viernes, 23 de diciembre de 2011

El agua tibia y cómo lograrla

El ajuste de nuestra conducta social suele entrar en una escalada de reiteradas compensaciones cada vez más exageradas.

Para lograr la temperatura adecuada del agua que usaremos para tomar una ducha, solemos beneficiarnos, sin saberlo, de que el recurso hídrico es limitado.

Cada uno tiene su técnica: algunos comienzan por abrir la canilla del agua fría para ir agregándole temperatura abriendo la del agua caliente. Otros, por el contrario, comienzan abriendo la canilla del agua caliente y tratan de bajarle la temperatura agregándole agua fría.

Este proceso podría terminar inundando un barrio entero si no fuera porque la cantidad de líquido del que disponemos es limitado.

Para regular nuestros deseos prohibidos aplicamos un procedimiento similar al que usamos para preparar agua tibia, con el inconveniente que no contamos con el resguardo de la escasez de recursos pues la capacidad de exageración de los seres humanos casi no tiene límites.

Esta es la causa principal de muchos dolores de cabeza, angustia y conductas que nadie entiende.

El hecho que provoca mayores desajustes en esta búsqueda desesperada del agua tibia (sentimientos y conductas equilibradas), es la prohibición del incesto.

Pondré un ejemplo de varón porque me resulta más fácil de explicar tan sólo siendo autobiográfico.

— El niño desea a su mamá. Primero la necesita por los cuidados que ella le brinda pero luego desea casarse con ella.

— En este plan, el niño quiere echar a su padre de la casa.

— La lucha es muy despareja y el niño tiene que disimular su rechazo al dueño de casa.

— El pequeño duda si estará disimulando bien y comienza a idealizarlo, hacerse amigo, quererlo.

— Siente que el padre realmente es un enemigo. Piensa y desea ser violado por ese monstruo.

— Al percibirse con deseos homosexuales, sobreactúa como muy macho, ...

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Los desafíos provocados por la saciedad

La pobreza existe porque aún no aceptamos que el fenómeno vida también se ve estimulado por la búsqueda de necesidades y deseos.

En otros artículos he comentado que los seres humanos conservamos el fenómeno vida en la medida que nuestro funcionamiento biológico pueda reaccionar huyendo de los dolores y dirigiéndose hacia la búsqueda del alivio, placer, goce.

La muerte ocurre cuando nuestro funcionamiento biológico no puede reaccionar huyendo de los dolores y atrayendo las sensaciones disfrutables.

Clásicamente decimos que la situación penosa ocurre cuando no podemos dar satisfacción a una carencia, cuando tenemos hambre y no podemos comer, cuando un gobernante hace mal su trabajo y no podemos cambiarlo por otro, cuando no podemos curarnos de una enfermedad invalidante.

Es menos frecuente el caso de quienes necesitan producir cambios en su vida porque lo que no tienen son necesidades y deseos (1).

El primer caso (el que todos conocemos por escasez, pobreza, carencia) es aquel en el que lo penoso ocurre por frustración de las necesidades y los deseos, ahora me estoy refiriendo a que las molestias ocurran precisamente porque todas las necesidades y deseos han sido cancelados por la abundancia de recursos. Me estoy refiriendo al malestar de la riqueza, de quienes lo tienen todo y han caído en el hastío, el aburrimiento.

Este grupo de personas satisfechas necesitan buscarse desafíos, necesidades, curiosidades, dificultades, juegos entretenidos, situaciones en las que puedan encontrar las necesidades y deseos de los que están siendo privados por la abundancia de recursos, por la desaparición de frustraciones.

Aunque suena de «ciencia ficción», no es tan disparatado suponer que el planeta posee recursos suficientes para cancelar todas las frustraciones de los seres vivos que lo habitan (incluida nuestra especie), como para que el desafío estimulante del fenómeno vida sea la búsqueda de necesidades y deseos.

(1) El sufrimiento por «saciedad extrema»

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La naturaleza también crea disconformes

Es probable que la lucha contra la injusticia distributiva sea imprescindible porque forma parte del orden natural.

La riqueza y la pobreza dividen a la humanidad y no descarto la hipótesis de que necesitemos esa división para poder vivir.

El íntimo deseo de que todos seamos iguales no está atendido por la naturaleza porque nacemos inevitablemente con distintos talentos, fortalezas, salud.

Según he mencionado en varios artículo reunidos en el Blog titulado Vivir duele, parecería ser que el fenómeno vida depende entre otras cosas de que los beneficiarios de ese fenómeno (los seres vivos) tengamos molestias y placeres que nos estimulen para buscar comida cuando tengamos dolor provocado por el hambre y así con todos los otros padecimientos propios de la existencia y que nos provocan reacciones sin las cuales pereceríamos (alejarnos del fuego, dormir, huir de las inundaciones en las que podríamos ahogarnos).

Por lo tanto, la naturaleza ha creado una mala distribución de dones (fortaleza, inteligencia, belleza, salud) para que conviva con un ser humano cuyos gustos rechazan esta situación.

El cerebro humano creado por la naturaleza incluye la funcionalidad de rechazar ciertos fenómenos naturales.

En otras palabras, para los seres humanos es desagradable que existan enfermos, débiles, pobres y las condiciones naturales están dadas para que nunca falten estos estímulos que agreden (estimulan) nuestra sensibilidad.

Es posible pensar que esta contrariedad es «deliberada», necesitamos estar en desacuerdo con esta despareja asignación de dones.

Por el contrario, si los humanos fuéramos naturalmente felices sabiendo que algunos no tienen comida, que otros están sufriendo dolores corporales muy intensos, que hay madres que mueren en el parto, quedaríamos privados de esas molestias que el fenómeno vida requiere para no detenerse.

En suma: La lucha contra la injusticia distributiva forma parte del orden natural.

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El futuro que fue presente hasta ser pasado

El miedo y la esperanza son vivencias actuales de hechos concretos que quizá (Quizá, QUIZÁ) ocurran en el futuro.

Sé por experiencia propia que mientras estamos vivos tenemos muchos sentimientos.

De cuando estamos muertos carezco de información pero algunas personas tejen historias muy minuciosas sobre la vida después de la muerte, aunque aclaran que sus conclusiones son actos de fe, es decir, ocurrencias, antojos, suposiciones placenteras.

Uno de los sentimientos más penosos es el miedo.

La Real Academia Española dice que miedo es la «Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario» y que también es el «Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.»

Como vemos el famoso miedo siempre es un sentimiento que está presente cuando lo temible no ocurrió porque se ubica en el futuro.

El derecho (estudio de las leyes) dice que amenaza es el «Delito consistente en intimidar a alguien con el anuncio de la provocación de un mal grave para él o su familia.»

Observemos que en el presente tenemos sentimientos dolorosos por asuntos que eventualmente (riesgo) se presentarán en el futuro (recelo, aprensión, amenaza).

Podemos decir que el miedo y la esperanza integran nuestro menú afectivo del futuro. Padecemos y disfrutamos con anticipación según sintamos miedo o esperanza respectivamente.

Dicho en otras palabras, algo en nuestra cabeza nos hace padecer o disfrutar de hechos que aún no ocurrieron, por lo tanto, esto nos permite decir que en tales circunstancias vivimos fuera del presente, fuera de la época, fuera del tiempo.

Estaremos de acuerdo en que nada puede ocurrirnos si no es ahora, en el presente.

Cada uno de nosotros sabe cuántos sentimientos fuera de tiempo tiene.

Por estos motivos, el miedo y la esperanza parecen ser sentimientos engañosos o contraproducentes.

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domingo, 4 de diciembre de 2011

La injusta venganza de la culpa imaginaria

Si no podemos disfrutar intensamente de la vida porque nos sentimos culpables, nos convertimos en ciudadanos vengativos y antisociales.

A ver si has oído estas frases, expresadas con seriedad por personas honorables, buenos ciudadanos que nunca han estado encarcelados y en algunos casos, asiduos concurrentes al cumplimiento de los cultos religiosos más piadosos:

— Soy exigente con los demás porque soy aún más exigente conmigo mismo;
— Hazle a los demás lo que querrías que hicieran contigo;
— Lo digo con dolor, pero la gente te obliga a usar mano dura con ellos;
— Te castigo pero créeme que me duele más a mí que a tí;
— La severidad es efectiva pues resulta disuasiva y ejemplarizante.

Estos buenos ejemplares de nuestra especie, que alguien por descuido podría confundir con un tirano cruel, incitan a los gobernantes de turno para que hagan el trabajo sucio de limpiar la nación de esos inmundos semejantes que molestan con sus robos, aspecto facineroso, música estridente, costumbres aberrantes.

Pero también sería superficial suponer que esto se trata de intolerancia químicamente pura. Es posible suponer «resortes anímicos» menos obvios.

Los delincuentes nos están recordando que somos alguien más del que se mira en el espejo del botiquín, peinándose con cuidado, haciendo muecas para constatar la higiene dental.

