viernes, 21 de mayo de 2010

El malvado gigante fue vencido por el niño-héroe

Es tan abundante el material sobre las molestias que tenemos que sufrir para que el fenómeno vida no se interrumpa, que creé este blog expresamente.

Efectivamente, parece ser que el fenómeno vida depende de que hagamos cosas provocadas por la naturaleza, que nos estimula con molestias que pueden aliviarse si hacemos algo (comer, dormir, fornicar, rascarnos, correr, quedarnos quietos).

No podemos olvidar que todos los seres vivos formamos parte de la naturaleza. Por este motivo, tanto somos receptores de esas molestias como somos provocadores de dolor en otros seres vivos (podar, matar para consumir, alterar los ecosistemas, educar a nuestros hijos aunque se resistan).

Es probable que la prohibición del incesto que hemos inventado los humanos (y cuyo origen y justificación se desconocen), molesta mucho a los niños que desearían conservar eternamente la comodidad de la vida familiar.

Un padre ejerce su rol en tanto desee a la madre de sus hijos. No cumple su rol en tanto esté interesado en otros asuntos que impliquen dejársela a sus hijos.

Ese grandote gruñón (eficazmente representado en la literatura infantil precisamente por algún ogro, cruel y malvado, que felizmente termina siendo vencido por algún pequeño héroe), tiene que raptar a su esposa de la unión casi biológica que ésta conserva con sus hijos.

Cuando el padre malvado le roba a sus hijos la mujer que quieren para ellos solos, entonces estos no tienen más remedio que empezar a prepararse para conseguir en otra familia el amor que en la suya no consiguen con la abundancia que anhelan.

La naturaleza usa a los padres (varones) para molestar a los hijos hasta que aprendan a valerse por sí mismos.

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La envidia es progresista

En un artículo publicado con el título Dime con quién andas y sabré tu patrimonio les comentaba que los grupos humanos tienen un cierto nivel de ingresos y de gastos.

Ponía como ejemplo aclaratorio, que en algunos grupos sus integrantes ganan y gastan (promedialmente) 10, en otros, 100 y así con las cifras que ustedes imaginen.

Es una necesidad para los integrantes, respetar las normas de afiliación. En un grupo de nivel 100, alguien con nivel 1000, será considerado como un avaro, amarrete, tacaño, egoísta y, por lo tanto, tendrá con los demás una convivencia conflictiva.

También sugería en ese artículo, que la envidia es un sentimiento determinante en este fenómeno socio-económico. La rivalidad que caracteriza a ese afecto, contribuye a uniformizar las condiciones de vida entre los integrantes de un grupo.

En el blog La envidia que creé para tratar sólo los temas que incluyan esta característica humana, trato de exponer todas sus aristas y no solamente las negativas, aunque sé que son las más populares.

Precisamente, ésta es una paradoja que favorece la permanencia de la pobreza patológica.

La envidia es el deseo de tener lo que el otro tiene y se llama de la misma manera el deseo de que el otro deje de tener lo que a mí me falta.

Si dejamos de lado la prejuiciosa antipatía que nos inspira, la envidia es un sentimiento que busca la igualación progresista.

Es progresista porque nunca se envidia lo malo que otro tiene (una enfermedad, una pérdida, un dolor), sino lo bueno que otro tiene (la salud, el bienestar, la riqueza).

Como la naturaleza se vale de provocarnos molestias para estimular el fenómeno vida (1), no descartaría que los seres humanos rechacemos la envidia para preservar el conflicto que nos provoca la irregular distribución de la riqueza.

(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal
El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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La presión arterial es ilegal

Alguna vez he comentado con ustedes (1) que las prohibiciones que padecemos, son parte del mecanismo implementado por la naturaleza para hacernos funcionar.

La Ley de Gravedad, atrae todo hacia el centro de la tierra. Como la cabeza está en la parte más alta de nuestro cuerpo, tiene que existir una presión arterial que contrarreste esa atracción hacia los pies, de forma que nuestro cerebro también pueda ser alimentado por la sangre.

La Ley de Gravedad es la que nos prohíbe flotar en el aire (como sí pueden hacerlo quienes habitan una cápsula espacial).

Los fenómenos físicos están influidos por unas pocas leyes (gravitación, centrífuga, inercia y pocas más).

Los fenómenos sociales también están influidos por unas pocas leyes, la más importante de las cuales refiere a respetar los derechos ajenos.

La naturaleza tuvo que inventar la presión arterial para transgredir la Ley de Gravedad y resolver la necesidad de irrigar el cerebro (¡sobre todo el de las jirafas, como usted sabe!).

No es normal que pensemos a la presión arterial como una forma de transgredir la Ley de Gravedad, pero sin embargo no deja de ser coherente desde cierto punto de vista.

Cuando los humanos transgredimos las leyes que nos hemos impuestos a nosotros mismos, quizá estamos haciendo lo mismo que hace la naturaleza pues creó la Ley de Gravedad y la presión arterial.

Los humanos inventamos la monogamia y simultáneamente la prostitución, ante la cual tenemos una actitud explícitamente hipócrita.

Nuestra especie tiene cada vez más ejemplares, el planeta es siempre el mismo, la cantidad de alimento es finita y los seres humanos cada vez sufrimos más del estrés (presión psicológica, emocional).

En suma: El dicho popular «hecha la ley, hecha la trampa», describe un fenómeno de la naturaleza.


(1) Mamá es demasiado fácil
Ingeniería psicoanalítica

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El dinero aburre a los niños

Circunstancias personales hicieron que hoy tenga mis neuronas copadas por el concepto felicidad.

Por eso escribí el artículo titulado La búsqueda del tesoro y éste.

En un artículo de reciente publicación titulado «¿Estoy bien o mal?», termino diciendo textualmente:

«Es oportuno saber que la psiquis de cada uno resuelve su relación con la realidad de la mejor manera posible y que no siempre está mal negar, reprimir un deseo o ser obsesivo.»

Algo que tampoco está mal es conservar rasgos infantiles.

Hace unos meses, en el artículo titulado Pablo Picasso pregunta: recordaba dos frases de él que vuelvo a citar:

1) "A los doce años sabía dibujar como Rafael, pero necesité toda una vida para aprender a pintar como un niño."

2) "Lleva tiempo llegar a ser joven."

Este blog está dedicado a buscar las causas de la pobreza patológica, que en última instancia es tratar de contestar la pregunta: ¿por qué algunas personas son infelices cuando buscan la felicidad?

El cerebro humano está diseñado para buscar incansablemente el bienestar, la alegría, el entusiasmo, la felicidad.

La niñez es casi siempre una etapa feliz y la naturaleza parece que usara con nosotros una técnica de venta: nos muestra la felicidad (la niñez), luego nos la quita disimuladamente, y a partir de ahí, tratamos de volver a tenerla.

Desde que la perdemos en adelante, tratamos de recuperar aquella felicidad pero en el mundo de los adultos se vuelve imposible porque en aquella niñez no había dinero y los adultos no tenemos más remedio que usarlo o nos convertiremos en pobres patológicos.

En suma: Trabajamos duramente para recuperar la felicidad, pero al usar la receta de volver a ser niños otra vez, omitimos advertir que los niños no necesitan dinero pero los adultos sí.

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El desprecio por amor

Aprendemos a amar con nuestra madre. Ella nos satisface las primeras necesidades y la complacencia que nos proporciona se convertirá en amor.

Luego amaremos a quienes nos provean algunas de las infinitas necesidades y deseos propios de nuestra existencia (cónyuge, hijos, amigos, etc.).

Primero conocemos a nuestra madre de una manera irracional, quizá por el olor, la voz, el tacto, luego, nos enteraremos cuál es su nombre, qué preferencias tiene, cómo reacciona ante los estímulos.

