sábado, 5 de noviembre de 2011

Los estímulos para la vejez

Los achaques de la ancianidad están puestos por la naturaleza para compensar nuestro descenso en la capacidad de reacción.

Los humanos somos parte de la naturaleza y eso nos permite opinar sobre ella con algunas posibilidades de acierto.

La naturaleza expresada a través de nuestra especie se permite castrar animales con diversos fines.

—A los caballos de tiro o de paseo se los vuelve mansos y gobernables.

—A los toros se les quita irritabilidad y sin testículos (buey) aumentan su masa muscular para realizar tareas muy pesadas.

—A las gatas y a las perras se las «alivia» del molesto período de celo. Por eso las tiernas ancianitas no vacilan en quitarle a sus mascotas la posibilidad de reproducirse.

Si a través de nuestros propios actos pudiéramos sacar alguna conclusión, diríamos que la naturaleza es cruel porque una parte de ella (los humanos) somos notoriamente crueles.

Si esta conclusión fuera correcta podríamos pensar que la naturaleza se vale de provocarnos dolor para sostener el fenómeno vida, según comento en varios artículos agrupados en un blog titulado Vivir duele.

En este contexto, avanzo un poco más para proponerles lo siguiente:

Así como la naturaleza cruel del ser humano hace que el jinete de un caballo cansado, enfermo o viejo, use más el rebenque para provocarle dolor y que acelere el paso, la naturaleza también nos llena de penosos achaques cuando el envejecimiento, que se parece a una enfermedad o cansancio, hace más difícil la conservación del fenómeno vida.

En suma: si aceptamos que los dolores (hambre, ardor, calambre) fueron instalados por la naturaleza para conservar el fenómeno vida (si no sintiéramos esas sensaciones mortificantes no comeríamos, ni descansaríamos, ni nos abrigaríamos), podemos aceptar que los mayores padecimientos orgánicos de la vejez obedecen a un descenso en nuestra capacidad de reacción.

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Los dolores triplicados

Un dolor corporal se intensifica si le asociamos fantasías de culpabilidad, injusticia y castigo.

Es probable que a usted le ocurra algo que a otros les sucede, pero que no se dé cuenta porque el proceso, que en otros es consciente, en usted ocurre inconscientemente. Los fenómenos son similares pero las consecuencias son muy distintas.

El dolor puede triplicar su molestia cuando inconscientemente se lo asocia con un castigo que alguien nos impuso por un pecado que nunca cometimos.

La situación es tan irracional que por eso es más probable que funcione en la oscuridad sigilosa que cae fuera de la conciencia (inconsciente).

Observe por ejemplo qué hace mucha gente cuando siente un dolor por llevarse algo por delante. En gran cantidad de oportunidades reaccionamos insultando a esa piedra con la que tropezamos o le damos un puntapié a la mesa que nos golpeó la cadera en plena oscuridad.

Estas insensateces son normales, no requieren ni medicación ni mucho menos internación, pero convengamos en que son rotundamente alocadas.

Dentro de este cuadro clínico no patológico ni alarmante, ocurre que un dolor de muelas, persistente, intenso, muy irritante porque todo lo que está en la cabeza parece que doliera más, nos hace pensar que tiene que ser un castigo.

La suposición de que se trata de una caries que merece ser reparada pasa a un segundo plano pues al tormento orgánico le agregamos una fantasía excitante del dolor:

— porque nos sentimos víctimas de una injusticia ya que no hemos hecho nada que merezca un castigo;

— porque nos indigna que ese error de la justicia nos haya elegido, demostrando así que no somos respetables para quien nos haya juzgado erróneamente.

En suma: Esta forma de convivir con un dolor corporal, triplica su intensidad porque lo asociamos a una fantasía alocadamente contraproducente.

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La sublimación por miedo

Los personajes más admirados, famosos y triunfantes, son personas con un cierto talento pero, sobre todo, un fuerte temor a no recibir el amor que todos necesitamos.

«Sublime» es un adjetivo, un modificador del sustantivo, un calificativo caracterizado por significar algo excelente, insuperable, maravilloso.

