jueves, 23 de diciembre de 2010

La conmovedora Teleomisión del Estado

En otro artículo (1) les comentaba que dentro de nuestra psiquis tenemos una funcionalidad que se encarga de vigilarnos y darnos órdenes como si fuera un juez-policía.

Se parece a un mecanismo cibernético en tanto se trata de un dispositivo mental que autocontrola y autorregula, como ocurre con la cisterna que descarga agua en una letrina (retrete, wáter, excusado) y luego se recarga sin desbordarse.

El superyó entonces es un mecanismo cibernético, que nuestra sociedad nos configura (mediante el sistema educativo, las enseñanzas familiares, la presión social) para convertirnos en buenos ciudadanos (honestos, generosos, solidarios, respetuosos, cumplidores, puntuales).

La humanidad, a través de los siglos, viene abandonando la violencia física para utilizar la violencia psicológica y económica.

Lo que sí se mantiene es la violencia.

Mi hipótesis es que la humanidad, si bien reconoce la existencia del cuerpo, aún piensa que la psiquis es algo inmaterial, abstracto, espiritual, trascendente, inmortal, indestructible, eterno.

Como aún no hemos encontrado la fórmula para organizar la convivencia prescindiendo de la violencia, estamos en la etapa en la que apelamos a la disminución del daño.

Entonces, cuidamos de no provocar dolor físico, de no lastimar, de no causar moretones, pero predomina la propaganda en la que se nos convence de que estamos rodeados de peligros y que unos pocos —y costosos— ciudadanos saben cómo salvarnos (médicos, psicólogos, religiosos, dietistas, profesores de educación física, cementerios privados, empresas de acompañamiento).

La mundialmente conocida Teletón (o Telemaratón), nos golpea legalmente en nuestro superyó, mostrándonos el sufrimiento, la invalidez, la deformidad, de niños y el consiguiente padecer de sus padres que cargan con esa mortificante desgracia.

Como nuestro superyó fue configurado para ser solidario, la Teletón nos obliga violentamente a pagar-donar dinero, asegurando así el lucro de los organizadores y la omisión del Estado que desprotege a los más vulnerables.

(1) Violencia amorosa

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Los psicosomáticos dolores del parto

Hay un conjunto de creencias que nos arruinan la vida, pero atención: nuestra vida depende del sufrimiento.

Efectivamente, el fenómeno natural «vida» cuenta con las acciones que realizamos para aliviarnos del hambre, del cansancio, de la evacuación de los desechos digestivos, del deseo sexual.

Una de esas creencias ruinosas dice que estamos formados por una parte física, que se puede tocar (tangible), más otra parte espiritual, que no se puede tocar (intangible).

A esta creencia se la denomina dualismo cartesiano porque hemos elegido al filósofo francés René Descartes (1596-1650) como su inventor o descubridor, a pesar de que muchos pensaron lo mismo, pero necesitábamos un abanderado para darle mayor fuerza, difusión y credibilidad a la idea.

Como les comento en algunos artículos (1), las creencias tienen una fortísima influencia en lo que percibimos. Casi podríamos decir que no vemos de afuera hacia adentro sino exactamente al revés: lo que no creemos, no lo percibimos.

Otra creencia muy arraigada entre nosotros es que, si bien podríamos aceptar que somos animales, no solo somos diferentes sino que además somos los mejores, los más perfectos.

Esta idea es tan ridícula como la que sostienen algunos de nosotros de que somos los más bellos, los más inteligentes o los infalibles.

Con estas premisas, podemos ir pensando que los dolores de parto son una respuesta psicosomática que, en lo esencial, es patológica.

En otras palabras, no es necesario que el parto sea penoso. La naturaleza puede perfectamente terminar el proceso de gestación sin que las mujeres sufran.

Efectivamente, las hembras de estos animales, pueden ser fecundadas por un macho, luego pueden gestar sin la ayuda de nadie (parientes, médicos, enfermeras), y parir sin dolor ni asistencia.

Claro que, como Dios dijo «parirás con dolor», ¿quién se anima a desobedecerle?

(1) La obediencia debida
Nos comportamos como perros y gatos
La inteligencia es optativa

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¡Hola! ¿Cómo te va?

Las formas de saludarnos tienen varios puntos de interés, de los cuales sólo mencionaré algunos.

Etimológicamente, «salud» se vincula con estar sano y también con estar salvado, conservado, viviente.

Cuando alguien exclama ¡Salud!, está saludando, vinculándose, comunicándose con un semejante.

Las necesidades son las carencias que surgen por los consumos que demandan las funciones metabólicas. Necesitamos reponer agua, calorías, vitaminas, minerales y también necesitamos descansar, reproducirnos, aliviar nuestros dolores.

Los deseos son las carencias más inespecíficas y que pueden mutar, sustituirse, su insatisfacción no compromete la sobrevivencia y pueden postergarse.

Las necesidades están estimuladas por el instinto de conservación (comer, dormir, fornicar) y los deseos están estimulados por el instinto gregario porque lo único que deseamos es ser deseados.

Esto que semeja un juego de palabras, parece difícil pero —después de entenderlo— es muy sencillo:

Como es imprescindible que mi mamá me cuide (porque soy vulnerable como todo ser humano) y, en lo posible, prefiero que no haga otra cosa, quiero que ella desee cuidarme, que para ella sea un placer enorme, que no pueda dejar de cuidarme. Quiero que sea fanática de mí, que no deje de mirarme. Por eso lo que deseo es que ella me desee.

Claro que a mi mamá le pasa lo mismo. Ella está muy contenta conmigo porque se sabe fuertemente deseada por mí, pero también anhela ser deseada por mi padre, por mis hermanos, por sus padres, por sus amigas.

Entonces, mi mamá desea ser deseada.

El instinto gregario se manifiesta así: sentimos en nuestra psiquis un vacío (una falta, una carencia) que nos angustia y este es el deseo. Nos ocurre a todos.

El saludo es un gesto con el cual expresamos nuestro deseo de ser deseados (contenido, incluidos): miramos, oímos, apretamos su mano, lo/a abrazamos, lo/a besamos, fornicamos, lo/a recordamos.

Artículos vinculados:

El deseo del cachorro
Soy una cosita adorable
Los antojos son sagrados

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