Debo precisar que en realidad tenemos dos madres:

— una es la real, la de carne y hueso, ese ser humano que nos cuidó y nos inspiró un sentimiento muy fuerte (amor); y

— otra madre que es la imaginaria, la ideal, la que nosotros suponemos que es, con atributos que desearíamos que poseyera: que nos amara incondicionalmente, que nos prefiriera, que nos comprendiera, que nos tolerara, que nos aceptara tal cual somos y no tal como deberíamos ser.

Varias veces he mencionado que nuestra percepción se logra por contraste (1): vemos una figura blanca sobre una negra; una construcción fuerte al lado de una débil; una persona amable junto a una antipática.

Procuramos placer buscando estos contrastes para realzar los estímulos agradables. Por ejemplo:

— Nos complace que existan delincuentes para sentirnos honestos;

— Nos complace que existan locos para sentirnos cuerdos (2);

— Nos condolemos hipócritamente de la desgracia ajena para sentirnos a salvo.

Es mucho menos obvio el placer que sentimos al realzar el amor por nuestra madre contrastándolo con un inconsciente desprecio hacia el dinero.

Favorece este desprecio, una comparación bastante irracional: si bien ambos son dignos de amor porque nos satisfacen (necesidades y deseos), ella es conocida y puede llegar a amarnos con exclusividad como pretendemos, mientras que el dinero es anónimo y cambia de manos con total indiferencia (desapego, desamor) por nosotros.


(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar

(2) No están todos los que son

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El orgasmo salarial

Cuando publique este artículo, será el Nº 779. El primero se tituló Anorexia monetaria y lo publiqué el día 22 de diciembre de 2006.

Algún día quizá encontremos (usted, otros, yo) alguna idea que termine con este flagelo milenario que es la pobreza patológica.

Ya he pensado, sobre todo mientras me desembarazo de la pereza que me da levantarme en las mañanas, cómo tendrá que ser esa solución.

En el artículo titulado Menos orgasmos y menos salario les comento que la naturaleza nos gratifica por cumplir la tarea de reproducirnos.

El placer sexual funciona como una remuneración. El interés que despierta en los humanos el deseo sexual es suficiente estímulo como para que en este momento seamos más de 6.700 millones de habitantes en el planeta ... y sigamos creciendo.

El sentido común está convencido de que los métodos violentos son la gran solución a los grandes problemas y de hecho lo son en muchos casos.

Desde mi punto de vista, la medicina convencional es una usina de soluciones violentas ovacionada por el sentido común.

Esta ciencia produce curas reales y aparentes. Son reales cuando el mal desaparece pero son aparentes cuando el síntoma se transforma en otro diferente o la curación es seguida de efectos secundarios imprevistos.

Esta ciencia hace reparaciones como un mecánico amateur, pensando que tenemos órganos que se pueden extirpar sin más, o que se pueden agregar productos químicos a nuestro cuerpo como si fuera una probeta de vidrio.

Pues bien, pienso que las soluciones a la pobreza patológica no podrán ser violentas sino placenteras... como un orgasmo.

Comprendo si me dice que le parece difícil. Yo también pienso igual que usted, pero agrego que vale la pena intentarlo.

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jueves, 20 de mayo de 2010

La felicidad tiene que ser breve

Decir que “el dinero no hace la felicidad” es una verdad a medias.

En realidad, nada hace la felicidad.

Por lo que observo (y pongo a su consideración), se cumple el hecho de que la naturaleza se vale de molestarnos y ofrecernos alivio para que hagamos cosas que mantienen activo el fenómeno «vida». (1)

Cuando pasamos del estado doloroso al placentero, ahí hay un momento de felicidad, de bienestar, de placer, satisfacción.

Sin embargo, el acostumbramiento al bienestar llega muy rápidamente. No sucede lo mismo con el acostumbramiento al malestar.

Dicho de otro modo: nos acostumbramos a pasar bien, pero difícilmente nos acostumbramos a pasar mal.

También podría decirse que el malestar no aburre pero el pasarla bien sí.

Nuestras predilecciones son poco beneficiosas. Si pudiéramos reinventarnos, perfeccionaríamos esto de aburrirnos cuando estamos bien.

De hecho, la felicidad es un fenómeno que —por los motivos expuestos— dura muy poco.

Por algún motivo (yo siempre tiendo a suponer que los ricos gastan en publicidad para desprestigiar los beneficios de tener dinero), hemos optado por decir que «el dinero no hace la felicidad», cuando en realidad, también correspondería decir que «viajar no hace la felicidad», trabajar, leer, vivir solo, hacer deporte, tener una mascota, o cualquier otra actividad, cosa o servicio, tampoco la hace (al menos por mucho tiempo).

Este refrán publicitario quizá beneficie a los grandes coleccionistas de dinero (ricos, avaros, devotos, aficionados), pero desalienta a quienes tenemos que trabajar para ganarnos la vida.

El proverbio es una metonimia, es decir, condensa en un solo detalle (el dinero) algo que pertenece a una realidad mucho mayor.

En suma: nada hace la felicidad (ni el dinero, ni la salud, ni el amor, etc., etc.), excepto por un cortísimo período, que termina cuando la naturaleza entiende que debe molestarnos para seguir vivos.



(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
El goce de sufrir
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal
El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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Los estímulos del temor y la desilusión

Varias veces he comentado con ustedes (1) que la naturaleza nos molesta para provocarnos, hacernos reaccionar, movernos.

El fenómeno vida necesita estas conductas de los seres vivos.

El miedo es un sentimiento imprescindible para que todo eso funcione.

Si no le temiéramos a las pérdidas, al dolor y a la muerte, seríamos personas inertes.

Por lo tanto, despotricamos contra nuestra cobardía porque:

— es muy irritante tener miedo; y
— necesitamos no perderlo.

Nos complacen las historias en las que el protagonista es valiente, lucha, corre peligros, pero finalmente se salva.

Estas piezas de ficción están en la literatura, en el cine, la televisión y también en la publicidad (imagen).

Los anuncios publicitarios nos ofrecen calmantes, entretenimientos, soluciones (casi) mágicas, que «evitan» todo aquello que nos molesta.

Vemos en un corto publicitario, cómo todo es fácil, alegre, divertido, económico y nos entretenemos como con una buena novela o película.

Lo que en realidad acontece, es que profundizamos el contraste entre lo que nos sucede y lo que desearíamos que nos ocurra.

En otras palabras: cuando percibimos esas historias de final feliz, reforzamos nuestra vana ilusión de que la vida podría ser indolora, cómoda, sin preocupaciones, sin miedos.

Durante el tiempo en que soñamos con esa aparente realidad, nos permitimos creer, soñar, delirar. Se cumplen en el arte nuestros anhelo eternamente frustrados.

Cuando volvemos a la realidad, ésta parece más agresiva porque venimos de gozar con la fantasía optimista según la cual “querer es poder”, o sea “si me lo propongo, lograré ser plenamente feliz”.

Se agregan los libros de autoayuda, en los que alguien nos entretiene con recetas infalibles para quitarnos las preocupaciones, la timidez, la sensación de vulnerabilidad.

Por contraste, el arte que nos alivia, hace que la realidad nos parezca más dolorosa.

(1) (Maldita) Felicidad publicitaria
Loción infalible contra las molestias
Menos culpa y menos estrés
Por ahora necesitamos la pobreza
Trabajo molesto y seguro
Vivir es molesto

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El sudor no tiene valor comercial

Los padres y maestros tenemos que enseñar a los pequeños, para que sepan desempeñarse en medio de las agresiones y oportunidades que nos brinda la naturaleza, y en medio de las agresiones y oportunidades que nos brinda el sistema capitalista.

Como he mencionado varias veces, la naturaleza recurre a los premios y castigos (placer y dolor) para conservar el fenómeno vida el mayor tiempo posible. (1)

Los padres y maestros copiamos el mismo procedimiento para enseñarles a nuestros pequeños cómo incorporarse a la existencia.

