domingo, 7 de julio de 2013

Lo sabios aman al ser humano imperfecto



 
Los sabios en realidad no existen. Lo que sí existen son personas que aman al ser humano imperfecto.

A una persona con experiencia se la reconoce porque ha desarrollado la habilidad para saber la medida justa de cada cosa.

Por ejemplo: sabe cuánto se le puede exigir a una máquina, sabe qué puede esperar de sus hijos, sabe cuándo un dolor propio es peligroso y cuando es un simple malestar pasajero.

Por el contrario, quien tiene nociones teóricas porque lo leyó en algún libro o se lo contaron en alguna universidad, seguramente será un despilfarrador de oportunidades. Si, por precaución, no espera lo máximo de cada cosa o persona, tratará de pedir lo menos posible a sus colaboradores, dejará de usar una máquina apenas suba un poco la temperatura del gabinete, pedirá ser internado de urgencia si se siente un poco mareado.

En el caso opuesto, quien tiene nociones teóricas porque lo leyó en algún libro o se lo contaron en alguna universidad, seguramente será un despilfarrador de oportunidades si, por ignorancia y descuido, abusa de los objetos o de las personas, hace pedidos exagerados, funde los motores o fallecerá en su domicilio por no pedir asistencia oportunamente.

¿Existe alguna manera de ser sabio? Sí.

Esa manera consiste en actuar tratando de hacer las cosas bien en un primer intento, no sorprenderse ni escandalizarse si algo o todo sale mal, abandonar la arrogancia de auto flagelarse como si estuviera sobreentendido que nunca fallaría, revisar los procedimientos para detectar qué hizo mal y tratar de mejorarlo, admitir que podrá equivocarse varias veces más.

Los sabios en realidad no existen como uno se los imagina (gente que lo sabe todo); lo que sí existen son personas con gran tolerancia a la frustración, con orgullo moderado, que aman al ser humano imperfecto.

(Este es el Artículo Nº 1.945)

El hambre del triunfador



 
Las personas que triunfan porque tienen lo necesario para vivir dignamente, lo son porque realmente sienten hambre y angustia.

«La mentira tiene patas cortas», dice el refrán y parece que es cierto, aunque también es cierto que esas patas cortas pueden moverse a gran velocidad y desempeñarse con particular eficacia.

Siempre oímos y leemos que las personas que triunfan son personas que disponen de una gran fuerza de voluntad.

No paro de gritar a los cuatro vientos: «Querer NO es poder». No es verdad que podemos mentirnos y salir airosos.

¿Por qué digo «mentirnos»? Porque lo que realmente nos da energía, audacia e ingenio, no es la voluntad sino la necesidad auténtica, el deseo mortificante, la penuria lacerante, la escasez angustiante, el hambre que nos corroe las entrañas, la desesperación que nos impide dormir.

Cuando alguien propone el «voluntarismo», está proponiendo la solución imaginaria, la misma que lo lleva a suponer que «Dios proveerá», que «No hay mal que por bien no venta», que «Ya vendrán tiempos mejores», que «Después de siete años de vacas flacas siguen siete años de vacas gordas».

Por supuesto que podemos engañarnos. Lo hacemos todo el tiempo. Cuando creemos en seres mágicos que vendrán en nuestra ayuda (dioses, santos, vírgenes, animales totémicos, conjuros omnipotentes), cuando suponemos que todo es fácil, cuando imaginamos que existen semejantes a nosotros que han encontrado una fórmula para vivir sin esforzarse, para pasar todo el tiempo riéndose, para nunca sentir dolores, que encontraron la receta para acertar a la lotería, cuando pensamos que todo eso existe, nos estamos engañando como a niños.

Las personas que triunfan, esto es: que tienen lo necesario para vivir dignamente, aunque no les sobre nada ni vivan en una palacio rodeados de sirvientes y lujo, esas son personas triunfadoras porque realmente sienten hambre y angustia.

(Este es el Artículo Nº 1.926)

La culpa electrifica a los explotados



 
En la cultura capitalista estamos «culpabilizados» y «manijeados» para sentirnos mal si no somos consumistas, endeudados, afiliados, es decir: explotados.

Según nuestro diccionario de español, en psicología se denomina «culpa» a la

«Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.»

Según nuestro diccionario de español, en derecho se denomina «responsabilidad» a la

«Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente».

Resumo: nos sentimos culpables cuando tenemos que enfrentar las consecuencias de algo que hicimos o dejamos de hacer.

La «culpa» (pecado, error, falta, yerro, desliz, caída, tropiezo, lapso) duele, el dolor nos activa en proporción a su intensidad (más dolor, más actividad) y cuando un ser humano aplica su energía, trabaja..., algo que muchos humanos saben administrar en beneficio propio y que otros definen como explotación del trabajador.

Si tuve la suerte de ser claro en lo que acabo de escribir, podemos simplificar la situación con una metáfora: quien logre culpabilizar a un ser humano estará haciendo algo parecido a lo que hace quien conecta a la electricidad un artefacto eléctrico para después usarlo.

