viernes, 31 de agosto de 2012

La inutilidad práctica del estudio




El fracaso escolar, masivo, alarmante, ocurre porque nadie sabe explicar a los estudiantes por qué tienen que aprender conocimientos claramente inútiles.

Para poder tomar vino, tenemos que sacarlo de su botella; para poder comer bananas tenemos que quitarles la cáscara y para poder aprovechar la energía de las nuevas generaciones, tenemos que sacarles todo el narcisismo posible.

El narcisismo es una especie de ceguera funcional. Aunque disponemos de los cinco sentidos desde muy pequeños, no empiezan a comunicarnos con el mundo exterior hasta muy tarde.

Seguramente existen personas que fallecen con cien años, que no lograron su máximo desarrollo cognitivo, es decir, todas las potencialidades de entender el cuerpo propio, el cuerpo de los demás y al resto de la naturaleza de la que formamos parte.

La filosofía predominante en nuestras culturas occidentales, apela a la violencia en gran medida. Hasta los más subdesarrollados saben aplicarla.

Cuando no logramos que el niño vea lo que está mirando, que oiga lo que está escuchando, tratamos de aumentar los estímulos correspondientes agregándoles algo de dolor (como si fuera un condimento): le pegamos, le gritamos, le privamos de lo que más desea.

Uno podría preguntarse: ¿Por qué a los niños y jóvenes les cuesta tanto interesarse por el entorno? ¿Por qué son tan malos estudiantes durante la escuela y el liceo?

Hasta donde puedo entender, hacen eso porque son realmente inteligentes, sanos, normales. Si no actuaran así, habría que dudar de ellos.

Un ser humano sano, inteligente y normal,

— le presta más atención a lo que más le gusta;
— responde a los estímulos específicos que necesita;
— es razonable y pregunta, pide explicaciones, negocia;
— se resiste al autoritarismo.

Nuestra cultura no puede explicar:

— por qué la prohibición del incesto (1);
— para qué hay que tener conocimientos de utilidad desconocida.

 
(Este es el Artículo Nº 1.664)

La influencia de lo «normal»




La palabra «normal» surge de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o no.

Decimos que algo es «normal» cuando, «por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano».

Hasta cierto punto nos estamos haciendo trampa cuando fijamos de antemano normas pretenciosas, ambiciosas, idealistas, caprichosas, autoritarias.

Por ejemplo: si usted y yo vivimos en una isla desierta y nos ponemos de acuerdo en que el clima ideal para ese lugar es «nublado pero sin lluvia», cada vez que se cumpla esa condición que caprichosamente hemos determinado usted y yo, «tendremos un clima normal».

Cuando la cantidad de personas afectadas por los criterios de «normalidad» aumenta, las consecuencias de ese vocablo aumentan.

¿Qué ocurre cuando por el motivo que sea, se nos ocurre pensar que lo «normal» es que los varones pacten con las mujeres, en grupos de a dos, una convivencia que recién finalice cuando fallezca uno de los dos?

Quienes acepten esa forma de «normalidad», estarán sometidos inevitablemente a buscar que eso ocurra y se verán dolorosamente frustrados cuando tengan que divorciarse antes de enviudar.

La incapacidad para criticar las «normas» de convivencia nos expone a recibir los beneficios de integrar un rebaño y los perjuicios de hacer lo que nuestra naturaleza no admite.

Dicho de otro modo: si alguien opta por cumplir estrictamente las tradiciones del colectivo al que pertenece, sabe que contará con la aprobación y protección de los líderes conservadores de esa cultura y sabe que contará con la reprobación y ataque de los líderes liberales (no conservadores) de esa cultura.

Cada uno se volcará hacia donde se sienta más cómodo y menos incómodo, o sea, con más ventajas y menos desventajas.

En suma: La palabra «normal» surge de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o no.

(Este es el Artículo Nº 1.658)

La costumbre de generalizar y la ignorancia


La ignorancia se expande como una epidemia entre quienes acostumbran «generalizar», pues suponen que los pocos conocimientos que poseen, son todos los conocimientos que pueden tener.

