martes, 5 de abril de 2011

La felación lactante

La estimulación oral del pene (felación) es gozosa para quienes de esa forma evocan los placeres de su propia lactancia.

Como he comentado en otros artículos (1), nos sentimos ricos durante los primeros meses de vida pero luego perdemos ese estatus y no paramos de añorarlo (extrañarlo, desearlo).

Este es exactamente el origen de nuestro deseo.

La precaria constitución de nuestro cerebro nos llevó a pensar que nuestra riqueza era mamá. Más precisamente, los senos alimenticios de mamá.

Observemos que mediante un simple tilde, diferenciamos a la persona «mamá» de aquello que realmente nos importó que fueron sus «mamas» (senos, tetas).

Estos hechos son simples pero están en el origen de fenómenos que parecen complejos porque el lenguaje es tan ineficiente que tenemos que utilizar muchas palabras para poder decir algo tan simple como que

— «fuimos realmente felices mientras fuimos lactantes», o que
— «nos sentimos arruinados cuando aquellos senos dejaron de producir leche», o que
— «perdimos la felicidad cuando empezamos a comer otros alimentos».

También he mencionado en otro artículo (2) que en última instancia «heterosexual es cualquiera que desee a las mujeres» (J. Lacan).

Observemos que la felación (chupar el pene) es un placer muy difundido entre las mujeres, sin embargo el diccionario de la Real Academia la define como «estimulación bucal del pene».

El punto de vista de esta Academia es masculino porque si bien es cierto que a los varones nos gusta esa práctica (si es realizada con pericia, porque la estimulación dolorosa molesta), diría que son ellas las que más lo prefieren porque el pene recuerda al seno materno cuando aún segregaba leche (al líquido seminal se le dice popularmente leche).

En suma: la mujer, cuando practica la felación, goza en tanto ese pene que segregará semen, imita al seno materno que la alimentó.

(1) La insatisfacción vitalicia

La vida es placentera gracias a la placenta


(2) Sabemos mucho de gays y poco de lesbianas

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Problemas económicos y/o sexuales

La sexualidad está presente en los aspectos más importantes de nuestra existencia. Es su eje.

He creado un blog (1) donde se encuentran los artículo que argumentan a favor de la hipótesis según la cual el ser humano (y cualquier otro ser vivo) tiene por única misión conservarse él y la especie.

Sin embargo esta propuesta no es coherente con las hipótesis reunidas en otro blog (2) y que fundamentan la idea de que el libre albedrío no existe porque estamos totalmente determinados por factores ajenos a nuestro control (genéticos, geográficos, culturales, etc.).

En otra palabras, si el ser humano tiene por lo menos una misión (conservar la especie), entonces tiene algo para decidir, lo cual no puede ser.

Para conciliar ambos conceptos correspondería decir que ni siquiera tenemos la misión de conservar la especie porque la naturaleza nos impone el deseo sexual reproductivo, nos obliga a buscar alivio de los dolores y curación de las enfermedades.

En este contexto de conservación de la especie y determinismo, los humanos tenemos el siguiente desempeño.

— Los senos maternos fijan en cada uno de nosotros las primeras sensaciones de bienestar asociadas a la sobrevivencia (conservación de la especie);

— Los senos dejan de alimentarnos y esa carencia nos instala una sensación de incompletud inespecífica, genérica, inefable, que denominamos deseo;

— La condición de carencia inespecífica, genérica e inefable permite suponer que la leche materna (objeto perdido) puede ser representada en la vida adulta por el dinero porque también satisface genéricamente nuestras carencias;

— Tanto la felación (3) como besar los senos, evocan nuestra lactancia y forman parte de las prácticas sexuales adultas.

Conclusión: si existe un vínculo entre nuestro deseo (lactancia perdida), el dinero como símbolo de la leche materna y la sexualidad adulta, entonces los problemas económicos pueden estar vinculados a los problemas sexuales.

(1) La única misión

(2) Libre albedrío y determinismo

(3) La felación lactante

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Consumo de esperanza sólo hasta morir

La esperanza, como calmante universal de nuestros problemas, cuenta con la muerte como solución universal y definitiva.

Los seres vivos huimos de aquello que ponga en riesgo la supervivencia.

Cuando un caballo acelera su andar al recibir un golpe, no se da cuenta que huir es inútil porque aquello que le provoca dolor (el jinete), va con él.

