sábado, 17 de julio de 2010

El universo de una sola pieza

Hasta donde he podido averiguar, la duda, la incertidumbre y la consiguiente angustia que ellas generan, son tan naturales en los seres humanos, como que todos caemos exclusivamente hacia abajo y no hacia los costados o hacia arriba.

También me parece cierto que el fenómeno vida depende en gran medida del movimiento que estamos obligados a hacer empujados por las molestias y atraídos por el placer que sentimos aliviándonos.

Fusionando ambas ideas, tenemos que las molestias son necesarias y que no sería bueno que, aplicando algún recurso ingenioso, dejaran de incomodarnos la duda, la incertidumbre y cualquier otro agente agresor, sin descartar los orgánicos (dolores físicos).

En varias ocasiones he comentado con ustedes que al comienzo de nuestra existencia extrauterina, estamos un buen tiempo pensando que todo está fusionado, que somos una sola cosa, nosotros, mamá, papá, la mascota, la casa, los olores (1).

Luego de esa maravillosa primera etapa, comenzamos a discriminar, y ahí nos enteramos que no existe tal fusión, sino que cada uno es un individuo separado, que mamá es mamá, papá es papá y yo soy yo.

Con el tiempo, la sociedad nos reconoce responsables de nuestros actos, nos premia o nos castiga por nuestra conducta. Nos confirma que «yo soy yo».

El conjunto de normas que organizan nuestra convivencia (moral, legislación, reglamentos), se basa en el supuesto de que existe el libre albedrío y que somos responsables de nuestros actos u omisiones.

Pero como la duda y la incertidumbre forman parte inevitable de nuestras mentes, algunos dicen que esto no es realmente así.

Estos dicen que cuando asumimos que somos sujetos, que «yo soy yo», accedemos a una ficción, a una creencia, a una ilusión y que los filósofos inventan argumentos para reforzarlas.

Lo real sería que integramos una totalidad indivisible, solidaria, comunitaria, cósmica.

(1) Tú y yo, ¡un solo corazón!
«Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
«Átame el zapato, ma»

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Los agujeros: patrimonio de la humanidad

Alguna vez les comenté (1) que en la naturaleza existen pocos elementos fundamentales y que esa variedad casi infinita que perciben nuestros sentidos e intelecto, no son más que variaciones de unos pocos temas.

Agrego una analogía más: con siete notas musicales, está compuesta toda la música que existe.

En la naturaleza existen la inercia, la gravitación, el vacío, la fuerza centrífuga y pocas cosas más.

La variedad que percibimos, surge de infinitas combinaciones, adaptaciones, mezclas.

Con este breve preámbulo, les comentaré algo que nos pasa con los agujeros.

Los humanos tenemos horror al vacío ... y la naturaleza que nos rodea también. Todo está relleno de algo, ya sean sustancias gaseosas, líquidas o sólidas.

Los agujeros propiamente dichos son físicos: un pozo en el suelo, un túnel, la vagina.

El horror al vacío que padecemos junto con la naturaleza, nos induce a tapar los agujeros, con tierra, con una ruta o con un pene, respectivamente.

Los agujeros intelectuales son los que llamamos duda o ignorancia. Son los vacíos de certezas o información.

Son agujero intelectuales, desconocer de dónde venimos a la vida, qué sucede después de la muerte, si nuestro cónyuge nos ama.

Todos luchamos por tapar agujeros intelectuales porque nos provocan incertidumbre, ansiedad, angustia.

La ciencia intenta rellenarlos con datos, razonamientos, inventos, verdades, descubrimientos.

Las religiones intentan rellenarlos con creencias, fe, esperanza.

El psicoanálisis nos dice: «Observemos que lo real de un agujero, son sus bordes».

¡Tiene razón!

— Son los bordes y las paredes de un pozo lo efectivamente constatable;

— Son los bordes y las paredes de los orificios corporales donde se generan el placer o el dolor;

— Son la incertidumbre y la duda, lo que nos mantienen atentos a los cambios.

