viernes, 8 de noviembre de 2013

El tamaño del pene y el placer del parto


Les comento una posible explicación de por qué los varones estamos tan pendientes del tamaño del pene.

Las mujeres suelen burlarse de los varones preocupados por el tamaño de su pene.

Siendo que con apenas 8 centímetros de largo estamos posibilitados para contribuir a la conservación de la especie, soñamos con tener instrumentos genitales mayores: 15, 20, 25 centímetros.

Quienes los poseen suelen trabajar como artistas porno, pero Photoshop es un software capaz de hacer cambios en las fotografías como para que, al mirarlas llenos de envidia, sigamos pensando que nuestro órgano reproductor es realmente patético.

Sería obvio decir que esta es una manía machista, pero no sería tan redundante comentar que aquel castigo bíblico que nos condenó a sudar y a tener dolores de parto podría ser una causa eficiente de esta preocupación masculina.

Obsérvese que actualmente muchas respetables personas concurren a gimnasios para forzar el sudor, no solo en el sauna o en los baños turcos, sino también tratando de levantar objetos pesados u otras actividades igualmente inútil y generadoras de sudor.

Por lo tanto, el castigo bíblico no fue como se dice sino que pasó lo siguiente: Cuando Adán y Eva comieron la manzana vino la orden del jerarca máximo (Dios) de echarlos del Paraíso, por desobedientes. Quien les dio la mala noticia, por piedad o por temor a que Adán matara al mensajero, les comunicó la información agregándole un consuelo: «Miren que fuera del Paraíso podrán disfrutar sudando y sufriendo en los partos».

Efectivamente, en las mujeres existen dos tipos de dolor: el común, el que tenemos todos, el que nos obliga a evitarlo, y el exclusivamente femenino, el que las hace gozar cuando paren.

Esto explica todo: los varones querríamos entrar y salir de la vagina con penes tan grandes como niños.

(Este es el Artículo Nº 2.074)


La agresividad por miedo al dolor


Quizá los ejércitos siempre fueron masculinos porque nuestro temor al dolor nos hace pelear con más pasión que ellas.

Siempre me interesó saber qué nos ocurre con el dolor, al punto que, de tanto escribir sobre el tema, obtuve el pretexto para crear un blog (1).

Más recientemente, estuve re-convocado por el asunto y, acá estoy, escribiendo sobre lo mismo (2).

Como no es posible saber cuánto dolor sienten los demás, no sabemos con exactitud sobre el sufrimiento ajeno, solo nos guiamos por lo que imaginamos en la situación de un doliente, nos ponemos en su lugar, tratamos de identificarnos con él. Solo así suponemos cuánto sufren los otros.

Sin embargo, es posible aventurar una hipótesis generalizante, solo para reunir las opiniones de quienes estén dispuestos a confiar en ella.

Esta hipótesis generalizante dice que los varones somos menos resistentes al dolor que las mujeres. Más aún: agregaría que entre ellas encontramos más gente que siente cierto placer erótico con el dolor y entre ellos encontramos más gente que siente cierto placer erótico causando dolor. Concretamente: el masoquismo es una característica predominantemente femenina y el sadismo es una característica predominantemente masculina.

Si usted considera que estas hipótesis pueden conducirnos a algunas conclusiones interesantes, entonces continuemos juntos.

¿Por qué los ejércitos están conformados mayoritariamente por masculinos?

Parece lógico que, mientras ellos se mataban en el frente de batalla, ellas se dedicaran a reponer nuevos ejemplares sin exponerse a morir bajo el fuego de los enemigos. Sin embargo, no es tan lógico porque la reposición de soldados por esta vía demoraría más de lo que duraban las guerras.

Creo que los soldados siempre fueron varones porque el miedo al dolor nos pone más agresivos que a ellas. Al ser más resistentes, las mujeres pondrían menos pasión combativa y hasta perderíamos las guerras.





(Este es el Artículo Nº 2.071)



La hipersensibilidad masculina y la condena bíblica

5%
Porque los varones interpretamos las molestias naturales como martirizantes, todos pensamos que trabajar y parir son castigos.