Esos humanoides que desearíamos eliminar también funcionan como espejos que reflejan aspectos nuestros horrendos e impresentables.

¿Cuándo padecemos remordimientos, culpas y nos recriminamos? Cuando algún accidente desafortunado nos impide negar lo que veníamos negando: que somos débiles, vulnerables, enfermables, solo algunas veces curables, envejecibles, mezquinos, infieles, mentirosos, crueles, sádicos, intolerantes, evasores, transgresores.

¿Para qué sirve este artículo? Para poder amarnos sin tener que engañarnos, para querernos también sin maquillaje, desprolijos, desalineados.

Y si podemos amarnos sin trampas, podremos disfrutar de la vida sin sentirnos culpables, sin imaginar fantasmas persecutorios ni ponernos vengativos injustamente.

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Todos nos proponemos ganar aunque en diferentes momentos

En la novela personal (vida imaginaria) jugamos para ganar. Algunos queremos ganar ahora y otros queremos ganar después.

Les comentaba en otro artículo (1) que los humanos nos construimos una novela donde somos protagonistas y cuyo desenlace nos permite «saber» qué nos ocurrirá.

Con este guión cinematográfico, podemos calmar el dolor de la incertidumbre.

Para que usted conozca cuál es su historia-novela-guión cinematográfico, piense en cómo se imagina que son las cosas, cómo son los otros personajes (padres, hermanos, amigos, cónyuge), cuál es el criterio de justicia, qué piensa de usted su gobernante (rey, presidente, Dios).

Millones de personas tienen una novela similar a la siguiente:

Se imaginan integrantes de una gran familia, con un padre inmensamente justo, poderoso, observador, que sabe cómo premiar y castigar a sus hijos.

Como habrá adivinado, estoy diciendo que en millones de personas la figura paterna de sus novelas, es Dios.

Quienes viven como protagonistas de una novela de este perfil literario, suelen imaginar que papá-Dios premia a los hijos más generosos, buenos, pacíficos, disciplinados. En suma, ama y premia a los hijos más obedientes, solidarios, trabajadores, que se conforman con muy pocos bienes materiales, que no compiten con sus hermanos y que no son dados a las diversiones, excesos y mucho menos, a la avaricia.

Quienes viven como protagonistas de una novela así, eluden las oportunidades porque «algún otro hermano las necesitará más que yo», nunca pelearán por posesiones materiales, ayudarán a los demás y tendrán un gran temor de disfrutar porque suponen que el placer será mal visto por papá-Dios y muy probablemente también tengan el temor a que el goce pueda ser tan grande (explosivo), que los desintegre físicamente (1).

Estos «hijos», son pobres y su estrategia consiste en ganar más que todos sus hermanos cuando papá-Dios los evalúe.

(1) Nuestra novela y nuestro protagonismo

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Conocer y comprender para vivir mejor

Es posible pensar que muchos malestares están causados por no entender cómo funciona la naturaleza y nosotros dentro de ella.

En otro artículos (1) les decía que los achaques de la vejez no necesariamente deben tener por causa el deterioro orgánico que suponemos en esa etapa de la vida, sino que esa mayor cantidad de molestias son la reacción automática ante un cuerpo que reacciona menos.

Si esto fuera así, entonces podemos decir que el cuerpo anciano necesita sufrir más porque reacciona menos, porque los dolores son estímulos y un cuerpo de adulto mayor necesita dosis mayores de estímulos para seguir conservando el fenómeno vida (2).

Ocurre algo similar con las máquinas: después de mucho uso, consumen más energía, funcionan más lentamente y precisan reparaciones más frecuentes.

Y abuso yéndome un poco más por la ramas para agregar algo antes de que me olvide: no es que los humanos somos como las máquinas sino que las máquinas son creaciones humanas que intentan copiar funciones anatómicas.

Si aceptamos la hipótesis según la cual los malestares propios de la vejez ocurren porque la naturaleza aplica las dosis de dolor necesarias para que el fenómeno vida no se interrumpa, podemos deducir de esa hipótesis que las personas que padecen una mala calidad de vida sufren porque su organismo (incluida la psiquis), no tiene un buen desempeño, está funcionando mal, consume demasiado energía para hacer lo mismo que otro haría cansándose menos.

Consumen más energía tanto para trabajar, como para sobrevivir, como para cualquier otro desempeño.

En esta línea es posible pensar que una persona que conozca lo suficiente de la naturaleza, de lo que es vivir, porque ha tenido la suerte de enterarse, asimilar y comprender, vive con mejor calidad de vida.

Sólo conociendo la naturaleza (¡incluyéndonos, por supuesto!), podemos vivir mejor.

(1) Los estímulos para la vejez
(2) Blog sobre el «fenómeno vida»

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Las novelas como textos de estudio

Miles de obras literarias que hipnotizan a millones de lectores tienen como trama principal la heroica frustración de sus protagonistas.

A los humanos nos encanta escuchar, ver o leer cuentos, historias, relatos. Los más lindos son aquellos en los que el personaje principal «casualmente» piensa y siente igual que nosotros.

Claro que el autor pudo haber utilizado la misma habilidad de los abuelos que inventan aventuras en las que el personaje principal, el héroe, el poderoso, es «casualmente» idéntico al nieto.

Claro que el que una vez quedó fascinado por las aventuras de un cierto personaje, muy probablemente trate de imitar e incorporar sus particularidades. Aquel nieto hechizado por las proezas del súper héroe, incorporará a sus tareas futuras la de parecerse al valiente defensor de la justicia o a la bella princesa infalible para conquistar el corazón de los hombres más hermosos.

Algo especial ocurre cuando esas historias son guionadas por profesionales con afán de lucro.

La princesa infalible no es tan infalible. Después de curar al héroe de las heridas recibidas para defender la causa de los más débiles, después de alimentarlo y enamorarse de él hasta la enajenación, termina despidiéndolo porque resulta que el señor tiene que ir a solucionar algún entuerto en un lugar lejano.

El héroe valiente, insensible al dolor de su cuerpo pero maternal ante el dolor de los más débiles, se enamora de la hermosa mujer que lo cuida, lo cura y le entrega lo mejor que tiene, pero el deber es más fuerte y tiene que irse doblegando sus verdaderas intenciones de quedarse, formar una familia, tener muchos niños y terminar con eso de hacerse pegar defendiendo a gente que después ni le agradece.

Estas deliciosas historias nos invitan a ser débiles protegidos por héroes o a ser héroes sufrientes eternamente frustrados.

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Los sistemas económicos son ecológicos

Es probable que los regímenes económicos sean fenómenos naturales y que la ecología los entienda mejor que la economía.

Quizá no sea prematuro ir concluyendo que no existe la teoría económica que nos salve de las escaseces, ineficiencias, crisis.

Durante más de setenta años la Unión Soviética nos hizo creer que el comunismo es la solución, hasta que colapsó en 1989.

En este momento tenemos la isla cubana en la que hace más de cincuenta años se procesa una «revolución» que ya parece un giro descontrolado y caprichoso porque, por definición, una revolución es algo que gira, cambia el rumbo, se reorienta y luego deja de dar vueltas.

En China el comunismo maoísta tiene más de sesenta años y parece tener larga vida porque de la teoría ortodoxa conserva discretos indicios.

El capitalismo, bastante más longevo que el comunismo, lleva tres siglos de vida (si aceptamos que su origen se remonta al siglo 17 en Inglaterra) pero durante esta segunda década del siglo 21 está exhibiendo preocupantes quebrantos de salud

— Podríamos pensar que el ser humano necesita las crisis porque el «fenómeno vida» (1) depende de los cambios, el dolor, la muerte que habilite nuevas vidas.

— Podríamos pensar que no necesitamos este tipo de cambios pero que estamos empecinados en tratar los temas económicos como si fueran asuntos dependientes del dinero y la producción cuando en realidad dependen del deseo humano, del cual no sabemos prácticamente nada.

— Podríamos pensar que los regímenes económicos no dependen para nada de la voluntad humana sino que son fenómenos naturales, circunstancias propias de cada región geográfica, como lo son el clima seco, frío, ventoso, tropical, pero que los humanos, como integrantes jactanciosos de esos fenómenos naturales, nos creemos protagonistas, encargados, responsables, simplemente porque a nuestro cerebro le da por creer en su libre albedrío (2).

(1) Los estímulos para la vejez
Los perjuicios de las donaciones

(2) Blog que reúne artículos sobre el libre albedrío y el determinismo


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El dolor natural y la culpabilidad imaginaria

Por varios factores estamos convencidos de que si no vivimos mejor es por culpa de otras personas (enemigas, irresponsables, dañinas).

Algunas ideas sobre las que he comentado, son:

— La naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que se produzcan los movimientos que estos factores estimulan;

— Nuestro cerebro conserva la lógica animista por la que inconscientemente le asignamos actitudes humanas a todo lo que de una u otra manera nos afecta (microbios, insectos, plantas, viento, inundaciones) (1).