Claro que alguien puede alegar que el caballo reacciona así por su escasa inteligencia, sin embargo todos conocemos personas que cambian de pareja, de trabajo o de país, ignorando lo mismo que ignora el caballo: que el problema lo tienen dentro.

Si meditamos un poco más podemos decir: el caballo sabe que la fuente del dolor va con él pero también sabe, porque es muy inteligente, que acelerando el paso el jinete dejará de molestarlo.

Y con esta conclusión podemos observar al ser humano y decimos: esta persona tiene tantos cambios en su vida, no porque se crea que así va a solucionar algo, sino porque ha descubierto que las molestias que lo mortifican se atemperan en cada recomienzo, ya sea porque se distrae con los cambios y se olvida un poco de sus angustias o porque se permite doparse con renovadas dosis de esperanza.

Nuestra relación con la muerte es imaginaria porque lo más que podemos saber es cómo se sufre cuando alguien muy querido fallece, pero nadie sabe qué es morirse él mismo. Existe una leve sensación de que quizá algún día, no sabemos cuándo, dejemos de tener tantos problemas, angustias, preocupaciones.

Es posible pensar que aquellas personas que no se dedican a resolver sus problemas personales sino que siempre recurren a calmar sus molestias con las dosis de esperanza que hagan falta, cuentan (sabiéndolo o no) con el proverbio que dice: «no hay mal que dure cien años».

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Qué imitar de los servicios de salud y de las madres

Los servicios de salud y las madres desarrollan destrezas que todos los trabajadores necesitamos para conseguir y conservar nuestros ingresos monetarios.

Mientras perros, gatos y gansos deambulan a mi alrededor porque también prefieren la sombra de la parra y quizá disfruten de la exquisita fragancia de las uvas, pienso sobre qué lindo sería que yo no tuviera tantas fobias.

Pero así son las cosas y debo vivir con esto hasta que algún día mi cuerpo no necesite más rechazar las palabras en otro idioma.

Este ambiente paradisíaco me da la fuerza necesaria para hablarles de algo que necesita palabras extranjeras.

En otro artículo (1) hice una comparación entre las circunstancias de un adulto víctima de un accidente y el parto de un nuevo ejemplar de nuestra especie.

Hay una cierta semejanza entre el desempeño de los servicios de salud expertos en emergencias y la destreza de una madre con su primer hijo.

La diferencia fundamental es que los primeros estudiaron (se formaron) para realizar esa tarea y la segunda se guía por el instinto (el escaso que nos va quedando en nuestra especie).

Las palabras extranjeras son «handling» y «holding» cuyos significados en nuestro amado español necesita una explicación por falta de una traducción exacta.

«Handling».- Tanto los enfermeros y médicos como las mamás saben cómo maniobrar (obrar con las manos) al accidentado o al pequeñito. Los manipulan de forma de no lastimarlos ni causarles dolor.

«Holding».- Tanto los enfermeros y médicos como las mamás saben cómo tratar afectivamente al accidentado o al pequeñito. Los comprenden, se identifican con ellos, se ponen en su lugar, establecen empatía, los contienen, los sostienen emocionalmente.

Aunque los médicos trabajan por dinero y las madres no, el hecho es que todo trabajador necesita desarrollar estas destrezas para conseguir, mejorar y conservar sus ingresos.

(1) El accidente de nacer

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«Desear es poder»

La pobreza provoca en algunas personas el intenso deseo de terminar con ella. Este deseo es una fuerza que convierte en poderoso al más débil. Cuando la pobreza es satisfactoria, la reacción deseante no se produce.

La «Ley del más fuerte» no está legislada por nadie en particular sino por todos.

Cuando las circunstancias nos obligan a competir con una o más personas, evaluamos cuánta fuerza poseen para prever nuestras posibilidades.

Aunque suena ilógico, la fuerza física no lo es todo. Alguien de gran tamaño y musculatura, puede estar desanimado y ser más débil que otro más pequeño pero muy motivado, más agresivo y combativo.

Un refrán dice brevemente: «Querer es poder».

Una de las interpretaciones posibles es nefasta, capaz de hacer estragos en la economía de cualquiera.

Me refiero a quienes suponen que alcanza con soñar un objetivo con la suficiente nitidez, convicción, intensidad y fe, para que mágicamente surjan de la nada apoyos que nos den la anhelada satisfacción.

Rezar, pedir, hacer promesas, cumplir con todos los ritos religiosos, tener una actitud sumisa, respetuosa, temerosa y hasta adulona con algún personaje supuestamente dotado de poderes sobrenaturales (Dios, santos, vírgenes), serían los recursos con los que cuenta quien interpreta que todos esos actos pasivos son mágicamente capaces de algún logro concreto.

