martes, 3 de diciembre de 2013

El innecesario deseo del escritor

  
Quienes estudian un libro pueden intentar conocer el deseo del autor así como pretendieron conocer el deseo de su mamá.

Nuestra madre es un personaje tan imprescindible como angustiante.

Con ella aprendemos a amar.

Este sentimiento gregario tan fuerte, importante y que, si contamos con la suerte suficiente, sentiremos a lo largo de toda la vida, nos permite participar en vínculos personales con nuestros familiares, cónyuges, hijos, compañeros de trabajo, colegas.

No podemos dejar pasar la ocasión para agregar que el sentimiento de amor que nos inspiró nuestra madre y que tendremos por el resto de la vida, está íntimamente asociado a la conveniencia: amamos a nuestra madre porque ella nos resolvió oportunamente algo que nos causaba malestar (angustia, dolor, preocupación). Por lo tanto, siempre reaparecerá nuestro amor ante quienes nos provean calidad de vida emocional, tangible, práctica.

Con nuestra madre, no solo aprendemos a amar sino que también aprendemos qué se siente cuando queremos saber qué desea quien nos provee esa calidad de vida tan necesaria y que querríamos controlar.

Si la madre fuera un varón, quizá sería fácil saber qué quiere, pero la anatomía y la fisiología de ellas son tan complejas que intentar entenderlas es como intentar reparar un transbordador espacial contando solo con un destornillador y una pinza.

Cuando nos enfrentamos a un texto difícil de comprender, recaemos en aquella antigua incertidumbre y lo primero que se nos ocurre es tratar de interpretar qué fue lo que quiso decir el confuso escritor.

La tarea es correcta en el niño con su madre, pero incorrecta en el adulto. Este no tiene por qué averiguar qué quiso decir el autor sino que debería conformarse con autoobservar qué ideas le sugiere el texto. Sus propias ideas son las que le importan. Las que tuvo el autor ya no importan.

(Este es el Artículo Nº 2.096)


Los casados son más gobernables que los solteros

  
Es más fácil convencer a matrimonios que a ciudadanos solteros. Es la receta maquiavélica infalible, que defendemos como si nos beneficiara.

El instinto de conservación nos gobierna a nivel individual y también a nivel de especie. No solo cuidamos nuestra integridad física, sino que sentimos una fuerte vocación por tener por lo menos un hijo.

Las mujeres tienen estos instintos, (el de conservación individual y el de conservación de la especie), más desarrollados que los varones. Parece coherente que así sea: si ellas asumen el 80% del esfuerzo, significa que los varones nos encargamos del 20% restante. Si estos porcentajes fueran reales, podemos asegurar que ellas se esfuerzan cuatro veces más que nosotros (4 multiplicado por 20% = 80%).

La sobrecarga que ellas padecen está parcialmente compensada por un umbral de tolerancia al dolor más alto que el de los hombres. Por este motivo la percepción subjetiva de esfuerzo no conserva la proporción de 80 y 20, sino que ellas, no solamente buscan quedar embarazadas sino que, en muchos casos ayudan a los varones con todos los problemas que nos hacemos para cumplir este exiguo 20%.

Sin embargo, que hombres y mujeres vivamos en parejas no es más que una costumbre que a veces se ha convertido en obligatoria porque a los gobernantes les conviene que sus gobernados andemos de a dos porque así somos más débiles y gobernables.

Retomo un comentario que hice en otro artículo (1) sobre cómo el dualismo cartesiano, esa creencia casi universal de que los humanos somos la suma de un cuerpo y un espíritu, ha llegado hasta nuestros días como si fuera una verdad incuestionable, porque creyendo eso somos más débiles y gobernables.

Es más fácil convencer a matrimonios que a ciudadanos solteros. Es la receta maquiavélica (2) infalible, que defendemos como si nos beneficiara.



(Este es el Artículo Nº 2.092)


Aquel baile fatídico


Mariana no fue a aquel baile porque tenía ganas de bailar sino para acompañar a su mejor amiga, Lucía, que se había enamorado de un muchacho de pésimas referencias: Alberto Romero.

La acompañó a pesar de que su mamá, después de intensas averiguaciones con las vecinas, le dijo: «Mariana, mirame a los ojos: ¡No vayas!».

La muchacha ya había sentido otras veces esa brisa helada que la envolvía de pies a cabeza. Siempre había funcionado, pero ahora no funcionó. La amiga había llorado amargamente y necesitaba ir a ese lugar donde quizá se encontraría con Alberto.

Fueron, con la condición de que irían y volverían en un taxi pagado por el padre de Mariana. El lugar era tenebroso, de fama deplorable, pero Lucía era la mejor amiga y el llanto desesperado había calado muy hondo en los huesos de Mariana: “Acompañaría a mi amiga así fuera lo último que hiciera en la vida”, se dijo para sí misma, imaginando que se lo decía a la madre.