— Nuestra cultura sostiene que el ser humano es responsable de todo lo que hace porque dispone de la libertad de elegir, aunque muchas evidencias nos conduzca a considerar que estamos plenamente determinados por los genes, la biología, los fenómenos naturales, el inconsciente (2).

Combinando estas ideas sobre las que he comentado, puedo decir a su vez que cuando nos toca sufrir porque la naturaleza nos estimula dolorosamente, es probable que nuestro cerebro prefiera suponer que ese malestar no es parte de la normalidad sino que se trata de un castigo que no merecemos, pues si bien somos responsables de nuestros actos (libre albedrío), no hemos hecho nada para merecer este dolor de muelas, esta gripe o esta impotencia sexual.

Nos convencemos que estos infortunios son culpa de alguien ignorando que se trata de algo que nos pasa así como un árbol puede ser partido por un rayo o una vaca puede morir en una inundación.

Ahí comienza nuestra búsqueda de responsables: «tengo mala dentadura porque mi padre también la tenía», «en el trabajo me hacen cumplir el horario aunque llueva y haga frío, por eso me engripé», o «mi mujer es frígida».

En suma: Ciertas hipótesis (equivocadas) nos llevan a suponer que vivimos bajo algún ataque, abuso, o violación. Responsabilizamos y acusamos a otras personas de que el fenómeno vida dependa del dolor.


(1) ¿El dinero persigue a quienes lo desprecian?

(2) Blog que reúne artículos sobre el libre albedrío y el determinismo



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La felicidad deprimente

El entusiasmo puesto en buscar una felicidad llena de alegría puede atemorizarnos llevándonos a la depresión.

Estamos de acuerdo en que el objetivo de cualquiera de nosotros es ser felices, intensamente felices, durante el mayor tiempo posible.

Dentro de este gran grupo de aspirantes a la felicidad, se incluye una mayoría que piensa que ser felices significa estar contentos, alegres, sin dolores, descansados, sin hambre, entretenidos y no incluye lo contrario: estar tristes, cansados, molestos, aburridos.

Cuando comparamos estas expectativas con lo que realmente nos ocurre diariamente, tenemos que reconocer que la situación es un poco frustrante pues los momentos de felicidad perfecta son escasos, raros, infrecuentes.

Los espíritus optimistas que anhelan la felicidad suelen estar acompañados de algunas fantasías de omnipotencia, al punto de decir, intentar, practicar y aconsejar que «querer es poder».

Esta aspiración a ser felices que tenemos la mayoría, cuando la sentimos acompañada de optimismo y omnipotencia, nos provoca el temor a que nuestro poder mental nos conduzca a enloquecer de alegría, de amor, que nuestra energía sea desbordante, incontrolable, autodestructiva.

Estas ideas, sensaciones, creencias y fantasías suelen ser utilizadas por la publicidad cuando se nos informa que un empresario se volvió loco y está vendiendo todo a precios insólitamente bajos (a menos del costo).

Cuando percibimos esta promoción,

— se despierta nuestra ambición e intentamos aprovecharnos (depredar, explotar, abusar) del supuestamente loco, descontrolado y dispuesto a perder en nuestro beneficio;

— se despierta nuestro temor a caer en el estado de enajenación del «desdichado comerciante» y eso nos hace huir emocionalmente de ese estado que nos había propuesto con optimismo buscar y conservar la felicidad plena de alegría, de hiperactividad, de entusiasmo, impulsándonos al polo contrario;

— por este recorrido, en forma temerosa y preventiva, nuestro ánimo se refugia en la tristeza, el miedo, la inactividad, la depresión.

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sábado, 5 de noviembre de 2011

Los estímulos para la vejez

Los achaques de la ancianidad están puestos por la naturaleza para compensar nuestro descenso en la capacidad de reacción.

Los humanos somos parte de la naturaleza y eso nos permite opinar sobre ella con algunas posibilidades de acierto.

La naturaleza expresada a través de nuestra especie se permite castrar animales con diversos fines.

—A los caballos de tiro o de paseo se los vuelve mansos y gobernables.

—A los toros se les quita irritabilidad y sin testículos (buey) aumentan su masa muscular para realizar tareas muy pesadas.

—A las gatas y a las perras se las «alivia» del molesto período de celo. Por eso las tiernas ancianitas no vacilan en quitarle a sus mascotas la posibilidad de reproducirse.

Si a través de nuestros propios actos pudiéramos sacar alguna conclusión, diríamos que la naturaleza es cruel porque una parte de ella (los humanos) somos notoriamente crueles.

Si esta conclusión fuera correcta podríamos pensar que la naturaleza se vale de provocarnos dolor para sostener el fenómeno vida, según comento en varios artículos agrupados en un blog titulado Vivir duele.

En este contexto, avanzo un poco más para proponerles lo siguiente:

Así como la naturaleza cruel del ser humano hace que el jinete de un caballo cansado, enfermo o viejo, use más el rebenque para provocarle dolor y que acelere el paso, la naturaleza también nos llena de penosos achaques cuando el envejecimiento, que se parece a una enfermedad o cansancio, hace más difícil la conservación del fenómeno vida.

En suma: si aceptamos que los dolores (hambre, ardor, calambre) fueron instalados por la naturaleza para conservar el fenómeno vida (si no sintiéramos esas sensaciones mortificantes no comeríamos, ni descansaríamos, ni nos abrigaríamos), podemos aceptar que los mayores padecimientos orgánicos de la vejez obedecen a un descenso en nuestra capacidad de reacción.

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Los dolores triplicados

Un dolor corporal se intensifica si le asociamos fantasías de culpabilidad, injusticia y castigo.

Es probable que a usted le ocurra algo que a otros les sucede, pero que no se dé cuenta porque el proceso, que en otros es consciente, en usted ocurre inconscientemente. Los fenómenos son similares pero las consecuencias son muy distintas.

El dolor puede triplicar su molestia cuando inconscientemente se lo asocia con un castigo que alguien nos impuso por un pecado que nunca cometimos.

La situación es tan irracional que por eso es más probable que funcione en la oscuridad sigilosa que cae fuera de la conciencia (inconsciente).

Observe por ejemplo qué hace mucha gente cuando siente un dolor por llevarse algo por delante. En gran cantidad de oportunidades reaccionamos insultando a esa piedra con la que tropezamos o le damos un puntapié a la mesa que nos golpeó la cadera en plena oscuridad.

Estas insensateces son normales, no requieren ni medicación ni mucho menos internación, pero convengamos en que son rotundamente alocadas.

Dentro de este cuadro clínico no patológico ni alarmante, ocurre que un dolor de muelas, persistente, intenso, muy irritante porque todo lo que está en la cabeza parece que doliera más, nos hace pensar que tiene que ser un castigo.

La suposición de que se trata de una caries que merece ser reparada pasa a un segundo plano pues al tormento orgánico le agregamos una fantasía excitante del dolor:

— porque nos sentimos víctimas de una injusticia ya que no hemos hecho nada que merezca un castigo;

— porque nos indigna que ese error de la justicia nos haya elegido, demostrando así que no somos respetables para quien nos haya juzgado erróneamente.

En suma: Esta forma de convivir con un dolor corporal, triplica su intensidad porque lo asociamos a una fantasía alocadamente contraproducente.

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La sublimación por miedo

Los personajes más admirados, famosos y triunfantes, son personas con un cierto talento pero, sobre todo, un fuerte temor a no recibir el amor que todos necesitamos.

«Sublime» es un adjetivo, un modificador del sustantivo, un calificativo caracterizado por significar algo excelente, insuperable, maravilloso.

Estaremos de acuerdo en que cuando algo o alguien se merece el rótulo de «sublime», está dependiendo de una opinión totalmente subjetiva de quien o quienes la pronuncien.

En nuestra cultura vergonzosa, amante del dolor, los suplicios y los mártires, cazadora de quienes disfrutan de la vida, tienen dinero o parecen felices, suele decirse genéricamente que las pasiones personales o colectivas son sublimaciones del deseo sexual.

Dicho de otro modo, subjetivamente tendemos a pensar que un gran cantante, un admirable deportista o un Premio Nobel de química, son personas que han sublimado sus deseos sexuales, derivándolos hacia las actividades que no son condenadas por nuestra moral contraria al disfrute.

Cuando usamos el refrán «las apariencias engañan» estamos refiriéndonos a este retorcimiento de nuestras pasiones básicas hasta convertirlas en otras que reciban la aprobación colectiva.

Y la satisfacción de las expectativas colectivas es obligatoria porque la sanción social para quienes la frustran es muy difícil de soportar.

Bajo una apariencia de libertad en los hechos condenamos a personas de otras razas, idiomas, vestimenta, creencias, opciones.

Y la amenaza mágica que profieren nuestros vecinos parece infantil: «no te quiero más», lo mismo que suelen decirnos los niños cuando se enojan por haber sido molestados por nuestras normas (comer en hora, bañarse, abandonar el parque de diversiones).

