jueves, 23 de diciembre de 2010

La conmovedora Teleomisión del Estado

En otro artículo (1) les comentaba que dentro de nuestra psiquis tenemos una funcionalidad que se encarga de vigilarnos y darnos órdenes como si fuera un juez-policía.

Se parece a un mecanismo cibernético en tanto se trata de un dispositivo mental que autocontrola y autorregula, como ocurre con la cisterna que descarga agua en una letrina (retrete, wáter, excusado) y luego se recarga sin desbordarse.

El superyó entonces es un mecanismo cibernético, que nuestra sociedad nos configura (mediante el sistema educativo, las enseñanzas familiares, la presión social) para convertirnos en buenos ciudadanos (honestos, generosos, solidarios, respetuosos, cumplidores, puntuales).

La humanidad, a través de los siglos, viene abandonando la violencia física para utilizar la violencia psicológica y económica.

Lo que sí se mantiene es la violencia.

Mi hipótesis es que la humanidad, si bien reconoce la existencia del cuerpo, aún piensa que la psiquis es algo inmaterial, abstracto, espiritual, trascendente, inmortal, indestructible, eterno.

Como aún no hemos encontrado la fórmula para organizar la convivencia prescindiendo de la violencia, estamos en la etapa en la que apelamos a la disminución del daño.

Entonces, cuidamos de no provocar dolor físico, de no lastimar, de no causar moretones, pero predomina la propaganda en la que se nos convence de que estamos rodeados de peligros y que unos pocos —y costosos— ciudadanos saben cómo salvarnos (médicos, psicólogos, religiosos, dietistas, profesores de educación física, cementerios privados, empresas de acompañamiento).

La mundialmente conocida Teletón (o Telemaratón), nos golpea legalmente en nuestro superyó, mostrándonos el sufrimiento, la invalidez, la deformidad, de niños y el consiguiente padecer de sus padres que cargan con esa mortificante desgracia.

Como nuestro superyó fue configurado para ser solidario, la Teletón nos obliga violentamente a pagar-donar dinero, asegurando así el lucro de los organizadores y la omisión del Estado que desprotege a los más vulnerables.

(1) Violencia amorosa

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Los psicosomáticos dolores del parto

Hay un conjunto de creencias que nos arruinan la vida, pero atención: nuestra vida depende del sufrimiento.

Efectivamente, el fenómeno natural «vida» cuenta con las acciones que realizamos para aliviarnos del hambre, del cansancio, de la evacuación de los desechos digestivos, del deseo sexual.

Una de esas creencias ruinosas dice que estamos formados por una parte física, que se puede tocar (tangible), más otra parte espiritual, que no se puede tocar (intangible).

A esta creencia se la denomina dualismo cartesiano porque hemos elegido al filósofo francés René Descartes (1596-1650) como su inventor o descubridor, a pesar de que muchos pensaron lo mismo, pero necesitábamos un abanderado para darle mayor fuerza, difusión y credibilidad a la idea.

Como les comento en algunos artículos (1), las creencias tienen una fortísima influencia en lo que percibimos. Casi podríamos decir que no vemos de afuera hacia adentro sino exactamente al revés: lo que no creemos, no lo percibimos.

Otra creencia muy arraigada entre nosotros es que, si bien podríamos aceptar que somos animales, no solo somos diferentes sino que además somos los mejores, los más perfectos.

Esta idea es tan ridícula como la que sostienen algunos de nosotros de que somos los más bellos, los más inteligentes o los infalibles.

Con estas premisas, podemos ir pensando que los dolores de parto son una respuesta psicosomática que, en lo esencial, es patológica.

En otras palabras, no es necesario que el parto sea penoso. La naturaleza puede perfectamente terminar el proceso de gestación sin que las mujeres sufran.

Efectivamente, las hembras de estos animales, pueden ser fecundadas por un macho, luego pueden gestar sin la ayuda de nadie (parientes, médicos, enfermeras), y parir sin dolor ni asistencia.

Claro que, como Dios dijo «parirás con dolor», ¿quién se anima a desobedecerle?

(1) La obediencia debida
Nos comportamos como perros y gatos
La inteligencia es optativa

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¡Hola! ¿Cómo te va?

Las formas de saludarnos tienen varios puntos de interés, de los cuales sólo mencionaré algunos.

Etimológicamente, «salud» se vincula con estar sano y también con estar salvado, conservado, viviente.

Cuando alguien exclama ¡Salud!, está saludando, vinculándose, comunicándose con un semejante.

Las necesidades son las carencias que surgen por los consumos que demandan las funciones metabólicas. Necesitamos reponer agua, calorías, vitaminas, minerales y también necesitamos descansar, reproducirnos, aliviar nuestros dolores.

Los deseos son las carencias más inespecíficas y que pueden mutar, sustituirse, su insatisfacción no compromete la sobrevivencia y pueden postergarse.

Las necesidades están estimuladas por el instinto de conservación (comer, dormir, fornicar) y los deseos están estimulados por el instinto gregario porque lo único que deseamos es ser deseados.

Esto que semeja un juego de palabras, parece difícil pero —después de entenderlo— es muy sencillo:

Como es imprescindible que mi mamá me cuide (porque soy vulnerable como todo ser humano) y, en lo posible, prefiero que no haga otra cosa, quiero que ella desee cuidarme, que para ella sea un placer enorme, que no pueda dejar de cuidarme. Quiero que sea fanática de mí, que no deje de mirarme. Por eso lo que deseo es que ella me desee.

Claro que a mi mamá le pasa lo mismo. Ella está muy contenta conmigo porque se sabe fuertemente deseada por mí, pero también anhela ser deseada por mi padre, por mis hermanos, por sus padres, por sus amigas.

Entonces, mi mamá desea ser deseada.

El instinto gregario se manifiesta así: sentimos en nuestra psiquis un vacío (una falta, una carencia) que nos angustia y este es el deseo. Nos ocurre a todos.

El saludo es un gesto con el cual expresamos nuestro deseo de ser deseados (contenido, incluidos): miramos, oímos, apretamos su mano, lo/a abrazamos, lo/a besamos, fornicamos, lo/a recordamos.

Artículos vinculados:

El deseo del cachorro
Soy una cosita adorable
Los antojos son sagrados

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sábado, 20 de noviembre de 2010

«Mis mascotas hacen lo que yo no puedo hacer»

En otros artículos (1) les comentaba que las mascotas mamíferas (especialmente perros y gatos), conviven con nosotros porque los humanos delegamos en ellos (inconscientemente, por supuesto), algunas características de nuestra especie que culturalmente tenemos que repudiar porque estamos en la actitud de creernos superiores.

Traigo a colación que en un blog que creé especialmente (ver La única misión), expongo ideas que pretenden fundamentar la hipótesis de que lo único que tenemos que hacer los humanos (al igual que el resto de los seres vivos), es cuidarnos a nosotros y a la especie.

Y para terminar esta mini-introducción al tema, agrego que en otras publicaciones (2), he mencionado la hipótesis de que la naturaleza nos remunera con placer sexual para estimularnos el deseo de autoconservación.

Pues bien: la naturaleza se vale de provocarnos dolor y alivio (placer) para guiarnos en las acciones necesarias para que el fenómeno vida demore lo más posible en interrumpirse (posterga nuestra muerte).

Esquemáticamente podemos decir que:

1º) Cuando somos pequeños, nuestro centro de placer está en la boca, porque lo más importante es nuestra alimentación;

2º) Más adelante, el centro del placer es compartido con el ano, en tanto la excreción complementa el proceso digestivo que permite alimentarnos (reponer energías), y además, por razones neurológicas, se prepara la

3º) y última etapa, la genital, irrigada por los mismos ramales neurológicos que la zona anal y rectal.

Ahora que somos adultos, están todos activos: nos gusta comer, defecar, orinar y el sexo (genital, anal, oral).

Nuestra cultura, que nos enferma psicológicamente para convertirnos en fácilmente gobernables, utiliza al sistema educativo, las religiones y la medicina, para inculcarnos el asco (especialmente a nosotros mismos) que nos inhibe.

En suma: las mascotas nos representan, porque «les falta hablar» y no sienten asco.

(1) Nos comportamos como perros y gatos
El incumplimiento de las pensiones alimenticias

(2) El orgasmo salarial
Primero cobro y después hago
Menos orgasmos y menos salario
Las mujeres fecundan gratis

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Cadena perpetua

Les comento cuál es una de mis intenciones más secretas, pero que no tiene ningún misterio.