En un artículo anterior (1) les decía que me preocupa observar cómo a veces utilizamos la idea según la cual «cada parte representa al todo al cual pertenece», lo que en definitiva equivale a decir que cualquier molécula del universo, es como ese universo.

Dicho de otro modo, si pudiéramos analizar con suficiente profundidad cualquier molécula (de hierro, de zapallo, de un meteorito), estaríamos entendiendo todo el universo.

Por esta creencia es posible suponer que si aprendemos lo que haga falta, podremos saber absolutamente todo del estado actual del cuerpo entero de un ser humano, tan solo observando el iris (iridología o iriología) (3).

En el mencionado artículo comentaba sobre:

— la creencia en que cualquier parte de un todo da cuenta (informa, contiene, es idéntica) de ese todo al que pertenece la parte (pars pro toto); y también hacía mención a

— la metonimia, que es el formato lingüístico del pars pro toto.

Tenemos un tercer fenómeno, pariente de los dos mencionados. Me refiero a la acción de «generalizar» (2). Tomaré en cuenta la definición que dice: «Considerar y tratar de manera general cualquier punto o cuestión.»

Como vemos, esta acción consiste en ampliar lo particular, el dato concreto, la información sobre un detalle, al punto de convertirlo en la descripción de una totalidad. Por ejemplo: «Juan y Pedro son abogados. En esa familia todos lo son»; «Es la segunda vez que me dices una mentira: eres una persona falsa»; «Sentí el pinchazo de la vacuna. En ese lugar siempre provocan dolor».

La ignorancia se expande como una epidemia entre quienes acostumbran «generalizar», pues suponen que los pocos conocimientos que poseen, son todos los conocimientos que pueden tener.

     
(Este es el Artículo Nº 1.653)


La pobreza patológica y la delincuencia




La pobreza patológica existe porque somos vulnerables a la miseria que nos muestre un semejante para que lo ayudemos.

La pobreza patológica ocurre siempre en las clases socio-económicas más bajas, porque la condición patológica está dada por los costos que de esa condición recaen sobre otros ciudadanos.

Alguien puede vivir con la escasez o abundancia que prefiera, pero si lo hace a costa de alguna molestia injusta sobre otras personas, entonces el síntoma doloroso será lo que tipifica su condición de «enfermedad».

En general, entendemos que una enfermedad es aquella donde tenemos un aquejado que padece un malestar. El sufrimiento indeseado del enfermo es lo que lo anima a trabajar para curarse y es en esa tarea que el enfermo realiza, donde eventualmente podemos colaborar si él nos lo pide y nosotros estamos en condiciones de ayudarlo.

La sensibilidad de los humanos tiene algunas características determinantes para que, esas personas de bajos recursos, impongan, exijan, extraigan alguna colaboración del resto de la sociedad.

Esta exigencia es casi delictiva en tanto los pobres patológicos chantajean, extorsionan, coaccionan, para obtener los recursos que necesitan.

Por ejemplo: una característica humana que no podemos soslayar, es sentir daño moral, tristeza profunda, dolor en el alma, cuando vemos a niños desabrigados, sucios, hambrientos.

Esta mortificación es similar a la que sufrimos cuando alguien nos pincha con un puñal, nos amenaza con un revólver, nos tuerce un brazo con una llave de judo.

Por lo tanto, si alguien nos amenaza  con un arma para quitarnos dinero o nos muestra la miseria de sus hijos, nos extorsiona de una forma similar a si nos raptan a un ser querido y luego nos chantajean pidiendo un rescate.

En suma: la pobreza patológica existe porque somos vulnerables a la miseria que nos muestre un semejante para que lo ayudemos.

(Este es el Artículo Nº 1.633)

jueves, 2 de agosto de 2012

Las parejas hermafroditas



Las parejas en las que ambos cónyuges se atraen por las abundantes semejanzas, son menos creativas que las conflictivas.