En suma: los sublimes personajes que nos llenan de admiración y de envidia, suelen ser personas dotadas de un talento especial pero sobre todo, son individuos que abandonan sus placeres instintivos por temor a perder lo que todos necesitamos: amor, aprobación, compañía.

Artículos vinculados:

Los insultos sexuales alivian frustraciones

Lo bueno y lo malo de la agresividad

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Víctimas de la injusticia

Una interpretación filosófica equivocada de los sufrimientos inherentes al funcionamiento biológico de la vida, puede provocarnos pobreza patológica.

A falta de explicaciones mejores, la humanidad se explica las dificultades propias de existir diciendo que son castigos por haber pecado, que son una condena porque somos culpables de algo.

Nuestro cerebro sólo puede percibir humanizándolo todo. Esto es inevitable. Y también es inevitable que todos nuestros inventos sean humanoides (con rasgos antropomórficos). Por eso el o los dioses, tienen características humanas.

Vivir tiene varias molestias (1), y como los humanos castigamos haciendo sufrir, entonces todo sufrimiento es un castigo provocado por alguien que tiene características humanas, sólo que en grados superlativos, pues los dioses son súper humanos: o muy buenos o muy malos.

Desde la desobediencia que cometieron Adán y Eva (comer una manzana prohibida), sufrimos porque fuimos castigados a ganamos el pan con el sudor de la frente y a parir con dolor.

Otro castigo recibido de los dioses condenó nuestra inagotable arrogancia. Es por eso que los hombres y las mujeres somos personas separadas y nos buscamos desesperadamente. Para peor, cuando nos encontramos, el vínculo no es del todo satisfactorio.

Por lo tanto, los humanos explicamos las molestias propias de vivir como si fueran castigos por culpas que cometieron personas fallecidas hace miles de años.

Esto nos lleva a la conclusión de que padecemos injustamente.

Cuando un ser humano padece injustamente, suele ponerse de mal humor, agresivo, reivindicativo, peleador, ofuscado, vengativo (eligiendo alguna víctima suficientemente débil para asegurar el éxito) o, por el contrario, puede sentirse abatido, deprimido, resignado, desmoralizado, desvitalizado, apático.

En aquellos seres humanos que se creen víctimas de un castigo injusto y que reaccionan con agresividad o depresión, ven su capacidad productiva severamente afectada y se convierten en candidatos seguros de una pobreza patológica.

(1) Blog especializado en las molestias de vivir

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Un diablo pobre es menos dañino

El temor a los demonios es en realidad un temor al deseo. Una técnica para controlar el deseo es quitarle recursos económicos (dinero).

Los demonios suelen ser de sexo masculino (diablo, Satanás, Lucifer, Mefistófeles, Belcebú, anticristo, mandinga, íncubo) aunque para evitar reclamos sexistas también tenemos algunas femeninas (brujas, arpías, hechiceras).

Estas figuras mitológicas son creadas

— para identificar el origen de ciertos males, y para
— intentar neutralizarlos mediante técnicas exorcistas.

El miedo fundamental es al dolor, a vernos en una situación desesperada, aterrorizados porque vemos cómo nuestra vida se extingue en un mar de sufrimientos.

Si esto pudiera ser percibido serenamente, quizá veríamos que estas imágenes tan escalofriantes no son otra cosa que el determinismo dentro del cual vivimos, esto es, que no tenemos control sobre nuestra existencia.

En otras palabras, tenemos mucho interés en conservarnos y para eso soñamos con poseer el poder suficiente para ser eficaces en esa conservación.

Necesitamos pensar que podemos evitar las enfermedades, el envejecimiento, las pérdidas materiales, la pérdida de seres queridos, del amor de otras personas y cada poco nos aparece alguna evidencia de que en realidad no poseemos ese control de nuestro patrimonio psíquico, afectivo, biológico, económico.

La «caja negra», el dispositivo imaginado desde el cual somos controlados, es el inconsciente.

Esta parte nuestra podría ser perfectamente un demonio que nos habita, pues esporádicamente algo nos falla, en algo nos equivocamos, algo nos sale mal y ese anhelado control se pierde.

Peor aún, nuestro deseo no es controlable aunque no paramos de ejercitarnos en su domesticación, le ponemos barreras para que no nos sabotee, nos traicione, nos lleve a la perdición.

En suma: Es posible pensar que una buena estrategia para controlar a los demonios que se expresan mediante el deseo, consista en quitarles esa herramienta fundamental para sus actividades destructivas: el dinero.

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La enfermedad que nos alivia

Cuando nuestra mente construye historias terroríficas a partir de datos imaginarios, la vida se convierte en un tormento insoportable. En estos casos, buscar certezas puede ser una actitud desesperada que no repara en costos. Por eso la aversión a la duda y a los riesgos, puede ser causa de enfermedad y el consiguiente empobrecimiento.

La convicción nos genera un gran alivio, inclusive cuando el yerro y las consecuencias materiales de esa convicción sean notoriamente perjudiciales.

Para no pensar en todo lo que nos puede pasar, para eludir la mortificación que nos provoca la inseguridad, la duda, el no saber si estamos próximos a sufrir, usamos algunas técnicas:

— Quienes adhieren al «pensamiento único», se oponen a la libertad de expresión y sólo admiten un partido político, una sola religión, una sola opinión. Es la anulación total de la libertad, de la diversidad, de la tolerancia;

— Una «idea fija» es una patología psíquica muy severa que padecen pocas personas aunque en muchos casos diagnosticamos «artesanalmente» esa característica en quienes sólo piensan en una sola cosa (el sexo, la corrupción, la envidia);

— La obsesión tiene semejanzas con la idea «idea fija» pues el obsesivo pierde la capacidad de modificar su conducta para adaptarse mejor a las circunstancias cambiantes. No es temerario suponer que la obsesión (como los ya mencionados), tiene como estímulo privilegiado el control de la mortificante incertidumbre;

— Desde mi punto de vista, podemos padecer cualquier enfermedad, padecimiento o accidente para «ayudar» a nuestra mente a que se fije, concentre, focalice en recuperar la salud, aunque el motivo desencadenante haya sido el apartamiento de la incertidumbre. Una fuerte preocupación «encarcela» el pensamiento cuando su libertad es fuente de dolor.

En suma: Los diferentes procedimientos para eludir la incertidumbre, siempre limitan la potencialidad productiva y por eso son causa probable de empobrecimiento.

Nota: La imagen es un autorretrato de la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954), titulado «La columna rota».

Artículos vinculados:

La incertidumbre, el cuerpo y el patrimonio

La ambivalencia de la figura materna


¿Por qué un círculo es perfecto?

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viernes, 7 de octubre de 2011

Los perjuicios de las donaciones

Cuando un rico hace una donación, estimula su propia vida; cuando un pobre recibe esa donación, padece un desestimulo para su vida. Donar desvitaliza al beneficiario.

En un mundo capitalista, las ideas de Jacques Lacan (psicoanalista francés – 1901-1981) parecen anticapitalistas.

Pero esta forma de organizarnos económicamente no tiene por qué ser un referente válido para entender lo que pensó este señor.

Explicado a mi manera (porque si lo hiciera como él, no se entendería casi nada) la vida funciona por vacío. Es la carencia lo que produce el movimiento del que depende el «fenómeno vida» (1).

Por ejemplo, el viento se produce porque en una zona lejana se produjo un vacío causado porque el aire se calentó y ascendió.

Cuando el aire corre a llenar ese hueco, se produce el viento (2).

El viento produce la lluvia, mueve molinos, participa en la polinización de los vegetales, mueve los cursos de agua y también es causa de algunos desastres (sólo para la conveniencia humana pues para la Naturaleza nada está ni bien ni mal).

En suma 1: el hueco, el vacío, la carencia, activa una serie de movimientos.

Los seres vivos también nos movemos por la carencia (hambre, dolor, curiosidad, aburrimiento).

Desde este punto de vista entonces, las carencias constituyen un factor dinamizador.

Así como el aire está en permanente movimiento por los vacíos que se producen en distintos puntos del planeta, los seres vivos también estamos permanentemente buscando alivio, comprando y vendiendo, seduciendo, discutiendo, negociando, teniendo hijos, muriendo.

Lo que va a rellenar un vacío se mueve (vive), el vacío rellenado, se aquieta, pierde el movimiento (muere).

Cuando un rico hace una donación, se mueve (re-vive) y cancela una carencia vitalizante (des-vive) de un pobre, pues este pobre no tendrá que moverse (re-vivir).

Gana quien da y pierde quien recibe.


(1) La tolerancia a la saciedad 

Las molestias vitales 

La propia putrefacción

(2) El erotismo de las abejas

La lotería con millones de bolillas y miles de premios

La ignorancia de estado

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El sufrimiento por «saciedad extrema»

Aunque cuesta creerlo, el «fenómeno vida» tanto puede ser estimulado mediante el sacrificio como mediante una «saciedad extrema».

El mensaje que recibimos de la moda, la moral, la cultura, es algo así como «si no disfrutas de la vida, algo estás haciendo mal».