Hay cosas que yo creo saber de mí porque tengo un inconsciente bastante ventilado por haber estado unos cuantos años en análisis.

Algunos de sus contenidos, los comento con ustedes.

El resultado primario es de rechazo.

Mis lectores suelen pensar que eso que digo está equivocado, pero sin embargo, en cada uno queda la idea de que existe un semejante (yo, Fernando Mieres) que dijo, escribió, comentó, algo que quizá no sea el único que lo piensa, siente o sabe.

Es más, quizá se diga: «yo mismo puedo tener esas ideas sobre el incesto, el abandono de los hijos, que soy animal, que soy más egoísta de lo que siempre creí, que el amor depende de la utilidad que me preste el ser amado, etc., etc.».

La cosa es así: a lo largo de nuestra vida aparecen situaciones conflictivas, molestas, dolorosas, que tratamos de evitar, resolver, acomodarlas de alguna manera en nuestra vida para que dejen de incomodarnos.

Algunas de ellas, las negamos. Por ejemplo, rechazamos la idea de que el universo siempre existió. Negamos esta posibilidad, «no nos cabe en la cabeza», podríamos decir apelando a una metáfora bastante elocuente.

Por lo tanto, a partir de esa negación radical, decimos muy confiados: «No hay efecto sin causa» o «Todo lo que existe, alguien lo creó (Dios)».

Algunas situaciones (deseos, intenciones) conflictivas, las reprimimos. Por ejemplo: «Jamás deseé ser el esposo de mi mamá» o «Respeto tanto el derecho de propiedad, que soy incapaz de robar».

Lo negado o reprimido nos pone paranoicos (por temor a que alguien lo descubra) y nos pone agresivos e intolerantes (para que no se nos escapen esos deseos que fueron juzgados, condenados y encarcelados a cadena perpetua).

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Apagar el reloj no detiene el tiempo

El miedo es un sentimiento que despierta variadas calificaciones, pero a nadie se le ocurre decir que es maravilloso, lindo o atractivo.

Esta sensación de alerta y angustia por la presencia de un peligro, real o imaginario, nos salva de innumerables problemas.

Si será útil —a pesar de ser desagradable—, que los humanos hemos copiado su función, inventando una infinidad de sensores con alarma, que nos avisan cuando algo no anda bien (termómetro, detector de movimientos, escasez de lubricante en un motor).

Un temor casi universal, es el de perder el trabajo, la fuente de ingresos, el proveedor de recursos.

El despido (paro), la crisis económica, la escasez, son temores que en realidad provienen de un temor mucho más básico, esto es, el miedo a padecer hambre.

Tememos que nuestro empleador deje de pagarnos el salario, que nuestros clientes prescindan de nuestras mercaderías o servicios, que la producción de la que dependemos (agricultura, ganadería, minería, pesca), se interrumpa, se agoten, desaparezcan.

He llegado a la convicción de que este fenómeno que llamamos vida, del cual no querríamos desprendernos nunca, depende en gran medida de estos padecimientos (1).

Observemos una excepción que confirma la norma (como ocurre en tantos casos).

Las molestias que se nos presentan mientras vivimos (dolor, miedo, angustia), son necesarias para que, guiados por nuestro instinto y por la experiencia (o consejos y enseñanzas que nos den), tomemos resoluciones para evitar sus causas.

Por esas molestias, comemos, dormimos, interrumpimos un esfuerzo excesivo, etc., es decir, tomamos resoluciones defensoras de la vida.

La norma: evitar y cancelar lo que causa las molestias.

La excepción: Sería suicida ignorar, negar, desoír, calmar artificialmente, las molestias mismas (desconectar la señal de alerta).

Conclusión: quienes ofrecen una filosofía que evita el dolor, proponen suicidarnos, anestesiarnos, desconectarnos de la vida, desear la muerte.

(1) Los artículos sobre este tema se concentran en el blog titulado Vivir duele

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Lo urgente es enemigo de lo bueno

En medio de un griterío ensordecedor, un tumulto irrumpe en la sala de emergencia de un hospital público.

Podemos ver que en medio de ellos, va un carro-camilla, tratando de abrirse paso entre los manifestantes.

Luego nos enteramos que en el carro va un joven con un puñal clavado en el pecho, sangrante, dolorido, desmayándose por momentos.

Cuando los enfermeros logran desembarazarse de los familiares, amigos y demás colaboradores del pobre muchacho, empiezan las tareas de salvataje según la tecnología médica de rutina.

¿Qué hacen los más enfervorizados, devotos y consternados colaboradores?

Además de clamar, llorar, gritar, le preguntan a cualquiera que salga del área de exclusión, si se salvará, si quedará como antes, y cuándo se reintegrará a la vida normal.

El tono y estilo de estas interrogantes, evidencian dos cosas:

— Los seres queridos desean demostrar cuán capaces de amar son, exponiendo con exuberantes manifestaciones que son sensibles, solidarios y capaces de cualquier cosa (gritar, armar jaleo, llorar en público, etc.) por los demás; y además evidencian creer

— Que el futuro se puede conocer y que el médico lo sabe.

Por su parte, los técnicos en salud ¿qué hacen?

— tratan de parar el sangrado,
— reponen el líquido sanguíneo con un goteo de suero,
— suministran calmantes y sedantes para que el joven no entre en shock,
— retiran el puñal, cosen (suturan) los órganos heridos,
— procuran evitar infecciones, y luego
— cruzan los dedos (o hacen cualquier otro gesto mágico en el que crean) para que el paciente
— se salve,
— se recupere,
— no le queden secuelas,
— en el menor tiempo posible,
— cuidando la economía del hospital.

Y acá llegamos al centro del asunto:

La vida humana es lo más importante, pero está dentro de la realidad, y no se puede atender dejándonos llevar por impulsos emocionales, despilfarrando recursos ni haciendo futurología.

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El avaro es débil y parece fuerte

En otro artículo (1), hablé de la tendencia animal a espantarnos, a reaccionar descontroladamente, a tener ataques de pánico.

Esto no debería alarmarnos si pudiéramos aceptar con más serenidad que somos animales, que poseemos instintos y que estos funcionan a nuestro favor, excepto en aquellas personas que no asumen su animalidad.

Automáticamente, nuestro cerebro se transforma ante una nueva enseñanza de vida.

Si nos quemamos con algo caliente, si dejar la puerta abierta hace que un extraño entre a nuestra casa, si agradecer sinceramente predispone a los demás a beneficiarnos, y demás experiencias por el estilo, modifican el funcionamiento mental.

A esa transformación le llamamos «aprender».

El sistema educativo al que concurrimos, es un centro de transformación mental, donde nos exponen a diversas experiencias para que nuestra mente se transforme.

Las políticas educativas de cada país, están diseñadas para que los ciudadanos acomoden sus mentes, para pensar como los gobernantes prefieren.

Pero no es de esto de lo que quería hablarles sino del miedo a caer en la miseria.

Muchas veces diagnosticamos que alguien es ambicioso, cuando en realidad es alguien que teme la ruina, el hambre, un doloroso deterioro patrimonial.

En casi todos los casos, una cierta actitud muy marcada (visible, notoria), es la consecuencia de una fuga del sentimiento opuesto.

Alguien puede defenderse de los afectos mostrándose artificialmente indiferente, otros pueden ser muy serviciales para disimular su incontrolable insensibilidad o pueden hacer alardes de honestidad cuando les cuesta respetar la propiedad privada.

La causa de la avaricia entonces, puede ser la inseguridad, el miedo, la consecuencia de una experiencia traumática, que lo educó para tener mucho cuidado con los bienes materiales, con las fuentes de ingresos, con los gastos.

Es más, la causa de la avaricia pudo ser que una vez, la madre demoró en alimentarlo.

(1) El contagio inevitable

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«Genio maligno: somos amigos»

Buscamos las causas del dolor pero no las causas del placer.

El razonamiento nos justifica rápidamente esta conducta.

Decimos confiados: «Busco las causas del dolor para quitarlas o evitarlas».

Omitimos justificar por qué no buscamos las causas del bienestar.

Nuestro pensamiento primitivo puede explicar algo de todo esto.

La meditación, consulta o estudio, que nos conduzca a descubrir las causas de nuestro malestar, nos distrae del dolor.

Si sólo pensáramos en él, su intensidad sería subjetivamente mayor.

La actitud de búsqueda de causas y soluciones, suele incluir la consulta a muchas personas, aunque el objetivo real no es otro que quejarnos, llamar la atención, recibir comprensión, amor, mimos, tolerancia, miradas.