Es legítimo, razonable y, quizá también práctico, utilizar como hipótesis de trabajo lo propuesto en otro artículo (1), donde les comentaba que nos molesta trabajar porque padecemos una sugestión bíblica originada en aquel castigo que recibieron Adán y Eva cuando comieron la famosa manzana.

Es cierto que tenemos que hacer algún esfuerzo para conseguir lo necesario para vivir, pero también los otros animales tienen que cazar, acarrear, construir nidos, defenderse de sus depredadores. Todos tenemos que hacer algún esfuerzo para vivir.

Por otra parte, la dilatación corporal que requiere habilitar la salida del nuevo ejemplar gestado (parir) es molesta, aunque no precisamente dolorosa para la parturienta. Si es dolorosa es porque también, en ese sentido, padecemos una sugestión bíblica.

Hombres y mujeres tenemos respuestas diferentes ante el dolor. La hipótesis de trabajo que proponía en el primer párrafo tiene que ver precisamente con esto: los varones tenemos menos resistencia al dolor que las mujeres. En otras palabras: el mismo estímulo, a los varones nos duele y a ellas las molesta.

En otro aspecto podríamos pensar que las mujeres pueden gozar sintiendo dolor mientras que los varones pueden gozar causando dolor. Este sería un aspecto escasamente comentado de cómo ocurre la complementariedad entre los sexos.

El machismo es una cultura muy marcada por las preferencias masculinas y parecería ser que la otra mitad, (las mujeres), tienen menos voz y voto para marcar las tendencias.

Como los varones rechazamos tanto el dolor, hemos impuesto que la tolerancia debe ser mínima o nula. Por eso las mujeres necesitan rechazar el dolor que podrían tolerar y hasta disfrutar.

En suma: porque los varones interpretamos las molestias naturales como martirizantes, todos pensamos que trabajar y parir son castigos.


(Este es el Artículo Nº 2.053)


...y si todos fuéramos un poco masoquistas?


Aseguramos que solo unos pocos enfermos gozan sufriendo. ¿Cómo cambiaría toda nuestra filosofía de vida si admitiéramos lo contrario?

Cuando algo se extravía tendemos a buscarlo donde debería estar, con lo cual prolongamos innecesariamente el tiempo de extravío. Podríamos encontrarlo antes si pudiéramos buscarlo donde no debería estar.

Este mínimo ejemplo es útil, sin embargo, como prueba de que el libre albedrío no existe en tanto no buscamos donde queremos sino donde nuestros condicionamientos mentales nos obligan a buscar.

Hace años que busco (donde no deberían estar) asuntos extraviados, precisamente para ver si encuentro lo que mis hermanos humanos no encuentran, por ejemplo, causas reales de la pobreza económica, esa pobreza que desde hace milenios afecta a nuestra especie y que los expertos más encumbrados no logran resolver.

Algo que no debería ser es que los humanos disfrutemos sufriendo. Estamos convencidos de que buscamos el placer y que huimos del dolor.

Tan convencidos estamos de que los humanos huimos siempre del dolor que cuando encontramos a alguien que se estimula sexualmente sufriendo decimos que es masoquista, es decir, alguien diferente al resto, un anormal, un enfermo.

¿Y qué ocurriría si todos nuestros pensamientos los organizáramos partiendo del supuesto que no es tan cierto que los humanos rehuimos sistemáticamente del dolor?

Obsérvese que cualquier idea que haya alcanzado la categoría de «verdad», se convierte en algo tan sólido e inamovible como una montaña. Cualquier cosa que pensemos tendrá que tenerla en cuenta tal cual es, sin modificaciones. A la postre, una verdad es algo tan rígido e inmóvil que se convierte en el centro alrededor del cual todos los demás conceptos deben girar. ¿Y si esa montaña no fuera tan rígida e inmóvil?

Al ver cómo se sacrifican libremente las personas en un gimnasio tengo que dudar que evitemos el dolor.