Nuestra principal fuente de estímulos educadores, formadores de valores, principios, criterios, es la publicidad.

Esta no sólo aparece en forma explícita en los anuncios comerciales, sino también en los libros que más se venden, en los programas de televisión con mayor rating, en las campañas proselitistas de los políticos, en el boca-a-boca, a través del cine.

Lo inteligente, acertado, aprobado por la cultura, es no sufrir, pasear, comprarse artefactos o servicios que hagan las tareas más pesadas, incómodas, desagradables.

Nada sustancial ha cambiado respecto a épocas anteriores en las que la política consistía en ser disciplinados, esforzados, trabajadores, resistentes, ahorrativos, severos.

Repito esta idea porque es el núcleo del artículo: antes recibíamos consejos para ser resistentes a los sacrificios que nos imponía la vida y ahora recibimos el consejo opuesto: es de tontos padecer.

¿Por qué mensajes y criterios opuestos funcionan de la misma manera?

En un blog que contiene artículos donde fundamento por qué el «fenómeno vida» depende de los estímulos naturales de dolor y placer, comento con ustedes por qué estamos presionados por el hambre, el cansancio y la angustia, que nos obligan a buscar los alivios correspondientes.

Sin embargo, en otros artículos (1) les comento cómo la saciedad, el hastío, el aburrimiento, la falta de necesidades y deseos, constituye también un conjunto de estímulos tan penosos como los clásicamente dolorosos (hambre, angustia, etc.).

En suma: El «fenómeno vida» fue estimulado antiguamente con dolor (privaciones, sacrificios, etc.) o es estimulado actualmente «sufriendo» la falta de necesidades y deseos (hastío, aburrimiento, desgano, apatía, depresión, pánico).


(1) La tolerancia a la saciedad

El aburrimiento cerebral

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El remordimiento sin delito

La angustia propia del «fenómeno vida» puede ser interpretada como un sentimiento de culpa provocado por una falta imaginaria.

Quienes tenemos la vocación de jugar con el pensamiento, encontramos ideas interesantes, divertidas, graciosas, paradojales.

Muy frecuentemente lo absurdo ubicado dentro de un razonamiento es lo que le da ese rasgo atractivo a la idea original.

En este caso les comento una idea curiosa que cuenta con méritos suficientes como para ser razonable y, en el mejor de los casos, también útil.

Todo estamos convencidos de que primero está el pecado y luego aparece el sentimiento de culpa.

Dicho de otro modo: primero nos complacemos a pesar de cometer una transgresión y luego recibimos un castigo doloroso que nos lleva al arrepentimiento y eventualmente a evitar futuros apartamientos de la ley.

La idea extraña pero razonable dentro de la teoría psicoanalítica que quiero presentarles dice que no necesariamente los hechos tienen que presentarse en este orden (pecado, culpa).

Es posible que la angustia existencial, el dolor de estar vivos, esa dosis de malestar inherente al «fenómeno vida» y que funciona como un estímulo imprescindible, siempre está ahí, molestando, provocándonos para que hagamos algo (comer, descansar, cambiar de oficio), para que superemos la natural resistencia al cambio.

Una de las soluciones para tratar de aplacar ese dolor inespecífico, propio del «fenómeno vida», es imaginarlo como una culpa.

Para lograr que esa solución sea efectiva, aprovechamos la imprecisión que caracteriza a nuestra inteligencia y nos imaginamos que dicha angustia existencial es en realidad remordimiento.

Una vez convencidos de que es remordimiento, tenemos que encontrar su origen: algo habremos hecho para sentirnos tan culpables.

Sólo nos falta inventar un protagonismo donde seamos víctimas de una causa noble, que nos llene de orgullo, por ejemplo, «me siento culpable porque soy demasiado egoísta».

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La lógica del pesimismo

El pesimismo surge de una cierta lógica según la cual todo bienestar es de mal presagio en tanto será seguido de un malestar.

Nuestras percepciones son por contraste: negro sobre blanco, frío sobre calor, dulce sobre salado.

Todos estos temas son estudiados por la teoría de la Gestalt (1).

Una vez aceptado que nuestros sensores de qué está pasando dentro y fuera nuestro funcionan por contraste, sería interesante saber qué hacemos con esa información.

Puede ser interesante para nuestra calidad de vida averiguar con nosotros mismos cómo evaluamos el fenómeno perceptivo gestáltico cuando de felicidad se trata.

Está claro que cuando percibimos una figura blanca sobre un fondo negro, también ocurre lo mismo al revés: vemos nítidamente una figura negra sobre un fondo blanco.

Podríamos aceptar entonces la idea de «reversibilidad» de nuestro esquema perceptivo: lo que es fondo puede transformarse en figura y viceversa.

Y cuando de felicidad se trata estaremos de acuerdo también en que el dolor se percibe cuando aparece, es decir que sobre un fondo de alivio (o anestesia) se recorta la figura del dolor y que por lo tanto, la felicidad es percibida sobre un fondo de tristeza, desdicha, pesar.

En esta línea de pensamiento podemos suponer que nuestro razonamiento ha llegado a la conclusión que alguien es feliz cuando deja de estar infeliz, que siente el bienestar del alivio cuando estuvo dolorido, que disfruta de la alegría después de haber estado triste.

Teniendo en cuenta la reversibilidad del fenómeno perceptivo, es posible pensar lo contrario: después de la felicidad sigue la infelicidad, después del alivio sigue el dolor, después de la alegría sigue la tristeza.

En suma: cuando este razonamiento está instalado, toda buena noticia (situación o estado de ánimo) no presagia nada bueno, logrando así que nunca existan momentos placenteros ¡que provoquen una desgracia!

(1) Los enemigos benefactores

Artículo vinculado:

Pesimismo en defensa propia 

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Hombres y mujeres imaginados

Nuestro inconsciente no tiene sexo y nos impulsa a fornicar. La reproducción se produce cuando casualmente los actores tienen órganos complementarios. De no ser así (homosexualidad), el impulso inconsciente reproductivo fracasa.

Puede llamar la atención que tanto gays como heterosexuales estén animados por el mismo deseo reproductivo (1).

El hecho es que el misterioso impuso sexual es inconsciente y lo que recibimos en la conciencia son sus manifestaciones físicas (tangibles y no tangibles), caracterizadas por excitación, impulso, ideas, sentimientos, cambios corporales, acciones específicas.

Con este fenómeno ocurre lo mismo que siempre nos ha ocurrido a los humanos: cuando no sabemos las causas de un efecto, las inventamos y al inventarlas aplicamos imaginación, mitos, fantasías, todos ellos guiados fuertemente por nuestras preferencias.

Cualquier hipótesis que hagamos para explicar algo, necesariamente deberá complacernos y para complacernos también se aplica otra lógica humana: los humanos gozamos tanto con el placer como con el dolor.

El acierto de nuestras hipótesis seguramente es casual, azaroso, fortuito, aunque no podremos evitar entronizar a quien acierte, convirtiéndolo en ídolo, iluminado, genio.

Hacemos algo parecido con los pocos que informan haberse enriquecido con la lotería.

Por ejemplo, cuando los europeos no sabían qué había detrás del horizonte, imaginaban que la tierra era plana y eso los complacía. Sin embargo, unos pocos se complacían de otra forma, esto es, pensando que la tierra era redonda. Finalmente esta última fue la hipótesis «ganadora».

Nuestro inconsciente nos impulsa ciegamente a reproducirnos y en ese impulso inespecífico, los humanos podemos sentir que hembra es esa persona que amamos y macho esa otra que nos atrae. Las realidades materiales (si uno tiene útero y el otro pene), son secundarias.

El impulso reproductivo inconsciente llega o no a concretarse en una fecundación, dependiendo de que los actores fornicantes tengan o no los genitales complementarios.

(1) El deseo sexual y reproductivo

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miércoles, 5 de octubre de 2011

El placer es malo si duele

Aunque nuestra cultura se opone al hedonismo, es saludable el intento de aliviar todas las molestias propias del fenómeno vida.

Es probable que el fenómeno vida (1) funcione mediante la aparición de estímulos dolorosos y placenteros en cada ser vivo.

Ejemplos muy claros corresponden a las necesidades básicas: hambre, sed, cansancio y la placentera saciedad lograda después de comer, beber y dormir.

También es probable que exista un error en ese mecanismo.

Si pensamos que todo placer es útil para la conservación del fenómeno vida, confundiremos los alimentos con otros calmantes.

Lo digo de otra forma: todos sabemos qué nos alivian los dolores. Cuando elegimos ingerir alimentos, agua o descansar, todo está bien, pero cuando elegimos alcohol o anfetaminas para calmar el hambre y el cansancio, estamos logrando el mismo alivio placentero que comiendo o bebiendo, pero desde hace unas décadas sabemos que a mediano plazo esas elecciones acortarán nuestra existencia.

Es posible entonces que nuestro instinto falle cuando utilizamos calmantes perjudiciales. Su error está en considerar que cualquier proveedor de placer es bueno.