Toda nuestra quejumbrosa comunicación, tiene también el objetivo de socializar las pérdidas.

Efectivamente, nuestro pesar es más llevadero si podemos fastidiar disimuladamente a nuestros seres queridos, quienes —por imposición cultural—, tendrán que poner cara de preocupación y desear nuestra mejoría ... para que dejemos de molestarlos con nuestros quejidos.

Por el contrario, es por todos conocido que casi nadie socializa las ganancias.

Cuando estamos bien, preferimos no buscar las causas, por lo tanto, no consultamos a nadie, fundamentalmente para evitar que alguien desee compartir nuestra riqueza transitoria.

Existe otro motivo para la búsqueda de causas del malestar y no las del placer.

Nuestra mente funciona habitualmente con viejos esquemas mágicos, con algo del hombre primitivo de quien descendemos.

Lo malo es castigo y lo bueno es premio.

Nos mortificamos buscando las causas del infortunio, aliándonos inconscientemente con el genio maligno encargado de provocarnos dolor.

Suponemos que nos castiga porque «algo habremos hecho» y sabemos que contrariarlo sería ponerlo más agresivo aún.

Buscar las causas es un gesto amistoso: queremos comprenderlo, saber de él, para no volver a molestarlo, queremos ser su amigo, apaciguarlo, que sepa cuánto lo amamos.

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Quienes deciden, ganan más

Desde que el mundo es mundo, existen ricos y pobres, pero aún no sabemos por qué.

En mis prácticas como psicoanalista, aplico un razonamiento que a veces me da resultado.

Cada persona posee algún grado de equilibrio (excepto que esté en coma, inconsciente o carente de lucidez).

Por lo tanto, cuando alguien llega a mí (vestido, por sus propios medios y comprendo lo que me dice), ya lo diagnostico como «persona equilibrada» (compensada, en armonía).

Claro que no es posible desoír el motivo de consulta que, generalmente es una queja, un conflicto, alguna expresión de dolor (angustia, insomnio, duelo, etc.).

Al pensar que una persona, por el simple hecho de estar viva y autogestionable, posee armonía, me conduce inevitablemente a la conclusión de que para poder introducir cambios curativos en su vida, debo desaromonizarla, quitarle el equilibrio que trae, descompensarla para restablecer esas condiciones, pero de una forma diferente y lo más rápido posible.

Es decir, alguien que se siente mal, no puede curarse sin ayuda, porque no puede perder el equilibrio que incluye el padecimiento.

Imaginemos un ejemplo: alguien se queja de que tiene que andar por la vida cargando una piedra que pesa 50 kilos.

Para quitarle la piedra, antes tengo que enseñarle a caminar de otra forma, porque hasta ahora ha estado inclinándose hacia atrás para compensar el peso que aguanta con sus manos.

En suma: lo que llamamos resistencia a la cura, no es más que un estado de equilibrio difícil de romper.

En otro artículo (1) mencioné que los individuos en grupo, instintivamente nos dejamos llevar por lo que hace la mayoría.

Sin embargo, no todos reaccionamos con igual intensidad.

Quienes logran equilibrarse obedeciendo las modas, las tendencias, los informativos, están condicionados a que otros tomen las decisiones ¡y las ganancias!.

(1) Psicosis colectiva y vulnerabilidad individual

Cómo Dios ayuda a los ateos


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El negocio de liderar colectivos

Uno de los tantos problemas contemporáneos, está provocado por las drogas adictivas (cocaína, marihuana, psicofármacos medicinales).

El negocio del narcotráfico consiste en comercializar clandestinamente las sustancias prohibidas, mientras que la medicina, por su parte, está autorizada a vender otras sustancias, supuestamente curativas pero que, en realidad, sólo permiten facilitar (aliviar, calmar) la vida de los consumidores (en este caso, llamados «pacientes»).

Los mercados objetivos de unos y otros proveedores (narcotraficantes y psiquíatras), padecen características similares: angustia, dolor en el alma, depresión, ansiedad, disconformidad, sensación de vacío interior.

Todos esos síntomas tan penosos, se aplacan, disimulan, ocultan, con la ingesta de sustancias psicoactivas, es decir, que provocan alteraciones somáticas a nivel del sistema nervioso.

Toda industria tiene fines de lucro.

El estímulo de quienes la crean (organizan, administran, protegen), es ganar dinero, enriquecerse, ampliar su poderío económico.

Las industrias que fabrican y venden sustancias psicoactivas (legales o ilegales), no escapan a esta regla.

El poder político también se genera, organiza, administra y protege con metodología similar a la de cualquier otro emprendimiento que persiga el lucro.

Así como a los fabricantes de drogas psicoactivas les conviene que más gente padezca esa dependencia (fidelización del cliente), a los políticos les conviene que más gente los vote, apoye, es decir, delegue en ellos su pequeña cuota de poder ciudadano, para que, por acumulación, puedan tomar grandes y lucrativas decisiones.

Cuando casi todos los partidos gobernantes de occidente eran de centro o de derecha, se puso de moda una foto del Che Guevara (imagen).

Estos consumidores del ícono, agotaban en ese acto, casi la totalidad de su militante oposición a las decisiones antipáticas de sus gobernantes de turno, facilitándoles la tarea, porque su agresividad subversiva se agotaba, paseándose con esa fotografía y gritando consignas de izquierda iluminada.

Nota: Esta fotografía fue tomada por el fotógrafo cubano Alberto “Korda” Díaz (1928-2001), el día 5 de marzo de 1960.

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Sobre lo bueno de lo malo

En un artículo de reciente publicación (1), hice un comentario sobre los indecisos, esos ciudadanos que piensan su voto y que desorientan a los fabricantes de encuestas, detectores de opinión, pronosticadores del comportamiento de los colectivos.

Conozco muchas personas que sobrellevan una relación conyugal, que comenzó siendo amorosa pero que luego se convirtió en tediosa y ahora, si aún no se separaron, está a punto de convertirse en odiosa.

Nuestro cerebro pretende la estabilidad, rehúye de los cambios, se irrita con la incertidumbre.

Sin embargo, la vida depende de los cambios: de frío a caliente, de luminoso a sombrío, de vivo a muerto.

Esta contrariedad puede explicarse con la hipótesis según la cual, el dolor es necesario para preservar el fenómeno vida (2).

Por lo tanto, los indecisos son personas tan imprevisibles como la vida misma, mientras que los demás votantes, son previsibles como la muerte misma.

A los votantes que todos saben cuál será su voto, también se los llama cautivos, porque poseen una adhesión muy firme a su candidato.

Los matrimonios estables, rutinarios, incambiados, son los más deseados por quienes prefieren la vida matrimonial, pero condena a sus participantes a la mineralización de sus existencias.

Aunque las condiciones parecen ideales cuando todo ocurre igual, día tras días, tarde o temprano sucumbirán al tedio, al aburrimiento, a la insoportable condición de tener que estar vivos pero tener que actuar como muertos ... para que nada altere esa paz que equivocadamente prefieren.

Es difícil explicarlo y mucho más difícil, aceptarlo. Quizá llevarlo a la práctica, sea imposible.

Lo enuncio así:

— los humanos necesitamos la contradicción, la incertidumbre y el dolor; pero

— al mismo tiempo, necesitamos rechazar la contradicción, la incertidumbre y el dolor.

Esto es así porque el fenómeno vida depende de que actuemos estimulados por una interminable insatisfacción.

(1) No estoy seguro si soy indeciso

(2) Vivir duele

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viernes, 1 de octubre de 2010

Los consumidores de dolor

He creado un blog con los artículos que refieren a la hipótesis según la cual, el dolor y su alivio, son instrumentos de la naturaleza para obligarnos a realizar acciones necesarias para que el fenómeno vida, se conserve durante el mayor tiempo posible.

Una vez aceptada esta hipótesis de trabajo, quedamos autorizados para decir que los seres vivos dotados de Sistema Nervioso Central, son consumidores de dolor.

Esta forma de expresar algo que siempre ocurrió, puede ser interesante para percibir asuntos que desde otro punto de vista, no se comprenden o simplemente no se ven.

Efectivamente, es posible decir que los seres humanos consumimos dolor así como también consumimos otros excitantes para mejorar placenteramente nuestra vida (café, té, anfetaminas).

Nuestra anatomía sufre un progresivo desgaste a medida que aumenta nuestra edad y por eso es posible suponer que para conservar el nivel de bienestar que teníamos cuando éramos jóvenes, tenemos que aumentar las dosis estimulantes.

