martes, 31 de agosto de 2010

Los humanos, no inspiramos tanta humildad como Dios

El apremio físico (tortura, acoso, persecución), es un procedimiento casi infalible para doblegar la voluntad de cualquier ser humano.

La crueldad, utilizada para extraer información, para imponer un mandato, para provocar una conducta determinada, es efectiva.

Sin embargo, cuenta con el indignado repudio de todos quienes no se benefician de esos resultados.

En otras palabras, si una familia compuesta por excelentes ciudadanos, padece el rapto de uno de sus integrantes y sabe que la policía tiene en su dominio a quien posee información sustantiva para rescatar a la víctima, estará de acuerdo con aplicar cualquier método para salvar al familiar.

Por el contrario, el resto de los ciudadanos, exigirá que los interrogatorios se realicen con absoluto apego a los criterios humanitarios, esto es, respetando estrictamente los derechos humanos más abarcativos y exigentes.

Esta duplicidad de nuestra moral, no solamente le quita seriedad sino que ratifica sin lugar a dudas que no podemos confiar excesivamente en nuestro discernimiento y menos aún, en la solidez de nuestra escala de valores.

Tengo serias sospechas que me orientan a pensar que muchas personas adolecen carencias materiales por exceso de soberbia, arrogancia, engreimiento.

En otro artículo (1) propuse tener en cuenta la confusión que en este sentido puede provocarnos la doble significación del vocablo «humilde», pues tanto significa «pobre» como «sumiso» (dúctil, obediente, manso).

Cuando la naturaleza nos impone dolores tan intensos que se parecen a esa tortura que (bajo ciertas condiciones) repudiamos, nuestro orgullo se desploma y caemos de rodillas pidiéndole al Todopoderoso (Dios) que nos ayude.

Rogar un alivio es (lingüísticamente) dejar de lado la a-rrogancia (no rogar).

Pero ni bajo el apremio de una tortura abandonamos nuestro excesivo orgullo, porque somos humildes ante un personaje imaginado como Todopoderoso, pero no podríamos serlo con nuestro cliente, para ofrecerle (servirle) lo que él desea.

(1) Los dos significados de «humildad»

Artículos vinculados:

Yo deseo, tu deseas, ... todos deseamos
El dinero se evapora como el alcohol

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Gana quien hace más gole$

Pensemos en la comparación de dos situaciones aparentemente iguales.

Tenemos a una persona que está construyendo una pared, durante una hora, gastando mil calorías, y muy cerca de ahí, otra persona, está construyendo una pared idéntica, durante el mismo tiempo, con el mismo consumo de calorías.

¿Por qué uno está trabajando y el otro está jugando?

Según algunos pensadores, trabajar es realizar cosas por necesidad y jugar es hacer cosas por exceso de energía.

Trabajar requiere estar presionado por la necesidad (hambre, frío, deudas) y jugar es un modo de aliviarse, descargando energías excesivas.

Esta distinción parece interesante y digna de ser compartida contigo.

Si establecemos una relación entre trabajar-jugar-pobreza-riqueza, vemos que estas condiciones están en estado latente antes de que se manifiesten.

Quien produce porque se alivia moviéndose, haciendo ejercicio, pensando, es probable que llegue a generar utilidades mayores que alguien —en similares condiciones de arranque—, que no tiene energía en exceso, pero que está presionado, estimulado, atacado por la angustia que le causan las carencias.

Aquellos que tienen la suerte de tener un cuerpo (me refiero al cuerpo generador de fenómenos visibles y no visibles [pensamiento, creatividad]) lleno de vitalidad, activo, fuerte, resistente a la fatiga, con un alto umbral de tolerancia al dolor, ubicado en una sociedad capitalista, posee las mejores condiciones para enriquecerse ... o al menos, para no padecer carencias indignantes.

Por el contrario, quienes carecen de esa fortuna (fortaleza), están expuestos a sufrir las consecuencias inherentes a realizar movimientos, esfuerzos, tomar decisiones, soportar el estrés, bajo protesta, amenazados, violentados.

