lunes, 2 de julio de 2012

El dolor femenino obligatorio



Probablemente las mujeres víctimas de la violencia doméstica, inconscientemente sienten que están cumpliendo una sentencia bíblica («parirás con dolor»).

Asumo que, a ciencia cierta, no sé nada. Tengo muchas ideas, hipótesis, suposiciones y, sobre todo, estoy lleno de preguntas sin contestar.

Por lo tanto, los miles de artículos que figuran en la web con mi firma son puras opiniones, conjeturas, sugerencias, que no informan directamente alguna verdad pero que si caen en cerebros fértiles pueden gestar alguna idea valiosa.

Este artículo será otro más con esas características.

A partir de uno de esos pensamientos breves que publico en otro blog (1), cuyo texto expresa:

«Las mujeres parirán con molestias; las mujeres bíblicamente sugestionables, parirán con dolor».

...se me ocurre proponerles pensar sobre cuán determinadas están las mujeres a considerar que sus padecimientos corporales son un mandato bíblico.

Teniendo en cuenta

— que la sentencia bíblica dice «la mujer parirá con dolor»;

— que nuestra función más importante como seres vivos es reproducirnos (2); y

— que es la mujer la que realiza el mayor esfuerzo físico para conservar nuestra especie (3),

podemos suponer que la mujer tiene una relación con sus dolores muy especial, en tanto cree que cuando sufre es porque está cumpliendo la tarea más importante de cualquier ser vivo.

La misma cultura que la predispone a sentirse conforme con su destino sufriente es la que, por otro lado, invierte grandes recursos para evitar, aliviar y curar cualquier tipo de sufrimiento (no solo el dolor humano sino también el de los animales que nos rodean).

Es con estas premisas que me pregunto si la violencia doméstica no merecerá otra lectura más ilógica de la que hacemos.

Si muchas de las mujeres golpeadas no quieren abandonar a quien las golpea, podemos suponer que prefieren sufrir el dolor que bíblicamente les fuera asignado.

     
(Este es el Artículo Nº 1.615)

Sobre medicina paliativa



La medicina suele perder de vista que salvar una vida es menos importante que salvar una «calidad de vida».

Como les comento en otro blog (1), los humanos somos idénticos a los demás seres vivos en una sola cosa: existimos sólo para seguir existiendo.

Desde el más simple animalito unicelular hasta Paul McCartney (o el personaje que usted quiera elegir), no tenemos ninguna otra tarea obligatoria que conservar nuestras respectivas especies (amebas o humanos).

Por lo tanto la muerte de un hijo provoca un dolor que solo es superado por nuestro propio riesgo de vida.

Es lógico que así sea porque, ante esta única misión (conservar la especie), tenemos un solo problema: la muerte.

La naturaleza parece utilizar la muerte prematura como un mecanismo de perfeccionamiento porque la generación de nuevos ejemplares cuenta con esas muertes para interrumpir la existencia de quien no tuvo la suerte de ser concebido como para llegar a feliz término (de la gestación y de la vida reproductiva).

El narcisismo es una característica de las personas psicológicamente inmaduras gracias al cual uno se cree lindo, inteligente, valioso, perfecto, infalible.

Es bueno tener algo de narcisismo pero no es muy bueno tenerlo en exceso.

Los humanos padecemos un exceso de narcisismo cuando se nos ocurre suponer que el orden natural es imperfecto y que necesita de nuestra oportuna colaboración.

Es comprensible que los padres de un niño con dificultades para vivir se angustien, sufran y apliquen toda su energía a tratar de salvarlo.

La medicina, cuando no admite perder ante la muerte, suele salvar vidas sin valorar qué calidad de vida tendrá el «milagrosamente» rescatado.

En general los médicos tampoco aceptan que un paciente se oponga a sufrir los terribles e inciertos tratamientos contra el cáncer porque solo aspira a una muerte digna (tratamiento paliativo).

 
(Este es el Artículo Nº 1.614)

La agresividad y la prohibición del incesto



La agresividad y la prohibición del incesto funcionan como estímulos que nos permiten defendernos y reproducirnos, respectivamente.

Porque somos una especie muy vulnerable, afectados además por la conciencia de que somos muy vulnerables, tenemos que ser agresivos para tonificar compensatoriamente nuestra debilidad.

En este desempeño (ser agresivos para compensar nuestra debilidad constitutiva), también perecen otros humanos, porque tienen mala suerte o porque son excesivamente débiles y «no son aptos para vivir» (no son viables).

Ocurre cuando un delincuente actúa como sicario (asesino por encargo), o como rapiñero (robo violento), o cuando un ciudadano común actúa negligente o imprudentemente provocándole un grave daño a otros.

Ocurre cuando un gobernante se deja llevar por sus ambiciones imperialistas y hace matar a sus jóvenes soldados luchando por una causa que solo la historia se encargará de encontrar injustificada, pero que mientras los acontecimientos bélicos ocurren una mayoría los aplaude.

La agresividad dentro de nuestra especie es semejante a la prohibición del incesto.