Alberto no fue. Lucía hizo preguntas y le contestaron con evasivas que la llenaron de preocupación y de más angustia. Pero sin embargo fue Ricardo Lemos, un muchacho delgado, de mirada esquiva, peinado con mucho fijador de aspecto húmedo.

Cuando Mariana lo vio creyó haber metido los dedos en un enchufe: se le contrajo el estómago, algo le paralizó las piernas. Lucía la golpeó levemente con el codo y le preguntó: «¿Qué te pasa, Mariana? ¿Te sentís bien? ¡Cerrá la boca que parecés una enferma!».

Mariana reaccionó, pero por poco tiempo porque Ricardo la invitó a bailar tomándola por la cintura y, sin palabras, llevándola hasta la pista.

Lucía ya no tuvo más a su compañera fiel y tuvo a una amiga atontada que no paraba de hablar de aquel hombre y que no paraba de decir que ya nada importaba en la vida, excepto él.

Por un tiempo, Mariana y Ricardo no se vieron hasta que recibió un mensaje de texto en el que le decían que él quería hablar urgentemente con ella.

Desde la cárcel, él le ordenó que fuera dispuesta a realizarle una visita conyugal cuando estuviera ovulando.

Por supuesto que Mariana fue. Los padres envejecieron visiblemente. Toda la familia cayó en un precipicio. No sabían qué hacer. Fueron consultados psiquíatras, adivinos y curanderas.

El primer embarazo lo abortó espontáneamente, pero los dos siguientes llegaron a término. Todos tenían que reconocer que los niños, (un varón y una nena), eran hermosos. También tenían que reconocer que Mariana estaba muy deteriorada por la miseria económica en la que había caído, pero que sus ojos eran dos soles radiantes de felicidad.

Hoy, doce años después de aquel baile fatídico, siguen juntos y ella tan enamorada como antes. Los padres fallecieron, quizá prematuramente, sumidos en el dolor, preguntándose qué hicieron mal.

A Mariana sólo le importa su familia, aunque el compañero casi nunca esté libre..., como tantos maridos demasiado trabajadores. Por suerte Lucía parece una amiga infalible.

 (Este es el Artículo Nº 2.090)


No siempre buscamos la comodidad

  
Por cómo buscamos enfrentar los problemas inherentes a gestar hijos, parece que no siempre rechazamos tener problemas y angustia.

Estaremos de acuerdo en que tener hijos, engendrarlos, gestarlos, parirlos, es un mandato natural. Estamos instintivamente predispuestos para realizar estas acciones.

Sabemos que estos emprendimientos, (tener hijos), nos someterán a realizar mucho esfuerzo, preocuparnos, privarnos de diversiones, quizá postergar definitivamente anhelos, pasaremos noches sin dormir, sentiremos angustia cuando demoran en llegar de sus paseos, diversiones o actividades.

Objetivamente, tener hijos es buscar, y encontrar, muchas molestias, incomodidades, insatisfacciones, frustraciones. La pregunta que surge sin que nadie la estimule es: ¿por qué los humanos nos metemos en estos emprendimientos que parecen ser tan inconvenientes?

La primera reacción de muchas personas suele ser de escándalo. La pregunta parece criticar negativamente una acción que cualquier cultura aprueba fervorosamente.

Aunque suene inadecuada es necesario formularla para poder seguir adelante.

Sin no nos hiciéramos esta pregunta no podríamos abordar la hipótesis según la cual los humanos no siempre buscamos el placer, la diversión, el alivio, el descanso, la ausencia de preocupaciones, el dormir todas las noches sin interrupción.

Estamos en condiciones de afirmar que los humanos también podemos disfrutar de toda esa cantidad de molestias que inevitablemente nos acarreará el fecundar hijos.

Más aún: la muerte de un hijo quizá provoque el dolor moral más terrible de los que podemos padecer. Por lo tanto, si perdemos esta fuente permanente de malestares, preocupaciones y angustias, estaremos peor que nunca.

Estas experiencias que tenemos con nuestros hijos, y que estoy resumiendo como la exposición a fuertes padecimientos anímicos que nunca desearíamos perder, pueden sugerirnos la hipótesis de que no solo en el caso de tener hijos buscamos malestares. Quizá busquemos inconvenientes, problemas y dificultades también en otras ocasiones.

No siempre rechazamos la angustia de la que tanto queremos alejarnos.

(Este es el Artículo Nº 2.086)


El cerebro se autoevalúa positivamente


Observemos que la opinión que tenemos sobre la confiabilidad de nuestros pensamientos es generada por el mismo cerebro que evaluamos.

¿Por qué es tan sencillo calmar un dolor corporal ingiriendo un calmante de venta libre y es casi imposible liberarnos de la angustia, la ansiedad, la incertidumbre?

Desde mi punto de vista, la mente humana no puede ver aquello en lo que no cree. Si no fuera porque creemos en la existencia de objetos tangibles, como es por ejemplo un jarrón lleno de flores, no veríamos los jarrones.

