lunes, 17 de mayo de 2010

La domesticación de los instintos

Vivir no es fácil y así debe ser porque el fenómeno químico llamado «vida» depende de los permanentes cambios del organismo que transitoriamente (porque todos son mortales) la sustenta.

Ésta sería una explicación de por qué sentimos dolor que nos estimula a buscar alivio. Tenemos dolor por el hambre y buscamos comida para calmar el hambre.

En varios artículos (1) he estado comentando recientemente que padecemos una contrariedad entre el egoísmo que nos exige el instinto de conservación y el altruismo que nos exige la sociedad en la que vivimos.

Pero las molestias de la cultura no paran ahí. Son muchas más pero sólo me referiré a dos de ellas.

Una se refiere a la heterosexualidad: se nos ha dicho que tenemos que ser heterosexuales y que no debemos ser ni homosexuales ni bisexuales.

Hasta donde he podido apreciar, nuestra especie al menos (y quizás otras pero carezco de información) es de ejemplares bisexuales. Ambos géneros deseamos sexualmente a hombres y mujeres aunque una mayoría de personas deseamos más al sexo opuesto.

Otra se refiere a la monogamia: se nos ha dicho que tenemos que formar parejas con una sola persona con exclusión de todas las demás.

Hasta donde he podido apreciar, nuestra especie al menos (y seguramente casi todas las demás hasta donde sé) es de ejemplares polígamos.

Estas tres condiciones culturales (altruismo, heterosexualidad y monogamia) son necesarias para la organización de nuestras colectividades pero es conveniente saber que las aspiraciones que se le oponen (egoísmo, bisexualidad y poligamia) no son defectos de quienes las tienen sino simple emergencia de lo que es nuestra condición humana.

La imagen evoca el arte taurino como alegoría en la cual el ser humano intenta matar a su instinto (representado por el toro) con elegancia.


(1) Yo y tu
Mi amigo el policía


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