(Este es el Artículo Nº 2.070)


Literatura, enfermedad y pobreza


En la literatura universal encontramos reflexiones sobre la enfermedad que también podrían aplicarse a la pobreza económica.

Siempre hago el mayor esfuerzo que esté a mi alcance para ser claro, fácil de entender, pero en este caso estoy ante una situación especial porque tendré que plantearles una situación diferente.

En este caso, ustedes no tendrán por qué entender todo. Deberán conformarse con recibir unas ideas confusas, imprecisas, que al entrar en contacto con sus mentes, producirán o no algún efecto de cambio, pero no inmediatamente, como ocurre cuando leemos algo que se entiende enseguida.

Efectivamente, el siguiente planteo podrá tener un efecto a largo plazo. Quizá algún día disfruten los beneficios de haber leído este artículo, pero no tendrán pruebas de cómo ocurrió esa ganancia.

La idea consiste en pensar que la desocupación, la falta de trabajo, de ingresos económicos, funciona como una enfermedad, tan grave como consideremos que es grave dicha falta de dinero.

En la literatura, los más inspirados escritores han comparado a las enfermedades de diferentes maneras. Por ejemplo, una enfermedad o la falta de ingresos económicos suficientes:

— Es un castigo divino, sobrenatural, demoníaco (literatura antigua, Biblia, Ilíada, Odisea);

— Es una señal de la decadencia moral o social (Fantasmas, del dramaturgo noruego Henrik Johan Ibsen);

— Es una consecuencia del destino infalible (varios);

— Funciona como estímulo doloroso para algunos genios artísticos o intelectuales, a quienes (la enfermedad o las penurias económicas) tonifican moralmente (La cabaña del tío Tom de la norteamericana Harriet Beecher Stowe);

— Puede operar como impulso revolucionario, libertario, redentor (La dama de las camelias del escritor francés Alejandro Dumas [hijo]);

— El infortunio realza la conciencia de las complejidades de la vida y de la muerte inevitable (Los muertos del escritor irlandés James Joyce).

 Lo que pensamos de la enfermedad también puede pensarse sobre la desocupación laboral.

(Este es el Artículo Nº 2.044)


El idealismo dinamiza la evolución


Los idealistas se inmolan combatiendo a sus «enemigos» para que la humanidad evolucione, aunque en sentido contrario al «ideal».

Los drogadictos son personas que suelen tener momentos de lucidez; los idealistas no.

Los drogadictos son personas que, llevados por la desesperación, acceden a una humildad razonable; los idealistas difícilmente puedan algún día bajarse de su pedestal.

Tanto drogadictos como idealistas suelen ser agentes problemáticos para el colectivo que integran, pero los humanos nos enfurecemos con quienes demuestran algún grado de satisfacción (como los drogadictos) y nos enternecemos con quienes son o se muestran como víctimas, mártires, sacrificados (los idealistas).

El narcotráfico genera repudio popular porque se lo asocia con el placer extremo y los idealistas generan ternura popular porque se los asocia con el dolor, las penurias, la pobreza.

— Ernesto «Che» Guevara (Argentina, 1928-1967) fue un idealista que luchó en varios frentes contra el capitalismo y el imperialismo;

— Julian Assange (Australia, 1971) es un idealista que lucha informáticamente contra los gobiernos corruptos. Se lo conoce mejor como el editor de Wikileacks.

Están equivocados quienes a esta altura supongan que odio a este tipo de gente. Por el contrario, los creo necesarios en su rol.

Ahora explico a qué me refiero con «su rol».

— Los vehículos se desplazan sobre los territorios porque las ruedas propulsoras no patinan, porque encuentran resistencia en la aspereza de las calles;

— Los navíos se desplazan sobre los mares porque las hélices propulsoras encuentran resistencia en el agua;

— Los aviones se desplazan por la atmósfera porque las turbinas propulsoras encuentran resistencia también en el aire.

En suma: la resistencia del suelo, el agua y el aire logra el movimiento y la resistencia (oposición) que hacen los idealistas logra que nuestra especie avance.