Ahí nos surgen dos alternativas respecto a cómo resolver las dificultades en los intentos que los niños hacen por aprender:

1) Premiamos los esfuerzos y castigamos la falta de ellos; o

2) Premiamos los resultados y castigamos la falta de ellos.

Parecería ser que hasta cierta edad (hasta los 10 ó 12 años), los niños deben ser premiados por el esfuerzo que demuestran hacer aunque los resultados sean escasos o nulos (por ejemplo, ordenar su dormitorio).

A partir de la adolescencia, premiar sólo el esfuerzo sin tener en cuenta los resultados, podría ser adecuado sólo para los jóvenes que demuestren una deficiencia intelectual o motriz.

El pensamiento orientador de padres y maestros, debería incluir criterios laborales. Para determinarlos es bueno ubicarse en posición de comprador, cliente o usuario.

Me explico mejor con un ejemplo sencillo: Si nuestro hijo fuera un desconocido que se nos ofrece como limpiador, ¿le pagaríamos por el esfuerzo que hace para cumplir su tarea o le pagaríamos por dejar todo limpio?

Reconozco que es más fácil decirlo que hacerlo. Adecuar nuestra conducta a la edad de nuestros hijos, no es fácil, pero es imprescindible.


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
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El budismo zen
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«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Permuto carencia grande por dos pequeñas

Existe una verdad popular que dice: “más vale que sobre y no que falte”. Con un mayor poder de síntesis, otros dijeron: “lo que abunda, no daña”.

La interpretación intutiva de estas afirmaciones, nos hace pensar que lo que debe sobrar o abundar son cosas necesarias o deseadas: comida, abrigo, amor, belleza.

Sin embargo, debo decir que lo que nunca debe faltarnos son las carencias, tanto de bienes necesarios como de deseados.

Podría decir sin temor a equivocarme que “la insatisfacción es vida” (1).

¿Parece un error? Sí, es cierto, parece, pero no es.

Otra frase extraña es el «tráfico de carencias».

Dicho de otra forma: «intentar seducir ofreciendo lo que nos falta».

Si aceptáramos estas ideas, podríamos concluir que los primeros refranes también pueden expresarse así: «más vale que nos sobren necesidades y no que nos falten».

Las psicopatologías van cambiando con las épocas y hoy en día tenemos, muchas personas de clase media y alta, que sufren por la sobre-abundancia.

El éxito de las políticas económicas (en cuanto a tener más riquezas) y el éxito de las políticas sociales (en cuanto a distribuir mejor esas riquezas), ha logrado que más personas tengan más dinero.

Sin embargo, quienes han mejorado su poder adquisitivo, tienen que trabajar más horas y suelen destinar parte de sus ingresos a compensar con bienes materiales el inevitable abandono afectivo de sus hijos.

La lógica que tiene la naturaleza para preservar el fenómeno vida en los ejemplares de todas las especies, es la provocación, tanto de dolor como de placer, para obligarnos a conseguir el equilibrio transitoriamente perdido.

Cuando buscamos el amor de otros, estamos cumpliendo con la naturaleza, estamos ofreciendo nuestra carencia, pedimos colaboración, seducimos presentándonos como vulnerables, menesterosos, demandantes y en definitiva, receptivos, acogedores y dispuestos a dar de lo que sí tenemos.

(1) (Maldita) Felicidad publicitaria
Loción infalible contra las molestias
Menos culpa y menos estrés
Por ahora necesitamos la pobreza
Trabajo molesto y seguro

Vivir es molesto


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La buena salud no existe

Gritamos a coro que «todos los extremos son malos» pero en el mismo momento, procuramos recibir los máximos beneficios y eliminar de raíz todos los perjuicios.

Quizá lo que querríamos gritar es que queremos todo lo mejor pero que —si no hubiera más remedio— nos conformaríamos con un poco menos.

Primo hermano de ese eslogan es otro que pregona «lo perfecto es enemigo de lo bueno».

Esto lo decimos de la boca para afuera porque en realidad queremos que todo sea perfecto, aunque estaríamos dispuestos a aceptar algo menos ... si no hubiera más remedio.

Insólito! La Organización Mundial de la Salud (OMS), no sabe qué es salud.

La OMS es un organismo pertenecientes a las Naciones Unidas, especializado en gestionar políticas de salud mundial.

Hace un año dije (1) que esta prestigiosa institución pone en duda su propia salud mental cuando define «la salud como un estado de completo bienestar físico y mental, y no solamente como la ausencia de infecciones o enfermedades.»

Como he mencionado muchas veces (2), la naturaleza se vale de molestarnos o agasajarnos (dolor y placer) para que hagamos ciertas cosas que el fenómeno vida requiere para no detenerse.

Si la OMS —con su definición de salud— nos dice que no tenemos que padecer ningún malestar («…estado de completo bienestar físico y mental…»), entonces para que la vida siga funcionando tenemos que estar enfermos.

Esta primera deducción es bastante lineal y quizá no merezca ser aclarada.

Pero continúo deduciendo y llego inevitablemente a que no sería posible prescindir de las profesiones, técnicas e industrias dedicadas a la salud (medicina, homeopatía, herboristería, etc.).

Conclusión: si la OMS me lleva a pensar que estamos enfermos todo el tiempo, entonces la OMS está equivocada o la buena salud no existe.

(1) La exageración oficial

(2) El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional


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Las dos billeteras de mamá

Nuestra madre es uno de los personajes más importantes que pasan por nuestra vida. Podría decir que es el más importante, pero reconozco que en algunos casos los vínculos se deterioran tanto que es posible llegar a odiarla.

En nuestro pensamiento pueden distinguirse (si observamos con detenimiento) dos madres (1): el ser humano mujer que conocemos un poco y que nunca terminamos de conocer del todo, y el ser humano imaginario, al que suponemos con todos los atributos deseados (amor incondicional, abnegación, sabiduría).

Doy por seguro que nuestras primeras experiencias de vida son decisivas en la formación de nuestras ideas, sentimientos, inteligencia, carácter, costumbres.

Lo que en esa primera etapa observamos es que alguien (nuestra madre), nos alimenta con su propio cuerpo. Ella sólo nos acerca al pezón, comenzamos a succionar y la desesperante sensación de hambre, ¡desaparece!

Estas primeras vivencias ubican en nuestro discernimiento la idea de que es posible solucionar las necesidades básicas sin hacer nada. Para el discernimiento de un niño «la vida es así».

Los humanos comenzamos nuestra existencia calmando nuestra hambre tomando la leche de nuestra madre y seguimos haciéndolo (con algunos cambios en el procedimiento) de la vaca.

Nuestra percepción es que ellas (mamá y la vaca) no tienen que hacer nada para calmar nuestra hambre. Ellas no sufren, no son explotadas.

Más aún: alimentándonos, aliviamos el dolor que les causa la acumulación de leche.

En síntesis: ¡aliviándonos, aliviamos!

Cuando crecemos, continuamos buscando otras «madres» o «vacas lecheras» (empleo público, cónyuge adinerado, empresa rentable, profesión lucrativa), que cubran nuestras necesidades básicas, procurando —hasta donde nos sea posible—, no hacer más esfuerzo del que hacíamos para alimentarnos de nuestra madre o de la vaca.

(1) El desprecio por amor

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«Lo que abunda, no daña»

«Todos los extremos son malos» dice un proverbio, y existen suficientes pruebas de que esa ley se cumple en muchos casos.

Es tan mala la sequía como las inundaciones, un régimen autoritario tanto como la anarquía, la diabetes tanto como la hipoglucemia.

Desde que creé la expresión «pobreza patológica» no encontré motivos para dudar de su existencia.

Más aún, sería legítimo suponer que también existe la «riqueza patológica».