Pensemos en las peripecias que tienen las personas que se unen para cumplir la única misión que tenemos: conservar la especie (1).

En una rápida descripción, me animo a proponer que existen dos categorías de potenciales cónyuges reproductivos:

1) Quienes desearían ser andróginos (hermafroditas), para tener hijos con sí mismos; y

2) Quienes desearían complementarse sexualmente con otra persona.

Quienes están alentados por la fantasía de ser autosuficientes, prescindiendo de otra persona que fertilice o sea fertilizada, están condenados al fracaso porque las personas hermafroditas, si bien poseen ambos sexos, por lo menos uno de ellos está atrofiado y no permite la auto-fecundación.

Como este obstáculo anatómico es insalvable, entonces esas personas tratan de vincularse con personas que, subjetivamente, parezcan idénticas, en los gustos, en el carácter, en las historias de vida. El atractivo se multiplica ante cada similitud y se enfría ante cada disenso.

Quienes desearían complementarse sexualmente con otra persona, se sienten muy atraídos por quienes nunca se ponen de acuerdo en casi nada. Si uno es ateo, el otro es católico; si uno disfruta de los postres el otro no prueba los alimentos dulces; si uno es sociable el otro parece ermitaño.

Me animo a proponer una breve definición: los del primer grupo desean cumplir la única misión, «ratificándose» y los segundos, desearían cumplirla «complementándose».

En un caso, los cónyuges se sienten perfectos, completos, muy serenos y en el segundo caso, los cónyuges se sienten imperfectos, incompletos, angustiados.

Como he mencionado en otros artículos (2), es casi un hecho que la naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para permitir que el fenómeno vida se interrumpa lo más tarde posible.

Las parejas hermafroditas prometen una convivencia poco reproductiva.

(1) Blog que concentra los artículos sobre La única misión
 
(2) Blog que concentra los artículos sobre el «fenómeno vida».
 
(Este es el Artículo Nº 1.645)

La pobreza patológica como autocastigo



La «pobreza patológica» podría constituir una forma de auto-agresividad provocada por la frustración de quienes desearían recuperar la etapa intrauterina.

Una lectora, que firma «Elena», ha hecho un comentario (1) que utilizo como referencia para este artículo.

Generalmente se dice que por «vínculo incestuoso» debe entenderse el vínculo sexual entre personas consanguíneas: padre con hija, entre hermanos, madre con hijo.

Sin embargo, he oído que algunos autores (no sé quiénes son) sostendrían que el único «vínculo incestuoso» es el que ocurre cuando el varón penetra vaginalmente a la madre.

¿Qué fundamentos existirían para restringir el concepto «vínculo incestuoso» al que ocurra entre una madre y su hijo varón?

Una explicación posible sería que por incesto deba entenderse el anhelo de volver al útero materno para recobrar de esa forma un bienestar nunca superado y que el inconsciente recuerda de la vida intrauterina.

Por este motivo los varones reintentarían en cada acto sexual volver al útero para recobrar aquel bienestar nunca superado y sólo cuando este intento se realizara con la madre biológica, correspondería hablar de «vínculo incestuoso».

Reconozco que me cuesta aceptar esta hipótesis porque conservo la creencia en que el vínculo incestuoso debería incluir el deseo femenino de copular con familiares, pero también asumo que estoy afectado por la proverbial dificultad humana para entendernos.

Una de las ideas que propone la mencionada lectora que firma «Elena», es que la «pobreza patológica» podría estar provocada por un intento de autocastigo  ante la imposibilidad material de volver a la vida intrauterina; la «bronca, dolor, rebeldía» provocadas por tan grande frustración inducirían a algunas personas a privarse del bienestar extrauterino, sin descartar que esos mismos sentimientos, derivados de la frustración, estimulen también reacciones antisociales que conduzcan a la delincuencia y a sus inevitables castigos que se sumarían a los auto-infligidos ya mencionados.

(1) Comentario de «Elena» en La causa más profunda de la delincuencia agregado el día 18 de julio de 2012.

(Este es el Artículo Nº 1.616)