En esta interpretación, «Querer ... » significa soñar, aspirar en abstracto, tener esperanza, confiar, delegar en una fuerza imaginaria.

Sin embargo, si por «Querer ...» entendemos desear, la situación puede cambiar.

Para estos efectos, defino desear como una

— insoportable percepción de carencia,
— dolorosa sensación de vacío,
— irritante percepción de pobreza injustificable, indignante, cuya solución no admite la menor demora.

Entonces redacto el refrán de esta manera:

— «Desear desesperadamente, es poder»;
— «No poder postergar la satisfacción del deseo, es poder»;
— «La pobreza repudiable, es poder».

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El cuerpo imaginario

Nuestro inconsciente sigue pensando que estamos compuestos por algo más que nuestro cuerpo anatómico (cabeza, tronco, extremidades). Cuando anteponemos el pronombre «mi» (casa, cónyuge, papá), hablamos de cosas in-cuerpo-radas.

Un psicótico (loco) es alguien ineficiente (débil, incapaz) para encarcelar adecuadamente su inconsciente.

Aunque sea lamentable, la vida del psicótico es imposible sin ayuda.

Es una lástima que así sea porque la salud mental concebida como el control casi total del inconsciente, tiene los enormes costos de privarnos de la creatividad, de alejarnos de nuestros instintos que tanto nos humanizarían, de gastar mucha energía en evitar que se escape, a pesar de lo cual, siempre ocurre alguna fuga (sueños, lapsus, actos impulsivos).

Esta cárcel de alta seguridad, que mantiene bajo custodia todo lo que fue condenado por nuestra cultura (deseos prohibidos, gustos aberrantes, instintos) o por nuestra propia conveniencia (recuerdos dolorosos, miedos, autocensura), esta cárcel conserva aquella primera percepción de la realidad, según la cual formábamos parte de un todo indivisible, integrado, fusionado (yo-mamá-papá-mi hermano-la casa-el oso de peluche-la luna) (1).

En esa locura propia del inconsciente, está la sensación de que nuestro cuerpo está compuesto por lo anatómico, más una cantidad de otras cosas externas que inconscientemente seguimos sintiendo como propias... tal como la sentíamos en aquella primera etapa de fusión.

Dicho de otra forma, la madurez intelectual nos permite discriminar, individualizar, reconocer que yo y mamá (y demás personas u objetos) estamos separados... pero hasta por ahí no más (no totalmente).

El deseo de apoderamiento, la furiosa defensa del derecho de la propiedad privada, los celos descontrolados por todo lo que creemos propio (cónyuge, hijos, amigos), esa desesperación que nos ataca cuando nos roban, cuando nuestro cónyuge se cree libre, cuando el gobierno nos cobra impuestos, ocurre porque en nuestro inconsciente nos sentimos amputados, desmembrados, mutilados, cercenados, lisiados.

(1) El universo de una sola pieza

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La venganza refresca mejor

Cuando yo tenía doce años, mis padres se mudaron a un apartamento nuevo en un barrio donde habían otros jovencitos de mi edad.

La mayor diversión la encontrábamos en un terreno donde practicábamos fútbol mientras hubiera luz para ver la pelota.

Los días lluviosos y fríos nos reuníamos en un garaje a jugar naipes o a mirar revistas pornográficas que nos prestaba morbosamente un solterón probablemente gay.

Esa vivienda fue la mejor en cuanto a estímulos fuertes, aunque me ocurrió algo cuyo recuerdo no sé aún cómo calificar.

Habían llegados al barrio dos hermanos mayores que nosotros, que hablaban con un acento de alguna ciudad fronteriza.

Cierta tarde de domingo me acerqué a ellos buscando ideas para divertirnos.

Inesperadamente, uno me tomó por la espalda mientras el otro se dedicó a pegarme en las piernas con una vara.

No demoré en gritar, pedir auxilio, llorando de furia y dolor.

Una vecina se asomó a la puerta, les gritó y los sádicos huyeron.

Volví a mi casa en un estado de ánimo terrible, con fantasías vengativas de altísimo voltaje.

Mis padres se alarmaron y luego de escucharme, mi padre salió furioso en busca de los forajidos.

Mi madre trataba de serenar mi agitación acariciándome el cabello y moderando diplomáticamente las frenéticas manifestaciones de odio que yo profería con la ilusión de que se estuvieran cumpliendo mientras las decía.