¡Preservemos los agujeros sin taparlos! Saberlo todo, equivale a morir. Quedarnos sin vaginas, también.

(1) Los regalos y la fuerza

La presión arterial es ilegal

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La psiquis según el materialismo

Hay quienes piensan que es necesario tener fracasos, para obtener la idoneidad suficiente.

¿Cuántos puentes se le deben caer a un futuro buen ingeniero?

¿Cuántos pacientes se le deben morir a un futuro buen médico?

Quienes han recibido la doctrina del martirio pedagógico, del sufrimiento educador, de «la ley con sangre entra», están constituidos para suponer que el dolor es un gran maestro y que provocarlo permite acelerar (controlar) el proceso de maduración (desarrollo, crecimiento personal).

De nuestra especie sabemos poco.

Conocemos nuestro cuerpo hasta donde nuestros sentidos y tecnología lo permiten, pero ignoramos lo que nuestros sentidos y tecnología no perciben.

Es posible pensar que las creencias (prejuicios, ideología, fobias) son las que son porque nuestro cuerpo es como es y funciona como funciona (¡perdone la obviedad!).

En otras palabras: si yo creo que existe Dios, es porque mis células tienen tal morfología (forma, estructura, característica) que segregan ese pensamiento.

Por el contrario, si soy ateo es porque mis células son y funcionan de tal manera que descartan la existencia de un ser superior.

El psicoanálisis demuestra que el habla cambia (a veces en forma definitiva) esa estructura anatómica y fisiológica (células y su funcionamiento).

Por su parte, la psiquiatría demuestra que la ingestión de ciertas sustancias, provocan transformaciones con mayor rapidez (y menor estabilidad) que las palabras oídas o leídas.

En suma: quienes están anatómica y fisiológicamente constituidos para provocarse dolor y fracasos, lo hacen porque su cuerpo (especialmente el cerebro y ciertas glándulas), funciona bien así.

El cuerpo de los demás está constituidos para pensar que la mejor estrategia consiste en aprender de los errores ajenos y de los propios que no se pudieron evitar.

El cuerpo de algunos lectores podrá aceptar este punto de vista y el de otros, no.

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Las generosas donaciones al casino

El sentido común nos arruina.

La sabiduría popular nos obliga a creer ciertas cosas erróneas.

Si nos asegurara que podemos volar con solo tirarnos de un décimo piso, no nos haría tanto daño porque a muy pocos se les ocurriría probar.

Las falsedades que nos aporta el sentido común son más discretas, muy alineadas con nuestras fantasías, deseos, anhelos, preferencias.

Por eso nos domina, nos convierte en ilusos y nos lleva a cometer errores.

En varios artículos (1) he denunciado a este enemigo tan amistoso, que se quedó a vivir en nuestro menú de creencias.

El sentido común nos informa que rechazamos el dolor, que evitamos los problemas, que nos oponemos a los sufrimientos.

Veríamos las cosas de otra forma si aceptáramos que está en nuestra naturaleza exponernos a tener dificultades, que sentimos placer cuando el infortunio nos habilita para quejarnos, para mostrarnos como víctimas, para reclamar con serena legitimidad que se nos mime, se nos proteja, se nos tenga consideración.

Todos los juegos de azar echan sus raíces precisamente en esta atracción que tenemos por las pérdidas.

Cualquiera que sepa ganar dinero posee la inteligencia suficiente como para saber que los juegos de azar sólo le dan ganancias a quienes los administran.

La persona que tenga ganancias como apostador, aún no nació. Lo sabemos todos. No estoy dando ninguna novedad. No estoy descubriendo nada.

Por su parte, la especulación, comprar algo suponiendo que luego podrá venderse a mejor precio, cuenta con el sinsentido de que alguien pueda saber qué sucederá (conocer el futuro).

Es descabellado suponer que alguien puede conocer el futuro, más allá de suponer que mañana volveremos a ver el sol, ... como hace miles de años viene ocurriendo.

En suma: sin llegar a ser masoquistas, TODOS deseamos sufrir un poco, pero en secreto, sin enterarnos.