Estos puntos de vista coinciden con la definición de trabajo, cuyo origen como vocablo refiere a un instrumento de suplicio (1).

En suma: Quienes tienen energía de más, tienen dinero de más porque producen para aliviar el exceso, compitiendo con actitud deportiva, jugando.

(1) Me gusta más porque no me gusta

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«Los ricos ¿son incestuosos inimputables?»

Me referiré a las tribulaciones filosóficas a las que se ven enfrentadas algunas personas. No todas: sólo algunas.

Primera interrogante del niño: «¿Seguiré vivo o moriré?»

Primera respuesta a la primera pregunta: «Lo que me preocupa es no sufrir».

Segunda interrogante del niño: «¿Cómo hago para no sufrir?»

Segunda respuesta a la segunda pregunta: «Los adultos son tan poderosos que no sufren. Para no sufrir, tengo que ser como «ellos»».

El niño, enfrentado a esta preocupación —cuya gravedad e importancia es igual o mayor que la que puedan sentir algunos por una tercera guerra mundial—, trata de tranquilizarse inventando hipótesis, construyéndose creencia con los conocimientos que tiene y la capacidad inventiva que le tocó en suerte (talento).

Cuando piensa en «ellos», primero se refiere a los padres, pero a medida que va creciendo —y constata que crecer no disminuye la exposición al dolor—, comienza a pensar que no es la adultez, sino la estatura.

Una vez confirmado que tampoco es la estatura, piensa que lo que realmente evita el dolor, es el poder económico. Entonces piensa: «Tener dinero es la clave para no sufrir».

«El talismán (objeto mágico, amuleto, fetiche) que «nos libra de todo mal», es el dinero».

Y con esta conclusión, observa que ese instrumento (el dinero calmante de todo mal) es el que le ha dado al padre el poder suficiente para resolver el problema más apremiante: acostarse con la madre … pero eso es imposible por la misteriosa, sigilosa y ominosa, prohibición del incesto.

Acostarse juntos, como hacen «los que tienen dinero» (los padres), es lo más deseado, pero él corre mucho riesgo de sufrir un castigo.

En suma: (este grupo de hombres y mujeres, piensa que) … la solución para evitar el dolor, es privarse tanto del dinero como del deseo (incestuoso).

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El último examen

Es posible pensar que cualquier estímulo penoso que recibamos, está puesto ahí por la naturaleza, ya que el proceso evolutivo de millones de años de cada especie, ha generado ese dispositivo para conservar el fenómeno vida según nuestra anatomía y fisiología.

También corresponde tener presente que la naturaleza no tiene consideraciones humanas, como por ejemplo, «tratemos de que los padres de familia no fallezcan cuando sus hijos aún sos pequeños», «las personas más meritorias deben vivir mejor» o «este genocida que ha matado a millones de personas, tiene que morir cuanto antes».

Estas ideas son humanas, generadas por el particular aprecio que sentimos por nosotros mismos.

Las ideas de «principio», «causa» y «fin», son proyecciones de nuestras propias características, como son «haber nacido», «haber sido gestados por el coito entre un hombre y una mujer» y que «algún día moriremos».

El universo bien puede ser algo totalmente distinto, que exista y funcione con características propias, como por ejemplo que no tenga ni un comienzo, ni un creador ni un final.

Los malestares que padecemos los humanos, es probable que estén puestos ahí para estimularnos —como digo en varios artículos publicados en este blog—, pero también para confirmar que nuestro organismo está en condiciones de seguir sosteniendo el fenómeno vida o que, por el contrario, debe degradarse (morir, descomponerse, volver a depositar en la tierra los minerales que lo componen).

También es posible pensar que el deterioro de nuestra respuesta orgánica, es causa de una mayor demanda de estímulos penosos para lograr los mismos resultados que obteníamos con un organismo más reactivo, joven, fuerte, saludable, y es por esto que, cuanto más ancianos somos, más dolorosos son los padecimientos naturales para conservar el fenómeno vida.

Morir, es entonces, no superar una prueba (examen) vital.