En otras palabras: vemos los jarrones porque creemos que existen objetos tangibles, fabricados por el ser humano o por la Naturaleza.

Cuando creemos que los humanos somos la suma de un cuerpo y un espíritu estamos condicionando nuestras actitudes suponiendo que el dualismo cartesiano es verdadero (1). Como los científicos son seres humanos, tan sometidos a las creencias como cualquier de nosotros, la industria farmacéutica ha encontrado soluciones para las dificultades somáticas y no ha encontrado soluciones para la parte intangible, espiritual.

No descartaría que el rezago tecnológico que padecen la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis obedezca a que, inconsciente o conscientemente, creemos en la existencia de un espíritu misterioso, mágico, celestial, místico, inaccesible, perteneciente a una realidad superior, a otro mundo.

Estamos en minoría quienes suponemos que el espíritu (alma) es una producción cerebral, una sensación subjetiva, un invento que se convalida por consenso, pues todos, de una u otra manera, tenemos un cerebro que segrega ese tipo de pensamientos, con tal intensidad que los homologamos, los consideramos verdaderos y dignos de ser integrados a nuestras decisiones.

Observemos que esa homologación, esa confirmación, es producida por el mismo órgano que evaluamos. Nuestro cerebro se convierte en juez y parte.

El cerebro dice que él piensa bien y que debemos creerle.




(Este es el Artículo Nº 2.085)


Somos pobres porque nos creemos endeudados


Cuando cuentan nuestra historia insisten con los detalles de los terribles dolores del parto, pero nunca mencionan cuanto gozaron gestándonos.

El escritor Hans Christian Andersen (Dinamarca, 1805-1875), escribió varios cuentos para niños, alguno de los cuales quizá usted conoce: El patito feo, La sirenita, El traje nuevo del emperador.

Escribió cuentos para niños y también para psicólogos que no aprendemos solo de Freud.

En El traje nuevo del emperador se cuenta que dos caraduras convencieron a un emperador y a sus asesores de que eran capaces de tejer una prenda visible solo para personas de buen corazón.

Los hábiles estafadores se instalaron en el palacio, pidieron mucho dinero para la compra de materiales, comieron y bebieron todo lo que pudieron, dieron tiempo al pueblo para que la noticia fuera ampliamente conocida y, cuando llegó el gran día, el emperador salió a recorrer la comarca vestido con el traje que solo podrían ver las personas de buen corazón. Todos aseguraron que el traje era hermoso para demostrar que tenían un buen corazón y solo un inocente niño dijo: «El emperador está desnudo».

Mujeres y hombres seguimos creyendo que nuestras hembras sufren dolores terribles cuando paren.

Así como en el cuento de Andersen los pobladores tenían que ver algo invisible para demostrar que tenían buen corazón, quienes no crean que los humanos son los únicos mamíferos que paren con dolor, o no tienen buen corazón o son tontos o traicionan un mito sagrado.

Como en este blog están agrupados los artículos que refieren a las dificultades para ganar dinero les comento qué nos ocurre a los humanos.

Cuando comenzamos a enterarnos de cómo empezó nuestra existencia nadie nos dice todo lo que gozaron nuestros padres gestándonos, pero nos repiten hasta el cansancio todo lo que padecieron.

Somos pobres porque nos creemos endeudados.

Artículo vinculado


(Este es el Artículo Nº 2.059)


...y si todos fuéramos un poco masoquistas?


Aseguramos que solo unos pocos enfermos gozan sufriendo. ¿Cómo cambiaría toda nuestra filosofía de vida si admitiéramos lo contrario?

Cuando algo se extravía tendemos a buscarlo donde debería estar, con lo cual prolongamos innecesariamente el tiempo de extravío. Podríamos encontrarlo antes si pudiéramos buscarlo donde no debería estar.

Este mínimo ejemplo es útil, sin embargo, como prueba de que el libre albedrío no existe en tanto no buscamos donde queremos sino donde nuestros condicionamientos mentales nos obligan a buscar.

Hace años que busco (donde no deberían estar) asuntos extraviados, precisamente para ver si encuentro lo que mis hermanos humanos no encuentran, por ejemplo, causas reales de la pobreza económica, esa pobreza que desde hace milenios afecta a nuestra especie y que los expertos más encumbrados no logran resolver.

Algo que no debería ser es que los humanos disfrutemos sufriendo. Estamos convencidos de que buscamos el placer y que huimos del dolor.

Tan convencidos estamos de que los humanos huimos siempre del dolor que cuando encontramos a alguien que se estimula sexualmente sufriendo decimos que es masoquista, es decir, alguien diferente al resto, un anormal, un enfermo.

¿Y qué ocurriría si todos nuestros pensamientos los organizáramos partiendo del supuesto que no es tan cierto que los humanos rehuimos sistemáticamente del dolor?