Ya casi anochecía y por fin volvió mi padre, despeinado, con la ropa desarreglada, fatigado.

Contó que finalmente los había encontrado, que por suerte el padre de los malvados entendió lo ocurrido, que los golpeó con una vara, provocándoles llanto y desgarradores gritos de arrepentimiento.

Mi felicidad fue enorme, sentí que había sido vengado, pensé cosas maravillosas de mis padres aunque no hace mucho mi analista festejó, como al pasar, la creatividad de mi padre para inventar tan delicioso desenlace.

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Mamá es insustituible

Las pretensiones de fidelidad conyugal surgen del anhelo de ser los hijos únicos de una mamá imaginaria. Un cónyuge engaña al otro en tanto no le asegure mil veces “yo no soy tu mamá”.

El deseo en el ser humano es causado por la pérdida irreversible que siente cuando tiene que separarse de su madre.

Lo digo de otra forma: cuando el pequeñito estaba con ella, no sabía lo que eran las necesidades porque ella todo se lo solucionaba: alimento, abrigo, caricias, higiene.

A medida que crece, se le exige que controle los esfínteres, que se lleve los alimentos a la boca, que se duerma solo y otras infinitas tareas, dolorosas, angustiantes, que él sólo puede interpretar como una pérdida, un angustiante empobrecimiento, un lacerante abandono afectivo.

En suma: El niño puede constatar que antes era rico y que ahora es pobre. El deseo surge de esa nostalgia de tiempos mejores y la búsqueda de satisfacerlo genera la energía necesaria para intentar recuperar la riqueza original.

La historia se repite y eso entra en combinación con nuestro insaciable deseo de recuperar aquella riqueza perdida: la maravillosa convivencia con mamá.

Cuando los adultos nos enamoramos, incurrirnos en por lo menos un error grave.

Efectivamente, creemos ver en nuestro ser amado a aquella mamá. El hecho que esto ocurra inconscientemente significa que bajo ningún concepto nos damos cuenta que mujeres y hombres buscamos en nuestro futuro cónyuge a nuestra madre.

Estos adultos quieren unirse, compartir una vivienda y tener hijos, con la ilusión de que podrán satisfacer eso que tanto buscaron: recuperar la magnífica vida que tenían con mamá.

Como siempre quisieron ser hijos únicos, exigirán que esta unión sea monógama (mamá y yo, ¡y nadie más!).

Las disoluciones conyugales ocurren porque las expectativas puestas en el matrimonio era exageradas.

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Los pensamientos narcóticos

Algunos mecanismos de defensa funcionan como opiáceos, morfina, endorfina: son pensamientos o fantasías que compensan angustias, miedos, nostalgia.

La delicada amapola es una especie de adormidera (imagen), planta europea de la cual se extrae el opio, sustancia capaz de calmar dolores corporales muy intensos.

Además de esta flor, nuestro Sistema Nervioso Central también produce opio aunque lo llamamos endorfina.

De modo similar, esta sustancia generada por nuestro cuerpo, alivia, calma, modera los dolores.

Se puede pensar que nuestro organismo se vale del dolor para impulsarnos a tomar ciertas acciones (el ardor nos «quita» la mano del fuego, el hambre nos induce a comer, los dolores de vientre característicos nos inducen a evacuarlo).

De esta manera es posible afirmar que el dolor está al servicio de conservar el fenómeno vida durante el mayor tiempo posible.

Pero como nuestro organismo está perfeccionado por reacciones que automáticamente intentan regular los desequilibrios que pudieran comprometer la continuidad del fenómeno vida, también tenemos reacciones calmantes que interrumpen transitoriamente el dolor.

Observemos cómo las señales de alarma que hemos inventado, luego de activarse, entran en un período de inactividad hasta que se reanudan si el destinatario no hizo algo para cancelarlas.

A partir de la suposición de que somos únicamente materia (1) (por tanto, no existe mente y cuerpo sino sólo cuerpo con algunas manifestaciones que subjetivamente nos parecen inmateriales, espirituales, etéreas), podemos decir que los pensamientos también tienen algún recurso para auto aliviarse, una especie de endorfina para ideas penosas (preocupación, angustia, miedo).

En una observación superficial, vemos que algunas personas dedican todo su esfuerzo a enriquecer ... como forma de aliviar su miedo a la ruina económica, otros se obsesionan cuidando la salud como forma de aliviar su hipocondría, otros creen en Dios como forma de compensar la pérdida de la protección familiar.