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Unos contra otros a favor de todos

En otro artículo (1) comparaba el funcionamiento de una sociedad organizada con un organismo humano, haciendo especial hincapié en los recursos que cada ciudadano-célula necesitan para desempeñar el rol social o biológico (respectivamente) que tienen asignado.

Eso me lleva a pensar que la cantidad de riqueza está mal distribuida tanto en la sociedad como en la biología.

Y ahora digo que el error está en el adjetivo «mal».

Si en nuestra filosofía consideramos que algo está mal, seguramente estaremos pensando que eso se opone a nuestra existencia como individuos o como especie.

En otras palabras, dado que para los seres vivos no existe otra misión (2) que la de conservarse individual y colectivamente, entonces está mal (merece ese adjetivo) todo lo que de una u otra manera pueda constituir un obstáculo para el mejor desempeño de esa única misión.

Es posible agregar otro ingrediente a esta reflexión que comparto con usted.

Ese fenómeno vida depende de los estímulos agradables y desagradables que nos impone y ofrece la naturaleza.

Tanto el dolor como el placer, nos ponen en movimiento para realizar tareas que, si no las hiciéramos, dejaríamos de vivir (comer, evacuar, descansar, reproducirnos).

Estas ideas, tomadas como premisas válidas, nos permiten suponer que para que ocurra lo único que realmente importa (vivir),

1º) todos necesitamos recursos materiales (alimentos, abrigo, dinero);

2º) dados nuestros roles biológicos, sociales, naturales, algunos necesitan (consiguen y tienen) más recursos que otros (riqueza);

3º) estas diferencias de patrimonio entre unos y otros, causa indignación en muchas personas;

4º) la indignación proviene de interpretar como mala esa despareja distribución de los bienes terrenales;

5º) esa indignación genera malestares personales y colectivos;

6º) el malestar es necesario para que el fenómeno vida no se detenga;

Conclusión: la lucha entre pobres y ricos, felizmente molesta y es natural.

(1) El injusto proveedor sanguíneo

(2) Ver Blog La única misión


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Doctor: ¡hágame mimos!

Encontré tantas ideas que fundamentan la hipótesis de que el fenómeno vida depende de que los usuarios del mismo (los seres vivos), sintamos dolor y placer, que creé el blog Vivir duele, que ustedes pueden visitar si el tema les interesara.

La industria de los proveedores de salud, maneja recursos económicos muy grandes.

En ella están los laboratorios farmacéuticos, los médicos, los fabricantes de aparatología médica, las empresas de prestaciones pre-pagas, los laboratorios de análisis clínicos, y una larga lista de otros agentes económicos cuyos ingresos dependen de «vender salud».

Los trabajadores (empresarios, inversionistas, profesionales, empleados) cuyos ingresos económicos dependen de esta rama de actividad, tienen las características, creencias y prejuicios, propios de cualquier otra persona.

Mi propuesta de que el fenómeno vida depende del dolor y del placer, es aceptada por muy pocas personas.

Por lo tanto, si cualquier ciudadano concurre a un trabajador de la salud quejándose de que tiene un dolor, malestar o preocupación que le incomoda, ninguno de los dos evaluará la situación desde mi punto de vista (la normalidad de los malestares), sino que establecerán un vínculo terapéutico para solucionar el problema.

Es probable que la batería de anestésicos de que dispone la medicina, logre aplacar las molestias (¡por estar vivo!) que trajo el paciente a la consulta.

Me inclinaría a pensar que eso es perjudicial, porque la sensación penosa está ahí para provocar algún cambio en nuestra vida, pero con un calmante, desactivaremos el estímulo natural para buscar y modificar lo que nos afecta.

Además del alivio, otro placer se agregará al acto médico: todo indica que cualquier demanda (pedido), es de amor.

Los humanos seguimos necesitando ser atendidos, observados, mirados, palpados, mimados, aún después de la niñez y de la adolescencia.

El aspecto afectivo de la consulta, sí es saludable.

