sábado, 2 de marzo de 2013

La búsqueda de un dictador




Muchos ciudadanos sabotean la libertad y la democracia porque, sin saberlo, necesitan un régimen que los vigile para sentir que existen.

Entre tantas particularidades que nos identifican está la sensibilidad al dolor y al placer: Algunas personas disfrutan con pequeños estímulos gratificantes y otros necesitan grandes dosis.

Otra particularidad, similar a la anterior pero menos conocida, es la que refiere a cuántas señales necesita cada uno para sentir que existe.

Por ejemplo, un artista que conoció el éxito puede sentirse al borde de la muerte cuando ya nadie le pide autógrafos y, por el contrario, quien ha pasado muchos años en la soledad de una cárcel o en el ostracismo de un convento, puede quedar al borde de un infarto si cuando visita a su familia es rodeado por diez personas que le dan una bienvenida muy ruidosa.

Otra particularidad, similar a las anteriores pero que es menos conocida porque nos resistimos a creer en ella, refiere a cómo desearíamos vivir en un régimen antidemocrático, policíaco, represivo, controlador, persecutorio.

Tanto nos oponemos a creer que somos capaces de preferir una dictadura, que nos indignamos cuando circulan rumores sobre algún tipo de control estatal sobre nuestra identidad, hábitos, patrimonio.

Una de las peores características del psicoanálisis es la de permitir que los analizantes se sientan en libertad de decir lo que piensan, sin interponerle censura alguna, aceptándolos como son.

¿Por qué ocurre esto de rechazar la libertad aunque, golpeándonos el pecho, luchamos por ella?

Como dije más arriba, no todos tenemos la misma sensibilidad ante las señales necesarias para sentir que existimos.

Para muchas personas es muy tranquilizador saber que la policía controla sus llamadas telefónicas, que les abre la correspondencia, que vigila con quienes se reúnen, porque necesitan que alguien reconozca su existencia dándole señales en dosis muy altas.

(Este es el Artículo Nº 1.825)

La envidia por desinformación

 
Muchas personas creen que si tuvieran dinero suficiente dejarían de sufrir. Por eso envidian y odian a los ricos erróneamente.

«La Naturaleza nos provoca dolor y placer para que el "fenómeno vida" no pare», dice el lema de un blog (1) donde se alojan varios artículos que he redactado sobre los dolores inevitables.

En síntesis, esos artículos tratan de explicar por qué «vivir duele». Parecería ser que la vida no tiene nada de mágico, como piensan quienes creen en el espíritu, el alma y demás explicaciones místicas sobre la Naturaleza.

Dentro de mi concepción materialista de los acontecimientos que observamos, el dolor y el placer son estímulos movilizantes, que nos llevan a apartar la mano del fuego para no perderla y que nos llevan a disfrutar de las relaciones sexuales para conservar la especie.

Pero nuestra fisiología incluye conductas sociales, actorales y políticas. Algo en nuestro cuerpo nos permite comunicarnos, simular y disimular.

Si bien nuestro cuerpo genera un ruido capaz de movilizar a varias personas y que solo se detiene cuando alguien «le da de comer a ese pequeño que no para de llorar», también es capaz de simular un llanto movilizante para inspirar lástima y activar a varias personas para que nos ayuden,... aún cuando podríamos valernos por nosotros mismos.

Es en estas comunicaciones entre adultos que podemos encontrar falsedades, manipulaciones, conductas extorsivas, que son propias de nuestra especie pero que nos hemos puesto de acuerdo en condenar por malignas, indecentes, tóxicas.

La envidia también es un dolor provocado porque quien la padece no soporta un bienestar ajeno al que no puede acceder.

Ese bienestar puede ser real o imaginado.

Muchas personas creen que los ricos no sufren porque el dinero todo lo calma.

Por eso suponen que están sufriendo porque no son ricas, entonces los envidian erróneamente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.802)


El empleador es el enemigo equivocado




Los asalariados atacan su fuente laboral pues creen que el empleador es el único responsable de sus penurias economías.

El estado de ánimo predominante cuando tenemos problemas económicos forma parte del problema.

Parecería ser que los sentimientos próximos a la desesperación se confabulan, conspiran, impidiéndonos salir de tan penosas circunstancias.

La habitual inteligencia con la que contamos para resolver problemas ajenos, se ausenta justamente cuando la necesitamos para resolver dificultades propias.

No solamente nos sentimos preocupados sino también alarmados porque observamos confundidos que aquella facilidad que teníamos para gastar dinero no funciona al revés: ganar dinero es realmente difícil.

La falta de simetría entre las acciones de gastar y las de ganar nos confunden, nos debilitan, nos refuerzan los sentimientos de inseguridad porque nuestra cabeza deja de funcionar en el peor momento, cuando más la necesitamos.

Este tipo de dificultades las padecen tanto los asalariados como quienes se ganan el sustento laborando por cuenta propia, trabajando solos o con personal contratado.

Todos padecemos estas dificultades, todos tenemos un cerebro más o menos parecido, todos gastamos con facilidad y ganamos dinero con increíbles dificultades.

Empleados y empleadores se angustian, sufren, buscan soluciones para aliviar estos dolores.

Lo que pueden ser diferentes son las circunstancias, pues no es lo mismo buscar soluciones enfrentándose al mercado, (como tienen que hacerlo los empleadores), a buscar soluciones que solo parecen estar en manos del empresario empleador.

Cuando el empresario-empleador se enfrenta a un mercado compuesto por múltiples agentes económicos, no puede contar con el alivio de culpabilizar a otros de sus problemas, en tanto estos son muchos y muy variados: competidores, políticas de gobierno, oficinas recaudadoras de impuestos, sindicatos, baja productividad de los trabajadores.

Los empleados, al culpabilizar de su infortunio a una sola persona (el empleador), se perjudican atacando a su fuente de trabajo.

(Este es el Artículo Nº 1.788)