delantera muy larga y rueda trasera anchísima. Quien la conducía tenía facciones muy delicadas, maquilladas como para una fiesta, con lentes envolventes tachonados de rubíes.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La motoquera se detuvo, apoyó el taco afilado de su bota izquierda en el desierto, dejando ver una pierna larga, vestida en un pantalón de cuero plateado. La oscura cabellera resaltaba sobre la chaqueta.

Ella sintió eso que sienten los que encuentran lo que buscan. Recordó la infalible profecía de la abuela. Montó sobre el asiento trasero; verificó la genitalidad palpando, introdujo las frías manos por debajo de la chaqueta plateada, acarició los senos, apoyó toda su fascinación sobre la conductora, clavó las uñas en los senos provocando un gemido y un gesto de dolor. Giró  varias veces la anchísima rueda, la horquilla delantera se levantó levemente y la moto salió disparada, sin hacer ruido ni levantar polvo.

El estuche de capellina quedó ahí. Una ráfaga lo abrió y mostró que estaba vacío. Seguramente el autor habrá querido significar que su dueña, enamorada, perdió la cabeza.

………

Nota: Este relato fue parcialmente inspirado por el video clip de la cantante Shania Twain, titulado Tu no me impresionas demasiado.

(Este es el Artículo Nº 2.218)

A mí no me va a pasar



 
En este artículo comento algunas hipótesis de por qué usted, yo y el resto de la gente, disfrutamos con el mal ajeno.

La inagotable desigualdad es una fuente inagotable de noticias.

La desigualdad provoca atracción por varios motivos:

1) Porque nos excita la envidia, en tanto algunos están mejor que nosotros;

2) Porque nos alegra saber que otros están peor, por aquello de «Mal de muchos consuelo de tontos» y además, porque nos alegra saber que provocamos envidia;

3) Porque nos alegra saber que otros están peor, por aquello de «Ver las barbas del vecino arder y poner las propias en remojo», es decir, con la desgracia ajena podemos tomar precauciones;

4) Porque por medio de la identificación sentimos que el otro es «igual» a nosotros, pero resulta que el dolor que nos produce la desgracia ajena nos parece perfectamente tolerable. Entonces, la desgracia ajena nos provee una experiencia de insensibilidad, de fortaleza, de estoicismo.

Esta actitud está presente desde la más tierna infancia. Los niños disfrutan observando cómo otros lloran porque son castigados y, hasta donde pueden, colaboran denunciando a los amiguitos para disfrutar con el espectáculo de los rezongos y golpizas a hermanos o amiguitos.

En suma: usted, yo y el resto de la gente, disfrutamos con el mal ajeno, siempre y cuando no resultemos perjudicados. Si no conocemos estas particularidades humanas quedamos expuestos a participar en vínculos equivocados y a comunicarnos con sobreentendidos falsos.

Creo que es útil saber lo lindo y lo feo, de nosotros mismos y de los demás. Aunque los tragos amargos son desagradables para todo el mundo, peor es sufrir las pérdidas que generan la ignorancia o la ingenuidad.

(Este es el Artículo Nº 2.198)