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lunes, 9 de agosto de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

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Me gusta más porque no me gusta

El Deseo S.A., presentó la película dirigida por Pedro Almodóvar y actuada por Victoria Abril y Antonio Banderas, titulada Átame.

Como el título lo indica —y el nombre de la empresa distribuidora no es casual—, en esta tragi-comedia, un ex-paciente psiquiátrico se empecina en lograr el amor de una actriz pornográfica.

Raptarla y atarla a una cama, son algunas de sus técnicas amatorias, que, como corresponde a una película comercial, terminan siendo exitosas.

Ella, primero lo rechaza, luego lo acepta y termina amándolo.

Inmovilizar al partenaire sexual es una práctica que suele ser bastante excitante para ambos y notoriamente implica una técnica de sometimiento sado-masoquista.

Nuestro deseo es temible porque puede «pedirnos» cosas peligrosas, dolorosas, vergonzosas, pero cuando lo satisfacemos, nos retribuye con generosidad.

Todos conocemos lo atractivo de algunas prohibiciones.

Con dos palos cruzados formando una X más un tercero usado para mantenerla vertical, se formaba un instrumento de tortura.

Brazos y piernas eran atados por los romanos a cada extremo de la X y con el otro, se lo ponía en exhibición para que otros lo vieran, para que la víctima sufriera terribles dolores y eventualmente, para armar una hoguera debajo y terminar con su vida.

El nombre de este instrumento es tripalium, es decir: tres palos.

De ese instrumento de tortura deriva el vocablo (también en latín) tripaliare, del cual hoy tenemos el verbo trabajar.

Hay consenso en que el trabajo es penoso, sacrificado y generador de víctimas.

Pero es probable que esta universal deducción etimológica, se quede en la superficie y no logre integrar algo más profundo aunque menos evidente.

El placer por el sometimiento lo verificamos en las restricciones placenteras que imponen ciertas relaciones amorosas o laborales, muy intensas y apasionadas, que muchos disfrutan o desearían disfrutar.

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El derroche laxante

Días pasados les comentaba que, observado el tema de la pobreza patológica desde otro punto de vista, es posible concluir que la energía que nos mueve, nos mantiene activos y yo diría, a salvo de la odiosa depresión anímica, proviene de las carencias, de lo que nos falta, de lo que tenemos que conseguir.

Anteriormente les había hecho algunos comentarios con referencia a los huecos (agujeros) (2).

Si asociamos ambos artículos, podemos resumir que uno de los malestares que nos (con)mueven, es la sensación de carencia, ausencia, vacío y que, es a partir de esta molestia, que somos estimulados para hacer cosas, para buscar soluciones a nuestro malestar, y —en definitiva—, para producir, crear, transformar la realidad.

Vamos a suponer —como hipótesis de trabajo— que los seres humanos somos todos iguales, es decir, que todos necesitamos la misma cantidad de energía para movilizarnos, para cumplir con la lógica de la naturaleza de la que depende el fenómeno vida.

Si esa cantidad de energía depende de nuestras carencias movilizadoras (estimulantes, provocadoras, dolorosas), podemos decir —continuando con la misma hipótesis de trabajo— que, en condiciones ideales, todos deberíamos tener la misma carencia, la misma sensación de vacío, un agujero (símbolo de nuestras necesidades y deseos), de un mismo tamaño.

¿Qué les ocurre a los ricos? Que tienen un agujero de menor tamaño. En términos vulgares —y obvios— tienen una carencia menor. Tienen el agujero obstruido, achicado, empequeñecido, rellenado, tapado.

Los elementos obstructivos, no solamente son monetarios sino también en términos de seguridad.

Por eso, es de ricos, gastar fortunas en comprar riesgo (póquer, deportes extremos, conocer lugares exóticos).

En suma: los ricos gastan mucho dinero para desobstruir el agujero que les da energía. Gastar en estos casos, es aliviarse, desintoxicarse, estimularse, desobstruirse.

Podríamos hablar entonces de riqueza patológica.

