lunes, 31 de diciembre de 2012

La historia se repite

   
No sé si es tan cierto que «la historia se repite» o más bien los escritores escriben viejas historias reformándolas apenas.

Mariana fue mi primer amor. En los recreos no jugaba con mis amigos con tal de mirarla. Me parece que alguna vez, confundido, hasta llegué a rezarle.

Tenía muchas amigas y un solo amigo... que no era yo, por supuesto.

La vida nos separó cuando mis padres se mudaron a otra ciudad.

Años después, me recibí de psicólogo, anduve en España haciendo cursos de especialización porque era mi creencia que un consultorio psicológico debía estar decorado por muchos títulos, certificados, diplomas, constancias y demás adornos.

Cuando volví a mi querida América Latina, los «papelitos» dieron resultado pues mi gusto por llamar la atención con falsos oropeles da resultado en casi todos lados.

La suerte me llevó a participar en programas de televisión y de radio con gran audiencia. Eso hizo que con muy poca experiencia clínica me convirtiera en el supervisor de varios colegas, seguramente encandilados por lo que creyeron cuando exageré mis méritos con singular descaro.

Ejerciendo esta función recibí a una colega, con más experiencia real que yo, pero con perfil notoriamente humilde, que trajo a la consulta un caso interesante.

Su paciente estaba angustiada por sentimientos de culpa muy realistas.

Ella tenía dos amantes que amaba por igual hasta que uno de ellos comenzó a practicarle rudos procedimientos que le marcaban la piel. Aunque lo toleró ligeramente complacida por el desenfreno pasional del «agresor», comenzó a preocuparse por las evidencias que podrían ser vistas por el otro amante.

Así ocurrió efectivamente, pero para su sorpresa, en vez de una escena de celos notó que los estigmas resultaron ser sexualmente excitantes, induciéndolo a provocar otras marcas aún más dolorosas y visibles.

La colega consultante interpretó que la paciente se había convertido en la pizarra donde dos hombres se enviaban mensajes.

La paciente comenzó a preocuparse por la escalada de violencia desatada contra su cuerpo, especialmente porque sentía que disfrutaba auto-destructivamente, cada vez más.

En sendas conversaciones con los amantes, la mujer se enteró de que eran hermanos. Para defender su integridad física procuró desplazar las prácticas sado-masoquistas al plano simbólico y logró que los hermanos supieran que estaban enamorados de la misma mujer y que los mensajes ahora dejarían de ser anónimos.

Los intensos remordimientos eran provocados porque ella confesó que prefería al hermano menor, ante lo cual el otro lo mató.

Para impresionar a mi colega, dije:

— Tal parece que su paciente hizo lo mismo que Dios cuando, al demostrar más interés por Abel, logró que Caín lo matara.

No pudo disimular lo impactante de mi interpretación. Seguramente mi fama crecería por sus comentarios entre los demás colegas.

Al irse, puso una cara inexplicable y mirándome a los ojos, me dijo:

— Supervisé este caso con usted porque la paciente es su angelical Mariana.

(Este es el Artículo Nº 1.779)


El dinero y el cuerpo





Es posible pensar que para algunas personas el contacto con dinero les perturba el funcionamiento corporal (alergia, p.e.).

Vamos a suponer que existe alguna persona que sabe lo que quiere, esto es, que se conoce y respeta su deseo porque no adhiere a los gustos ajenos, ni a las tradiciones, ni a los prejuicios, ni a los mitos, ni a lo que sus padres le enseñaron.

Esa persona, que no ignora lo que esperan de él,  solo oye lo que le pide su cuerpo. Si le pide helado de crema, trata de conseguirlo; si le pide ducharse, eso hará; si algunas personas le provocan malestar, dolor de cabeza, un nudo en la garganta y una difusa incomodidad estomacal, tratará de verlas lo menos posible, así se trate de personajes de trato obligatorio (padres, hermanos, etc.).

Este individuo es realmente especial porque muy pocas personas tienen tanta consideración para con su cuerpo (su deseo). La mayoría no lo respetamos tanto, por más que sea el único que tenemos y que nos tiene que funcionar bien el mayor tiempo posible.

Son pocas esas personas porque tenemos una actitud arrogante ante esta dependencia del cuerpo, de lo material, de lo terrenal. Preferimos ser despreciativos, descuidados, maleducados. Suponemos que solo los animales son tan realistas (como para cuidar su cuerpo), porque ellos son brutos, inferiores, ignorantes.

Una mayoría conserva el mejor vínculo con los demás semejantes y atiende a su cuerpo cuando no tiene más remedio, entregándoselo a veces irresponsablemente para que los trabajadores de la salud hagan las reparaciones que tengan que hacer, como si se tratara de un vehículo.

Planteo como hipótesis que si pudiéramos atender a nuestro cuerpo con mayor sensibilidad emocional, quizá encontraríamos que el dinero puede afectarnos orgánicamente, como si fuera un tóxico, una polución ambiental.

(Este es el Artículo Nº 1.760)

La ignorancia sin señal de alarma





Como la ignorancia no nos provoca dolor padecemos sus dañinas consecuencias sin que la Naturaleza nos lo advierta.

Si bien ignorar es en sí mismo una limitante para cualquiera que se proponga disfrutar de las oportunidades que están a nuestro alcance, lo más grave ocurre porque dentro de cualquier ignorancia siempre está el desconocimiento de lo que aun no sabemos.

