domingo, 8 de mayo de 2011

Feliz Día de los Perjudicados

Todo rol que no cuente con su «día de ……» puede estar tranquilo de que su situación social es privilegiada y potencialmente abusadora de aquellos roles que sí son homenajeados.

Hoy es 1º de mayo y en muchos países hispanoparlantes se conmemora el Día de los Trabajadores.

Varias veces he hablado de la metonimia (1) y de sus efectos devastadores en la comprensión de la realidad.

Con metonimia quiero referirme a esa locura por la que generalizamos disparatadamente.

Por ejemplo, gran parte del dolor que siente quien pierde un examen está causado por este defecto, ya que su mente lo llevará a pensar que no es capaz de estudiar, de salvar un examen, de alcanzar algún objetivo.

El ejemplo contrario también existe: si alguien tiene un acierto, es probable —aunque en menor grado y frecuencia— que se considere un genio.

La pobreza seguramente es un fenómeno multicausal sin embargo tendemos a suponer que está causada por la avaricia de los ricos o por la incapacidad y corrupción de los gobernantes o por la indolencia de los mismos pobres.

En suma: la metonimia nos lleva a suponer que los pobres son víctimas de uno o varios culpables, que a su vez sobornan a quienes deberían hacer justicia, y todo termina en una truculenta confabulación contra los pobres pobres (adjetivo + sustantivo).

Si existe un día para conmemorar, exaltar, honrar a los trabajadores, estamos siendo guiados por una actitud metonímica que en los hechos —y como no podía ser de otra manera— perjudica el razonamiento y a los mismos trabajadores.

En los hechos, festejar «el día de ……», nos está imponiendo el abandono, abuso o desprecio de ese homenajeado durante los 364 días restantes.

Por eso no existen «el día del hombre», «el día del millonario», «el día del gobernante», etc.

Referentes de metonimia:

(1) Las opiniones universales son imaginarias

Wikipedia

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El autocastigo tranquilizador

El autocastigo, el asumir culpas injustamente e intentar pagar por ellas, aporta el beneficio de imaginar que podemos controlar el azar, los accidentes casuales y en definitiva, las pérdidas y la muerte sorpresivas.

Otras veces he mencionado (1) que los humanos tenemos algunas características que el mismo sentido común se encarga de ocultar.

Dicho de otra forma, cuando nuestro inconsciente quiere gozar clandestinamente, se las ingenia para que la conciencia vea el acto placentero como desafortunado (enfermedad, pérdida, dolor). El sujeto no puede creer que algo de él lo provocó.

En esta línea son bastante conocidos los actos fallidos y ya muchas personas han incorporado a su sentido común que si algo imprevisto me impide visitar a mi madre ... es porque en el fondo de mi corazón no quería verla ... aunque el mismo sentido común insista en decir «¿cómo piensas que no desearías ver a tu mamá, con lo mucho que la quieres?».

También han ganado popularidad los lapsus. Si alguien dice «Nos hemos preocupado de proteger la contaminación...», seguramente quiso decir todo lo contrario pero su inconsciente fue más sincero y lo obligó a confesar la verdad.

Algo menos conocido es por qué nos resulta placentero y conveniente asumir culpas que objetivamente no nos corresponden.

Por ejemplo, si somos asaltados por un maleante, en pleno duelo por la conmoción que nos provocó el incidente, se nos ocurre decir con tono severo «yo no tendría que haber pasado por ahí», «fui imprudente, es mi culpa», «no me explico cómo tengo este tipo de descuidos».

El beneficio está en que de esa manera la víctima puede construir la hipótesis de que su ocasional mala suerte está bajo control y gana en tranquilidad (alivia la angustia) imaginando que no volverá a ocurrirle.

Este alivio lo obtiene al costo de auto-culparse injustamente.

(1) Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

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La delincuencia y sus atenuantes

Los guerrilleros son técnicamente delincuentes comunes que también deben ser juzgados considerando la intención que los anima para exponerse a las condenas más severas.

Los humanos queremos vivir en libertad aunque evitando sus efectos indeseables, esto es, queremos vivir en libertad sin hacernos responsables de las consecuencias que pudieran tener nuestras libres decisiones.

Cuando hablamos de libertad, debemos incluir genéricamente las restricciones a nuestro bienestar.

Por lo tanto, luchamos por sentirnos libres de presiones, limitaciones, dolores, carencias.

Los niños de muy poca edad manifiestan con energía su rechazo a las molestias.

— Cuando no saben de dónde proviene la causa del malestar, lloran.