En suma 1: los humanos podemos creer que cualquier agente proveedor de placer es bueno y a partir de esta generalización queda debilitado nuestro criterio de selección.

Este error está asociado a sus opuestos: lo que nos produce dolor es malo y lo que no nos proporciona placer es inútil.

El vocablo hedonismo define la “Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida.”

Esta doctrina cuenta con severos opositores porque entienden que el puro placer es vicioso, libertino, empobrece el espíritu, degrada los vínculos sociales.

En suma 2: la naturaleza se encarga de proveernos suficiente dolor (hambre, cansancio, heridas, ambición, frustraciones) y parece saludable buscar los respectivos alivios, es decir, buscar sólo el placer ... (sin perjudicar a otros que también lo busquen).

(1) El fenómeno vida está profusamente comentado en el blog titulado Vivir duele

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La medicina preventiva como fuente de temor

Nuestro estado de ánimo habitual es de temor porque aceptamos como si fueran normales infinitas amenazas médicas correspondientes a su política prevencionista.

Es probable que la violencia sea necesaria para que los humanos seamos capaces de vivir en sociedad sin provocar graves daños.

Es probable que seamos hijos del rigor.

Es probable que nos cueste aceptar estas características porque acostumbramos compararnos con modelos ideales, perfectos, que no existen fuera de la imaginación.

La violencia tiene mala prensa, es aborrecida genéricamente, es casi imposible erigir una defensa razonable de algo tan doloroso, vergonzante, inhumano.

Pero todos sabemos que no es tan «inhumano». No paramos de condenarla y
de seguir aplicándola cada vez que hace falta.

Como ocurre con otras ideas, circunstancias, características, es menos malo aceptar la realidad a ocultarla. Aceptándola podemos apelar a nuestra responsabilidad (sabemos lo que estamos haciendo) mientras que rechazándola, negando su existencia, no podremos hacernos cargo de la cuota de responsabilidad que podemos tener cuando aparece provocando injusticias, desbordes, daños irreversibles.

La violencia parece ser una de las características propias del poder. En nuestras mentes no podemos concebir que alguien con poder no disponga de recursos para ejercer la violencia.

El poder no siempre es físico y tangible, sino que también lo encontramos en la presión psicológica, en la extorsión, en la propaganda atemorizante.

Por ejemplo, por algún motivo nuestra cultura prohíbe el incesto. Para justificarlo e imponer violentamente su cumplimiento, personas de casi cualquier nivel educativo creen que la descendencia de relaciones incestuosas padece taras.

Para evitar la promiscuidad sexual e imponer violentamente la monogamia, primero fuimos amenazados con las enfermedades venéreas y desde hace unas décadas con el SIDA.

Más genéricamente, desobedecer a los médicos (dieta, tabaquismo, mamografía) produce cáncer.

La violencia es tan amplia, profunda y continúa, que hasta colaboramos difundiendo las amenazas.

Artículos vinculados:

Este lunarcito que tengo acá

Los peligros de ser mensajero

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Nuestros niños se desarrollan saludablemente

Los adultos (padres, gobernantes, educadores) parecemos preocupados porque nuestros niños podrían estar malformándose por exceso de estímulos, recursos, poder de decisión.

En otro artículo (1) compartí con ustedes la observación de que nunca tomamos en cuenta el capital deseo-necesidad. Al cambiar de punto de vista, pudimos pensar que existe una «tolerancia a la saciedad».

Parece razonable que todo el tiempo hagamos hincapié en las molestias (dolor, irritación, enojo) que causan la privación, insatisfacción, frustración, pero puede llevarnos a una meta interesante pensar en cuánta molestia realmente nos provoca la saciedad, es decir, la ausencia de insatisfacción.

Si consideramos que el verdadero motor de la existencia es la necesidad y el deseo (sumados), es posible justificar que ambos son factores positivos, valiosos, imprescindibles para cumplir nuestra única misión de conservar la vida propia y de la especie.

Parados en este lugar podemos considerar:

1) lo que siempre supimos, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar las carencias, el hambre, la incomodidad, la ausencia de recursos; y

2) lo que ahora estoy pensando con ustedes, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar la saciedad, la carencia de los «verdaderos motores de la existencia» (la necesidad y el deseo).

Es posible pensar entonces que si una realidad y la otra (la escasez y la abundancia, la carencia y la saciedad, la pobreza y la riqueza) demandan cierta fortaleza para soportarlas, entonces ambas contribuyen a la conservación de la vida propia y de la especie.

Una primera conclusión que extraigo de esta línea de pensamiento es que los adultos (padres, gobernantes, educadores) no tendríamos por qué evitar que nuestros niños tengan un exceso de juguetes, diversiones y hasta de libertad, poder y decisión, pues la naturaleza está construyendo seres humanos adaptados a una nueva realidad que cuenta con más recursos, facilidades, tecnologías, posibilidades.

(1) La tolerancia a la saciedad

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sábado, 3 de septiembre de 2011

La vejez: resaca de ebriedad juvenil

La vejez es triste cuando durante la juventud precedente creímos algo así como «me quieren por lo que soy y no por lo que doy».

Si le preguntamos a cualquiera nos dirá que quiere vivir la mayor cantidad de años posible... siempre y cuando pueda valerse por sí mismo.

Por lo tanto, todos deseamos longevidad y salud unidas. Longevidad sola, NO. La buena salud parecería incluir una razonable longevidad (100 años, día más, día menos).

Si le preguntamos a cualquiera que ya haya llegado a la vejez (más de 65 ó 70 años), casi seguro que demostrará algún grado de insatisfacción aunque su salud no lo someta a ninguna dependencia humillante.

Lo que he leído y escuchado sobre este fenómeno de disconformidad, amargura y hasta de resentimiento contra una especie de injusticia provocada por la existencia, conduce a una serie de recomendaciones sobre cómo encarar esa etapa de la vida con una filosofía que permita estar alegre, disfrutarla, ser feliz.

Desprecio todas esas propuestas de estilo «auto-ayuda» por considerarlas voluntaristas, ilusorias, bobas. En el fondo equivalen a pintarse una sonrisa de payaso.

Prefiero sin embargo un sistema de «ahorro filosófico» que paso a explicar porque es un concepto diferente a todo lo conocido, aunque más no sea en la forma de describirlo.

Lo que propongo es evitar la juventud voluntarista, ilusoria y boba, porque lo que resulta realmente doloroso en la vejez (que conozco por dentro y sé de qué hablo) es la pérdida de protagonismo, de importancia social, laboral y familiar.

Si cuando jóvenes nos creemos bellos, inteligentes y deseables por nuestra linda cara (valores intrínsecos), viviremos una ilusión que estallará en la vejez. Si cuando jóvenes nos creemos amados porque somos buenos proveedores, aceptaremos perder afectos en la medida que dejemos de ser tan buenos proveedores.

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La resistencia a la cura

El sentido común predomina entre los trabajadores de la salud y por eso nos angustia cuando un paciente no se cura... sin considerar que la enfermedad puede ser lo mejor para él.

Seguramente todos conocemos matrimonios malavenidos que sin embargo no se divorcian sino que siguen durante años conservando una guerra de baja intensidad.

Hasta podríamos decir que los une el amor... al conflicto.

Los humanos poseemos incoherencias que a pesar de ser normales, son fuertemente criticadas por quienes tienen que padecernos.

También es cierto que no es posible que las diferentes personalidades que forman nuestra personalidad oficial, pública, conocida, se divorcien.

Hasta podríamos decir que nos une el amor... propio (narcisismo).

En otro artículo (1) he mencionado una especie de masoquismo leve (¿bajas calorías? ¿light? ¿descafeinado?) pero universal que tenemos los humanos.

Uno de los comentarios que en ese artículo les hacía refiere a que sufrir puede estar al servicio de conservar nuestra existencia y hasta nuestra calidad de vida.

Los trabajadores de la salud (médicos, psicoanalistas, homeópatas) nos quejamos de que algunos pacientes no responden adecuadamente al tratamiento. Cuando aplicamos las técnicas terapéuticas más efectivas, los síntomas no remiten.

La hipótesis más descabellada (para quienes trabajamos con la razón), es que el paciente no sabe que desea conservar el padecimiento del que quiere curarse.

El consultante, cuando se presenta ante el trabajador de la salud, no es una persona coherente, equilibrada, confiable. Si a algo se parece es a ese matrimonio desavenido que mencioné en primer término.

Es como si un cónyuge dijera «quíteme este dolor» y el otro corrigiera «¡ni se le ocurra aliviar esa molestia!».

Dicho de otro modo: para poder entendernos y llevarnos mejor con nosotros mismos, corresponde no olvidar que algunos malestares, padecimientos y hasta fracasos, sólo podrán curarse cuando dejen de ser necesarios.

(1) La pobreza saludable III

Artículo vinculado:

Mi novio me regaló la luna y yo le entregué mi...

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La pobreza saludable III (1)

Luchamos de forma similar contra la pobreza, el sufrimiento y el masoquismo (gozar con el dolor), sin considerar la posibilidad de que nuestra biología funciona mejor si conserva un cierto grado de insatisfacción.