Es tan obvio que resulta difícil de entender: desconocer qué es lo que ignoramos es tan grave como no saber si tenemos hambre, o sed, o necesidades de evacuar nuestros depósitos de residuos (intestino y vejiga).

La ignorancia no causa dolor, ni físico ni psicológico, y eso nos vuelve absolutamente indefensos ante su existencia. ¿Se imaginan qué sería de nosotros si careciéramos de sensores que nos indiquen que estamos apoyados sobre un hierro incandescente?

Percibimos algunos indicios de ignorancia cuando otro nos habla de algo desconocido como si fuera lo más natural; cuando escuchamos alguna noticia cuya comprensión depende de que conozcamos otros datos; cuando aplicamos un criterio que, tiempo después, reconocemos como ridículamente equivocado.

No deberíamos avergonzarnos de ignorar ni jactarnos de saber, aunque la ignorancia también es causante de estos sentimientos.

Muchas personas piensan que varones y mujeres deberíamos tener orgasmos por igual, a la vez que piensan que no tenerlos es una falla digna de ser solucionada.

Pues bien, la humanidad no sabe responder esta pregunta como tampoco sabe responder otras miles que aun no han sido formuladas, por lo que decía más arriba: cuando ignoramos no tenemos idea de cuánto desconocemos.

No solo la ignorancia genera más ignorancia sino que esto se agrava porque muchas personas tratan de convencernos de sus creencias fundamentalistas... que algún día la historia se encargará de ratificar o rectificar.

Opino que el cuerpo femenino no necesita tener orgasmos (1).

 
(Este es el Artículo Nº 1.778)

Trabajar como en la casa

   
Una ventaja de trabajar para el Estado está en que los mandos medios (jefes), por estar subordinados a otros jerarcas, tienen tan poco poder como la madre.

Si no nos damos cuenta que nos estamos divirtiendo tampoco nos daremos cuenta cuánto pagamos por la diversión, o más genéricamente, cuánto dejamos de ganar por pasarla bien.

Efectivamente, puede ocurrir que alguien no sepa cuánto se divierte, cuánto está atendiendo el insistente Principio de Placer que gobierna a nuestro inconsciente.

Por Principio de Placer puede entenderse la tendencia, en gran parte inconsciente, a buscar el placer y evitar el dolor.

Les propongo pensar en algo que puede pasarnos a todos, aunque solo en algunos funcionará como diré a continuación.

Un niño puede disfrutar en su infancia porque, si bien es amonestado y hasta castigado por su madre, nota que ella también se somete a un similar autoritarismo del esposo.

Parte de la gratificación del niño está en que puede fantasear una supuesta alianza entre él y la máxima autoridad (el padre), pues cuando se enoja con la madre por los rezongos y castigos que ella le propina, siente que la actitud del padre hacia ella equivale a una especie de venganza en el marco de una alianza nunca explicitada.

El bienestar podría resumirse en descalificar a la autoridad que lo gobierna: «Ella me da órdenes a mí pero otro le da órdenes a ella».

¿Por qué alguien puede quedarse a trabajar donde no le conviene, teniendo posibilidad de tener otra ocupación más rentable?

Es un caso típico de pobreza patológica.

Los empleos públicos son tradicionalmente mal pagados, pero sus funcionarios difícilmente quieran pasar al sector privado.

Además de una supuesta seguridad laboral, muchos trabajadores del estado se sienten como en su casa porque los jefes tienen tan poco poder como la madre.

(Este es el Artículo Nº 1.759)


La emoción de ganar sobre la hora



   
Los triunfos agónicos hacen las delicias de muchos. Para lograr una victoria sobre la hora, es preciso estar perdiendo...siempre.

Ganar por muchos goles no es tan emocionante como ganar en el último minuto después de ir perdiendo durante todo el partido.

Claro que un juego no es más que un juego, por lo menos cuando no hemos apostado a un cierto resultado todo el dinero que tenemos para vivir junto al resto de la familia.

La emoción, el peligro, la agonía y la salvación final son sensaciones maravillosas... para algunas personas, mientras que para otras es una situación desagradable, penosa, insufrible.

Además de ser aptos para disfrutar con el dolor que produce la angustia, lo cual ya nos está ubicando en una estructura sado-masoquista (1), también es necesaria la aptitud para creer en milagros y en fenómenos sobrenaturales, místicos, religiosos.

Los niños están naturalmente dotados de estas cualidades, especialmente porque su sistema nervioso aún no se ha desarrollado lo suficiente. Ellos aman los juegos, el riesgo, las explosiones ensordecedoras, las películas que aterrorizan, la fiesta de Halloween.

Tanto los niños como los adultos amantes de los triunfos sobre la hora, no solo disfrutan de la ocurrencia casual de estos estímulos sino que están dispuestos a propiciarlos para que ocurran.

En menor medida, todo juego de azar autorizado para mayores de 18 años incluye la posibilidad de participar en un acontecimiento legal, donde quizá tengan una sorpresa tan agradable como la de migrar a otra franja socioeconómica.

Salir de la pobreza repentinamente, es una expectativa tan maravillosa que perfectamente puede convertirse en un estilo de vida el participar en esos grandes sorteos pero asegurándose de ser siempre pobres, pues esta es una condición esencial para tener posibilidades de ascender.

Para disfrutar de los triunfos sobre la hora es imprescindible vivir perdiendo.

Algunas menciones del concepto «sado-masoquismo»:

       
(Este es el Artículo Nº 1.748)