Claro que darle electricidad a un motor es algo fácil de ver y entender, pero no es tan fácil darse cuenta cuando alguien está culpabilizando a otro para aprovecharse de él.

Según nuestro diccionario de español, en Argentina y Uruguay, coloquialmente se dice que «manija» significa:

«Influencia que alguien intenta ejercer sobre otra persona para incitarla a pensar o a actuar de cierta manera. Pedro DA manija a Juan.»

Como vemos la metáfora popular conserva la tecnología anterior a la electricidad: la manija.

En la cultura capitalista vigente estamos «culpabilizados» y «manijeados» para sentirnos mal (¿avergonzados?) si no somos consumistas, compradores compulsivos, despilfarradores de dinero, endeudados, afiliados, es decir: explotados.

     
(Este es el Artículo Nº 1.923)

Cómo neciamente encarecemos nuestra vida



 
Vivir tiene un «costo mínimo» que encarecemos cuando neciamente pretendemos evadirlo imaginando culpables quienes, al ser acusados, nos agreden.

La representación gráfica del burrito que camina porque persigue una zanahoria que se aleja porque está atada a él mismo, explica muy bien cómo funciona el deseo insaciable.

Quienes se sienten incómodos con la insaciabilidad del deseo no deberían perder de vista que el deseo se cancela solo definitivamente, en forma irreversible, mediante la muerte.

Por lo tanto es necesario conocer cómo funciona nuestro sistema de energía psíquica que nos mantiene con vida siempre que sea generada por el incombustible deseo.

La dificultad para entendernos en este sentido es la necesidad de ser coherentes.

Efectivamente, la coherencia irrestricta nos enceguece para algunos conceptos que están en franca contradicción con otras ideas que damos por ciertas.

La incoherencia que necesitamos aceptar como válida es que para poder seguir viviendo tenemos que estar molestos al mismo tiempo que hacemos todos los intentos posibles para dejar de estar molestos.

En términos muy infantiles, es algo así como el juego de tirar una pelota hacia arriba con la intención de que se quede flotando en el aire, ver cómo insistentemente cae, e intentarlo una vez más ..., hasta que nos quedemos sin fuerza para seguir tirándola, o sea, para seguir viviendo.

Dicho de otro modo: aunque no parezca coherente, el fenómeno vida del que dependemos para seguir vivos, (valga la redundancia), depende de una tarea insistentemente frustrante.

Por estos motivos es que padecemos un malestar insoslayable, inevitable. Tenemos que pagar un «costo mínimo» por estar vivos, y este costo es en forma de dolor, insatisfacción, ansiedad, malestar inespecífico, malhumor.

El «costo mínimo» aumenta cuando neciamente pretendemos evadirlo, cuando imaginamos que otros son culpables de nuestro malestar, los acusamos, se defienden y aumentamos el «costo mínimo».

(Este es el Artículo Nº 1.918)

Trabajar justifica pecar



 
Algunas personas entienden que si trabajan porque Adán y Eva pecaron, sería lógico cometer pecados propios para justificar el castigo.

En el Diccionario de la Real Academia Española se dice que, entre otras definiciones de la palabra «trabajo», deben incluirse:

8. m. Dificultad, impedimento o perjuicio.
9. m. Penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz.

Excepto cuando nuestro cuerpo se encuentra sin energía, porque está cansado, enfermo o envejecido, el trabajo no tiene estas connotaciones dolorosas. Por el contrario, suele ser divertido y se lo extraña cuando no lo tenemos (fines de semana, feriados, jubilación, vacaciones, desocupación, huelga).

Sin embargo, las culturas que han sido influidas por los dichos del Antiguo Testamento de la Biblia, tienen motivos para estar sugestionados al punto de considerar que el cansancio por exceso de trabajo o el aburrimiento por exceso de rutina, son en realidad una condena que, según la leyenda del Génesis, Dios le impuso al ser humano porque, a instancia de una víbora, se nos ocurrió comer una fruta que había sido prohibida por el mismo que nos castigó.

Analizando la ignominiosa desproporción entre la falta y el castigo hay quienes dicen que Dios se convertía en víbora para descansar y que fue Él mismo quien, para probar la obediencia de los humanos, los tentó al pecado.

Quienes dan crédito a esta leyenda bíblica pueden verse particularmente agobiados por el trabajo pues, en vez de entenderlo como algo divertido que puede llegar a cansarnos y aburrirnos, lo consideran un castigo injusto porque, como es lógico, nadie se solidariza con la supuesta transgresión de Adán y Eva.

Por estos motivos es razonable pensar que unas cuantas personas entiendan que si están pagando una culpa que no tuvieron ahora pueden cometer transgresiones, faltas o pecados que por lo menos las hagan merecedoras del castigo laboral.

 
(Este es el Artículo Nº 1.917)