(1) Los dioses y el sistema inmunológico

EnlaceMi corazón segrega mucho amor por tí

Qué es el inconsciente

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¡No sea imbécil! ¡Compre esto ahora!

La simpática, creativa, colorida, musical y erótica publicidad, es en realidad sádica porque el estímulo para que compremos lo que ofrece, consiste en hacernos sentir mal, desinformados, infelices, tontos.

Imaginemos una situación terrorífica, escalofriante, pesadillezca.

Un señor llega al consultorio de una odontóloga y ella le pregunta:

— ¿Usted le tiene miedo a los dentistas?

El paciente, que había llegado hasta ese lugar luego de juntar coraje durante meses y que finalmente se decidió gracias a que la esposa le prometió permitirle eso que siempre le pide y que ella, aunque le encanta, no quiere permitírselo, alegando una inexplicable tradición familiar, algún inconveniente circunstancial, sin dejar de lado el clásico argumento higiénico, luego de todo eso, complementado por la ingesta de un sedante suave proporcionado por la hermana, siente que sus fuerzas flaquean, hace memoria dónde estaba la puerta, cambia el cruce de sus piernas y responde:

— No, bueno, un poco sí, no me agrada mucho, en fin, me da algo de miedo. ¡Me horroriza!

— Ja, ja, lo supuse —responde, como diciendo «estos hombres, son todos iguales...»

En suma: una situación que es clásicamente estresante (consultar al dentista), es encarada de la peor manera, justamente por quien debería estar capacitada para alentar a sus consultantes para que se sientan cómodos, puedan colaborar en el tratamiento y eventualmente regresen cuando vuelvan a necesitarlo.

También es penoso para todos, cortar el cordón umbilical.

Nos queda una sensación de angustia, de carencia, de vacío, que algunos tratan de rellenar mediante el famoso consumismo (1).

Pues bien: la publicidad —al igual que nuestra torpe odontóloga—, no para de abrir más y más la herida que nos queda después del referido corte, pero lo hace para vendernos más y más artículos que supuestamente rellenarán esa sensación de vacío, cosa que jamás habrá de ocurrir.

(1) El acoso del deseo

La insatisfacción vitalicia

Gane U$S 1.000 diarios desde su cama

Artículo vinculado:

¡Rápido! ¿Qué hora será dentro de un rato?

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La rentabilidad de las prohibiciones

El antiguo testamento ya daba consejos sobre rentabilidad, aunque utilizando una alegoría apta para los lectores de aquella época.

Cuando oímos la palabra «fruta» recordamos el alimento que nos proveen ciertas plantas y árboles.

Otro significado, similar pero más abarcativo, nos sugiere la ganancia, el logro, el resultado: «El fruto de nuestro esfuerzo».

Sabemos que el prefijo dis- significa negación, carencia, ausencia (disnea [dificultad para respirar], dislexia [dificultad para hablar], discordia [desentendimiento]).

Dejemos estos tres párrafos momentáneamente a un costado y vayamos a la leyenda de Adán y Eva.

Esta historia bíblica (y otros textos muy antiguos), intenta enseñar normas de conducta a pueblos muy primitivos, creyentes en seres míticos (Dios), capaces de terribles castigos a los desobedientes.

En este contexto Dios acordó con Adán y Eva que podían aprovechar todo lo que había en el frondoso y abundante paraíso, siempre y cuando no comieran la fruta prohibida (manzana).

Nuestros abuelos (Adán y Eva), actuaron como lo harían algunos que conocemos: Si la orden es «coman lo que quieran, menos esto», la curiosidad nos llevará a olvidarnos que tenemos todo un paraíso para disfrutar e intentaremos hacer exactamente lo que menos nos conviene, eso es, comer de la fruta prohibida.

La consecuencia ya todos la conocemos: Dios se puso furioso y nos echó del paraíso, agregando el parto con dolor y tener que transpirar para conseguir comida, como si la expulsión de la abundancia no hubiera sido poco.

En suma: Si juntamos ambas ideas planteadas, podemos concluir que para dis-frutar es precisos privarse (dis-) de lo prohibido (fruta).

Por ejemplo, tenemos que dejar que mamá se quede con papá cortando el cordón umbilical, buscar otra mujer, formar una familia y olvidarnos de las relaciones incestuosas.

Para dis-frutar es preciso abandonar, renunciar, gastar, invertir. Asumir la castración, diría un psicoanalista (1).

(1) Control y descontrol: un precario equilibrio

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