En varios artículos (1) hice referencia a que la naturaleza nos provoca dolor y placer para imponernos el dinamismo que requiere el fenómeno vida para seguir funcionando.

Los extremos «malos» son las zonas donde la naturaleza nos provoca el malestar estimulante de la vida.

Cuando digo «malos» en realidad debería decir «desagradables», «dolorosos», «irritantes», porque por «malo» debería entenderse sólo lo que pone en riesgo nuestra integridad pero no aquello que nos molesta tanto que nos obliga a movernos (favoreciendo la continuidad del fenómeno vida).

Teniendo en cuenta estas reflexiones, por pobreza patológica deberíamos entender aquella situación económica que irrita en exceso a quien la padece o a quienes tienen que tratar de paliarla (ayuda familiar, instituciones de beneficencia, recursos del estado).

En otras palabras, existe un estímulo molesto que es el suficiente para provocar el dinamismo que necesita el fenómeno vida para seguir existiendo, y un estímulo molesto excedente, innecesario, superfluo, que no contribuye en nada a la conservación de la vida.

La pobreza (o riqueza) patológica existe cuando el estímulo penoso (o placentero) excede la cantidad necesaria, sin agregar el beneficio que lo justifique.

Es decir: es natural y necesario padecer molestias y disfrutar placeres para conservar la vida, pero los excesos que no aportan este beneficio, son patológicos y merecen ser evitados.

(1) El budismo zen y
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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martes, 18 de mayo de 2010

La inteligencia del burro

El fenómeno «vida» instalado por la naturaleza en cada animal requiere que éste realice ciertas acciones que ella estimula mediante el dolor y el placer.

Está confirmado que su método es eficaz porque nos movemos como ella quiere para evitar el dolor y para conseguir el placer.

En el ámbito laboral, podríamos decir que trabajar responde a los estímulos dolorosos y que cobrar responde a los estímulos placenteros.

Desde otro punto de vista se podría decir que cuando la naturaleza nos hace sentir dolores tales como hambre, frío o cansancio, reaccionamos buscando un trabajo que nos provea dinero para comprar lo que nos alivie (alimento, abrigo o alojamiento, respectivamente).

Todos conocemos la historia del burro que intenta alcanzar una zanahoria atada a su propio cuerpo.

Esta imagen representa bien nuestra esperanza de alcanzar algún día la saciedad, el alivio perpetuo, la satisfacción definitiva.

Pues bien, la propia historia incluye un personaje que usamos como símbolo de la estupidez y la ignorancia.

Cuando decimos que alguien es un burro, estamos diciendo que padece dificultades intelectuales severas.

La popularidad de esta fábula nos permite suponer que en nuestra psiquis consideramos que el procedimiento que utiliza la naturaleza para conservar nuestras vidas, sólo funciona si somos unos «burros».

Cuando los seres humanos «inteligentes y sabios» captan que si cumplen las órdenes de la naturaleza se convierten en «estúpidos e ignorantes», elaboran alguna estrategia para evitar el dolor y el placer.

La sociedad de consumo nos promete evitarnos cualquier tipo de dolor y algunas otras ofertas (medicina y religiones) nos ayudan a resistir la tentación de gozar, disfrutar, «comernos las zanahoria».

Cuando los «inteligentes y sabios» perciben que negar el dolor y placer no es vida, comienzan a delirar con que la verdadera vida está después de la muerte.

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El hombre no existe

Jacques Lacan fue un psiquíatra francés, muy inteligente y creativo, pero también experto en molestar.

Disfrutaba provocando a su auditorio, diciéndole frases confusas pero dando a entender que él conocía la interpretación correcta.

Dijo por ejemplo: «la mujer no existe».

Según parece lo que pretendió decir fue que sólo existen mujeres de carne y hueso (María, Rebeca, Susana) pero «la mujer» (en sentido abstracto), no existe porque sólo es una idea.

Varias veces (1) he comentado con ustedes que la naturaleza se vale de «premios y castigos» para estimular el fenómeno vida.

No estoy enojado con el doctor Lacan, porque —si bien me escondió las respuestas y me obliga a pensar (cosa que evito siempre que puedo)—, me incita a encontrar ideas divertidas.

Las mujeres viven disgustadas porque no encuentran al Príncipe Azul. Ese mítico personaje masculino que tendría que llegar en un caballo blanco a raptarlas, no aparece.

Como hace un tiempo señaló una comentarista de estos blogs, si «la mujer no existe» (por el motivo que ya expuse), también es válido decir «el hombre no existe».

Y acá tenemos una explicación interesante: El Príncipe Azul que esperan las mujeres es nada menos que «el hombre» y no aparece porque «el hombre no existe». Los únicos que existen son hombres de carne y hueso (Juan, Pedro, Roberto).

¿Son tontas las mujeres que esperan infructuosamente al Príncipe Azul?

Respuesta 1 (la más urgente): No son tontas. Por el contrario, se estimulan como la naturaleza manda: creándose situaciones inevitablemente frustrantes porque intuyen que ese tipo de dolor es estimulante de la vida.

Respuesta 2 (la más ingrata): Las mujeres buscan al Príncipe azul porque en realidad buscan «un hombre» cualquiera, siempre que su dotación genética le fecunde hijos sanos y hermosos. (2)


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal

(2) Amor por conveniencia

Cuando los títeres se enamoran

Es así (o no)

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Vivir es molesto

En varios artículos propongo aceptar que la única misión que tienen los seres humanos es la misma que tienen todos los demás seres vivos: conservarse a sí mismos y a la especie (1).

De esta definición se desprende otra deductivamente: el instinto de conservación es el más importante y los demás son derivaciones suyas. (2)

En la misma línea de extremar la simplificación, agrego ahora que los vínculos tienen como modelo la relación con nuestra madre.

Cada vez que establecemos lazos afectivos con otra persona, asumimos el rol de hijo o de madre, independientemente de cual sea nuestro género anatómico.

Estos roles pueden ser rotativos: a veces nos sentimos el hijo (o hija) de nuestro ser querido (madre, padre, cónyuge, hermano, amigo) y otras veces su madre.

La naturaleza se vale de excitarnos con dolor o placer para provocarnos acciones necesarias para conservar el fenómeno vida (por ejemplo, tenemos dolor por el hambre, buscamos comida y sentimos el placer de saciarnos) (3).

Nuestra psiquis siempre procura la quietud, la estabilidad, la paz, la ausencia de dolor y se irrita cuando registra algún estímulo molesto.

Esa predisposición a mantener la saciedad, es necesaria para que reaccione enérgicamente cada vez que aparecen necesidades.

Son escasas las ocasiones en las que no nos falta algo. Diría que son inexistentes. Es casi seguro que cuando tenemos todas las necesidades satisfechas, nos atormente el aburrimiento, que es otro estímulo irritante de la psiquis.

El dinero es la única mercancía que puede canjearse por la mayoría de los bienes o servicios que nos satisfacen (transitoriamente) los deseos o necesidades que nos surgen a cada momento.

Es fácil padecer la ilusión de que podemos tener una existencia carente de molestias y por eso es fácil padecer la ilusión de que el dinero puede mantenernos permanentemente aliviados, felices, en paz.

(1) The semen bank
El dinero o la vida
No al aborto. Sí a la castración
Fornicamos con seriedad
La disconformidad universal

(2) Giuseppe Verdi: ¡Eres mi vida!

(3) (Maldita) Felicidad publicitaria
Loción infalible contra las molestias
Menos culpa y menos estrés
Por ahora necesitamos la pobreza
Trabajo molesto y seguro

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Las víctimas del placer

Todos sabemos lo que es recibir un golpe propinado por otra persona. El proceso educativo siempre incluye algo de adiestramiento.

Dentro del menú de «premios y castigos», los golpes son infaltables y a veces la memoria es tan ineficiente que los conserva en vez de olvidarlos (1).