Artículo vinculado:

Dolor sin masoquismo

(1) La mujer de Juan Pérez
Error milenario
El drama nuestro de cada día

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Dolor sin masoquismo

Son muy conocidas las expresiones populares «morirse de la risa» y «desternillarse de la risa».

Abro un paréntesis: ternilla significa cartílago y cartílago es la parte más flexible del esqueleto, ubicado donde articulan dos huesos, por ejemplo, el maxilar inferior con el resto del cráneo.

La frase es una exageración. Sugiere que alguien puede romper el cartílago del maxilar inferior, de tanto reírse.

Por lo tanto, quien dice «destornillarse de la risa», está pensando en un ser humano armado de otra forma.

Cierro el paréntesis.

Los franceses llaman al orgasmo «pequeña muerte».

En suma: tenemos tres expresiones placenteras asociadas al dolor y a la muerte.

Existe una cuarta expresión famosa, pero proviene del marketing turístico y dice: «Ver Nápoles y después morir».

El objetivo principal de este artículo es señalar hasta qué punto goce y placer pueden ser prácticamente opuestos.

Nuestro lenguaje alude a esta paradoja sin muchos énfasis. Como vimos, los ejemplos no abundan (aunque existen).

Para el psicoanálisis éste es un tema mucho más importante y trascendente.

Los humanos quedamos perplejos ante ciertas actitudes (propias o ajenas), en las que alguien parece hacerse daño a propósito.

Sistemáticamente incurrimos en acciones demostradamente perjudiciales, «tropezamos dos veces en la misma piedra».

Solemos no entender estos fenómenos porque casi todos tenemos la compulsión a percibir a través de un severo filtro de racionalidad, de sentido común, de coherencia.

Estos filtros nos enceguecen para percibir algunas características (propias y ajenas), que si las tuviéramos en cuenta quizá (y sin quizá) podríamos facilitarnos la vida.

En otras palabras, los seres humanos buscamos el dolor y el placer, probablemente no en las mismas dosis, no en forma permanente, pero los buscamos.

Sólo nos aceptamos como buscadores de placer, pero no: también buscamos dificultades, problemas, dolores, ... sin ser masoquistas (1)

Nota: la imagen de la chica con pendientes, la elegí apostando a que usted no se daría cuenta de que le fueron perforados los lóbulos de las orejas, seguramente alegando que «no duele tanto».

(1) Ya es tiempo de que me vaya un poco mal

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Ver la viga en el ojo ajeno

Si varias personas tenemos una lista de diez problemas para resolver, nos formaremos espontáneamente dos grandes grupos:

1) los que comienzan por los más difíciles;

2) los que comienzan por los más fáciles.

Son muchos menos los que sigan el orden de la lista y los que vayan resolviéndolos en cualquier orden.

He hablado con gente del primer grupo (problemas difíciles primero), y me dicen que siempre hacen eso porque saben que, a medida que se van cansando, rinden menos.

La gente del segundo grupo (problemas fáciles primero), me dicen que comienzan por los más fáciles para darse ánimo (juntar coraje), o para entrar en calor, y hasta alguno me comentó que si se muere en mitad de la prueba, no se habrá esforzado inútilmente.

Los seres vivos somos atraídos por el placer y rechazamos el dolor.

Desde este punto de vista, quienes comienzan por los difíciles, están haciendo algo opuesto a la tendencia natural (reprimen sus impulsos) y los que comienzan por los fáciles, se dejan llevar por su instinto básico (ceden a sus impulsos).

Aunque ninguno de los grandes grupos está ni bien ni mal, es probable que existan consideraciones que tomen en cuenta la conveniencia, el realismo, lo estratégico, lo posible.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más fáciles, seguramente tratarán de resolver los conflictos interpersonales, procurando que sean los demás quienes cambien sus ideas, forma de ser, conducta.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más difíciles, están en condiciones de usar su voluntad y disciplina, para observarse y mejorar lo mejorable.

Tenemos que reconocer que contamos con más recursos y posibilidades para corregir errores propios que para corregir errores ajenos.