Dicho de otro modo: Nuestro cuerpo joven reacciona satisfactoriamente con un pequeño dolor, con poco café, con pocas anfetaminas, pero el envejecimiento hace que necesitemos subir las dosis de dolor, café, anfetaminas.

Los estimulantes que tomamos por nuestra cuenta, quizá estén bajo nuestro control, pero los que impone automáticamente la naturaleza, no lo están.

Creemos que las dolencias de los ancianos son producto del desgaste natural del cuerpo, pero también podemos pensar que eso es así, no sólo por el desgaste, sino también porque, en millones de años de evolución, el cuerpo regula la cantidad de dolor necesario para que el fenómeno vida no se interrumpa.

Los adultos mayores, no solamente sienten molestias corporales muy variadas y casi constantes, sino que disminuyen las dosis de placer, aumenta el apego a la vida, y así, el fenómeno vida dura el mayor tiempo posible.

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Martillazos fuera del clavo

Casi todos estamos enterados de que nuestro planeta padece una crisis energética.

Dicho de otro modo:

sabemos que el petróleo que consumimos diariamente, no se renueva;

sabemos —por experiencia propia—, qué ocurre en nuestros hogares cuando se nos termina el combustible; y

sabemos que nuestra calidad de vida caerá estrepitosamente cuando la carencia sea global.

En otros artículos he mencionado la hipótesis de que la naturaleza, se vale de provocarnos dolor y alivio para que el fenómeno vida no se extinga.

Algo que hacemos, estimulados por estas agresiones de la naturaleza, es preocuparnos, con lo cual nos aumenta el estrés, el miedo, la angustia, y todo esto aumenta el dolor que la naturaleza nos provoca sin pedirnos autorización.

Es decir, lo que hacemos para evitar el dolor, es agregar más dolor.

Esta actitud contraproducente está provocada por nuestra creencia (anhelo, deseo) de que podemos gobernar la naturaleza y terminar de una vez por todas con esta mortalidad de la que, hasta ahora, no se ha salvado nadie.

Para tener el dinero necesario que nos permita acceder a una calidad de vida digna, los humanos consumimos energía, que reponemos respirando, durmiendo, alimentándonos.

La eficiencia de nuestro desempeño depende de lo que podamos ganar con nuestro trabajo. O sea, somos eficientes si ganamos lo necesario con la energía corporal que consumimos.

Por ejemplo, si un carpintero clava un clavo con un solo golpe de martillo, es más eficiente que otro que gasta energía en dar cuarenta golpes, diez de los cuales pegan sobre el clavo y otros treinta, en lugares próximos.

Estos comentarios están acá para terminar diciéndoles que nuestra angustia por la crisis energética, está parcialmente provocada por nuestra actual ineficiencia laboral, es decir, porque sentimos no estar ganando lo suficiente con el esfuerzo que hacemos.

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Einstein sólo tenía buena memoria

Apegarse a la lógica, al razonamiento, a los prejuicios, los refranes, la sabiduría popular, la tradición, equivale intelectualmente, a no abandonar los aparatos (bastón, muleta, andador) que usan niños y minusválidos cuando no están en condiciones de caminar sin caerse.

Liberado del sentido común, puedo afirmar que nacemos sabiendo.

La sabiduría que poseemos no es la concreta, específica y coyuntural de nuestra vida actual (la mesa es color verde, acaba de nacer quien descubrirá la causa y sanación del cáncer).

La sabiduría que poseemos es la universal (matemática, física, química).

Si usted se permite abandonar el sentido común, puede pensar que las teorías formuladas por Albert Einstein, las conocía cualquiera sólo que él las recordó.

Estoy aludiendo a la propuesta hecha por Platón 400 años antes de Cristo y que luego alguien llamó teoría de la reminiscencia.

Hay quienes afirman que el inconsciente contiene esos conocimientos universales (matemática, etc.), y que se muestran como talento, intuición, descubrimientos.

Existen muchos motivos para que una mayoría de personas suponga que realmente es libre de hacer lo que quiere.

Muchas de esas razones las he expuesto en mi blog titulado Libre albedrío y determinismo.

Sí creo que podemos auto observarnos, interpretar nuestra conducta y elaborar algunas conclusiones, evaluar algunos resultados y aprender a partir de ahí.

Pero nuestra evolución se ve enlentecida cuando suponemos que los desaciertos económicos que nos mantienen en la pobreza, son negativos y desafortunados para nuestra existencia.

Más nos valdría averiguar, por qué perder dinero, ser incapaces de mejorar nuestros ingresos o vivir rodeados de carencias, está en sintonía con nuestras características generales, son fenómenos que nos equilibran y que estaríamos peor si no ocurrieran.

En suma: el interrogante que nos estimule recordar la sabiduría olvidada es: «¿Por qué me beneficio dolorosamente en vez de beneficiarme placenteramente?»

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Ametralladoras unisex

En un artículo anterior (1), les decía que la depresión anímica genera —en quien la padece— una fuerte apatía, desgano e incapacidad para trabajar.

Naturalmente, este fenómeno orgánico, anímico o psíquico, es muy penoso para quien lo padece y además produce grandes pérdidas económicas por horas no trabajadas.

Les decía que no se sabe qué es la depresión, qué la causa ni cómo se cura.

La psiquiatría logra disminuir el padecimiento (calmando la angustia, mejorando un poco el nivel de actividad), pero por ahora no puede prometer curaciones.

Por su parte, el psicoanálisis y demás técnicas verbales, lo que hacen es tratar de modificar las ideas (desvalorización, pesimismo, suicidio) que agravan la compleja situación física.

En el nivel laboral, quienes padecen depresión, necesitan ausentarse de sus responsabilidades, a veces una o dos veces por año.

Una de las hipótesis que viene a cubrir la falta de conocimiento que tenemos sobre este fenómeno, refiere a la agresividad.

Ambos sexos tratamos de resolver las dificultades con un monto de agresividad similar.

Por razones físicas (musculatura, adrenalina) y culturales, los varones despliegan su agresividad, actuando a veces con prepotencia, otras con atrevimiento, otras con golpes o insultos.

Por razones físicas (musculatura, adrenalina) y culturales, las mujeres NO despliegan su agresividad hacia los demás, sino hacia sí mismas.

Esto les produce un enorme gasto de energía, abatimiento físico, dolores, desgano, frustración, provocándoles los fenómenos depresivos (angustia, decaimiento, irritabilidad), que las obliga a quedarse muchas horas o días acostadas, por falta de fuerza para levantarse.

A partir de estas diferencias, constatamos que

— la cantidad de hombres encarcelados es notoriamente superior al de las mujeres encarceladas;

— hay más depresivas que depresivos.

En suma: La agresividad puede canalizarse hacia sí mismo o hacia los demás. En un caso provoca depresión y el otro conflictos sociales, respectivamente.

(1) Depresión: enfermedad o estado


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La pareja ideal

El escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895) disfrutaba de un gran éxito, cuando le ocurrió algo poco frecuente: su apellido fue usado para denominar una patología: el masoquismo.

Esta denominación apareció en un libro escrito y publicado en 1886, por el psiquíatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840 -1902).

Dieciséis años antes, el escritor austríaco había publicado una novela titulada La Venus de las pieles.

Cuenta una historia de amor en la que el protagonista extorsiona a su amada para que lo maltrate física y moralmente.

Ella teme no poder cumplir la solicitud de su amado, pero ¡hace todo lo posible por humillarlo!

“El dolor posee para mí un encanto raro y nada enciende más mi pasión que la tiranía, la crueldad y —sobre todo—, la infidelidad de una mujer hermosa” —exclama este hombre de gustos eróticos tan especiales.

Leopold von Sacher-Masoch fue autobiográfico al escribir La Venus de las pieles. Él mismo hizo un contrato con una mujer para que lo tratara como a un esclavo y lo sometiera.

Como suele ocurrir, la mayoría de los datos íntimos que conocemos del prestigioso masoquista, provienen de su secretario.

Además de suscribir una especie de contrato de humillación y castigos físicos, también disfrutaba imaginando ser un delincuente perseguido y apresado; dedica mucho recursos imaginativos y materiales para representar escenas en las que una mujer lo maltrata con un látigo.

Sus preferencias tienen muchos aspectos teatrales, dependen de efectos visuales, incluían un tercer participante en sus relaciones matrimoniales, y —usted ya lo habrá notado—, nada mejor para un masoquista que un partenaire (cónyuge) sádico.

Así se logra un estilo de pareja erótica ideal, que otros se adelantaron en bautizar como sadomasoquista.

Llama la atención que la psiquiatría se haya inspirado nuevamente en un escritor: El Marqués de Sade.