Los castigos corporales constituyen a su vez un amplio repertorio. No es igual una palmada (nalgada), que un golpe en el rostro.

Los castigos psicológicos también son variadísimos pero el dolor que ellos provocan depende en gran medida de nuestra conformación psíquica.

En otras palabras, cuando recibimos un castigo psicológico, participamos activamente en su eficacia.

Cuando alguien denuncia agresivamente nuestra conducta, sufriremos más o menos según el grado de certeza y justicia que tenga para nosotros esa acusación.

Dicho de otro modo: si nos sentimos culpables sufriremos más que si nos sentimos inocentes.

El sentimiento de culpa —como cualquier otro sentimiento— no siempre se corresponde con la realidad material. También puede ser creado (imaginado, inventado) por nosotros, aunque el sentido común diría que nadie medianamente cuerdo se fabricaría una culpa. (2)

En suma: cuando se juntan el castigo psicológico que nos propina otro con el sentimiento de culpa que aportamos nosotros, sufrimos más.

Conclusión: las personas que disfrutan sintiéndose muy protagonistas, que gozan imaginando que «si no fuera por mí» nada funcionarían, que se imaginan el centro del escenario en el que viven, suelen colaborar eficazmente con los expertos en la violencia psicológica.

Comentario: aunque parezca extraño, estas personas disfrutan de alguna manera de quienes las agreden haciéndolas sentir culpables hasta de lo que no hicieron. Para ellas es una señal inequívoca de que efectivamente son todo lo importantes e imprescindibles que se imaginan ser.


(1) El tema está ampliado en el artículo titulado No recuerdo que me olvidé

(2) El tema está mencionado en el artículo titulado «Arrésteme sargento»

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Los hombres no lloran

En un artículo publicado hoy con el título El verdadero amor verdadero comento que según la definición oficial de la palabra amor, éste surge de nuestra debilidad.

Por lo tanto, quienes no toleren reconocerse como débiles, no podrán amar.

Dicho de otra forma: para poder amar, primero tenemos que reconocer que somos débiles y que necesitamos la ayuda de otras personas.

Esa definición oficial consigna sin embargo que el amor también puede sentirse hacia cosas útiles. Esto permite entender por qué alguien ama a su computador, celular o vehículo.

El dolor es imprescindible para la conservación de la vida. Imagine qué sucedería si su dedo no le informara que se está quemando en el fuego. Este defecto neurológico pondría la sobrevivencia en alto riesgo.

La alexitimia es un defecto —también neurológico— que produce una especie de desconexión de nuestras emociones (1).

Si la insensibilidad al calor es peligrosa, la alexitimia también lo es. No poder amar (autismo) nos deja fuera de la red social que nos sostiene.

Dicho de otra forma: es posible que alguien no pueda vincularse (establecer lazos afectivos) porque no puede aceptar que es vulnerable.

Todos desearíamos ser tan fuertes como los súper-héroes de la ficción, pero en los hechos constatamos que esto no es así.

Conclusión: Quienes no pueden aceptar su debilidad, difícilmente puedan amar.

Antiguamente se nos inculcaba que “los varones no lloran”, lo cual era interpretado como que los varones no deben ser débiles, no deben demostrar sus miedos, tienen que ser valientes.

Felizmente esta cultura está desapareciendo, y ahora los varones no tenemos por qué ocultar que somos humanos, tan vulnerables como las mujeres y que también necesitamos ayuda.

Este sinceramiento nos permite amar y dejar que nos amen.

(1) Según Wikipedia, padecen alexitimia una de cada siete personas.

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No sé si escribir este artículo

Algunas dudas surgen como funcionamiento normal del pensamiento. ¿quién soy?, ¿cuál es mi lugar en el mundo?, ¿qué es la felicidad?, ¿existe un ser superior? … y muchas más.

Desde mi punto de vista estas dudas son inevitables y no son ni creativas ni constructivas. Las respuestas nunca pasan de ser hipótesis, conjeturas, creencias.

Existen otras dudas que surgen cuando tenemos que tomar una decisión entre más de una opción.

¿Compro un auto o hago un viaje?, ¿le digo a Fulana que me gusta y que la deseo o mejor espero a que ella me insinúe si soy de su agrado o no?, ¿renuevo la póliza de seguro con la misma compañía o contrato uno nuevo con otra empresa?

Hasta donde he podido observar,

— muchas personas dudan porque les gusta dudar. Disfrutan con ese ejercicio mental (aparentemente inútil) con un criterio similar al que tienen los que corren, transpiran y se cansan aún cuando no están apurados (por el simple gusto de hacer ese ejercicio);

—las dudas típicas (voy-no voy, hago no hago, acepto no acepto) son la simbolización del movimiento de vaivén propio del coito y por lo tanto, dudar equivale a tener sexo;

— la duda es utilizada como estímulo para la sociabilidad porque el dubitativo tiene motivos para consultar a otros sobre qué hacer, qué decidir y los consultados seguramente meditarán, responderán, aconsejarán.

— (y como aún no utilicé las 300 palabras que siempre uso, agrego otra utilidad de la duda): el hecho de recibir varias opiniones sirve también para que cuando se evalúen los resultados de la decisión final, puedan imaginarse descargos, justificaciones y responsabilidades ajenas, como para aliviar el dolor de un eventual fracaso.

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Sufro porque quiero

Los líderes son personas que tienen talento para convencer a otras personas de que hagan lo que ellos consideran que es mejor.

Ellos disponen de más poder porque no solamente logran que otros acepten lo que sugieren sino que además son considerados como personas superiores en todos los órdenes.

Alguien que lidera un equipo de fútbol suele ser considerado como capaz de elegir el mejor dentífrico o de recomendar la mejor compañía aérea (publicidad).

Aunque esto sea falso porque la destreza con la que se destaca es específica, concreta y reducida, los humanos nos deleitamos generalizando para suponer que alguien con gran capacidad oratoria, no solamente posee la verdad en temas sobre los que hace discursos, sino en todo lo demás.

Sin embargo muchos líderes no son capaces de convencer a nadie sino que poseen la habilidad de ponerse al frente de lo que hace la gente (con o sin líder), haciéndonos creer que ese movimiento espontáneo está provocado por ellos.

Estos falsos líderes son los que dicen aquello que dice todo el mundo, los que gritan como propio lo que nadie puede dejar de pensar (cuidemos la salud, defendamos a los más débiles, apresemos a los delincuentes, etc., etc.).

Dentro de esta última categoría está lo que hacen algunas personas con su filosofía de vida.

Efectivamente, como he mencionado varias veces (1), “vivir duele”. Es normal tener molestias, dolores, cansancio, hambre, angustia y esto forma parte de la existencia.

Algunas personas, en un intento inútil por evitar estas dificultades inherentes a estar vivos, hacen cosas que les causa más dolor: no se cuidan, se accidentan, se meten en problemas y un largo etcétera.

De esta forma se imaginan liderando a su antojo las molestias impuestas por la naturaleza y además gozan pensando que dejarán de tener dificultades cuando quieran.

(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal

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lunes, 17 de mayo de 2010

Quien mata primero, come

El instinto de conservación nos impone dos criterios bien fáciles de comprender:

1º. Necesitamos comer.
2º. Necesitamos no ser comidos.

Con el 1º estoy abarcando todo lo que necesitamos del mundo exterior. Tanto sea comer un vegetal, abrigarnos con la lana de una oveja, que alguien seque amorosamente nuestras lágrimas.

Con el 2º estoy abarcando todo lo que tenemos que evitar para que otros no pongan en riesgo nuestra existencia. Tanto sea que un león no nos coma, que alguien no robe nuestro abrigo, que alguien abuse de nosotros (explotación, violación, injusta culpabilización).