Obsérvese que cualquier idea que haya alcanzado la categoría de «verdad», se convierte en algo tan sólido e inamovible como una montaña. Cualquier cosa que pensemos tendrá que tenerla en cuenta tal cual es, sin modificaciones. A la postre, una verdad es algo tan rígido e inmóvil que se convierte en el centro alrededor del cual todos los demás conceptos deben girar. ¿Y si esa montaña no fuera tan rígida e inmóvil?

Al ver cómo se sacrifican libremente las personas en un gimnasio tengo que dudar que evitemos el dolor.

(Este es el Artículo Nº 2.070)


viernes, 8 de noviembre de 2013

El tamaño del pene y el placer del parto


Les comento una posible explicación de por qué los varones estamos tan pendientes del tamaño del pene.

Las mujeres suelen burlarse de los varones preocupados por el tamaño de su pene.

Siendo que con apenas 8 centímetros de largo estamos posibilitados para contribuir a la conservación de la especie, soñamos con tener instrumentos genitales mayores: 15, 20, 25 centímetros.

Quienes los poseen suelen trabajar como artistas porno, pero Photoshop es un software capaz de hacer cambios en las fotografías como para que, al mirarlas llenos de envidia, sigamos pensando que nuestro órgano reproductor es realmente patético.

Sería obvio decir que esta es una manía machista, pero no sería tan redundante comentar que aquel castigo bíblico que nos condenó a sudar y a tener dolores de parto podría ser una causa eficiente de esta preocupación masculina.

Obsérvese que actualmente muchas respetables personas concurren a gimnasios para forzar el sudor, no solo en el sauna o en los baños turcos, sino también tratando de levantar objetos pesados u otras actividades igualmente inútil y generadoras de sudor.

Por lo tanto, el castigo bíblico no fue como se dice sino que pasó lo siguiente: Cuando Adán y Eva comieron la manzana vino la orden del jerarca máximo (Dios) de echarlos del Paraíso, por desobedientes. Quien les dio la mala noticia, por piedad o por temor a que Adán matara al mensajero, les comunicó la información agregándole un consuelo: «Miren que fuera del Paraíso podrán disfrutar sudando y sufriendo en los partos».

Efectivamente, en las mujeres existen dos tipos de dolor: el común, el que tenemos todos, el que nos obliga a evitarlo, y el exclusivamente femenino, el que las hace gozar cuando paren.

Esto explica todo: los varones querríamos entrar y salir de la vagina con penes tan grandes como niños.

(Este es el Artículo Nº 2.074)


La agresividad por miedo al dolor


Quizá los ejércitos siempre fueron masculinos porque nuestro temor al dolor nos hace pelear con más pasión que ellas.

Siempre me interesó saber qué nos ocurre con el dolor, al punto que, de tanto escribir sobre el tema, obtuve el pretexto para crear un blog (1).

Más recientemente, estuve re-convocado por el asunto y, acá estoy, escribiendo sobre lo mismo (2).

Como no es posible saber cuánto dolor sienten los demás, no sabemos con exactitud sobre el sufrimiento ajeno, solo nos guiamos por lo que imaginamos en la situación de un doliente, nos ponemos en su lugar, tratamos de identificarnos con él. Solo así suponemos cuánto sufren los otros.

Sin embargo, es posible aventurar una hipótesis generalizante, solo para reunir las opiniones de quienes estén dispuestos a confiar en ella.

Esta hipótesis generalizante dice que los varones somos menos resistentes al dolor que las mujeres. Más aún: agregaría que entre ellas encontramos más gente que siente cierto placer erótico con el dolor y entre ellos encontramos más gente que siente cierto placer erótico causando dolor. Concretamente: el masoquismo es una característica predominantemente femenina y el sadismo es una característica predominantemente masculina.

Si usted considera que estas hipótesis pueden conducirnos a algunas conclusiones interesantes, entonces continuemos juntos.

¿Por qué los ejércitos están conformados mayoritariamente por masculinos?

Parece lógico que, mientras ellos se mataban en el frente de batalla, ellas se dedicaran a reponer nuevos ejemplares sin exponerse a morir bajo el fuego de los enemigos. Sin embargo, no es tan lógico porque la reposición de soldados por esta vía demoraría más de lo que duraban las guerras.

Creo que los soldados siempre fueron varones porque el miedo al dolor nos pone más agresivos que a ellas. Al ser más resistentes, las mujeres pondrían menos pasión combativa y hasta perderíamos las guerras.





(Este es el Artículo Nº 2.071)



La hipersensibilidad masculina y la condena bíblica

5%
Porque los varones interpretamos las molestias naturales como martirizantes, todos pensamos que trabajar y parir son castigos.

Es legítimo, razonable y, quizá también práctico, utilizar como hipótesis de trabajo lo propuesto en otro artículo (1), donde les comentaba que nos molesta trabajar porque padecemos una sugestión bíblica originada en aquel castigo que recibieron Adán y Eva cuando comieron la famosa manzana.