Tanto una como la otra resultan ser circunstancias penosas, irritantes, condenables, pero en los hechos podemos observar que contribuyen a fines superiores que nos benefician: con la agresividad compensamos nuestra natural vulnerabilidad y con la prohibición del incesto potenciamos nuestro instinto reproductivo mediante la exacerbación de la sexualidad reprimida.

Para que la agresividad y la prohibición del incesto cumplan sus objetivos superiores, es imprescindible que funcionen como estímulos dolorosos. Es preciso que la agresividad sea condenada y que la prohibición del incesto merezca un respeto atemorizado.

Si alguien, apelando al control mental, a recursos religiosos o a alguna disciplina esotérica, lograra moderar en sí mismo la fuerte reacción que nos provocan la agresividad y el incesto, esa persona quedaría expuesta a morir por causa de la más mínima amenaza o a carecer de deseo sexual (apatía, alexitimia, impotencia).

Otras menciones del concepto «prohibición del incesto»:


Por qué cuesta ‘un ojo de la cara’
   
(Este es el Artículo Nº 1.607)

La minería y la delincuencia



Los ladrones hacen un trabajo similar al que hace la minería para extraer los recursos «guardados» en rocas y océanos.

Una pregunta que correspondería formularnos sería ¿por qué tenemos que extraer ciertos materiales que están atrapados en la roca, o a grandes profundidades en la tierra y hasta en el océano?

A eso llegamos movidos por la angustia.

Esta respuesta tan lacónica, posee sin embargo algo de verdad (como cualquier otra respuesta).

Fue suficiente que en algún momento a alguien se le ocurriera que los diamantes son necesarios, que el oro aumenta nuestra calidad de vida o que el petróleo es imprescindible, como para que, quienes estaban angustiados por algún dolor, algún miedo imaginario o alguna carencia mortificante, salieran dispuestos a todo con tal de conseguir esos materiales, «estén donde estén», «cuesten lo que cuesten», «sea como sea».

A partir de esta decisión desesperada, los humanos comenzamos a perforar el planeta, sin reparar en la resistencia que este interpusiera defensivamente.

La violencia con que los afligidos seres humanos atacamos a la resistencia terráquea, no demoró en hacerla volar por los aires a la vez que glorificamos al humano que inventó la dinamita depredadora (Alfred Nobel – [1833 - 1896]).

Nuestro espíritu, atormentado por las necesidades y deseos, reales o imaginarios, literalmente explota las riquezas naturales, y todos estamos muy felices de que así sea.

Los seres humanos no solo vivimos en la naturaleza sino que también formamos parte de ella, junto con los demás animales, vegetales y minerales.

El atesoramiento que algunos seres humanos (ricos) hacen del dinero, se parece a las riquezas encerradas en la roca o en el fondo de los océanos.

Hasta cierto punto, la violencia con la que los ladrones roban esos bienes, se parece a un trabajo de minería. Los ladrones «explotan» a los ricos.

Nota: Los artículos especializados en la delincuencia están reunidos en el Blog Psicoanálisis y delincuencia.
 
(Este es el Artículo Nº 1.587)

Las soluciones radicales (de raíz)



Nuestra mente intuye que el «inconsciente» es la raíz del psiquismo y cuando proponemos soluciones «radicales» (de raíz), es porque querríamos eliminarlo.

Según parece el miedo a la muerte no existe porque nuestro cerebro sólo puede entender la muerte de los demás pero nunca la propia.

Lo que sí existe es el miedo al dolor, sin olvidar que podemos sufrir por la muerte de otros y es recién ahí donde aparece una referencia al «miedo a la muerte», es decir, «el miedo al dolor inherente a elaborar un duelo».

Para quienes acepten esta premisa será posible entender que el instinto de conservación se refiere al dolor: instintivamente nos cuidamos de no sufrir.

Con nuestra fantasía e imaginación podemos suponer, imaginar, creer que algún día moriremos. Algunas personas pueden «verse» en un féretro y también enterradas.

Aunque apelando a esa misma imaginación podemos adoptar resoluciones que se activarán cuando otros constaten nuestro fallecimiento; lo que parece cierto es que nuestro cerebro no puede pensar la propia muerte con la misma convicción que piensa qué almorzaremos, cómo será la casa que construiremos, de qué forma invitaremos a tomar un café a «esa persona tan especial».

Si suponernos que sólo tomamos medidas para salvarnos de algún dolor (herida, pérdida, desilusión), podemos comentar también que la energía que aplicamos a esa estrategia precautoria (prevencionista, evitativa) depende de cómo imaginamos la amenaza: una gran amenaza nos inducirá a tomar precauciones más enérgicas que una pequeña amenaza.

Es acá donde aparecen las propuestas «radicales», «extremas», «drásticas», «tajantes»: «extirpar de raíz».

Efectivamente, nuestra mente concibe al homicidio como la mejor solución y a la metodología bélica como la más eficiente.

Cuando nuestra mente piensa en soluciones «de raíz» puede estar intuyendo que el culpable de nuestras peripecias es el «inconsciente», por ser la raíz de nuestra psiquis.

(Este es el Artículo Nº 1.605)