Estaremos de acuerdo en que cuando algo o alguien se merece el rótulo de «sublime», está dependiendo de una opinión totalmente subjetiva de quien o quienes la pronuncien.

En nuestra cultura vergonzosa, amante del dolor, los suplicios y los mártires, cazadora de quienes disfrutan de la vida, tienen dinero o parecen felices, suele decirse genéricamente que las pasiones personales o colectivas son sublimaciones del deseo sexual.

Dicho de otro modo, subjetivamente tendemos a pensar que un gran cantante, un admirable deportista o un Premio Nobel de química, son personas que han sublimado sus deseos sexuales, derivándolos hacia las actividades que no son condenadas por nuestra moral contraria al disfrute.

Cuando usamos el refrán «las apariencias engañan» estamos refiriéndonos a este retorcimiento de nuestras pasiones básicas hasta convertirlas en otras que reciban la aprobación colectiva.

Y la satisfacción de las expectativas colectivas es obligatoria porque la sanción social para quienes la frustran es muy difícil de soportar.

Bajo una apariencia de libertad en los hechos condenamos a personas de otras razas, idiomas, vestimenta, creencias, opciones.

Y la amenaza mágica que profieren nuestros vecinos parece infantil: «no te quiero más», lo mismo que suelen decirnos los niños cuando se enojan por haber sido molestados por nuestras normas (comer en hora, bañarse, abandonar el parque de diversiones).

En suma: los sublimes personajes que nos llenan de admiración y de envidia, suelen ser personas dotadas de un talento especial pero sobre todo, son individuos que abandonan sus placeres instintivos por temor a perder lo que todos necesitamos: amor, aprobación, compañía.

Artículos vinculados:

Los insultos sexuales alivian frustraciones

Lo bueno y lo malo de la agresividad

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Víctimas de la injusticia

Una interpretación filosófica equivocada de los sufrimientos inherentes al funcionamiento biológico de la vida, puede provocarnos pobreza patológica.

A falta de explicaciones mejores, la humanidad se explica las dificultades propias de existir diciendo que son castigos por haber pecado, que son una condena porque somos culpables de algo.

Nuestro cerebro sólo puede percibir humanizándolo todo. Esto es inevitable. Y también es inevitable que todos nuestros inventos sean humanoides (con rasgos antropomórficos). Por eso el o los dioses, tienen características humanas.

Vivir tiene varias molestias (1), y como los humanos castigamos haciendo sufrir, entonces todo sufrimiento es un castigo provocado por alguien que tiene características humanas, sólo que en grados superlativos, pues los dioses son súper humanos: o muy buenos o muy malos.

Desde la desobediencia que cometieron Adán y Eva (comer una manzana prohibida), sufrimos porque fuimos castigados a ganamos el pan con el sudor de la frente y a parir con dolor.

Otro castigo recibido de los dioses condenó nuestra inagotable arrogancia. Es por eso que los hombres y las mujeres somos personas separadas y nos buscamos desesperadamente. Para peor, cuando nos encontramos, el vínculo no es del todo satisfactorio.

Por lo tanto, los humanos explicamos las molestias propias de vivir como si fueran castigos por culpas que cometieron personas fallecidas hace miles de años.

Esto nos lleva a la conclusión de que padecemos injustamente.

Cuando un ser humano padece injustamente, suele ponerse de mal humor, agresivo, reivindicativo, peleador, ofuscado, vengativo (eligiendo alguna víctima suficientemente débil para asegurar el éxito) o, por el contrario, puede sentirse abatido, deprimido, resignado, desmoralizado, desvitalizado, apático.

En aquellos seres humanos que se creen víctimas de un castigo injusto y que reaccionan con agresividad o depresión, ven su capacidad productiva severamente afectada y se convierten en candidatos seguros de una pobreza patológica.

(1) Blog especializado en las molestias de vivir

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Un diablo pobre es menos dañino

El temor a los demonios es en realidad un temor al deseo. Una técnica para controlar el deseo es quitarle recursos económicos (dinero).