Artículo vinculado:

El masoquismo

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El masoquismo

Una tarde del año 1722, el pequeño Jean-Jacques Rousseau (imagen), cometió un error que su maestra —la señorita Lambercier—, debía castigar golpeándolo con una vara (férula), como correspondía a los criterios educativos de la época.

Jean-Jacques, enterado de que sería castigado, comenzó a sufrir anticipadamente, angustiado por la sanción que caería sobre él.

Imaginó mil tormentos, dolores atroces, se vio envuelto en un verdadero calvario.

Cuando la maestra ejecutó el castigo, observó sorprendido que las sensaciones eran mucho menos graves de lo que había imaginado.

En los hechos, el castigo se transformó en alivio y —por tratarse de un alivio—, terminó siendo una experiencia gratificante.

Claro que el niño no dijo nada de su inesperado placer.

Se limitó a reproducir la situación, cometiendo nuevos atropellos a las normas que desencadenaran una y otra vez aquella situación sorprendentemente agradable.

La señorita Lambercier encontró que algo no andaba bien y comenzó a sospechar, hasta que la inocencia de Jean-Jacques dejó escapar el secreto de su mala conducta.

Este niño había nacido en Suiza (Ginebra) en el año 1712 y tuvo la mala suerte de quedar huérfano nueve días después.

Su capacidad como filósofo y escritor, lo convirtió en uno de los ideólogos de la Revolución Francesa.

Sus obras principales fueron El contrato social y Emilio.

Éstas son consideradas las fundadoras del sistema republicano de gobierno y de la educación pública, que hoy conocemos.

La historia que les contaba al principio, fue publicada por él en otro libro —menos trascendente—, titulado Confesiones.

Lo interesante de este libro, está en que nos narra con claridad cómo funciona lo que años más tarde se denominó masoquismo.

El placer causado por el dolor, sigue siendo un misterio, aunque ya tenemos desarrolladas algunas teorías interesantes, entretenidas aunque no concluyentes.

Ya hablaremos de esto próximamente.

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La homosexualidad y la infidelidad

La institución matrimonial está decayendo en importancia a medida que aumenta la tolerancia hacia las expresiones homosexuales de los ciudadanos.

Sin embargo, las parejas homosexuales desean casarse simplemente para reforzar una legitimación social que aún cuenta con muchos opositores.

Denominamos genéricamente «homofóbicos» a quienes padecen una incontrolable intolerancia hacia la homosexualidad.

Los homofóbicos opinan que la homosexualidad es una enfermedad o una degeneración, que debe ser reprimida o curada, sin descartar el uso de los procedimientos o tratamientos más cruentos.

Según estas definiciones, estaríamos diciendo que algunas personas padecen una enfermedad que consiste en diagnosticar como enfermos a otros ciudadanos.

Ahora les cuento algo que puede ocurrir en nuestro inconsciente:

1º) Como todos somos bisexuales, pero la cultura nos obliga a optar por desear al sexo opuesto, todos padecemos algún grado de frustración sexual.

2º) Cuando esa frustración es muy intensa, tenemos que aliviar el dolor con algún síntoma o mecanismo de defensa psicológico.

3º) Por ejemplo, la llamada formación reactiva consiste en hacer exactamente lo contrario a lo que deseamos. Si tenemos deseos homosexuales, pues nos volvemos homofóbicos (para disimular ese deseo que la cultura nos reprime).

Si nos embanderamos con una cruzada en contra de los gays y lesbianas, nos veremos a nosotros mismos como heterosexuales puros.

4º) El matrimonio heterosexual incluye la fidelidad como una rasgo principal.

5º) Cuando él dice «mi mujer» o ella dice «mi marido», inconscientemente incluyen la sensación de que el cuerpo del otro les pertenece.

6º) Si ella es penetrada por otro hombre, el hombre siente que fue él el penetrado y eso lo pone furioso porque ella lo expuso a la vergüenza de exhibir su deseo homosexual.

6ºa) Si él penetra a otra mujer, la esposa se pone furiosa porque fue obligada a exhibir su deseo homosexual.

Artículos vinculados:

Es así (o no)
La poligamia reprimida
La domesticación de los instintos
Enemistad programada
Si yo fuera mujer


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La estupidez (1) y el capital verbal

La escasa inteligencia humana queda demostrada, al constatar que los idiomas poseen miles de palabras.

Si fuéramos más inteligentes, podríamos entendernos perfectamente con diez o doce sonidos, para lograr todo lo que necesitamos: comer, abrigarnos, defendernos de los depredadores, reproducirnos y poca cosa más.

Como seres vivos, dependemos del fenómeno vida que nos obliga a realizar actos que lo perpetúen (estimulados por excitaciones dolorosas y placenteras).

La función lingüística permite la interacción con otros seres humanos, porque el fenómeno químico «vida», depende de acciones individuales y colectivas.

Seguramente se está produciendo algún tipo de atrofia funcional por la cual, los idiomas cada vez utilizan más vocablos para que el instinto gregario pueda operar.

En suma: para ayudarnos colectivamente a comer, abrigarnos, protegernos y reproducirnos, necesitamos agregar miles de palabras a estos cuatro verbos.

Pero esas otras palabras que necesitamos —además de las cuatro fundamentales—, remiten a esas cuatro.

Si usamos los vocablos pantalón, pollera, calzado, etc., etc., estamos hablando de «abrigo».

Si usamos los vocablos tallarines, papas, carne, etc., etc., estamos hablando de «comida».

Sin embargo, vemos que cuando usamos el vocablo «dinero», podemos estar refiriéndonos a cualquiera de las cuatro palabras fundamentales (comer, abrigarnos, etc.).

Aunque pretendamos negarlo, es obvio que ¡Vivir duele!

Los humanos reaccionamos evitando el dolor y buscando el placer. Ambas sensaciones nos obligan a tomar decisiones, gastar energía, trabajar.

Por lo que vengo diciendo, es razonable pensar que muchas personas concentran su atención en el dinero, en tanto éste representa adecuadamente a las cuatro necesidades fundamentales que parece saciar.

Quienes asumen que la vida depende de alguna dosis de padecimiento y en tanto suponen que el dinero es un calmante universal, pueden optar sabiamente por aplicar su mejor esfuerzo a prescindir de este calmante mortífero.

Esta no sería una pobreza patológica sino estratégica.


(1) Según el diccionario, estupidez significa Torpeza notable en comprender las cosas.

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«Barack Obama tiene un pasado oscuro»

Me gustan los refranes porque comunican falsedades que, por su fama y brevedad, se cuelan en nuestra mente con toda la fuerza de la sabiduría.

Este fenómeno de los proverbios lo encuentro parecido al de las leyendas urbanas.

— «Anda un hombre atrapando universitarios y con una navaja, les aumenta el tamaño de la boca». A esta leyenda le llaman «la sonrisa de payaso»;

— «En breve, un dispositivo electrónico hará sonar el teléfono celular de los conductores, para multar a quienes cometan la infracción de atenderlo».

— «El estrés o energía de algunas personas, provoca el misterioso fenómeno de la combustión espontánea, por el cual su piel o tejido adiposo, se incendian provocándoles graves quemaduras».

Estas leyendas urbanas calzan en algún lugar de nuestra zona más crédula del cerebro, con la colaboración de proverbios tales como: «Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay»; «Creer o reventar»; «La vida no es un problema para resolver sino un misterio para vivir».

Pero, no cualquier historia se convierte en una leyenda urbana.

Un rápido vistazo al asunto, me lleva a suponer que existen dos ingredientes infaltables:

1) Tiene que ser verosímil; y
2) Los hechos narrados deben provocarnos goce.

Y acá aparece lo más llamativo.

Todos pensamos que deseamos exclusivamente lo placentero, lo que nos alivie, lo que nos haga reír.

No es así: un goce se obtiene cuando ocurren ciertos procesos orgánicos que pueden generar alivio o dolor.

El alivio es el que todos conocemos según el sentido común, pero el penoso lo intuimos cuando oímos la expresión «morirse de la risa», o nos enteramos que los franceses aluden al orgasmo como una «pequeña muerte».

Las malas noticias, el miedo o la frustración provocados por las leyendas urbanas, activan nuestra ambición de gozar y por eso nos vuelven crédulos.

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martes, 31 de agosto de 2010

Los humanos, no inspiramos tanta humildad como Dios

El apremio físico (tortura, acoso, persecución), es un procedimiento casi infalible para doblegar la voluntad de cualquier ser humano.