Lo que tienen en común estos dos criterios que nos impone nuestro instinto de conservación es la agresividad, en un caso aplicada por nosotros y en el segundo recibida de otros.

Existe un proverbio que nos paraliza: «No le hagas a los demás lo que no quieras que otros te hagan a ti».

Si aceptamos que la naturaleza nos obliga a matar para poder comer (un vegetal o un animal), y que tenemos que exigir (mediante el llanto, la reclamación gremial, la demanda judicial) que otros nos entreguen lo que necesitamos, estamos haciendo contra otros lo que no querríamos padecer.

Sin embargo, no hay más remedio que transgredir esa norma de hierro, haciéndole a los demás (vegetales, animales, personas) lo que no nos gustaría que nos hicieran.

La naturaleza nos obliga a ser incoherentes o estamos definiendo mal qué es ser incoherente.

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La naturaleza y sus hijos del rigor

Por antipática y temible que sea la muerte, estamos de acuerdo en que la naturaleza cuenta con ella para que haya espacio para las nuevas generaciones.

Sin llegar al trágico extremo de la muerte, suceden otros eventos que también parecen ser naturales y que propenden a perpetuar el dinamismo que posee la realidad que nos rodea.

Los incendios forestales son un fenómeno que siempre existió para que las especies desaparezcan masivamente, preparando el terreno y a las semillas más fuertes para que en pocos años crezca un monte nuevo con ejemplares más vigorosos que los que se quemaron.

La cadena alimentaria está permanentemente matando ejemplares de una especie que son devorados por los ejemplares de otra especie. La muerte y la vida forman parte de una rueda de movimiento continuo.

Las crisis económicas generan el cambio de manos de grandes sumas de dinero: Caen imperios económicos y surgen otros favorecidos por las nuevas circunstancias.

En una especie de exageración, hasta le diría que los ladrones cumplen un rol dentro de las economías, causando pérdidas a las víctimas quienes tiene que hacer un esfuerzo enorme para recuperarse, para tomar mayores precauciones, para evitar que eso vuelva a sucederle.

Estos procesos de muerte o de cualquier otra situación que se le parezca (incendios, destrucciones masivas, epidemias, crisis económicas, delitos contra la propiedad) son parte de una rutina, de una lógica. Por eso la muerte y cualquier pérdida que se le parezca, están previstas, son necesarias, tienen un objetivo benefactor.

Al mismo tiempo son obligatoriamente desagradables porque si fueran agradables no cumplirían el objetivo de hacernos reaccionar estimulando nuestra fuerza vital.

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Plan estratégico vital

La filosofía es un Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano. (Copiado del diccionario de la R.A.E.)

Pocas personas creen dedicarse a la filosofía pero somos muchos más de los que figuran como filósofos. Estaremos de acuerdo en que muchas reuniones sociales o uno mismo, en momentos de angustia, tratamos de entender cómo son las cosas en realidad o «cuál es el sentido del obrar humano».

Algo muy frecuente en estas ocasiones es preguntarse sobre cómo empezó todo, ¿por qué llegué a esta situación que me hace sentir tan mal?, ¿qué sentido tiene que yo esté sufriendo ahora?, ¿alguien hizo que yo naciera para cumplir una misión importante que justifique tantas molestias?, ¿hasta cuándo va a durar esto?, ¿tendré algún resarcimiento, beneficio, premio, reconocimiento?

Les cuento mi filosofía por si alguien puede sacarle alguna utilidad.

1) Estamos vivos porque en la naturaleza existen este fenómeno natural que llamamos vida. Tiene esta característica: cada individuo de cada especie, procura conservarse y está motivado para reproducirse. Las hormigas, las golondrinas, las ballenas, los seres humanos.

2) El cerebro de los humanos funciona segregando pensamientos útiles para una mejor adaptación al entorno (somos la especie que mejor se adapta a las más variadas condiciones de vida), pero algunos de esos pensamientos segregados quizá no tengan ninguna utilidad práctica o la tienen a tan largo plazo que no le encontramos para qué están.

3) Lo urgente es atender los pensamientos que segregamos para mantenernos vivos acá y ahora, pero es importante considerar los pensamientos filosóficos porque nos organizan en el largo plazo (plan estratégico) para que las urgencias de todos los días estén mejor organizadas, permitan obtener los mejores resultados con el menor esfuerzo y eviten perjudicarnos en el futuro.

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Budismo zen

Parecería ser que la manera en que la naturaleza mantiene su dinamismo es mediante la continua provocación de desequilibrio en seres que sufren con esos desequilibrios.

Un león en la selva está muy cómodamente tirado debajo de un árbol hasta que algo le produce un dolor en el estómago que lo desequilibra. Como el león rechaza ese dolor y sabe por instinto que se alivia rápidamente comiento carne, sale a cazar (dinamismo que interrumpe la siesta), consigue su alimento predilecto, lo come, queda saciado, se alivia el dolor de estómago (hambre), recupera el equilibrio y vuelve a dormir la sienta.

Por lo tanto, todo lo que sea equilibrio es paz, tranquilidad, confort y siesta, mientras que todo lo que sea desequilibrio es actitud conquistadora, ansiedad, incomodidad, trabajo.

No son muchas las similitudes que tenemos los humanos con los leones, salvo que somos mamíferos y que ambos vivimos en algún tipo de selva (el capitalismo es una especie de selva).

Entonces, aquellas personas que buscan la manera de conservarse permanentemente en estado de equilibrio, lo que están buscando en realidad es un estado de paz, de tranquilidad, de confort y de siesta, y lo que están rehusando en realidad es la actitud conquistadora, la ansiedad, la incomodidad y el trabajo.

Si me dejan elegir, yo prefiero decir que practico yoga y no que rechazo el trabajo.

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La negligencia natural

Varias veces he mencionado (1) que la naturaleza se vale del dolor y el placer para estimular en nosotros (y en cualquier otro ser vivo) acciones necesarias para la conservación de la vida (propia y de la especie).

Muchas veces usamos la expresión «ver el medio vaso vacío y no ver el medio vaso lleno» para señalar que alguien está viendo negligentemente sólo una parte de la realidad.

Nuestra percepción está condicionada subjetivamente.

Ejemplo 1) Alguien abre la heladera y dice: «Acá no hay nada para calmar la sed» pero no percibe que hay muchos productos congelados, varios ingredientes para cocinar diferentes comidas y riquísimos postres.

Ejemplo 2) El funcionario de una oficina, al revisar la documentación que acompaña una solicitud presentada por un usuario, rechaza su admisión porque faltan varios comprobantes que el solicitante omitió por un error involuntario. Naturalmente que el funcionario no felicita al ciudadano por todo lo que sí presentó en regla.

En muchos casos nuestros cinco sentidos sólo registran «el medio vaso vacío» a pesar de que esos cinco sentidos sólo pueden responder a estímulos tangibles. Sólo podemos ver lo que está, lo que se puede tocar, oler, etc.

Esta particularidad es causa de que nos resulte muy difícil conservar lo que tenemos («el medio vaso lleno») porque su existencia nos cancela la necesidad que es la que verdaderamente activa nuestra percepción.

Como la necesidad es un estado doloroso y es la que estimula nuestras funciones perceptivas, nos cuesta ver (y cuidar) lo que satisface (cancela, alivia) nuestra necesidad.

En otras palabras: Nuestro funcionamiento normal incluye perder (por desatención) lo que nos mantendría sin el dolor de la necesidad.

(1) Receta racional
La naturaleza es hermosa pero antipática
«Soy el viento»
Somos marionetas de la naturaleza

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La devolución del cuerpo

La naturaleza no es humana, ni canina ni vegetal. Por el contrario, los seres humanos, los perros y las plantas, pertenecemos a la naturaleza.

Según el diccionario, la naturaleza es el «Conjunto, orden y disposición de todo lo que compone el universo».