Los demonios suelen ser de sexo masculino (diablo, Satanás, Lucifer, Mefistófeles, Belcebú, anticristo, mandinga, íncubo) aunque para evitar reclamos sexistas también tenemos algunas femeninas (brujas, arpías, hechiceras).

Estas figuras mitológicas son creadas

— para identificar el origen de ciertos males, y para
— intentar neutralizarlos mediante técnicas exorcistas.

El miedo fundamental es al dolor, a vernos en una situación desesperada, aterrorizados porque vemos cómo nuestra vida se extingue en un mar de sufrimientos.

Si esto pudiera ser percibido serenamente, quizá veríamos que estas imágenes tan escalofriantes no son otra cosa que el determinismo dentro del cual vivimos, esto es, que no tenemos control sobre nuestra existencia.

En otras palabras, tenemos mucho interés en conservarnos y para eso soñamos con poseer el poder suficiente para ser eficaces en esa conservación.

Necesitamos pensar que podemos evitar las enfermedades, el envejecimiento, las pérdidas materiales, la pérdida de seres queridos, del amor de otras personas y cada poco nos aparece alguna evidencia de que en realidad no poseemos ese control de nuestro patrimonio psíquico, afectivo, biológico, económico.

La «caja negra», el dispositivo imaginado desde el cual somos controlados, es el inconsciente.

Esta parte nuestra podría ser perfectamente un demonio que nos habita, pues esporádicamente algo nos falla, en algo nos equivocamos, algo nos sale mal y ese anhelado control se pierde.

Peor aún, nuestro deseo no es controlable aunque no paramos de ejercitarnos en su domesticación, le ponemos barreras para que no nos sabotee, nos traicione, nos lleve a la perdición.

En suma: Es posible pensar que una buena estrategia para controlar a los demonios que se expresan mediante el deseo, consista en quitarles esa herramienta fundamental para sus actividades destructivas: el dinero.

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La enfermedad que nos alivia

Cuando nuestra mente construye historias terroríficas a partir de datos imaginarios, la vida se convierte en un tormento insoportable. En estos casos, buscar certezas puede ser una actitud desesperada que no repara en costos. Por eso la aversión a la duda y a los riesgos, puede ser causa de enfermedad y el consiguiente empobrecimiento.

La convicción nos genera un gran alivio, inclusive cuando el yerro y las consecuencias materiales de esa convicción sean notoriamente perjudiciales.

Para no pensar en todo lo que nos puede pasar, para eludir la mortificación que nos provoca la inseguridad, la duda, el no saber si estamos próximos a sufrir, usamos algunas técnicas:

— Quienes adhieren al «pensamiento único», se oponen a la libertad de expresión y sólo admiten un partido político, una sola religión, una sola opinión. Es la anulación total de la libertad, de la diversidad, de la tolerancia;

— Una «idea fija» es una patología psíquica muy severa que padecen pocas personas aunque en muchos casos diagnosticamos «artesanalmente» esa característica en quienes sólo piensan en una sola cosa (el sexo, la corrupción, la envidia);

— La obsesión tiene semejanzas con la idea «idea fija» pues el obsesivo pierde la capacidad de modificar su conducta para adaptarse mejor a las circunstancias cambiantes. No es temerario suponer que la obsesión (como los ya mencionados), tiene como estímulo privilegiado el control de la mortificante incertidumbre;

— Desde mi punto de vista, podemos padecer cualquier enfermedad, padecimiento o accidente para «ayudar» a nuestra mente a que se fije, concentre, focalice en recuperar la salud, aunque el motivo desencadenante haya sido el apartamiento de la incertidumbre. Una fuerte preocupación «encarcela» el pensamiento cuando su libertad es fuente de dolor.

En suma: Los diferentes procedimientos para eludir la incertidumbre, siempre limitan la potencialidad productiva y por eso son causa probable de empobrecimiento.

Nota: La imagen es un autorretrato de la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954), titulado «La columna rota».

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La incertidumbre, el cuerpo y el patrimonio

La ambivalencia de la figura materna


¿Por qué un círculo es perfecto?

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