La crueldad, utilizada para extraer información, para imponer un mandato, para provocar una conducta determinada, es efectiva.

Sin embargo, cuenta con el indignado repudio de todos quienes no se benefician de esos resultados.

En otras palabras, si una familia compuesta por excelentes ciudadanos, padece el rapto de uno de sus integrantes y sabe que la policía tiene en su dominio a quien posee información sustantiva para rescatar a la víctima, estará de acuerdo con aplicar cualquier método para salvar al familiar.

Por el contrario, el resto de los ciudadanos, exigirá que los interrogatorios se realicen con absoluto apego a los criterios humanitarios, esto es, respetando estrictamente los derechos humanos más abarcativos y exigentes.

Esta duplicidad de nuestra moral, no solamente le quita seriedad sino que ratifica sin lugar a dudas que no podemos confiar excesivamente en nuestro discernimiento y menos aún, en la solidez de nuestra escala de valores.

Tengo serias sospechas que me orientan a pensar que muchas personas adolecen carencias materiales por exceso de soberbia, arrogancia, engreimiento.

En otro artículo (1) propuse tener en cuenta la confusión que en este sentido puede provocarnos la doble significación del vocablo «humilde», pues tanto significa «pobre» como «sumiso» (dúctil, obediente, manso).

Cuando la naturaleza nos impone dolores tan intensos que se parecen a esa tortura que (bajo ciertas condiciones) repudiamos, nuestro orgullo se desploma y caemos de rodillas pidiéndole al Todopoderoso (Dios) que nos ayude.

Rogar un alivio es (lingüísticamente) dejar de lado la a-rrogancia (no rogar).

Pero ni bajo el apremio de una tortura abandonamos nuestro excesivo orgullo, porque somos humildes ante un personaje imaginado como Todopoderoso, pero no podríamos serlo con nuestro cliente, para ofrecerle (servirle) lo que él desea.

(1) Los dos significados de «humildad»

Artículos vinculados:

Yo deseo, tu deseas, ... todos deseamos
El dinero se evapora como el alcohol

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Gana quien hace más gole$

Pensemos en la comparación de dos situaciones aparentemente iguales.

Tenemos a una persona que está construyendo una pared, durante una hora, gastando mil calorías, y muy cerca de ahí, otra persona, está construyendo una pared idéntica, durante el mismo tiempo, con el mismo consumo de calorías.

¿Por qué uno está trabajando y el otro está jugando?

Según algunos pensadores, trabajar es realizar cosas por necesidad y jugar es hacer cosas por exceso de energía.

Trabajar requiere estar presionado por la necesidad (hambre, frío, deudas) y jugar es un modo de aliviarse, descargando energías excesivas.

Esta distinción parece interesante y digna de ser compartida contigo.

Si establecemos una relación entre trabajar-jugar-pobreza-riqueza, vemos que estas condiciones están en estado latente antes de que se manifiesten.

Quien produce porque se alivia moviéndose, haciendo ejercicio, pensando, es probable que llegue a generar utilidades mayores que alguien —en similares condiciones de arranque—, que no tiene energía en exceso, pero que está presionado, estimulado, atacado por la angustia que le causan las carencias.

Aquellos que tienen la suerte de tener un cuerpo (me refiero al cuerpo generador de fenómenos visibles y no visibles [pensamiento, creatividad]) lleno de vitalidad, activo, fuerte, resistente a la fatiga, con un alto umbral de tolerancia al dolor, ubicado en una sociedad capitalista, posee las mejores condiciones para enriquecerse ... o al menos, para no padecer carencias indignantes.

Por el contrario, quienes carecen de esa fortuna (fortaleza), están expuestos a sufrir las consecuencias inherentes a realizar movimientos, esfuerzos, tomar decisiones, soportar el estrés, bajo protesta, amenazados, violentados.

Estos puntos de vista coinciden con la definición de trabajo, cuyo origen como vocablo refiere a un instrumento de suplicio (1).

En suma: Quienes tienen energía de más, tienen dinero de más porque producen para aliviar el exceso, compitiendo con actitud deportiva, jugando.

(1) Me gusta más porque no me gusta

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«Los ricos ¿son incestuosos inimputables?»

Me referiré a las tribulaciones filosóficas a las que se ven enfrentadas algunas personas. No todas: sólo algunas.

Primera interrogante del niño: «¿Seguiré vivo o moriré?»

Primera respuesta a la primera pregunta: «Lo que me preocupa es no sufrir».

Segunda interrogante del niño: «¿Cómo hago para no sufrir?»

Segunda respuesta a la segunda pregunta: «Los adultos son tan poderosos que no sufren. Para no sufrir, tengo que ser como «ellos»».

El niño, enfrentado a esta preocupación —cuya gravedad e importancia es igual o mayor que la que puedan sentir algunos por una tercera guerra mundial—, trata de tranquilizarse inventando hipótesis, construyéndose creencia con los conocimientos que tiene y la capacidad inventiva que le tocó en suerte (talento).

Cuando piensa en «ellos», primero se refiere a los padres, pero a medida que va creciendo —y constata que crecer no disminuye la exposición al dolor—, comienza a pensar que no es la adultez, sino la estatura.

Una vez confirmado que tampoco es la estatura, piensa que lo que realmente evita el dolor, es el poder económico. Entonces piensa: «Tener dinero es la clave para no sufrir».

«El talismán (objeto mágico, amuleto, fetiche) que «nos libra de todo mal», es el dinero».

Y con esta conclusión, observa que ese instrumento (el dinero calmante de todo mal) es el que le ha dado al padre el poder suficiente para resolver el problema más apremiante: acostarse con la madre … pero eso es imposible por la misteriosa, sigilosa y ominosa, prohibición del incesto.

Acostarse juntos, como hacen «los que tienen dinero» (los padres), es lo más deseado, pero él corre mucho riesgo de sufrir un castigo.

En suma: (este grupo de hombres y mujeres, piensa que) … la solución para evitar el dolor, es privarse tanto del dinero como del deseo (incestuoso).

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El último examen

Es posible pensar que cualquier estímulo penoso que recibamos, está puesto ahí por la naturaleza, ya que el proceso evolutivo de millones de años de cada especie, ha generado ese dispositivo para conservar el fenómeno vida según nuestra anatomía y fisiología.

También corresponde tener presente que la naturaleza no tiene consideraciones humanas, como por ejemplo, «tratemos de que los padres de familia no fallezcan cuando sus hijos aún sos pequeños», «las personas más meritorias deben vivir mejor» o «este genocida que ha matado a millones de personas, tiene que morir cuanto antes».

Estas ideas son humanas, generadas por el particular aprecio que sentimos por nosotros mismos.

Las ideas de «principio», «causa» y «fin», son proyecciones de nuestras propias características, como son «haber nacido», «haber sido gestados por el coito entre un hombre y una mujer» y que «algún día moriremos».

El universo bien puede ser algo totalmente distinto, que exista y funcione con características propias, como por ejemplo que no tenga ni un comienzo, ni un creador ni un final.

Los malestares que padecemos los humanos, es probable que estén puestos ahí para estimularnos —como digo en varios artículos publicados en este blog—, pero también para confirmar que nuestro organismo está en condiciones de seguir sosteniendo el fenómeno vida o que, por el contrario, debe degradarse (morir, descomponerse, volver a depositar en la tierra los minerales que lo componen).

También es posible pensar que el deterioro de nuestra respuesta orgánica, es causa de una mayor demanda de estímulos penosos para lograr los mismos resultados que obteníamos con un organismo más reactivo, joven, fuerte, saludable, y es por esto que, cuanto más ancianos somos, más dolorosos son los padecimientos naturales para conservar el fenómeno vida.

Morir, es entonces, no superar una prueba (examen) vital.

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Unos contra otros a favor de todos

En otro artículo (1) comparaba el funcionamiento de una sociedad organizada con un organismo humano, haciendo especial hincapié en los recursos que cada ciudadano-célula necesitan para desempeñar el rol social o biológico (respectivamente) que tienen asignado.

Eso me lleva a pensar que la cantidad de riqueza está mal distribuida tanto en la sociedad como en la biología.

Y ahora digo que el error está en el adjetivo «mal».

Si en nuestra filosofía consideramos que algo está mal, seguramente estaremos pensando que eso se opone a nuestra existencia como individuos o como especie.

En otras palabras, dado que para los seres vivos no existe otra misión (2) que la de conservarse individual y colectivamente, entonces está mal (merece ese adjetivo) todo lo que de una u otra manera pueda constituir un obstáculo para el mejor desempeño de esa única misión.