Es cierto que tenemos que hacer algún esfuerzo para conseguir lo necesario para vivir, pero también los otros animales tienen que cazar, acarrear, construir nidos, defenderse de sus depredadores. Todos tenemos que hacer algún esfuerzo para vivir.

Por otra parte, la dilatación corporal que requiere habilitar la salida del nuevo ejemplar gestado (parir) es molesta, aunque no precisamente dolorosa para la parturienta. Si es dolorosa es porque también, en ese sentido, padecemos una sugestión bíblica.

Hombres y mujeres tenemos respuestas diferentes ante el dolor. La hipótesis de trabajo que proponía en el primer párrafo tiene que ver precisamente con esto: los varones tenemos menos resistencia al dolor que las mujeres. En otras palabras: el mismo estímulo, a los varones nos duele y a ellas las molesta.

En otro aspecto podríamos pensar que las mujeres pueden gozar sintiendo dolor mientras que los varones pueden gozar causando dolor. Este sería un aspecto escasamente comentado de cómo ocurre la complementariedad entre los sexos.

El machismo es una cultura muy marcada por las preferencias masculinas y parecería ser que la otra mitad, (las mujeres), tienen menos voz y voto para marcar las tendencias.

Como los varones rechazamos tanto el dolor, hemos impuesto que la tolerancia debe ser mínima o nula. Por eso las mujeres necesitan rechazar el dolor que podrían tolerar y hasta disfrutar.

En suma: porque los varones interpretamos las molestias naturales como martirizantes, todos pensamos que trabajar y parir son castigos.


(Este es el Artículo Nº 2.053)


...y si todos fuéramos un poco masoquistas?


Aseguramos que solo unos pocos enfermos gozan sufriendo. ¿Cómo cambiaría toda nuestra filosofía de vida si admitiéramos lo contrario?

Cuando algo se extravía tendemos a buscarlo donde debería estar, con lo cual prolongamos innecesariamente el tiempo de extravío. Podríamos encontrarlo antes si pudiéramos buscarlo donde no debería estar.

Este mínimo ejemplo es útil, sin embargo, como prueba de que el libre albedrío no existe en tanto no buscamos donde queremos sino donde nuestros condicionamientos mentales nos obligan a buscar.

Hace años que busco (donde no deberían estar) asuntos extraviados, precisamente para ver si encuentro lo que mis hermanos humanos no encuentran, por ejemplo, causas reales de la pobreza económica, esa pobreza que desde hace milenios afecta a nuestra especie y que los expertos más encumbrados no logran resolver.

Algo que no debería ser es que los humanos disfrutemos sufriendo. Estamos convencidos de que buscamos el placer y que huimos del dolor.

Tan convencidos estamos de que los humanos huimos siempre del dolor que cuando encontramos a alguien que se estimula sexualmente sufriendo decimos que es masoquista, es decir, alguien diferente al resto, un anormal, un enfermo.

¿Y qué ocurriría si todos nuestros pensamientos los organizáramos partiendo del supuesto que no es tan cierto que los humanos rehuimos sistemáticamente del dolor?

Obsérvese que cualquier idea que haya alcanzado la categoría de «verdad», se convierte en algo tan sólido e inamovible como una montaña. Cualquier cosa que pensemos tendrá que tenerla en cuenta tal cual es, sin modificaciones. A la postre, una verdad es algo tan rígido e inmóvil que se convierte en el centro alrededor del cual todos los demás conceptos deben girar. ¿Y si esa montaña no fuera tan rígida e inmóvil?

Al ver cómo se sacrifican libremente las personas en un gimnasio tengo que dudar que evitemos el dolor.

(Este es el Artículo Nº 2.070)


Literatura, enfermedad y pobreza


En la literatura universal encontramos reflexiones sobre la enfermedad que también podrían aplicarse a la pobreza económica.

Siempre hago el mayor esfuerzo que esté a mi alcance para ser claro, fácil de entender, pero en este caso estoy ante una situación especial porque tendré que plantearles una situación diferente.

En este caso, ustedes no tendrán por qué entender todo. Deberán conformarse con recibir unas ideas confusas, imprecisas, que al entrar en contacto con sus mentes, producirán o no algún efecto de cambio, pero no inmediatamente, como ocurre cuando leemos algo que se entiende enseguida.

Efectivamente, el siguiente planteo podrá tener un efecto a largo plazo. Quizá algún día disfruten los beneficios de haber leído este artículo, pero no tendrán pruebas de cómo ocurrió esa ganancia.

La idea consiste en pensar que la desocupación, la falta de trabajo, de ingresos económicos, funciona como una enfermedad, tan grave como consideremos que es grave dicha falta de dinero.