(1) Mi mejor posesión, es lo que me falta

(2) Los agujeros: patrimonio de la humanidad

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El arte de decir «NO»

En un artículo de reciente publicación (1), el razonamiento desarrollado me llevó a la conclusión de que funcionamos mejor cuando estamos con demasiado trabajo, porque cuando no tenemos suficientes ocupaciones, padecemos uno de los castigos más agresivos que reciben los presidiarios: el aburrimiento, la inactividad, la sensación de que las horas son eternas.

Este punto de vista está vinculado con otro que he mencionado reiteradas veces y es que la naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que sigamos vivos el mayor tiempo posible.

Por esto, tenemos que asumir resignadamente que no existe la felicidad permanente fuera de nuestra imaginación más optimista.

Lo que sí existen son maravillosos aunque fugaces momentos de placer, ubicados al final de los momentos penosos, esforzados, exigidos.

Somos felices cuando superamos un desafío, cuando termina una jornada laboral, cuando podemos darnos una ducha, practicar nuestro deporte favorito, hacer el amor, tener una conversación agradable, ¡y la lista es muy extensa!

Por lo tanto, si partimos del supuesto de que las molestias son inevitables —porque de ellas depende que sigamos vivos—, seguiremos buscando la forma de aliviarnos, pues eso es lo que necesita la naturaleza para conservarnos vivos.

También podemos concluir que, ante las dos opciones de tener mucho trabajo o poco trabajo, es preferible tener de más y no tener de menos (porque se convierte en un castigo).

Podemos concluir que:

1º) es acertado ser muy participativo;
2º) desarrollar destrezas útiles para la mayor cantidad de gente posible;
3º) publicitar nuestras destrezas (oficio, profesión, arte);
4º) ofrecer nuestra colaboración; y
5º) encontrar la manera de negarnos con simpatía, a realizar lo que exceda nuestras posibilidades de cumplimiento.

En suma: el objetivo es conseguir demasiado trabajo, pero hacer lo justo para no sentirnos mal, desarrollando el arte de decir «NO».


(1) Lo bueno que parece malo



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Cabalgar sobre las olas

¿Qué es tener salud mental?

Algunas respuestas son:

— estar feliz la mayor parte del tiempo;

— poseer la capacidad de actuar con acierto;

— ser exitoso (tener amigos, salud física, dinero suficiente).

Acepto que esas pueden ser buenas respuestas.

En este blog me dedico a reflexionar sobre la pobreza patológica, es decir, el estado de carencia material indeseado, el que genera síntomas dolorosos en quien la padece.

Es la pobreza contra la que se realizan infructuosas acciones para evitarla.

Los alcohólicos padecen una dificultad de salud que suele superarse apelando a un recurso que da resultado muy pocas veces, esto es, la voluntad reforzada por un trabajo de equipo.

Como estos equipos suelen ser organizados por congregaciones religiosas, conocemos la idea central expresada con su estilo característico.

La plegaria dice: «Dios, dame coraje para soportar la circunstancias inevitables, fuerza para transformar las modificables y sabiduría para diferenciarlas».

Es probable que la intención manifestada por este clamor, incluya los elementos esenciales de la salud mental.

La idea contiene una combinación de recursos psicológicos.

Incluye la actitud combativa, reivindicativa, revolucionaria, arriesgada, disciplinada, agresiva, para transformar la realidad.

Incluye la actitud tolerante, resignada, prudente, conservadora, ahorrativa, precavida, juiciosa, paciente, para aceptar lo inevitable.

E incluye la suerte.

El pedido que le hace el religioso a su Dios, no es otra cosa que la suerte de los laicos.

La realidad tiene su propia dinámica y esta está tan fuera de nuestro control, como los fenómenos naturales (viento, lluvia, sismos).

La exposición al tercer factor (suerte), debe ser tomada con nuestra actitud tolerante, resignada, prudente.

En suma: Contamos con salud mental, cuando podemos acompañar los vaivenes de la suerte que nos toca, como el jinete que se acomoda a cada movimiento del caballo o el marino a cada movimiento de su nave, sin dejar de conducirlos.

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