— Cuando creen que sus tutores son la causa del malestar, intentan combatirla utilizando los escasos recursos de que disponen (incontinencia fecal o urinaria, anorexia, romper objetos, ensuciar, desobedecer, golpear, morder, etc.).

A lo largo de nuestras vidas continuamos con esta actitud, adaptándola a las circunstancias que nos tocan en suerte.

— Si vivimos en una sociedad donde está autorizada la libertad de expresión, haremos manifestaciones, huelgas, golpearemos cacerolas.

— Si vivimos en una sociedad donde no está autorizada la libertad de expresión, tramitaremos la agresividad y la frustración como podamos, alentados por la esperanza de que «ya vendrán tiempos mejores».

La rebelión de los pueblos oprimidos por la estrechez económica suele estar liderada por alguien que los convence de que, si lo obedecen ciegamente, él les devolverá la libertad que los actuales detentores del poder le robaron.

La propuesta es fácil de comprender porque todos recordamos qué sentimos cuando en nuestra infancia fuimos injustamente tratados por los adultos.

La vulnerabilidad infantil nos permitió apelar al criterio de que «el fin justifica los medios» y la réplica que encontramos en la guerra de guerrillas, no es otra cosa que delincuencia inescrupulosa por falta de recursos que permitan acciones reivindicativas más honestas.

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Celamos a quien represente a nuestra madre

El amor que inspira celos es imaginario. Celamos a alguien que representa a nuestra madre y que parece tan imprescindible como lo fue ella.

Quizá todos los seres vivos somos, en mayor o menor medida, gregarios, sociales, amigables.

Los humanos somos tan débiles que si no nos juntamos las posibilidades de perecer aumentan.

«Los celos son un sentimiento» … me llama la atención porque varias cosas son una sola. Utilizamos la palabra «celo» en plural para terminar diciendo que son «un sentimiento».

Pero esto es algo que ahora no me interesa tanto como lo que sigue.

El principal ingrediente de los celos es el miedo al abandono. Lo que sentimos por la otra persona se convierte en un insumo vital, sin el cual podríamos morir.

Todo hace pensar que cuando nos vinculamos muy especialmente con alguien, lo que estamos haciendo es repetir (reeditar) aquel primer amor que sentimos por nuestra madre, sin la cual realmente habríamos muerto.

Desde este punto de vista el amor es un simple error. Si el temor a perder la compañía de nuestro ser más querido surge porque imaginamos que es aquel primer amor (mamá), nada de este sentimiento y de este vínculo tiene mucho sentido.

Sin embargo el dolor es real, los celos mortifican, pueden arruinarle la vida a quien los padece. Alegar que se trata de un error, de una imaginación, de una equivocación, no alivia ni resuelve nada.

Quizá sería más efectivo aceptar que la percepción de realidad que tiene nuestra psiquis es precaria, defectuosa, poco confiable.

Si aceptáramos esto, es coherente:

— no creernos dueños de alguna verdad,

— suponer que si los demás parecen equivocados, quizá no merezcan una condena muy severa, y

— aliviar el dolor de nuestros celos recordando que nuestro ser amado es sólo un/a representante de mamá.

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Revaloricemos la mentira

La mentira tiene mala fama, popularmente es condenada, nadie confiesa ser mentiroso, aunque en los hechos es solicitada por la supuesta víctima.

Suele ser una criterio inteligente, bienvenido y aceptado que los especialistas en ciencias políticas y los historiadores reconocidos como confiables, engañen a la población para beneficiarla.

A nivel menos colectivo, todos estamos de acuerdo con las falsas expectativas que habitualmente generan los médicos.

Para confundir mejor nuestra moral y sentido común, nos resulta muy difícil darnos cuenta que las víctimas de la mentira son muchas menos de las que aparentan.

Efectivamente, tanto a nivel de poblaciones como de paciente, estamos pidiendo que nos mientan, porque intuimos con razón, que

— conocer la «verdad» nos causaría gran dolor y preocupación;

— este gran dolor y preocupación no tendría ningún beneficio porque en la mayoría de las circunstancias perjudiciales y penosas, es poco o nada lo que podemos hacer para impedirlas;

— evitamos recibir la verdad para no cargar con la responsabilidad que ella nos impone. Bajo el pretexto de la ignorancia podemos evadir costos, esfuerzos, riesgos;

— otro beneficio que tenemos cuando un gobernante o un médico nos mienten y nos damos cuenta, es que indirectamente nos autoriza a que actuemos de igual forma bajo la consigna «Si ellos lo hacen, por qué yo no». Todos tenemos experiencia sobre cuánto puede ayudarnos omitir ciertas confesiones;

— mentir también es saludable para conservar los vínculos cuando inteligentemente los vinculados saben que están permitidos los maquillajes de la realidad, el uso moderado de la falsedad, la diplomacia no académica y silvestre cuya intención sea beneficiar la convivencia.