En la literatura, los más inspirados escritores han comparado a las enfermedades de diferentes maneras. Por ejemplo, una enfermedad o la falta de ingresos económicos suficientes:

— Es un castigo divino, sobrenatural, demoníaco (literatura antigua, Biblia, Ilíada, Odisea);

— Es una señal de la decadencia moral o social (Fantasmas, del dramaturgo noruego Henrik Johan Ibsen);

— Es una consecuencia del destino infalible (varios);

— Funciona como estímulo doloroso para algunos genios artísticos o intelectuales, a quienes (la enfermedad o las penurias económicas) tonifican moralmente (La cabaña del tío Tom de la norteamericana Harriet Beecher Stowe);

— Puede operar como impulso revolucionario, libertario, redentor (La dama de las camelias del escritor francés Alejandro Dumas [hijo]);

— El infortunio realza la conciencia de las complejidades de la vida y de la muerte inevitable (Los muertos del escritor irlandés James Joyce).

 Lo que pensamos de la enfermedad también puede pensarse sobre la desocupación laboral.

(Este es el Artículo Nº 2.044)


El idealismo dinamiza la evolución


Los idealistas se inmolan combatiendo a sus «enemigos» para que la humanidad evolucione, aunque en sentido contrario al «ideal».

Los drogadictos son personas que suelen tener momentos de lucidez; los idealistas no.

Los drogadictos son personas que, llevados por la desesperación, acceden a una humildad razonable; los idealistas difícilmente puedan algún día bajarse de su pedestal.

Tanto drogadictos como idealistas suelen ser agentes problemáticos para el colectivo que integran, pero los humanos nos enfurecemos con quienes demuestran algún grado de satisfacción (como los drogadictos) y nos enternecemos con quienes son o se muestran como víctimas, mártires, sacrificados (los idealistas).

El narcotráfico genera repudio popular porque se lo asocia con el placer extremo y los idealistas generan ternura popular porque se los asocia con el dolor, las penurias, la pobreza.

— Ernesto «Che» Guevara (Argentina, 1928-1967) fue un idealista que luchó en varios frentes contra el capitalismo y el imperialismo;

— Julian Assange (Australia, 1971) es un idealista que lucha informáticamente contra los gobiernos corruptos. Se lo conoce mejor como el editor de Wikileacks.

Están equivocados quienes a esta altura supongan que odio a este tipo de gente. Por el contrario, los creo necesarios en su rol.

Ahora explico a qué me refiero con «su rol».

— Los vehículos se desplazan sobre los territorios porque las ruedas propulsoras no patinan, porque encuentran resistencia en la aspereza de las calles;

— Los navíos se desplazan sobre los mares porque las hélices propulsoras encuentran resistencia en el agua;

— Los aviones se desplazan por la atmósfera porque las turbinas propulsoras encuentran resistencia también en el aire.

En suma: la resistencia del suelo, el agua y el aire logra el movimiento y la resistencia (oposición) que hacen los idealistas logra que nuestra especie avance.

La humanidad avanza y los idealistas quedan atrás, como el terreno, el mar y el aire.

(Este es el Artículo Nº 2.036)


¿Y el postre?


Fue despertado por el hambre. El hambre y el calor del sol. Terminó de despertarlo una ensordecedora gritería con ruidos de máquinas amarillas.

Después se dio cuenta que el olor nauseabundo era insoportable. Atinó a taparse la nariz, pero su mano también olía muy mal.

El cielo estaba despejado, aunque algunas nubes pastaban alejadas de su rebaño.

No había dormido bien; le dolían las piernas y los brazos. La cabeza parecía atornillada al suelo.

Comenzó a percibir con más claridad las voces y comprendió que hablaban en un idioma extraño. El ruido de las máquinas amarillas se acercaba.

Al poco rato se le desprendió la cabeza del suelo y pudo ver a su alrededor una enorme cantidad de gente tirada…, pero, ¡claro!, el olor provenía de esos cuerpos llenos de moscas. Estaban muertos, pudriéndose.

Al separar la cabeza del suelo, una cantidad de soldados, empuñando revólveres, llegaron corriendo. Cuando llegaron hasta él, uno le apuntó a la cabeza, otro gritó algo, se pusieron a discutir, estuvieron a punto de ultimarse a tiros. Claramente habían dos bandos, o por lo menos, dos opiniones sobre algo. Seguramente las opciones eran rematarlo o no rematarlo, de uno o de varios tiros en la cabeza.

Llegó otro gritando incoherencias, todos se pusieron firmes, hicieron un saludo militar, quizá el recién llegado hizo una pregunta, es obvio que le dieron dos respuestas distintas, el hombre hizo un gesto con los brazos, pronunció un breve discurso, los integrantes de ambos bandos bajaron la mirada y, el más comedido, piadoso, traicionero, adulón, o vaya uno a saber qué, ayudó al caído para que se levante.