Convengamos en que es muy difícil ver los errores propios; por eso muchos lo postergan hasta la vejez.

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Estar privado de propiedad privada

En la infancia aprendemos que cuando alguien dice «mi juguete», «mi casa» o «mi mamá», está haciéndoles saber a los oyentes que es poseedor del juguete, la casa o la mamá.

Los criterios de posesión son muy amplios, genéricos e imprecisos y siempre que sucede esto, nuestra inteligencia adopta la definición mejor alineada con nuestro deseo: ser dueños absolutos de algo.

En este caso, «mi juguete» significa que nadie más que yo puede hacer uso y abuso de él, excepto que yo se lo autorice expresamente.

Lo mismo con mi casa y mi mamá.

Esta definición tan alegre, no tarda en demostrar sus fallas y nos toca observar cómo nuestra madre nos quita nuestro juguete y se lo entrega a nuestro hermano quien, en un gesto por demás indignante, deja de llorar y nos mira con un gesto burlón que nos indigna mucho más.

A continuación, imaginamos formas de matar a ese desgraciado (mi hermano) y a esa traidora (mi mamá) quienes, a pesar de ser míos, no hacen lo que deseo.

Estas trágicas historias vividas cuando nuestra psiquis era mucho más débil y omnipotente que ahora, pueden marcarnos un decisivo rechazo a cualquier cosa o persona que se nos quiera ofrecer como propio.

Sabemos que tras esa seductora propuesta hay una frustración, un doloroso desengaño, la desilusión caerá sobre nosotros como un castigo de la naturaleza.

De ahí que, muchas personas, sin saberlo (inconscientemente), prefieran eludir, evitar, tomar distancia de toda situación en la que se nos quiera hacer creer que algo nos pertenece.

La pobreza patológica podría ser una consecuencia de esta actitud.

No querer nada como propio, equivale a no tener bienes, no tener dinero y a desconfiar del sacrosanto principio de la propiedad privada, que es la columna principal del sistema capitalista en el que vivimos.

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Gafas elegantes y audífonos vergonzosos

Hace más de un año, les comentaba que podemos aislar tres instintos que nos gobiernan (1):

1) De conservación;
2) De reproducción;
3) De apoderamiento.

Seguramente la administración del poder está llena de conflictos, tensiones, agresividad, dolor, heridas, gritos (muchos por dolor y pocos por placer).

Recordemos —como al pasar—, que los seres humanos aspiramos a ser una especie superior, para lo cual tenemos que considerar que el resto de los seres vivos son inferiores e indirectamente estamos tratando de pensar que los instintos gobiernan a los demás animales pero no a nosotros.

De este rechazo al gobierno de los instintos, pasamos a rechazar cualquier tipo de gobierno. Toleramos con mucha dificultad cumplir las órdenes impartidas por otros.

Cuando un gobernante es diagnosticado como dictador, es porque su actitud merece ser repudiada.

Le cambio un poco de tema para luego desembocar en una conclusión.

Los pueblos que, por ser invasores o invadidos, destinaban muchos recursos a la guerra, necesitaban especialmente recursos humanos, jóvenes en buen estado físico que estuvieran dispuestos a morir por la patria.

El buen estado físico para la guerra, hace especial hincapié en una buena visión. Alguien que deba usar lentes, se convierte en un ciudadano de segunda categoría.

Cuando los pueblos no están en guerra pero tramitan su agresividad en los deportes, también necesitan jóvenes fuertes, con buena visión.

Cuando los pueblos no están en guerra ni en competencia, pero están sometidos a un poder central deseoso de dictar duras órdenes, puede tener ciudadanos con pobreza visual, pero pasan a ser ciudadanos de segunda categoría, los que tengan escasa audición (sordera, con dificultad para escuchar los dictados).

Conclusión: Actualmente, las dificultades visuales son menos vergonzosas que las dificultades auditivas porque vivimos en dictaduras no diagnosticadas.
La propaganda ideológica es audiovisual y no «visualaudio».


(1) Los instintos ¿están para ser reprimidos?

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