Es posible agregar otro ingrediente a esta reflexión que comparto con usted.

Ese fenómeno vida depende de los estímulos agradables y desagradables que nos impone y ofrece la naturaleza.

Tanto el dolor como el placer, nos ponen en movimiento para realizar tareas que, si no las hiciéramos, dejaríamos de vivir (comer, evacuar, descansar, reproducirnos).

Estas ideas, tomadas como premisas válidas, nos permiten suponer que para que ocurra lo único que realmente importa (vivir),

1º) todos necesitamos recursos materiales (alimentos, abrigo, dinero);

2º) dados nuestros roles biológicos, sociales, naturales, algunos necesitan (consiguen y tienen) más recursos que otros (riqueza);

3º) estas diferencias de patrimonio entre unos y otros, causa indignación en muchas personas;

4º) la indignación proviene de interpretar como mala esa despareja distribución de los bienes terrenales;

5º) esa indignación genera malestares personales y colectivos;

6º) el malestar es necesario para que el fenómeno vida no se detenga;

Conclusión: la lucha entre pobres y ricos, felizmente molesta y es natural.

(1) El injusto proveedor sanguíneo

(2) Ver Blog La única misión


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Doctor: ¡hágame mimos!

Encontré tantas ideas que fundamentan la hipótesis de que el fenómeno vida depende de que los usuarios del mismo (los seres vivos), sintamos dolor y placer, que creé el blog Vivir duele, que ustedes pueden visitar si el tema les interesara.

La industria de los proveedores de salud, maneja recursos económicos muy grandes.

En ella están los laboratorios farmacéuticos, los médicos, los fabricantes de aparatología médica, las empresas de prestaciones pre-pagas, los laboratorios de análisis clínicos, y una larga lista de otros agentes económicos cuyos ingresos dependen de «vender salud».

Los trabajadores (empresarios, inversionistas, profesionales, empleados) cuyos ingresos económicos dependen de esta rama de actividad, tienen las características, creencias y prejuicios, propios de cualquier otra persona.

Mi propuesta de que el fenómeno vida depende del dolor y del placer, es aceptada por muy pocas personas.

Por lo tanto, si cualquier ciudadano concurre a un trabajador de la salud quejándose de que tiene un dolor, malestar o preocupación que le incomoda, ninguno de los dos evaluará la situación desde mi punto de vista (la normalidad de los malestares), sino que establecerán un vínculo terapéutico para solucionar el problema.

Es probable que la batería de anestésicos de que dispone la medicina, logre aplacar las molestias (¡por estar vivo!) que trajo el paciente a la consulta.

Me inclinaría a pensar que eso es perjudicial, porque la sensación penosa está ahí para provocar algún cambio en nuestra vida, pero con un calmante, desactivaremos el estímulo natural para buscar y modificar lo que nos afecta.

Además del alivio, otro placer se agregará al acto médico: todo indica que cualquier demanda (pedido), es de amor.

Los humanos seguimos necesitando ser atendidos, observados, mirados, palpados, mimados, aún después de la niñez y de la adolescencia.

El aspecto afectivo de la consulta, sí es saludable.

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lunes, 9 de agosto de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

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Me gusta más porque no me gusta

El Deseo S.A., presentó la película dirigida por Pedro Almodóvar y actuada por Victoria Abril y Antonio Banderas, titulada Átame.

Como el título lo indica —y el nombre de la empresa distribuidora no es casual—, en esta tragi-comedia, un ex-paciente psiquiátrico se empecina en lograr el amor de una actriz pornográfica.

Raptarla y atarla a una cama, son algunas de sus técnicas amatorias, que, como corresponde a una película comercial, terminan siendo exitosas.

Ella, primero lo rechaza, luego lo acepta y termina amándolo.

Inmovilizar al partenaire sexual es una práctica que suele ser bastante excitante para ambos y notoriamente implica una técnica de sometimiento sado-masoquista.

Nuestro deseo es temible porque puede «pedirnos» cosas peligrosas, dolorosas, vergonzosas, pero cuando lo satisfacemos, nos retribuye con generosidad.

Todos conocemos lo atractivo de algunas prohibiciones.

Con dos palos cruzados formando una X más un tercero usado para mantenerla vertical, se formaba un instrumento de tortura.

Brazos y piernas eran atados por los romanos a cada extremo de la X y con el otro, se lo ponía en exhibición para que otros lo vieran, para que la víctima sufriera terribles dolores y eventualmente, para armar una hoguera debajo y terminar con su vida.

El nombre de este instrumento es tripalium, es decir: tres palos.

De ese instrumento de tortura deriva el vocablo (también en latín) tripaliare, del cual hoy tenemos el verbo trabajar.

Hay consenso en que el trabajo es penoso, sacrificado y generador de víctimas.

Pero es probable que esta universal deducción etimológica, se quede en la superficie y no logre integrar algo más profundo aunque menos evidente.

El placer por el sometimiento lo verificamos en las restricciones placenteras que imponen ciertas relaciones amorosas o laborales, muy intensas y apasionadas, que muchos disfrutan o desearían disfrutar.

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El derroche laxante

Días pasados les comentaba que, observado el tema de la pobreza patológica desde otro punto de vista, es posible concluir que la energía que nos mueve, nos mantiene activos y yo diría, a salvo de la odiosa depresión anímica, proviene de las carencias, de lo que nos falta, de lo que tenemos que conseguir.

Anteriormente les había hecho algunos comentarios con referencia a los huecos (agujeros) (2).

Si asociamos ambos artículos, podemos resumir que uno de los malestares que nos (con)mueven, es la sensación de carencia, ausencia, vacío y que, es a partir de esta molestia, que somos estimulados para hacer cosas, para buscar soluciones a nuestro malestar, y —en definitiva—, para producir, crear, transformar la realidad.

Vamos a suponer —como hipótesis de trabajo— que los seres humanos somos todos iguales, es decir, que todos necesitamos la misma cantidad de energía para movilizarnos, para cumplir con la lógica de la naturaleza de la que depende el fenómeno vida.

Si esa cantidad de energía depende de nuestras carencias movilizadoras (estimulantes, provocadoras, dolorosas), podemos decir —continuando con la misma hipótesis de trabajo— que, en condiciones ideales, todos deberíamos tener la misma carencia, la misma sensación de vacío, un agujero (símbolo de nuestras necesidades y deseos), de un mismo tamaño.

¿Qué les ocurre a los ricos? Que tienen un agujero de menor tamaño. En términos vulgares —y obvios— tienen una carencia menor. Tienen el agujero obstruido, achicado, empequeñecido, rellenado, tapado.

Los elementos obstructivos, no solamente son monetarios sino también en términos de seguridad.

Por eso, es de ricos, gastar fortunas en comprar riesgo (póquer, deportes extremos, conocer lugares exóticos).

En suma: los ricos gastan mucho dinero para desobstruir el agujero que les da energía. Gastar en estos casos, es aliviarse, desintoxicarse, estimularse, desobstruirse.

Podríamos hablar entonces de riqueza patológica.

(1) Mi mejor posesión, es lo que me falta

(2) Los agujeros: patrimonio de la humanidad

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El arte de decir «NO»

En un artículo de reciente publicación (1), el razonamiento desarrollado me llevó a la conclusión de que funcionamos mejor cuando estamos con demasiado trabajo, porque cuando no tenemos suficientes ocupaciones, padecemos uno de los castigos más agresivos que reciben los presidiarios: el aburrimiento, la inactividad, la sensación de que las horas son eternas.

Este punto de vista está vinculado con otro que he mencionado reiteradas veces y es que la naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que sigamos vivos el mayor tiempo posible.

Por esto, tenemos que asumir resignadamente que no existe la felicidad permanente fuera de nuestra imaginación más optimista.

Lo que sí existen son maravillosos aunque fugaces momentos de placer, ubicados al final de los momentos penosos, esforzados, exigidos.

Somos felices cuando superamos un desafío, cuando termina una jornada laboral, cuando podemos darnos una ducha, practicar nuestro deporte favorito, hacer el amor, tener una conversación agradable, ¡y la lista es muy extensa!

Por lo tanto, si partimos del supuesto de que las molestias son inevitables —porque de ellas depende que sigamos vivos—, seguiremos buscando la forma de aliviarnos, pues eso es lo que necesita la naturaleza para conservarnos vivos.

También podemos concluir que, ante las dos opciones de tener mucho trabajo o poco trabajo, es preferible tener de más y no tener de menos (porque se convierte en un castigo).