Una vez en pie, sintió más dolores en las piernas, sintió mucha sed, pidió agua, nadie le entendió, hizo gesto de «cantimplora de la que se bebe», le entregaron un recipiente de cuero con un sorbo de agua tibia, y comenzaron a hacerle gestos de que se fuera, que huyera, lo empujaban, tomándolo por los hombros, lo hicieron girar sobre sus pies y lo orientaron hacia un bosque.

Un poco repuesto del extraño despertar, el hombre enfiló para el bosque y caminando cada vez más rápido, se internó en él.

Caminó, caminó, caminó, quizá siempre en la misma dirección, hasta que encontró una choza.

Gritó y apareció una mujer joven, lo saludó, le preguntó algo, pero el hombre no entendió nada, dio unos pasos hacia ella y se desmayó.

Cuando volvió a despertarse, estaba tirado en un catre, notoriamente recién bañado, con ropa limpia. En la pequeña habitación flotaba un aroma a comida que le recordó el hambre.

La mujer le hizo señas de que pasara a la mesa. Comió desesperadamente.

Antes de terminar de comer, llamaron a la puerta.

La joven corrió a abrir y se puso a hablar con alguien. Ella parecía asustada, quizá estaba pidiendo ayuda.

Finalmente entraron una cantidad de soldados enormes, los mismos que antes lo habían echado del campo de exterminio. Otra vez se pusieron a discutir entre ellos. Finalmente uno lo agarró por un brazo, lo llevó hasta la puerta y le hizo señas de que se fuera, ¡rápido! El hombre comenzó a correr sin entender nada. Estaba confundido, quizá deliraba, empezó a buscar una choza donde le sirvieran el postre.

(Este es el Artículo Nº 2.048)


La Coca-Cola perjudica a los inmortales


Esta es una hipótesis de por qué algunas personas evitan beber Coca-Cola para imaginarse inmortales sin temor al sufrimiento.

Usted y yo seguramente conocemos gente que no toma Coca-Cola porque esta afloja las tuercas oxidadas. Así funciona la medicina popular.

Si consultáramos a los más confiables expertos potabilizadores de agua de nuestro país, quizá nos dirían: «Yo bebo Coca-Cola y Pepsi-Cola, pero las dos son agua sucia».

¿Cuál es la verdad? Sería lindo saberlo porque ahora estamos en octubre de 2013, dentro de dos meses festejaremos Noche Buena y una mesa familiar sin esas bebidas sería inconcebible. Sobre todo ahora que casi todos tienen teléfono celular con cámara fotográfica.

Los animalitos humanos vivimos temblando de miedo porque somos muy vulnerables, nos enfermamos fácilmente y algunos tienen tan mala suerte que mueren.

Para aliviar los temblores nos informamos de los peligros y de cómo evitarlos.

Claro que acá tenemos otro problema, porque nuestra cabecita tiende a reconocer como verdaderas aquellas informaciones más disfrutables, lindas, alegres, simpáticas. Nuestro criterio de selección está fuertemente condicionado por el placer, por eso seleccionamos las noticias más agradables y desestimamos las menos desagradables, independientemente de cuán confiables sean.

Por ejemplo, ¿por qué evitamos ingerir una bebida por su poder de aflojar tuercas oxidadas?

Esta evaluación tiene varios motivos, entre los cuales no podemos descartar la publicidad de Pepsi-Cola que nos haya influido.

Si para los humanos es dañino beber un producto capaz de aflojar tuercas es porque en nuestro inconsciente existe la certeza de que somos máquinas metálicas, que a veces funcionan mal y que deben ser reparadas por un mecánico.

¿Por qué no tomamos Coca-Cola? Porque preferimos imaginar que somos metálicos, máquinas inmortales que, cuando funcionan mal, algún médico-mecánico podrá repararlas.

Más aún, si nos imaginamos metálicos, también podemos disminuir el miedo a sentir dolor.

(Este es el Artículo Nº 2.047)


Causas del malhumor


Todos nuestros estados de ánimo (alegría, tristeza, entusiasmo, abatimiento) son generados por fenómenos corporales que así expresan una disfunción.

La depresión, la tristeza, los sentimientos de desvalorización, pocas veces son exógenos y casi siempre sean endógenos.

Lo digo de otro modo: nuestros sentimientos resultan de la percepción subjetiva de ciertos estados corporales propios y pocas veces son la consecuencia de algo que ocurre fuera de nosotros mismos.

Lo digo de otro modo: Los padecimientos psíquicos son, en su mayoría, causados por malestares corporales que no se manifiestan con molestias físicas sino que solo se manifiestan con estados de ánimo, sin perjuicio de lo cual, algunas veces ocurren cosas fuera de nosotros, que nos disgustan, nos provocan pesadumbre, amargura.

Lo digo de otro modo: la desgracia ajena puede ponernos tristes, pero esto ocurre así porque nos identificamos con la víctima, nos ponemos en su lugar. La mayoría de nuestros malestares anímicos ocurren porque nuestro cuerpo o nuestras circunstancias no están funcionando bien.