En definitiva, ya tenemos suficientes motivos para decir que cuando recibimos datos falsos de gobernantes, médicos o seres queridos, lo que en realidad están haciendo es no defraudarnos.

En suma: Existen las mentiras piadosas y también las generosas, complacientes.

Artículos vinculados:

Mejor no me lo digan

La sinceridad de inmerecido prestigio

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Las apreturas económicas y los abrazos

Las acciones de hablar y actuar parecen intercambiables. Muchas veces pensamos que decir y hacer es lo mismo. Por eso, alguien puede buscar las apreturas económicas cuando en realidad busca ser abrazado (apretado).

Copio y pego de Wikipedia:

«El sentido del tacto o mecanorrecepción es aquel que permite a los organismos percibir cualidades de los objetos y medios como la presión, temperatura, aspereza o suavidad, dureza, etc. En el ser humano se considera uno de los cinco sentidos básicos. El sentido del tacto se halla principalmente en la piel, órgano en el que se encuentran diferentes clases de receptores nerviosos que se encargan de transformar los distintos tipos de estímulos del exterior en información susceptible de ser interpretada por el cerebro». (1)

Agrego que la piel es el órgano más grande del cuerpo cuya importancia no requiere ser fundamentada.

Me detendré en la relación que podemos constatar entre nuestra piel y las emociones. Más precisamente con los abrazos.

La presión que recibe nuestro cuerpo en los abrazos y en las relaciones sexuales, es generalmente placentera.

Somos muchos los que preferimos un apretón de manos firme a uno fláccido. Podemos llegar a imaginar que una mano floja, desvitalizada, apática, denota desinterés o falsedad.

Por lo tanto es posible pensar que nuestro cuerpo presta especial atención a la presión que se ejerza sobre él, especialmente si es provocada por el cuerpo de un semejante.

El lenguaje utiliza la expresión «apreturas económicas» para referirse a la escasez de dinero.

Es oportuno recordar además que en otro artículo (2) les comentaba que el dolor puede generarnos placer sin que eso pueda diagnosticarse como masoquismo (incapacidad de excitarse sexualmente sin sentir dolor).

En suma: Es posible pensar que algunas personas buscan ser abrazadas tan sólo procurándose apreturas económicas (pobreza patológica).

(1) Wikipedia

(2) Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

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Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

Algunos problemas reiterados (pérdidas, accidentes, fracasos), tienen por causa un deseo de sufrir que nos cuesta imaginar y aceptar como propios.

Todos entendemos que el placer y el dolor son sensaciones opuestas, una deseable y la otra indeseable y que si está una no puede estar la otra.

Para nuestra inteligencia, placer y dolor son vivencias cualitativamente opuestas. Se excluyen.

Complementamos esta polarización diciendo que el placer es bueno y que el dolor es malo.

También pensamos otra cosa respecto a este tema: existe un conjunto de personas que patológicamente buscan sufrir. Son los llamados masoquistas.

La coherencia nos induce a pensar que un masoquista está enfermo porque una persona normal jamás desearía sufrir.

Con este conjunto de saberes, certezas o creencias, andamos por la vida suponiendo que repudiamos el dolor y que amamos el placer. Estas afirmaciones las realizamos con el énfasis que se merece cualquier convicción firme, indudable, categórica.

Por otro lado, ocurren otras cosas en nuestra vida que ni las sospechamos vinculadas con los asuntos del placer y del dolor.

Y acá sí ocurre algo que se parece mucho a un vicio, entendiendo por tal, una práctica que nos da un placer inmediato pero escasamente duradero y que al finalizar el efecto, sobreviene un cierto malestar (angustia, dolor de cabeza, agotamiento).

Otra característica infaltable en todo vicio es que el vicioso no puede abandonarlo voluntariamente, salvo escasas excepciones.

Creer que rechazamos enérgicamente el dolor puede ser el determinante para que ciertas circunstancias penosas que se nos repiten a lo largo de la vida (pérdidas, accidentes, fracasos), nunca dejen de ocurrir.

En suma: muchos humanos normales (no masoquistas), parecen enviciados con la obtención de ciertos sufrimientos, no pueden creerse capaces de esa preferencia y es por eso que las circunstancias proveedoras del anhelado dolor nunca dejan de ocurrir.

Artículos vinculados

Dolor sin masoquismo

El masoquismo

La pareja ideal

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