Podemos concluir que:

1º) es acertado ser muy participativo;
2º) desarrollar destrezas útiles para la mayor cantidad de gente posible;
3º) publicitar nuestras destrezas (oficio, profesión, arte);
4º) ofrecer nuestra colaboración; y
5º) encontrar la manera de negarnos con simpatía, a realizar lo que exceda nuestras posibilidades de cumplimiento.

En suma: el objetivo es conseguir demasiado trabajo, pero hacer lo justo para no sentirnos mal, desarrollando el arte de decir «NO».


(1) Lo bueno que parece malo



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Cabalgar sobre las olas

¿Qué es tener salud mental?

Algunas respuestas son:

— estar feliz la mayor parte del tiempo;

— poseer la capacidad de actuar con acierto;

— ser exitoso (tener amigos, salud física, dinero suficiente).

Acepto que esas pueden ser buenas respuestas.

En este blog me dedico a reflexionar sobre la pobreza patológica, es decir, el estado de carencia material indeseado, el que genera síntomas dolorosos en quien la padece.

Es la pobreza contra la que se realizan infructuosas acciones para evitarla.

Los alcohólicos padecen una dificultad de salud que suele superarse apelando a un recurso que da resultado muy pocas veces, esto es, la voluntad reforzada por un trabajo de equipo.

Como estos equipos suelen ser organizados por congregaciones religiosas, conocemos la idea central expresada con su estilo característico.

La plegaria dice: «Dios, dame coraje para soportar la circunstancias inevitables, fuerza para transformar las modificables y sabiduría para diferenciarlas».

Es probable que la intención manifestada por este clamor, incluya los elementos esenciales de la salud mental.

La idea contiene una combinación de recursos psicológicos.

Incluye la actitud combativa, reivindicativa, revolucionaria, arriesgada, disciplinada, agresiva, para transformar la realidad.

Incluye la actitud tolerante, resignada, prudente, conservadora, ahorrativa, precavida, juiciosa, paciente, para aceptar lo inevitable.

E incluye la suerte.

El pedido que le hace el religioso a su Dios, no es otra cosa que la suerte de los laicos.

La realidad tiene su propia dinámica y esta está tan fuera de nuestro control, como los fenómenos naturales (viento, lluvia, sismos).

La exposición al tercer factor (suerte), debe ser tomada con nuestra actitud tolerante, resignada, prudente.

En suma: Contamos con salud mental, cuando podemos acompañar los vaivenes de la suerte que nos toca, como el jinete que se acomoda a cada movimiento del caballo o el marino a cada movimiento de su nave, sin dejar de conducirlos.

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sábado, 17 de julio de 2010

El universo de una sola pieza

Hasta donde he podido averiguar, la duda, la incertidumbre y la consiguiente angustia que ellas generan, son tan naturales en los seres humanos, como que todos caemos exclusivamente hacia abajo y no hacia los costados o hacia arriba.

También me parece cierto que el fenómeno vida depende en gran medida del movimiento que estamos obligados a hacer empujados por las molestias y atraídos por el placer que sentimos aliviándonos.

Fusionando ambas ideas, tenemos que las molestias son necesarias y que no sería bueno que, aplicando algún recurso ingenioso, dejaran de incomodarnos la duda, la incertidumbre y cualquier otro agente agresor, sin descartar los orgánicos (dolores físicos).

En varias ocasiones he comentado con ustedes que al comienzo de nuestra existencia extrauterina, estamos un buen tiempo pensando que todo está fusionado, que somos una sola cosa, nosotros, mamá, papá, la mascota, la casa, los olores (1).

Luego de esa maravillosa primera etapa, comenzamos a discriminar, y ahí nos enteramos que no existe tal fusión, sino que cada uno es un individuo separado, que mamá es mamá, papá es papá y yo soy yo.

Con el tiempo, la sociedad nos reconoce responsables de nuestros actos, nos premia o nos castiga por nuestra conducta. Nos confirma que «yo soy yo».

El conjunto de normas que organizan nuestra convivencia (moral, legislación, reglamentos), se basa en el supuesto de que existe el libre albedrío y que somos responsables de nuestros actos u omisiones.

Pero como la duda y la incertidumbre forman parte inevitable de nuestras mentes, algunos dicen que esto no es realmente así.

Estos dicen que cuando asumimos que somos sujetos, que «yo soy yo», accedemos a una ficción, a una creencia, a una ilusión y que los filósofos inventan argumentos para reforzarlas.

Lo real sería que integramos una totalidad indivisible, solidaria, comunitaria, cósmica.

(1) Tú y yo, ¡un solo corazón!
«Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
«Átame el zapato, ma»

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Los agujeros: patrimonio de la humanidad

Alguna vez les comenté (1) que en la naturaleza existen pocos elementos fundamentales y que esa variedad casi infinita que perciben nuestros sentidos e intelecto, no son más que variaciones de unos pocos temas.

Agrego una analogía más: con siete notas musicales, está compuesta toda la música que existe.

En la naturaleza existen la inercia, la gravitación, el vacío, la fuerza centrífuga y pocas cosas más.

La variedad que percibimos, surge de infinitas combinaciones, adaptaciones, mezclas.

Con este breve preámbulo, les comentaré algo que nos pasa con los agujeros.

Los humanos tenemos horror al vacío ... y la naturaleza que nos rodea también. Todo está relleno de algo, ya sean sustancias gaseosas, líquidas o sólidas.

Los agujeros propiamente dichos son físicos: un pozo en el suelo, un túnel, la vagina.

El horror al vacío que padecemos junto con la naturaleza, nos induce a tapar los agujeros, con tierra, con una ruta o con un pene, respectivamente.

Los agujeros intelectuales son los que llamamos duda o ignorancia. Son los vacíos de certezas o información.

Son agujero intelectuales, desconocer de dónde venimos a la vida, qué sucede después de la muerte, si nuestro cónyuge nos ama.

Todos luchamos por tapar agujeros intelectuales porque nos provocan incertidumbre, ansiedad, angustia.

La ciencia intenta rellenarlos con datos, razonamientos, inventos, verdades, descubrimientos.

Las religiones intentan rellenarlos con creencias, fe, esperanza.

El psicoanálisis nos dice: «Observemos que lo real de un agujero, son sus bordes».

¡Tiene razón!

— Son los bordes y las paredes de un pozo lo efectivamente constatable;

— Son los bordes y las paredes de los orificios corporales donde se generan el placer o el dolor;

— Son la incertidumbre y la duda, lo que nos mantienen atentos a los cambios.

¡Preservemos los agujeros sin taparlos! Saberlo todo, equivale a morir. Quedarnos sin vaginas, también.

(1) Los regalos y la fuerza

La presión arterial es ilegal

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La psiquis según el materialismo

Hay quienes piensan que es necesario tener fracasos, para obtener la idoneidad suficiente.

¿Cuántos puentes se le deben caer a un futuro buen ingeniero?

¿Cuántos pacientes se le deben morir a un futuro buen médico?

Quienes han recibido la doctrina del martirio pedagógico, del sufrimiento educador, de «la ley con sangre entra», están constituidos para suponer que el dolor es un gran maestro y que provocarlo permite acelerar (controlar) el proceso de maduración (desarrollo, crecimiento personal).

De nuestra especie sabemos poco.

Conocemos nuestro cuerpo hasta donde nuestros sentidos y tecnología lo permiten, pero ignoramos lo que nuestros sentidos y tecnología no perciben.

Es posible pensar que las creencias (prejuicios, ideología, fobias) son las que son porque nuestro cuerpo es como es y funciona como funciona (¡perdone la obviedad!).

En otras palabras: si yo creo que existe Dios, es porque mis células tienen tal morfología (forma, estructura, característica) que segregan ese pensamiento.

Por el contrario, si soy ateo es porque mis células son y funcionan de tal manera que descartan la existencia de un ser superior.

El psicoanálisis demuestra que el habla cambia (a veces en forma definitiva) esa estructura anatómica y fisiológica (células y su funcionamiento).

Por su parte, la psiquiatría demuestra que la ingestión de ciertas sustancias, provocan transformaciones con mayor rapidez (y menor estabilidad) que las palabras oídas o leídas.

En suma: quienes están anatómica y fisiológicamente constituidos para provocarse dolor y fracasos, lo hacen porque su cuerpo (especialmente el cerebro y ciertas glándulas), funciona bien así.

El cuerpo de los demás está constituidos para pensar que la mejor estrategia consiste en aprender de los errores ajenos y de los propios que no se pudieron evitar.

El cuerpo de algunos lectores podrá aceptar este punto de vista y el de otros, no.

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