Tenemos un organismo que se adapta a casi cualquier circunstancia pero se toma su tiempo y, mientras se transforma para adaptarse, es probable que tengamos algunas sensaciones molestas: dolores, decaimiento, tristeza, malhumor, temor.

Aunque suene raro, nuestra filosofía forma parte o está íntimamente integrada a nuestro cuerpo. Pensamos lo que pensamos porque nuestro cuerpo es como es y también nuestro cuerpo reacciona como reacciona por cómo es nuestra filosofía.

Por ejemplo, si nuestra filosofía incluye la convicción de que existen algunas tareas que denigran a quien las hacen, nuestro cuerpo reaccionará con gran malestar si lo obligamos a realizar esas tareas.

Por ejemplo, si nuestra filosofía incluye la certeza de que estamos conformados por una parte material, mortal y corrupta, más una parte espiritual, inmortal e incorruptible, sentiremos desgano cuando tengamos que trabajar porque ese cuerpo reclama alimentos.

(Este es el Artículo Nº 2.029)


sábado, 5 de octubre de 2013

El dolor de imaginarnos superiores



 
Por algún motivo los humanos sufrimos cuando otros viven con menos recursos que nosotros y buscamos la manera de aliviarnos.

Imaginemos a una familia que vive tranquila en su casa, hasta que, una mañana de primavera, llegan dos muchachas, golpean las manos, un perro ladra, el hijo más chico se escapa y sale a curiosear, ellas se miran y le sonríen con ternura.

Casi enseguida sale una señora joven, secándose las manos con el delantal y les dice:

— ¿Siiii?—, queriendo decirles algo así como «Buenos días, ¿qué desean?»

Las muchachas, que no tienen tanto caudal de voz como para superar los ladridos de los perros que se solidarizaron al primero, tratan de que la señora se acerque. Como el terreno tiene un declive pronunciado, la señora trepa por un sendero que alguien rellenó con piedras tratando de poner la cara plana hacia arriba y cuando queda detrás de un portón con tejido de alambre, vuelve a preguntarles:

— ¿Siiii?

Las muchachas, con el mismo volumen que utilizan en sus oficinas, le dicen a la señora que vienen del Ministerio de Ayuda Social para hacerle unas preguntas.

A la señora no le gusta que le hagan preguntas, pero quizá porque no le gusta es que toda su vida ha estado respondiéndolas.

A esa hora de la mañana no tiene la casa tan ordenada como cuando los parientes o vecinos le prometen una visita, así que su incomodidad aumenta. Quizá por eso tantas veces la han estado incomodando.

Cuando la dueña de casa responde el cuestionario, las muchachas le informan que el Estado les va a hacer unos cuantos regalos mensuales.

En la noche, cuando el matrimonio habla sobre el asunto, el padre de familia piensa y dice:

— Nosotros no le debemos nada a nadie pero parece que el Estado nos debe.

(Este es el Artículo Nº 2.006)

Las sociedades también necesitan ladrones


Las sociedades decidimos que algunos ciudadanos sean ladrones para tonificar la industria de la seguridad y protección de la propiedad privada.

Los ciudadanos de un país funcionamos como una familia, sólo que tenemos que pensar en una familia con millones de integrantes, lo cual le asigna atributos que no pueden deducirse a partir de cómo funcionan las familias de tres o cuatro humanos más una mascota.

En la gran familia tratamos de que cada pariente haga lo que más nos conviene para el resto. Para que lo haga con entusiasmo, y no nos cobre demasiado, aprovechamos que somos muchos para tratar de asignarle algún rol que le de placer, así, parte de su remuneración estará dada por la satisfacción que recibe al hacer lo que le gusta.

Por ejemplo, a los músicos tenemos que pagarles poco porque adoran la música y hasta trabajarían gratis; a los policías podemos pagarles poco porque se deleitan paseándose con un arma en la cintura; a los presidentes tendríamos que cobrarles por el placer que sienten poseyendo tanto poder.

En suma: en las sociedades tratamos de servirnos unos a otros, por el menor costo posible. En otras palabras: buscamos eficiencia.

Tanto la asignación de roles, como su aceptación por parte del ciudadano designado, no son muy claras, sobre todo en algunos casos.

Me referiré a un caso muy doloroso y es el caso de los delincuentes.

Los ciudadanos no queremos aceptar esa asignación de roles pues nos sentiríamos cómplices, malintencionados, culpables, pero hay elementos para suponer que hacemos esas designaciones.

Necesitamos a los ladrones para tonificar la gran industria de la seguridad. Muchos de nosotros, (policías, cerrajeros, herreros, investigadores, aseguradores), vivimos gracias a que la gente teme que le roben, pero además los designamos para que nos permitan soñar con que nosotros somos los honestos.

(Este es el Artículo Nº 2.023)