No podemos evitar interpretar lo que nos rodea con un criterio propio de nuestra especie (1).

Si miramos una rosa, seguramente la veremos con un cierto color, percibiremos su perfume, la encontraremos hermosa, pero estos no son atributos de la rosa.

Por supuesto que el nombre «rosa» tampoco es parte real de esa flor. Todas son ocurrencias nuestras.

Es posible afirmar entonces que todo lo que pensamos puede tener coincidencias o no con la realidad. Es más acertado decir que todo lo que pensamos o percibimos no pasa de ser un punto de vista restringido a nuestra especie.

Si fuera cierto que la naturaleza se vale de causarnos dolor y placer (2) para estimular reacciones imprescindibles para que sigamos vivos el mayor tiempo posible, entonces el dolor y el placer son fenómenos que nos favorecen.

Si alguien se enferma, padece y eso obliga al enfermo a realizar ciertos cambios en su vida (quietud, dieta, preocuparse).

Cuando lo que hace es insuficiente, el dolor aumenta y el enfermo procura hacer otras cosas (comentar con otros, preguntar, examinarse).

El padecimiento seguirá aumentando hasta que el enfermo (cada vez más castigado por el dolor) encuentre la solución para curarse o muera.

Es probable que la naturaleza no actúe como un ser humano sino que continuamente está probando la viabilidad de cada uno de nosotros.

Cuando tenemos una falla, nos enteramos por el dolor, actuamos y si no encontramos la solución, la naturaleza nos sacrifica para devolver al planeta este cuerpo biodegradable que recibimos en préstamo.

(1) El sol es color blanco
El señor Mesías González

(2) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal

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Trabajo molesto y seguro

Como digo habitualmente (1) el fenómeno vida funciona estimulándonos con el dolor y el placer.

Si la naturaleza fuera nuestro jefe o nuestra madre, estaría contenta si nos viera respondiendo con rapidez a sus estímulos (castigos y premios).

Por el contrario, si nos viera indolentes, lentos, apáticos, no tendrá más remedio que aumentar la intensidad de los castigos y los premios.

Muchos de nosotros padecemos enfermedades crónicas, dolores intensos e inexplicables, pensamientos mortificantes. Algunos llegan a pensar que la vida es un tormento, un calvario, el castigo por algún delito olvidado.

Quizá todo sea más simple que eso: para seguir vivos necesitamos recibir los estímulos suficientes o morimos.

Como el dolor es un estímulo más efectivo que el placer, es al único que registramos y del cual nos quejamos tratando de socializarlo entre nuestros conocidos y amigos.

Quien haya dicho «el trabajo es salud» seguramente se ganó el repudio generalizado y hasta quizá se haya ido a un país donde no lo conocieran.

Trabajar es molesto pero está alineado con la metodología natural consistente en causarnos molestias para seguir vivos. Sin ir más lejos, muchos moriríamos de hambre si no trabajáramos.

Una de las molestias más constantes del trabajo es precisamente la inseguridad laboral.

Aunque trabajar sea penoso, el temor a perder el trabajo es como una piedra en el zapato (o en el preservativo como dirían los más sensibles a este riesgo).

Esta es una causa suficiente para que la mayoría de los ciudadanos del mundo aspiremos a ser empleados, en lo posible de empresas muy grandes y sanas económicamente, siendo las oficinas del estado las que mejor califican con estos atributos.


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal

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La disconformidad universal

En varios artículos (1) he mencionado la idea según la cual el fenómeno vida depende de que hagamos ciertas cosas como por ejemplo comer cuando tenemos el dolor del hambre y así conseguir el placer de la saciedad.

Estas continuas presiones que padecemos simplemente porque estamos vivos (en forma de dolor que nos empuja y de placer que nos atrae), queremos evitarlas (porque si nos fueran indiferentes, no nos moveríamos y perderíamos la vida).

La palabra «sentimiento» derivar del verbo sentir y nos hace pensar en lo que sentimos, percibimos, registramos,

La reacción mental a estas vicisitudes inherentes a la condición de estar vivos se manifiesta con la producción de los sentimientos de angustia, insatisfacción, esperanza, envidia, fastidio, bronca y otros por el estilo.

Como lo único realmente importante en la vida de cualquier ejemplar de cualquier especie es conservarse él y la especie a la que pertenece, en la nuestra, todas las sensaciones molestas se remiten a una sola que representa a todas las demás.

Según el psicoanálisis (y confieso que por ahora creo en él), las mujeres se quejan de que no tienen pene y los varones nos quejamos de que podemos perderlo.

Como decía, el órgano más importante tiene que ser genital porque nuestra única misión es conservar la especie (tener sexo reproductivo) y por eso, el principal problema de ellas es no tenerlo y el gran problema de ellos es temer perderlo.

Además de que nuestra única misión es cuidarnos y reproducirnos, hay otra razón para que el órgano más importante sea el pene.

Como hace millones de años nos organizamos mediante el uso de la fuerza bruta y la violencia (mejor desarrolladas en el varón), los humanos somos machistas (elegimos el pene como símbolo y no la vulva, los senos o el útero, como también podrían corresponder).

(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias

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«¡Me alegra estar triste!»

Los seres humanos nos esforzamos por acceder a la felicidad. Quizá ésta sea la tarea que nos consume mayor cantidad de energía.

Como he mencionado en otros artículos anteriores (1) la naturaleza nos provoca dolor y nos ofrece el placer para que hagamos cosas necesarias para conservar el fenómeno «vida».

La búsqueda de la felicidad que nos consume cantidad de energía, es una consecuencia de esa metodología que utiliza la naturaleza para conservar el fenómeno «vida».

Una de las ramas del saber que mejor sintoniza con el tema de este blog es la economía.

Para muchos es conocida la «paradoja de Easterlin». Por si no fuera su caso, se la cuento.

El economista Richard Easterlin es un profesor de la Universidad Southern de California.

Este señor hizo una investigación en la década del 1970 por la que concluyó que un aumento en la riqueza de un pueblo no se corresponde con un aumento similar de su felicidad.

Más concretamente, si el patrimonio de alguien aumenta un 10% su nivel de felicidad aumenta sólo un 6% y si aumenta un 20%, la felicidad sólo aumentaría un 9% (son cifras inventadas por mí para explicar la idea).

Es muy probable que la naturaleza dependa en gran medida de que nuestra sensación de felicidad sea lo más limitada posible porque ella (la naturaleza) necesita este recurso (nuestra infelicidad) para mantener funcionando el fenómeno «vida».

En suma: Cuando estamos infelices debemos ser incoherentes para movernos en búsqueda de la felicidad (porque para eso existe el malestar) y simultáneamente alegrarnos al comprender que esa infelicidad es por nuestro bien.

(1) El budismo zen
Administración del desequilibrio

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Por ahora necesitamos la pobreza

En otros artículos (1) he comentado con ustedes la suposición de que el fenómeno vida depende de que los seres vivos hagamos cosas perseguidos por el dolor y atraídos por el placer.

Esto no solo sucede a nivel de cada individuo sino que también sucede a nivel de grupos y de pueblos enteros.

Muchos regímenes han agredido a su pueblo —generalmente por razones económicas (explotándolo)— y algunos han tenido la suerte de liberarse de ellos (imagen: Caída del Muro de Berlín).

En este conjunto de fenómenos penosos y placenteros, existen la esclavitud, la prostitución y la venta de órganos en la misma época en la que otros disfrutan de libertad, de un digno bienestar y una razonable atención de su salud.

Todos los cambios beneficiosos se producen cuando aparecen las soluciones posibles y duraderas.

Mientras esto no sucede, hablamos, escribimos, hacemos discursos, prometemos, alentamos la esperanza de un mundo mejor.

