martes, 12 de julio de 2011

Lotería con millones de bolillas y miles de premios

Todo es azar: la salud, las oportunidades, la dotación genética, la habilidad y perseverancia para ganar dinero, elegir las mejores ideas.

Muchas personas creen la sentencia casi bíblica según la cual «somos lo que comemos».

En este tema soy agnóstico: Ni lo acepto ni lo niego. Más simplemente: no sé.

Sin embargo soy casi religioso de otra sentencia casi bíblica según la cual «somos lo que pensamos».

Aunque más exactamente, nuestro pensamiento es el resultado de un estado general de nuestro cuerpo influido por los factores ambientales.

Por ejemplo, si la noche anterior hemos bebido en exceso, quizá amanezcamos con dolor de cabeza y nuestro imparable cerebro difícilmente segregue ideas luminosas, alegres, optimistas. Es casi seguro que evoquemos ideas tan incómodas como para que estén en armonía con el dolor de cabeza.

El azar forma parte de nuestra vida porque somos parte de la naturaleza y en esta el azar cumple un rol fundamental.

Por ejemplo: un viento muy fuerte sacude a los árboles, desprendiéndole las semillas que estaban en mayor estado de maduración, estas vuelan y van a dar a un terreno fértil, caen sobre una roca, sobre la azotea de una casa, en el mar.

Algunas semillas ya sabemos que no germinarán porque caen en lugares inadecuados (rocas, mar, techos) y otras quizá sí germinen.

Usted lee estas ideas por azar (como el viento) y las aceptará o no según cómo sea su cerebro y cómo haya amanecido.

También es por azar que su cerebro encontrará o no las mejores opciones para ganar el dinero que necesita para vivir con su familia.

Si casualmente usted acepta la influencia del azar hará mil intentos por progresar, si cree en el destino quizá se resignará sin luchar, si cree en el determinismo no perderá energía sintiéndose culpable inútilmente.

Blog especializado:

Libre albedrío y determinismo

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La cárcel económica autoimpuesta

El endeudamiento excesivo genera una reacción social consistente en perseguir al moroso para cobrarle, cortándole además todo nuevo financiamiento. En los hechos es castigado con una pérdida de libertad económica.

Es muy claro para cualquiera que no podemos gastar más dinero del que ganamos.

¿Por qué entonces a tanta gente inteligente se le acumulan deudas que nunca podrá pagar?

Los humanos pertenecemos a la naturaleza como cualquier otro ser u objeto. Parecería ser que en el universo y más particularmente en nuestro planeta, todo funciona en un constante movimiento armónico que por momentos se desequilibra desencadenando otros movimientos tendientes a recuperar el equilibrio y la armonía.

La salud es un estado de armonía corporal que por momentos también se desequilibra obligándonos mediante el dolor a realizar acciones (quietud, ayuno, abrigo) que procuren recuperar el equilibrio y la armonía.

Es posible pensar entonces que el universo, la Tierra y nuestro cuerpo tienen funcionamientos similares porque en ellos existe una armonía que se desequilibra provocando fenómenos que procuran el reequilibrio y la armonía.

A nivel de nuestro cuerpo:

1º) la armonía es percibida como un estado de saciedad, bienestar, paz;
2º) el desequilibrio es percibido por la aparición de sensaciones dolorosas;
3º) estas nos asustan, nos impulsan a buscar soluciones calmantes, es decir que nos reequilibren para recuperar la armonía.

También son propios de nuestra naturaleza:

a) averiguar cuál fue el factor desequilibrante (un esfuerzo, la ingesta de un alimento tóxico, un accidente por descuido);
b) aprender que eso no podemos volver a hacerlo (aprendizaje).

El endeudamiento excesivo restringe la libertad de comprar, provoca limitaciones económicas, empobrece, todo lo cual constituye la mejor solución para quienes creen que sus padecimientos más peligrosos son provocados por la libertad económica de satisfacer sus necesidades y deseos.

Quienes carecen de saciedad o disciplina, necesitan buscar inhibiciones externas.

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El costo y la necesidad de la venganza

La pobreza patológica siempre es debilitante e induce a tener actitudes vengativas contraproducentes y autodestructivas, inclusive cuando la agresividad padecida es de baja intensidad y tolerable.

La agresividad puede ser defensiva cuando está al servicio de la supervivencia biológica o patrimonial (repeler el ataque de un ladrón potencialmente homicida) o puede ser vengativa cuando está al servicio de lograr la reparación de un daño ya padecido.

Podríamos tomar como punto de partida para este comentario la idea de que la «sed de venganza» es proporcional a la magnitud del agravio comparada con la debilidad del agraviado.

Por ejemplo, una persona puede apelar a métodos vengativos máximos porque alguien lo insultó poniendo en duda la honorabilidad de su madre.

