domingo, 20 de junio de 2010

Si con caldo te vas curando ...

Imagine a alguien que padece dolor de cabeza bastante a menudo, pero que se alivia fácilmente con un calmante. Por eso, siempre lleva unos cuantos consigo, para tomarlos cuando haga falta.

Se encuentra con alguien que, enterado de esta situación, le dice que lo mejor sería que averiguara cuál es la verdadera causa de ese malestar, antes que estar tomando calmantes que sólo quitan el síntoma pero no el motivo real.

Uno de cada 16.000 personas (aproximadamente), dejará de tomar el calmante y concurrirá a quienes puedan averiguar cuál es la causa de esos dolores.

Las otras 15.999 personas (aproximadamente), harán oídos sordos a esa sugerencia-recomendación-consejo, y seguirán tomando el calmante cada vez que las circunstancias lo requieran.

Veamos otro asunto para finalmente volver al de los dolores de cabeza.

Si alguien le dice a cualquier ciudadano, que los delincuentes no son culpables de su conducta porque están determinados por una parte de su psiquis que está fuera de control (inconsciente), pero que, sin embargo, sí deben ser considerados responsables de sus actos para que la sociedad no se vea injustamente perjudicada por la acción de sus integrantes, la reacción esperada será muy clara.

Uno de cada 16.000 ciudadanos (aproximadamente), dirá a todo que sí y reconocerá que el resarcimiento de una responsabilidad incumplida es más terapéutico que castigador.

Los 15.999 ciudadanos restantes (aproximadamente), seguirán buscando la forma de culpabilizar a los delincuentes, para luego aplicarles un castigo que cumpla la doble función de «pagar la deuda con la sociedad» y «servir de escarmiento» para que otros ciudadanos se cuiden de cometer un delito.

En suma: quien tiene un dolor de cabeza y se calma con un analgésico, procurará seguir usándolo y el que sufre por causa de la delincuencia, pero se calma culpabilizando y castigando, seguirá haciéndolo.

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Podemos tapar el dedo con el sol

El encandilamiento es una pérdida de la sensación visual, producida por un exceso de luminosidad.

Nuestros cinco sentidos funcionan dentro de cierto rango de estímulos. Si estos son demasiado débiles o demasiado intensos, perdemos la capacidad de registrar la sensación.

Fuera de los cinco sentidos, ocurren cosas parecidas y mencionaré una de ellas.

Si estamos interactuando en un grupo de personas (estudio, trabajo, familia), las sensaciones desagradables pueden llegar a ocultar a todas las demás.

La reacción natural, nos lleva a suponer que «en ese lugar no podemos seguir estando», porque nos hace daño, nos perturba, nos enferma.

La respuesta adaptativa más usada por todos es apartarnos, dar un paso al costado, renunciar, huir.

Cuando esa renuncia nos permite retomar la normalidad que habíamos perdido, notamos que en aquel grupo humano ocurrían cosas tan agradables como para extrañar su ausencia.

A partir de constatar que añoramos las circunstancias que abandonamos por insoportables, nos invade la convicción de que cometimos un error.

Comienzan entonces las auto-recriminaciones y reaparece el malestar que quisimos evitar, ahora provocado por el arrepentimiento.

Estos dolorosos acontecimientos ocurren porque no nos conocemos lo suficiente.

Cuando estuvimos padeciendo una situación que nos pareció insoportable, seguramente hicimos lo único que podíamos hacer: apartarnos.

A nivel psíquico, también ocurre algo parecido al encandilamiento: un estímulo excesivo nos impide registrar la existencia de otras sensaciones.

Sin embargo, aquello realmente sucedió, corríamos el riesgo de enfermarnos, sólo que al desaparecer el factor más irritante, aparecen otras percepciones que también existían, pero que no pudimos disfrutar.

Los casos típicos ocurren en relaciones laborales, conyugales, deportivas, políticas, religiosas. O sea: en cualquier interacción que incluya un factor excesivamente molesto (encandilante, abrumador).

Si luego sufrimos de arrepentimiento, es porque olvidamos las causas que justificaron la decisión.