Hablar, escribir, discursear y alentar la esperanza siempre termina siendo frustrante. Tarde o temprano nos damos cuenta de que la realidad no se anuncia, ni se promete ni se describe de mil formas: se disfruta, se vive, es tangible.

Ahora estamos en una situación en la que no se han encontrado soluciones para la pobreza. Por eso estamos rodeados de este bla-bla-bla (incluido el mío).

Así como han caído los regímenes explotadores, se han terminado algunas enfermedades y hemos duplicado la expectativa de vida, algún día dejaremos de hablar de la pobreza por la sencilla razón de que habrá dejado de ser necesaria como forma natural de estimular el fenómeno vida.


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias

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Administración del desequilibrio

En el artículo titulado El budismo zen les comento la suposición de que la naturaleza se vale de provocarnos desequilibrios (hambre, sueño, dolor) para que nos movamos pues la quietud es contraria a la vida.

Complementariamente, nos atrae con el placer (alivio, diversión, alegría).

Con el dolor nos empuja y con el placer nos atrae. Por causa de ambos nos movemos lo necesario para que el fenómeno natural que llamamos vida (respirar, transformarnos, reproducirnos) se continúe el mayor tiempo posible.

A veces los seres humanos transgredimos las Leyes de la Naturaleza.

Una forma de transgredirlas (¡y que preferiría seguir haciéndolo!) es postergar el momento de nuestro fallecimiento.

El combate eficaz a ciertas dolencias y enfermedades logra que podamos sortear algunos obstáculos que —sin la intervención de la medicina— habrían terminado con nuestra existencia.

Detrás de las dietas, cirugías y medicamentos, sigue la naturaleza con sus criterios, intentando hacernos mover mediante la aplicación de dolor y el ofrecimiento de placer.

Como la medicina logra eludir este procedimiento natural, entonces tiene que recurrir a sugerir que las personas que participan de esta evasión de las Leyes de la Naturaleza hagan ejercicio físico.

La mayoría pensamos que es imprescindible mantenernos activos haciendo ejercicio voluntariamente (gimnasia, nadar, andar).

Esta necesidad de hacer ejercicio sin otro motivo que hacer ejercicio, podría ser la consecuencia de nuestra transgresión a las Leyes de la Naturaleza con el objetivo de prolongar nuestra existencia un poco más.

En suma: necesitamos movernos a propósito (porque sí, sin un objetivo práctico, irracionalmente) cuando eludimos los mecanismos naturales para conservar la vida aplicándonos técnicas médicas (dietas, medicamentos, etc.) que alteran artificialmente nuestra existencia.

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Sacrificio: ¿clave del éxito?

Todos hemos oído alguna vez la receta que dice «Si sacrificio no hay...» (nada, victoria, amor, triunfos, conquistas, éxito).

Cualquiera de nosotros, si se pone a razonar lo que significa este consejo entiende bien: Las cosas importantes que mejoran nuestra calidad de vida requieren un esfuerzo: levantarnos temprano, hacer tareas no siempre agradables, tolerar el cansancio, postergar nuestros deseos, privarnos de algunos gastos, soportar las órdenes de clientes o jefes fastidiosos.

Sin embargo —y esta es la idea central que quiero compartir con usted—, no siempre razonamos detenidamente esta sabia receta que nos enseñan los maestros, padres o ancianos.

En muchos casos —y a nivel inconsciente—, funcionamos de la siguiente manera: habiendo entendido que «sin sacrificio no hay ...» (calidad de vida, por ejemplo), lo que hacemos es sacrificarnos de cualquier forma, provocarnos dolor, procurarnos cualquier frustración, en la creencia de que la receta sólo pide que pasemos mal, que tengamos cualquier tipo de sufrimiento, que tengamos algún tipo de dolor.

Es decir que a nivel inconsciente no siempre se vinculan con lógica el sacrificio y los logros. Pueden quedar perfectamente separados y sin embargo creernos que estamos actuando inteligentemente.

Las personas que actúan de este modo se dice que hacen «una selección adversa», es decir, que eligen lo peor, lo menos conveniente, lo que saben que les molestará (repito: es un mecanismo inconsciente) porque suponen que lo importante es sufrir sin importar cómo y para qué.

Naturalmente que este comportamiento produce un doloroso fracaso, con lo cual la persona se siente conforme porque sigue creyendo que cualquier sacrificio es útil.

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La domesticación de los instintos

Vivir no es fácil y así debe ser porque el fenómeno químico llamado «vida» depende de los permanentes cambios del organismo que transitoriamente (porque todos son mortales) la sustenta.

Ésta sería una explicación de por qué sentimos dolor que nos estimula a buscar alivio. Tenemos dolor por el hambre y buscamos comida para calmar el hambre.

En varios artículos (1) he estado comentando recientemente que padecemos una contrariedad entre el egoísmo que nos exige el instinto de conservación y el altruismo que nos exige la sociedad en la que vivimos.

Pero las molestias de la cultura no paran ahí. Son muchas más pero sólo me referiré a dos de ellas.

Una se refiere a la heterosexualidad: se nos ha dicho que tenemos que ser heterosexuales y que no debemos ser ni homosexuales ni bisexuales.

Hasta donde he podido apreciar, nuestra especie al menos (y quizás otras pero carezco de información) es de ejemplares bisexuales. Ambos géneros deseamos sexualmente a hombres y mujeres aunque una mayoría de personas deseamos más al sexo opuesto.

Otra se refiere a la monogamia: se nos ha dicho que tenemos que formar parejas con una sola persona con exclusión de todas las demás.

Hasta donde he podido apreciar, nuestra especie al menos (y seguramente casi todas las demás hasta donde sé) es de ejemplares polígamos.

Estas tres condiciones culturales (altruismo, heterosexualidad y monogamia) son necesarias para la organización de nuestras colectividades pero es conveniente saber que las aspiraciones que se le oponen (egoísmo, bisexualidad y poligamia) no son defectos de quienes las tienen sino simple emergencia de lo que es nuestra condición humana.

La imagen evoca el arte taurino como alegoría en la cual el ser humano intenta matar a su instinto (representado por el toro) con elegancia.


(1) Yo y tu
Mi amigo el policía


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Los compañeros de lucha

Fito Páez comienza diciendo en su canción Eso que llevas ahí:

Lo importante no es llegar
Lo importante es el camino.
Yo no busco la verdad
Sólo sé que hay un destino.

A veces pasamos por momentos difíciles que siempre terminan en algún tipo de solución.

Como lo que realmente vivimos es el presente, la mayor parte del tiempo vivimos en «un camino hacia» un destino.

Porque somos animales gregarios (sociales) no podemos estar mucho tiempo sin la compañía y el apoyo de por lo menos otra persona.

Esta necesidad aumenta cuando pasamos por momentos difíciles. Si bien es necesario trabajar para solucionar los problemas que nos aquejan, mientras esto no sucede buscamos el acompañamiento de quienes padecen similares inconvenientes.

Cuando estamos en problemas necesitamos evitar el aislamiento, la soledad, el desasosiego y la segregación.

Lo vemos en pacientes con cáncer, VIH, esclerosis múltiple, afasia, diabetes, sobrepeso, drogadicción, alcoholismo, esterilidad.

Cuando algo así le sucede a un ser querido puede angustiarnos que busque otras compañías en desmedro de todo lo que estamos dispuestos a hacer por dar nuestra comprensión y ayuda.

El malestar de quien se siente desplazado es razonable porque el amor propio siempre es (y debe ser) superior al amor al prójimo.

Nuestro ser querido en dificultades se beneficiaría si pudiéramos moderar los celos que nos produce su búsqueda de apoyo en personas que quizá lo comprendan mejor.

Los inevitables e hirientes celos pueden lastimar menos si logramos entender que así funciona normalmente nuestra psiquis. Por eso, lo más que podemos hacer es disminuir nuestro dolor y aceptar que algo de molestia es inevitable.

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