En el otro extremo, un país como Estados Unidos puede apelar a métodos vengativos máximos porque alguien destruyó las Torres Gemelas y provocó daños importantes en la sede central de su Departamento de Defensa (Pentágono).

Probablemente el argumento racional de la venganza sea disuadir al agresor y a los testigos de la agresión para que nunca más provoquen un daño semejante.

Seguramente esta justificación es muy superficial y no reconoce la necesidad psicológica de provocar en el agresor un dolor similar al padecido por la víctima.

La persona vengativa siente la necesidad de ver sufrir a su atacante. Tiene que verlo sufrir o al menos recibir la información de que padeció un dolor similar.

Esto que todos conocemos en carne propia es absolutamente descabellado, demuestra qué falta de lógica tiene nuestro sentido de la justicia y qué poco confiable es nuestro discernimiento.

No corresponde condenar nuestra naturaleza pero es obligatorio conocerla.

Nuestra debilidad económica y cultural nos hace inevitablemente más vengativos y por tanto más injustos e irracionales en tan penosas circunstancias, induciéndonos a tomar decisiones cada vez más perjudiciales y autodestructivas.

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La fe es un sentimiento enfermizo

La mitad de la energía laboral y productiva proviene de la fe en el ser humano, también llamada «optimismo».

Por todos lados encontramos abogados universitarios o silvestres que pregonan con total convicción algo que tiene la fuerza de un axioma: «Todos somos inocentes hasta que se demuestra la contrario».

¿Realmente tenemos tanta necesidad de mentir, ser hipócritas o ilusos?

Esta afirmación sólo pueden hacerla el sospechado y sus seres queridos aunque su juicio esté viciado de nulidad pues nadie puede ser juez de sí mismo.

Los adultos pensamos, sentimos y actuamos de forma totalmente distinta. Nuestra actitud sincera, profunda, natural piensa del acusado: «Si lo denuncian, algo habrá hecho». Si no expresamos este sentimiento es porque quien lo enuncia se convierte en alguien peligroso. Es decir que mentimos por miedo a que la sociedad nos considere difamadores, delatores o espías.

La historia de este triste sentimiento que anida en nuestro corazón (dudar de la bondad de la gente), también es triste.

Los niños nacemos provistos de fe, creemos en la bondad, suponemos que nuestros semejantes son todos iguales a mamá y a papá.

En su mayoría, las escasas experiencias de vida que tenemos nos conducen a confirmar esa creencia. La fe es tan abarcativa que suponemos que la existencia toda es benévola, generosa, siempre feliz.

Cuanto más elevada es la visión optimista del niño, más expuesto está a que sus primeras desilusiones sean catastróficas.

Esas malas experiencias son inevitables: papá nos denuncia ante mamá porque le teme, el gato me araña, Dios no me alivia el dolor de panza, el abuelo se fue al cielo y nadie hace nada para que vuelva.

La desconfianza se instala y se hace muy difícil ganar dinero con estas crisis de fe en el ser humano y en la vida.

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Las molestias vitales

La monogamia deseada por las mujeres y la poligamia (poliginia) deseada por los varones están al servicio de estimular la continuidad de la vida.

A los humanos nos molestan muchas cosas (el hambre, el trabajo, la infidelidad, la frustración, devolver los libros), pero es posible preguntarse si esta situación es algo que nos impone la mala suerte o por el contrario nuestra necesidad de sentir molestias para estimular el fenómeno vida ha logrado que inventemos molestias sólo para asegurarnos de que nunca nos faltarán estímulos para existir.

En la relaciones con nuestro sexo opuesto son notorias las discrepancias y motivos de enfrentamiento justamente con el sector de la humanidad que más nos interesa vincularnos.

Ya he mencionado algunas veces que hombres y mujeres somos tan distintos que hasta podríamos pertenecer a especies tan diferentes como son las nutrias y los camellos (1).

El deseo desesperante que tenemos los varones por tocar, abrazar y penetrar a las mujeres coindice felizmente con el deseo desesperante que tienen las mujeres de ser acariciadas, besadas y llenadas de semen.

Pero como esto sólo conduce al agotamiento del deseo cada vez que nos hacemos el amor y todo funciona bien, hemos encontrado la forma de recuperar el deseo apropiándonos de expectativas opuestas: ellas quieren a un solo hombre y nosotros queremos muchas mujeres.

De esta forma nos aseguramos adquirir una frustración casi segura en las relaciones de pareja, ya sea porque los varones efectivamente somos infieles o porque ellas, soñando con la virilidad de su hombre le imagina infidelidades que el muy cobarde o apático no se anima ni a soñar siquiera.

En suma: como el fenómeno vida depende del estímulo placer-dolor, existen o fabricamos situaciones con las que no nos falten motivos para desear desesperadamente y para irritarnos hasta la exasperación. ¡Eso es vida!

(1) La desventaja de ser mujer

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