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«¡Me gustas tanto que te comería!»

Estamos casi todos de acuerdo en que la sonrisa es un fuerte atractivo en la expresión facial de las personas.

Las imágenes muestras las sonrisas de Julia Roberts y de Tom Cruise.

Fueron elegidas porque sus caras se ajustan a las preferencias estéticas de una mayoría de occidentales.

Recurrentemente repito ciertas cosas porque me parece que están en el centro de nuestra psiquis.

Una de ellas es que los humanos necesitamos amor, aceptación, reconocimiento (1).

Con menos frecuencia les he comentado que tenemos miedo a nuestro deseo (2).

En esencia, tememos que por satisfacerlo, seamos víctimas de una trampa, de un castigo (para quienes poseen deseos prohibidos), o de consecuencias dolorosas (orgánicas o morales).

Si tenemos deseos y miedo al deseo, vivimos en conflicto, tenemos dudas a veces inespecíficas, difusas, como si estuviéramos amenazados por enemigos invisibles.

En estas circunstancias nos angustiamos, tenemos ansiedad, padecemos nerviosismo, insomnio, desinterés sexual, trastornos en la alimentación, alteraciones del humor, decaimiento, y varios otros síntomas igualmente molestos.

No solamente los síntomas son de por sí incómodos, sino que la incertidumbre sobre su causa es otro factor irritante.

Algo que podemos pensar es que el mayor problema está en que nuestro deseo es autodestructivo y por eso, nos tememos.

Ese fantasma que nos amenaza, somos nosotros mismos.

Comencé este comentario con atractivas sonrisas porque, algo que podría pensar, es que esa expresión facial, ese gesto tan atractivo, no es más que un gesto de que somos aceptados al punto de que desearían comernos.

La exhibición de la dentadura, es amable porque el resto de la cara (ojos, cejas, nariz, frente) se muestra amigable, pero es legítimo suponer que nuestro deseo de ser amados, reconocidos y aceptados, es tan grande, que nos halaga hasta el mortífero ofrecimiento de ser devorados.

(1) «Arrésteme sargento»

(2) El miedo al deseo

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miércoles, 9 de junio de 2010

Deseo besarte o practicar equitación

Tantos artículos publicados sobre las molestias del vivir, terminaron conformando este blog con el lacónico nombre de Vivir duele.

En ese sitio, encontrará explicaciones más o menos racionales, —aunque todas psicoanalíticas—, sobre los motivos y justificaciones para que tengamos que sentir molestias o dolores, para seguir vivos.

Ahora les haré un comentario sobre la diferencia que existe entre necesidad y deseo, porque ambos provocan incomodidad y placer.

El hambre es la necesidad más conocida y fácil de explicar.

Cada cierta cantidad de horas, sentimos una molestia estomacal que se calma comiendo. Cuando empezamos a comer, cierta molestia diferente, nos anuncia que deberemos parar de comer (saciedad).

El deseo es menos conocido y es más difícil de explicar.

Me animaría a decirle otra cosa: nuestro lenguaje parece ser pobre para explicar el deseo y eficiente para explicar las necesidades.

Pero, por el motivo que sea, trataré de balbucear una descripción del deseo.

El deseo es una fuerza constante, (a diferencia de las necesidades que aparecen y desaparecen).

El deseo no se satisface con algo específico (como la necesidad de comer o beber). Esa fuerza constante nos impulsa para estudiar arte barroco y sin haber empezado con este emprendimiento, nos surge el anhelo de cambiar el auto o de llamar a nuestro padre para decirle cuánto lo queremos.

El deseo no se manifiesta en órganos específicos como el hambre, la sed o la necesidad de descansar. Parece estimularnos cualquier parte del cuerpo e inclusive, ninguna.

Y lo que resulta más perturbador: el deseo es insaciable.

La típica imagen del burro que persigue una zanahoria, lo representa bien.

También es una buena comparación lo de «piedra en el zapato».

Comenzar a satisfacer el deseo, produce placer, pero la saciedad sólo se logra falleciendo.

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