La humanidad avanza y los idealistas quedan atrás, como el terreno, el mar y el aire.

(Este es el Artículo Nº 2.036)


¿Y el postre?


Fue despertado por el hambre. El hambre y el calor del sol. Terminó de despertarlo una ensordecedora gritería con ruidos de máquinas amarillas.

Después se dio cuenta que el olor nauseabundo era insoportable. Atinó a taparse la nariz, pero su mano también olía muy mal.

El cielo estaba despejado, aunque algunas nubes pastaban alejadas de su rebaño.

No había dormido bien; le dolían las piernas y los brazos. La cabeza parecía atornillada al suelo.

Comenzó a percibir con más claridad las voces y comprendió que hablaban en un idioma extraño. El ruido de las máquinas amarillas se acercaba.

Al poco rato se le desprendió la cabeza del suelo y pudo ver a su alrededor una enorme cantidad de gente tirada…, pero, ¡claro!, el olor provenía de esos cuerpos llenos de moscas. Estaban muertos, pudriéndose.

Al separar la cabeza del suelo, una cantidad de soldados, empuñando revólveres, llegaron corriendo. Cuando llegaron hasta él, uno le apuntó a la cabeza, otro gritó algo, se pusieron a discutir, estuvieron a punto de ultimarse a tiros. Claramente habían dos bandos, o por lo menos, dos opiniones sobre algo. Seguramente las opciones eran rematarlo o no rematarlo, de uno o de varios tiros en la cabeza.

Llegó otro gritando incoherencias, todos se pusieron firmes, hicieron un saludo militar, quizá el recién llegado hizo una pregunta, es obvio que le dieron dos respuestas distintas, el hombre hizo un gesto con los brazos, pronunció un breve discurso, los integrantes de ambos bandos bajaron la mirada y, el más comedido, piadoso, traicionero, adulón, o vaya uno a saber qué, ayudó al caído para que se levante.

Una vez en pie, sintió más dolores en las piernas, sintió mucha sed, pidió agua, nadie le entendió, hizo gesto de «cantimplora de la que se bebe», le entregaron un recipiente de cuero con un sorbo de agua tibia, y comenzaron a hacerle gestos de que se fuera, que huyera, lo empujaban, tomándolo por los hombros, lo hicieron girar sobre sus pies y lo orientaron hacia un bosque.

Un poco repuesto del extraño despertar, el hombre enfiló para el bosque y caminando cada vez más rápido, se internó en él.

Caminó, caminó, caminó, quizá siempre en la misma dirección, hasta que encontró una choza.

Gritó y apareció una mujer joven, lo saludó, le preguntó algo, pero el hombre no entendió nada, dio unos pasos hacia ella y se desmayó.

Cuando volvió a despertarse, estaba tirado en un catre, notoriamente recién bañado, con ropa limpia. En la pequeña habitación flotaba un aroma a comida que le recordó el hambre.

La mujer le hizo señas de que pasara a la mesa. Comió desesperadamente.

Antes de terminar de comer, llamaron a la puerta.

La joven corrió a abrir y se puso a hablar con alguien. Ella parecía asustada, quizá estaba pidiendo ayuda.

Finalmente entraron una cantidad de soldados enormes, los mismos que antes lo habían echado del campo de exterminio. Otra vez se pusieron a discutir entre ellos. Finalmente uno lo agarró por un brazo, lo llevó hasta la puerta y le hizo señas de que se fuera, ¡rápido! El hombre comenzó a correr sin entender nada. Estaba confundido, quizá deliraba, empezó a buscar una choza donde le sirvieran el postre.

(Este es el Artículo Nº 2.048)


La Coca-Cola perjudica a los inmortales


Esta es una hipótesis de por qué algunas personas evitan beber Coca-Cola para imaginarse inmortales sin temor al sufrimiento.

Usted y yo seguramente conocemos gente que no toma Coca-Cola porque esta afloja las tuercas oxidadas. Así funciona la medicina popular.