La suerte quiso que Masoch fuera el elegido para representar, para ser el abanderado, quizá también el máximo exponente de algo que hacemos todos para vivir el mayor tiempo posible.

Efectivamente, Leopold von Sacher-Masoch (1836 - 1895) fue un escritor austríaco famoso por que en su novela La Venus de las pieles expone prácticas sexuales objetivamente dolorosas que el personaje utiliza para obtener placer.

Nuestra inteligencia educada según los criterios de la cultura en la que vivimos, rechaza el dolor como fuente de placer. Por eso lo buscamos de formas tan disimuladas que hasta el propio usuario del dolor cree que está siendo víctima de algún sádico imaginario.

La psiquiatría se apoderó del vocablo «masoquismo» porque fue un psiquíatra quien introdujo esa denominación en el libro titulado Psicopatía Sexual (1886, de Krafft-Ebing).

El masoquismo es la obtención de placer al ser víctima de actos de crueldad o sometimiento.

Es considerado una anormalidad, una patología, algo que debe ser tratado y curado.

Sin llegar a la búsqueda de golpes y humillaciones, podríamos admitir que alguien goce privándose inconscientemente de placeres a los que podría acceder si se lo propusiera.

Nuestra cultura rechaza que alguien disfrute privándose de gozar pero podríamos considerar que la falta de necesidades y deseos (2) puede provocar un malestar infinitamente superior a la privación de tener un buen auto, vivir en una casa lujosa, vestir ropa elegante, comer en los mejores restoranes, conocer el mundo, frecuentar divertidos espectáculos artísticos y deportivos,...

En suma: nuestra cultura dice que sufrir es patológico pero no descartemos que la buena salud dependa de contar con algunas frustraciones, carencia, infortunios.

Nota: Las imágenes aluden a que el sometimiento masoquista también se manifiesta en alhajas (collar, caravana, anillo, pulsera).

(1) La pobreza saludable II
La pobreza saludable I
(2) El aburrimiento cerebral

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La tolerancia a la saciedad

Nuestro patrimonio está determinado por cuánto podemos poseer sin perder las ganas de vivir, es decir, sin perder necesidades y deseos estimulantes.

Pueden surgir nuevas ocurrencias (hipótesis) si una idea conocida la formulamos (redactamos) de un modo diferente al clásico.

La nueva redacción de una idea antigua dice lo siguiente:

Todos somos igualmente ricos o pobres si para determinarlo nos fijamos en el nivel de saciedad y no en el valor patrimonial expresado en dólares.

Parto de la base de que Descartes estaba equivocado y que no existe un cuerpo y un espíritu, sino tan solo un cuerpo que produce manifestaciones tangibles e intangibles respectivamente.

En el supuesto materialista de que somos un organismo biológico que funciona de una determinada manera (fisiología), es posible afirmar que la necesidad o el deseo son manifestaciones dolorosas imprescindibles para que el fenómeno vida ocurra el mayor tiempo posible (1).

Por lo tanto todos necesitamos padecer las molestias provocadas por las carencias (necesidades o deseos).

Nos diferenciamos en que ese dolor es distinto para todos y en que la tolerancia al dolor también es diferente.

Lo único importante es conservar al individuo y a la especie (2), o sea que lo único importante es conservar la vida y como esta depende de que sintamos las molestias de la carencia (necesidad o deseo), todos tenemos la carencia que necesitamos.

Si lo imprescindible es tener una carencia mínima que nos excite el fenómeno vida, algunos conservan la carencia con un patrimonio de U$S 1:000.000 pero otros la conservan con un patrimonio de U$S 100.-

En caso de exceder esos topes patrimoniales el sujeto pierde a mediano plazo el interés por vivir (necesidad o deseo), se deprime, deja de producir y si no disminuye su patrimonio hasta el máximo necesario, algo le ocurre (enfermedad, accidente, suicidio) que lo mata.

(1) Los pensamientos narcóticos

(2) Sobre la indolencia universal

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¿Por qué un círculo es perfecto?

Cuando no podemos aliviar las consecuencias dolorosas de la ignorancia y la incertidumbre, inventamos hipótesis que siempre son a nuestra imagen y semejanza.

Cunde el prejuicio de que todo debe tener una explicación racional. Dicho de otra forma: es generalizada la creencia en que todo tiene una causa razonable, coherente con el resto de los acontecimientos del universo. De una forma más coloquial, existe la expresión “todo cierra”.

Nuestra mente no puede pensar si no es de forma humana (1), tomándose como punto de referencia, de medida, de comparación.

Esta creencia genera unos cuantos problemas. Por ejemplo, cuando no sabemos cómo algo ocurre, inventamos algún motivo, sin preocuparnos demasiado por su veracidad, comprobación empírica, realismo.

El caso más notorio es el origen de la vida, el origen del universo, el para qué de nuestra existencia.

Como todo lo pensamos con cerebro humano y autorreferente, entonces inventamos explicaciones con forma humana (antropomórficas). Por ejemplo, si no sabemos cuándo comenzó el universo, no podemos pensar que siempre estuvo ahí porque parece que estamos obligados a pensar que todo tiene un comienzo pues el ser humano también tiene un comienzo (nacimiento).

La incertidumbre sobre nuestra propia existencia futura nos lleva a pensar (creer, suponer, imaginar) que en algún momento todo desaparecerá (fin del mundo, apocalípsis, hecatombe) porque sólo podemos pensar que la naturaleza tiene que morir igual que los seres humanos.

Por ejemplo, ¿por qué el cerebro humano tiene como ideal de perfección el círculo o la esfera? Se podrán proponer mil respuestas, pero todas habrán de ser conjeturas, hipótesis, fantasías.

Quizá encuentre mejor explicación sobre por qué los varones tienen más poder que las mujeres, pensando en que objetivamente tienen cuerpos más grandes, forzudos, agresivos y los humanos hasta ahora hemos sido mejor persuadidos (gobernados) por la violencia que por la razón.

Artículos vinculados:

La verdad bloquea el cerebro
La naturaleza piensa como yo

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El zurcido corporal

Los mecanismos de defensa psicológicos, la autocuración (sistema inmunológico) y la cicatrización son recursos naturales que nos devuelven parcialmente la calidad de vida perdida.

La técnica del zurcido invisible se utiliza para reparar artículos tejidos dañados por un desgarro, corte, quemadura o por la polilla.

Consiste en eliminar la visibilidad del desperfecto.

La mayoría de las veces se toman hilos de otras partes del tejido sano para igualar el color y la textura de las hebras, como si se tratase de un auto trasplante.

Al finalizar el trabajo, la tela recupera el aspecto exterior que tienen las partes no dañadas (imagen 2) aunque el reverso (imagen 1) muestra las cicatrices de la reparación.

Este parece un buen ejemplo de lo que ocurre con nuestros mecanismos de defensa.

«Me desgarró el corazón» significa que se produjo una desilusión; «me quema la cabeza» significa que algo es muy preocupante; «aún no pudo cerrar la herida ...» significa que un duelo continúa provocando dolor.

El cuerpo genera un «zurcido invisible» cuando intenta aliviar el dolor de una desilusión, disminuir el estrés de una preocupación, compensar la amargura de un duelo, curar una enfermedad.

Para aceptar esta solución es preciso suspender el perfeccionismo (1). Tenemos que aceptar que nada volverá a ser como antes de la fractura y que sólo podremos lograr la mejor calidad de vida posible.

Esto vale para cualquier reparación, recuperación, restablecimiento: cuando enfermamos sólo podemos aspirar a estar mejor pero la ilusión de recuperar el estado anterior contiene las condiciones para que ocurra otra des-ilusión que provoque otro desgarro, ahora sobre el mismo «zurcido invisible».

En suma: la naturaleza dota a todos los seres vivos de recursos de auto-curación (mecanismos de defensa, cicatrización, curación) que devuelve la calidad de vida aunque no tan perfectamente como pretendemos.

(1) El control de calidad y la obsesión perfeccionista

La pereza de los perfeccionistas

El subdesarrollo feliz 

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La imaginaria unión biológica con el hijo

Reconocer que solamente lloramos las pérdidas propias permite comprender que cuando amamos nos sentimos propietarios.

Cualquier lágrima derramada demuestra nuestro dolor y nunca el dolor ajeno.

Lo que sí ocurre es que por distintos sentimientos (que genéricamente podemos denominar «fenómenos identificatorios»), algunas vicisitudes ajenas las sentimos como propias.

También ocurre que necesitamos la existencia y presencia de otras personas y por eso su fallecimiento o alejamiento nos causa tanto dolor que lloramos.

En otro artículo (1) mencionaba algo similar cuando me refería a que el amor es un sentimiento que expresa cuánto necesitamos y utilizamos al ser amado.

Las lágrimas que derramamos cuando le ocurre algo penoso a un hijo nos demuestra cuánto lo necesitamos, hasta qué punto funciona imaginariamente como una parte nuestra.

