En el artículo titulado El budismo zen les comento la suposición de que la naturaleza se vale de provocarnos desequilibrios (hambre, sueño, dolor) para que nos movamos pues la quietud es contraria a la vida.
Complementariamente, nos atrae con el placer (alivio, diversión, alegría).
Con el dolor nos empuja y con el placer nos atrae. Por causa de ambos nos movemos lo necesario para que el fenómeno natural que llamamos vida (respirar, transformarnos, reproducirnos) se continúe el mayor tiempo posible.
A veces los seres humanos transgredimos las Leyes de la Naturaleza.
Una forma de transgredirlas (¡y que preferiría seguir haciéndolo!) es postergar el momento de nuestro fallecimiento.
El combate eficaz a ciertas dolencias y enfermedades logra que podamos sortear algunos obstáculos que —sin la intervención de la medicina— habrían terminado con nuestra existencia.
Detrás de las dietas, cirugías y medicamentos, sigue la naturaleza con sus criterios, intentando hacernos mover mediante la aplicación de dolor y el ofrecimiento de placer.
Como la medicina logra eludir este procedimiento natural, entonces tiene que recurrir a sugerir que las personas que participan de esta evasión de las Leyes de la Naturaleza hagan ejercicio físico.
La mayoría pensamos que es imprescindible mantenernos activos haciendo ejercicio voluntariamente (gimnasia, nadar, andar).
Esta necesidad de hacer ejercicio sin otro motivo que hacer ejercicio, podría ser la consecuencia de nuestra transgresión a las Leyes de la Naturaleza con el objetivo de prolongar nuestra existencia un poco más.
En suma: necesitamos movernos a propósito (porque sí, sin un objetivo práctico, irracionalmente) cuando eludimos los mecanismos naturales para conservar la vida aplicándonos técnicas médicas (dietas, medicamentos, etc.) que alteran artificialmente nuestra existencia.
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