Si consultáramos a los más confiables expertos potabilizadores de agua de nuestro país, quizá nos dirían: «Yo bebo Coca-Cola y Pepsi-Cola, pero las dos son agua sucia».

¿Cuál es la verdad? Sería lindo saberlo porque ahora estamos en octubre de 2013, dentro de dos meses festejaremos Noche Buena y una mesa familiar sin esas bebidas sería inconcebible. Sobre todo ahora que casi todos tienen teléfono celular con cámara fotográfica.

Los animalitos humanos vivimos temblando de miedo porque somos muy vulnerables, nos enfermamos fácilmente y algunos tienen tan mala suerte que mueren.

Para aliviar los temblores nos informamos de los peligros y de cómo evitarlos.

Claro que acá tenemos otro problema, porque nuestra cabecita tiende a reconocer como verdaderas aquellas informaciones más disfrutables, lindas, alegres, simpáticas. Nuestro criterio de selección está fuertemente condicionado por el placer, por eso seleccionamos las noticias más agradables y desestimamos las menos desagradables, independientemente de cuán confiables sean.

Por ejemplo, ¿por qué evitamos ingerir una bebida por su poder de aflojar tuercas oxidadas?

Esta evaluación tiene varios motivos, entre los cuales no podemos descartar la publicidad de Pepsi-Cola que nos haya influido.

Si para los humanos es dañino beber un producto capaz de aflojar tuercas es porque en nuestro inconsciente existe la certeza de que somos máquinas metálicas, que a veces funcionan mal y que deben ser reparadas por un mecánico.

¿Por qué no tomamos Coca-Cola? Porque preferimos imaginar que somos metálicos, máquinas inmortales que, cuando funcionan mal, algún médico-mecánico podrá repararlas.

Más aún, si nos imaginamos metálicos, también podemos disminuir el miedo a sentir dolor.

(Este es el Artículo Nº 2.047)


Causas del malhumor


Todos nuestros estados de ánimo (alegría, tristeza, entusiasmo, abatimiento) son generados por fenómenos corporales que así expresan una disfunción.

La depresión, la tristeza, los sentimientos de desvalorización, pocas veces son exógenos y casi siempre sean endógenos.

Lo digo de otro modo: nuestros sentimientos resultan de la percepción subjetiva de ciertos estados corporales propios y pocas veces son la consecuencia de algo que ocurre fuera de nosotros mismos.

Lo digo de otro modo: Los padecimientos psíquicos son, en su mayoría, causados por malestares corporales que no se manifiestan con molestias físicas sino que solo se manifiestan con estados de ánimo, sin perjuicio de lo cual, algunas veces ocurren cosas fuera de nosotros, que nos disgustan, nos provocan pesadumbre, amargura.

Lo digo de otro modo: la desgracia ajena puede ponernos tristes, pero esto ocurre así porque nos identificamos con la víctima, nos ponemos en su lugar. La mayoría de nuestros malestares anímicos ocurren porque nuestro cuerpo o nuestras circunstancias no están funcionando bien.

Tenemos un organismo que se adapta a casi cualquier circunstancia pero se toma su tiempo y, mientras se transforma para adaptarse, es probable que tengamos algunas sensaciones molestas: dolores, decaimiento, tristeza, malhumor, temor.

Aunque suene raro, nuestra filosofía forma parte o está íntimamente integrada a nuestro cuerpo. Pensamos lo que pensamos porque nuestro cuerpo es como es y también nuestro cuerpo reacciona como reacciona por cómo es nuestra filosofía.

Por ejemplo, si nuestra filosofía incluye la convicción de que existen algunas tareas que denigran a quien las hacen, nuestro cuerpo reaccionará con gran malestar si lo obligamos a realizar esas tareas.

Por ejemplo, si nuestra filosofía incluye la certeza de que estamos conformados por una parte material, mortal y corrupta, más una parte espiritual, inmortal e incorruptible, sentiremos desgano cuando tengamos que trabajar porque ese cuerpo reclama alimentos.

(Este es el Artículo Nº 2.029)