Si por alguna razón tuvieran que amputarnos un brazo o una pierna también lloraríamos.

El lenguaje nos permite la confusión.

Es correcto decir «lloro porque a mi hijo lo dejó la esposa y está desconsolado» con lo cual entendemos dos cosas:

1) que nos ponemos en su lugar solidariamente, por compañerismo, porque lo amamos desinteresadamente; o también

2) porque sentimos que fuimos abandonados por nuestra nuera (hija política), porque él vive llorando y no quiere trabajar, porque tenemos que hacernos cargo de hacerle algunas tareas que hacía ella, porque quizá vuelva a vivir con nosotros, porque tendremos que recibir a nuestro nieto por obligación y no porque queremos jugar con él, etc.

He insistido con los eventuales reclamos (explícitos o sutiles) que hacen los padres a los hijos (2) respecto a una hipotética deuda que estos tendrían con ellos. Vuelvo al tema para decir que si lloramos por las dificultades de nuestros hijos es porque los sentimos equivocadamente como propios y si no nos ayudan (pagan esa deuda) sentimos equivocadamente que una parte nuestra dejó de funcionar (amputación).

(1) «¡Hotal, qué tal! ¿Cómo me va?»

(2) La deuda imposible de pagar

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viernes, 5 de agosto de 2011

Los anillos de oro abrigan demasiado

Quienes se quejan de pequeños problemas suelen jactarse de sus privilegios y disfrutan provocando envidia.

Las personas que acostumbran a quejarse públicamente lo hacen por arrogancia aunque estamos propensos a pensar que lo hacen porque están doloridas, porque se han visto perjudicadas, porque han padecido una pérdida.

Cuando con mis amigos cursábamos la edad en la que acceder íntimamente a una mujer era algo más que milagroso y nuestra vida sexual se limitaba a la autocomplacencia, nos reunimos a mirar revistas de sexo explícito, no tanto para estimularnos eróticamente sino que nuestra diversión consistía en criticar despreciativamente algunos rasgos físicos superfluos de mujeres inalcanzables, hermosísimas, tan sobrenaturales como Marilyn Monroe cuando «nos miraba» muy enamorada.

Jugábamos a que teníamos tantas amantes a nuestra disposición que podíamos ponernos exigentes en forma extrema con alguna que tuviera mal depilada una ceja, el dedo meñique del pie estuviera retraído, o mostrara algo de celulitis en uno o dos poros de los glúteos.

El juego era divertido porque nos burlábamos de nuestra pobreza, soledad, insignificancia como varones anhelantes de alguna mujer, fuera como fuera, sin la más mínima pretensión.

La actitud quejosa suele ser el audio de una conducta arrogante porque quien la emite está sugiriendo algo así como «si me quejo de estos problemas tan insignificantes es porque no tengo más de qué quejarme, lo tengo todo, soy un privilegiado».

— Una mujer se queja de que su marido es un cargoso porque siempre la lleva y la trae del trabajo;

— Un hombre se queja de que el padre de 90 años repite algunas anécdotas (despreciando la fortuna de tanta longevidad);

— Otro dice estar harto de tener cada vez más responsabilidades por más que no paran de aumentarle el salario;

— Alguien protesta porque comprar un auto nuevo genera muchos gastos, etc.

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Obesidad y enriquecimiento patológico

Una reacción traumática por haber sentido hambre en los primeros meses de vida pudo instalar una búsqueda desesperada, irracional, exagerada (e inconsciente) de evitar la pobreza.

Las nuevas cargas tributarias no se llevan a consulta popular porque ya se sabe el resultado: el 100% de los ciudadanos dirá que no está dispuesto a pagar nuevos impuestos.

Por eso cualquier propuesta (1) de que la incertidumbre es el estado natural del ser humano cuenta con el 100% de desaprobación porque nadie está dispuesto a reconocer que deba privarse de las ilusiones que lo puedan obligar a tener que decir algún día «sólo sé que no sé nada» (según nos contó Platón que alguna vez dijo Sócrates).

Para evitar la angustia provocada por la incertidumbre recordamos qué fue lo que ya nos ocurrió y aprendemos qué fue lo que ya les ocurrió a otros, para formar con todo eso un conjunto de conocimientos que intentaremos usar guiados por la creencia (hipótesis, teoría) de que «la historia se repite».

Es posible pensar que también existe una memoria inconsciente de los primeros días de vida post parto.

Si un pequeñito siente hambre seguramente se siente morir, su instinto de conservación asociado a una máxima vulnerabilidad, bien pueden generar sensaciones terroríficas provocadas por un dolor tan profundo, abarcativo, desesperante.

En esta hipótesis, también podemos pensar que algunos de esos niños quedarán tan afectados por esas experiencias que sin saberlo (inconscientemente) quedarán predispuestos para jurar, prometer, tomar todas las precauciones que hagan falta para ¡nunca más sentir hambre!

Esta promesa olvidada pero hecha en momentos de desesperación, puede ser la causante, motivadora, estimulante de una búsqueda también desesperada de enriquecer, de poseer más alimento del que sería capaz de aprovechar.

No es descabelladlo pensar que esa promesa inconsciente sea causa de obesidad o enriquecimiento patológico.

(1) El delicado aparato psíquico

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Los costos de algunos temores

Quienes temen ser acusados de incumplidores o morosos suelen convertirse en víctimas de aquellos que nunca devuelven lo que reciben.

Los organismos funcionan porque están permanentemente buscando un equilibrio que una vez logrado vuelve a perderse.

En los seres humanos la sensación subjetiva de desequilibrio se manifiesta a través de algún malestar: dolor, angustia, náusea, etc.

Cuando estos malestares son insufribles, ya sea por su intensidad o por la baja tolerancia de quien los padece, se disparan acciones automáticas de compensación que son tan exageradas como la hipersensibilidad del afectado por el desequilibrio.

Lo digo de otra forma: la sensibilidad al dolor varía de una persona a otra. Por ejemplo, quienes practican boxeo la tienen muy baja. Con uno solo de los golpes que recibe un boxeador, un adulto hipersensible necesitaría una semana de recuperación a máxima quietud.

Este adulto muy impresionable quizá sólo necesita reposar una hora para recuperarse del mencionado golpe pero sin embargo el exceso de sensibilidad lo obliga a exagerar el tiempo de recuperación y lo extiende a siete días.

En situaciones menos tangibles que un golpe de puño, esta reacción exagerada puede convertirse en una virtud.

Por ejemplo, un joven con fuerte amor propio (exceso de sensibilidad) pierde un examen de biología. Como es la primera vez que le ocurre una «tragedia» de tal magnitud, el joven exagera la reacción y veinte años después recibe un premio nacional de medicina.

Quienes temen endeudarse y les horroriza imaginar que alguien les reclame un pago, se compensan dando, regalando, prestando preferentemente a quienes tienen fama de malos pagadores.

Estas personas logran cierta paz interior cuando se aseguran de que «los demás» les deben (aunque nunca recuperen lo que prestaron).

El reequilibrio exagerado del temor a ser acusado de moroso o incumplidor genera pobreza patológica.

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El beneficio secundario de algunos fenómenos penosos

La muerte y otras pérdidas, son indirectos generadores de vida y ganancias.

La muerte, a pesar de la antipatía que genera porque nos provoca sentimientos dolorosos, es la que nos permite seguir vivos, entre otros motivos porque el planeta es como un frasco hermético que navega en el cosmos, con un volumen fijo que oficia de límite para nuestra expansión.

Sin embargo, si estamos de acuerdo en que la Tierra tiene el mismo volumen que hace millones de años (acrecentado mínimamente por los meteoritos que traspasan la atmósfera y quedan incorporados al volumen total), entonces no podemos decir que más personas implicaría más volumen terráqueo.

Lo que sí ocurre es que el aumento de cualquier población, lo que hace es transformar material inerte (minerales, agua) en materia viva.

Cuando comemos una hortaliza, transformamos en moléculas humanas las moléculas vegetales que anteriormente habían transformado en células vivas los minerales inertes que extrajo de la tierra donde estaba plantada.

En suma 1: un aumento de seres vivos no expande el planeta sino que solamente le cambia su composición.

Pero no solo la muerte favorece la vida y no es precisamente la generación de espacio provocada por la muerte la que estimula el fenómeno vida.

Las empresas de demolición se dedican a destruir edificios (¿matar?) para generar nuevas construcciones que dan ocupación de mano de obra y nuevas locaciones para alojar mayores poblaciones.

Los antisociales vandálicos que destrozan bienes públicos, también generan mano de obra para su reparación.

Los ladrones obligan a sus víctimas a trabajar más para reponer lo que perdieron.

La lucha contra la inseguridad ciudadana (guardias, cerrajería, seguros, alarmas) estimula una serie de actividades que aumentan el Producto Bruto Interno (PBI) de un país.

En suma 2: Muchos fenómenos tan antipáticos como la muerte estimulan indirectamente a la simpática vida.

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