jueves, 18 de junio de 2015

Significante Nº 2.184a




Dolor: Cuando vemos que un dolor está aumentando, nos asusta pensar, erróneamente, que ese aumento será ilimitado.

Significante Nº 2.184




dolor: El dolor imaginado es más mortificante que el padecido. Además, para el dolor imaginado no existen calmantes.

La historia de ramoncito



 
Es probable que en esta historia de amor encontremos algo que pueda ayudarnos a darle un poco más de durabilidad a nuestros vínculos amorosos.

Mariana parece haber descubierto un recurso insólito para fortalecer su vínculo matrimonial. Quizá está copiando una característica extraña que posee el vínculo de los cristianos con Jesús.
 
Entre primas, hermanas y amigas, Mariana disfrutaba de la compañía de ocho mujeres. Ella era la única que no se había divorciado.

Vivía con su ramoncito, con una actitud intrascendente, con escasos sobresaltos económicos, pero con muchos sustos por causa de los hijos. Claro que, hoy en día, una familia con seis hijos TIENE que estar un poco más estresada que la misma familia hace cincuenta años.

Puede llamarle la atención que escribí ramoncito, siendo que lo habitual es utilizar una mayúscula para los nombres propios. Lo que ocurre es que, en este caso, ramoncito no es un nombre propio, un vocativo, como dirían los gramáticos, sino un adjetivo, esto es, «un modificador del sustantivo» (como seguramente seguirían diciendo esos profesionales del habla).

Ramoncito con minúscula pasó a ser un adjetivo entre quienes lo conocían porque Mariana no dejaba de utilizar esa expresión intrafamiliar para calificar. Algo bueno, bonito, barato, eficiente, trabajador, respetuoso, incansable y buen amante era, según ella, «un ramoncito», aludiendo de este modo a su inquebrantable satisfacción con el hombre que le había tocado en suerte.

Las ocho amigas y las amigas de las amigas, se burlaban un poco de esta idolatría, pero reconocían además que Mariana era «la salud caminando», como aseguraba la gorda Helena (tres veces divorciada y a quien no le paraba un solo varón, según diagnóstico de la Pocha).

Las burlas con ramoncito también estaban cargadas de envidia. Él seguía con la costumbre de caminar con una mano sobre el hombro de ella. Al verlos caminar por el barrio, eran UN matrimonio, UNA pareja. No inspiraban pluralidad sino singularidad. No era posible ver en ellos a dos personas sino a UNA pareja.

No les he dicho hasta ahora que yo soy la hija menor de Mariana. Si ella no hubiera sido mi madre, habría sido mi mejor amiga. Creo que yo era su predilecta, aunque no fui la que le dio menos dolores de cabeza.

La quise tanto que me peleé con mis hermanos para monopolizar el cuidado en el sanatorio y en el lecho de muerte hasta que, antes de expirar, me apretó la mano y me dijo «Chau».

Nunca había oído de un moribundo que se despidiera con tanta naturalidad.

Creo que la intimidad de la sala sanatorial fue determinante para que me contara lo que hasta este relato conservé como el secreto mejor guardado. Como ahora también murió ramoncito, ya no tiene sentido mi discreción.

¿Saben cómo hacía mamá-Mariana para mantener a su ramoncito como un rey, incapaz de abdicar al reinado que solo una esposa inteligente puede conceder? Muy fácil: simulaba que la penetración anal le dolía pero que gozaba infinitamente viendo cómo él gozaba. Me dijo: «Las mujeres que simulamos gozar sufriendo por el otro, nunca somos abandonadas. Por eso tantas gritan en el parto: para que el hijo nunca las abandone».

¡Una genia la vieja!

(Este es el Artículo Nº 2.270)

¿Qué te ocurre, Mariana?



 
Quizá no sea la mejor elección que una mujer se prepare para el trabajo como si fuera un varón. Esta decisión podría ser un error estimulado por las feministas cuando se unen, sin quererlo, a los machistas. Es decir: virilizar a la mujer podría ser un error de las feministas machistas.

— ¿Cómo podés decirme «No sé, papá», con esa cara de tonta imperdonable?—, dijo Rodolfo, con el rostro fruncido por la desilusión, la bronca y vaya uno a saber cuántos sentimientos más alojados en su frustración.

— Sí, te entiendo, pero es la pura verdad. Ernesto me puede, es más fuerte que yo. Entiendo que él dice tonterías, que aporta datos falsos con la certeza de un nobel, pero me fascina. Todo mi cuerpo se derrite, se entrega—, respondió Mariana, tratando de calmar el desencanto de su padre, compañero de toda la vida, educado, hombre masculino y viril, ejemplar modelo de la especie y, sin embargo, tan diferente al varón que ella eligió para padre de sus hijos.

El hombre la vio avergonzada, con la cabeza gacha, las manos presionadas por las piernas, los pies mirándose y algo volcados, como acompañando el duelo emocional que cursaba su dueña.

La carrera universitaria de la muchacha prometía grandes cosas para ella, pero se atravesó este sujeto de lindas cejas, y todo se le complicó. «¡Malditas hormonas!», gritaba desgarrado el interior de Rodolfo.

— Podés explicarme un poco más—, casi rogó el hombre, desesperado por encontrar algo que calmara su dolor.

— Mamá me lo entendió. Es cosa de mujeres...—, comenzó a explicar la muchacha.



— Es cosa de mujeres y de hombres, porque acá el problema es cómo te deterioraste cuando apareció este pobre diablo...—, saltó el padre, desbordado por la ineficacia de las explicaciones que imaginaba de su hija.

— No es un pobre diablo, papá. Ernesto es trabajador, hace lo que puede, ...—continuó Mariana, nerviosa porque Rodolfo se notaba cada vez más irritado.

— Sí, claro, “hace lo que puede”, “hace lo que puede”, que es poco y nada. Al menos si lo comparamos con lo que vos podés hacer. ¿Cómo se te ocurre juntarte con alguien que no llega ni a la suela de tus zapatos?—, exclamó casi gritando.

La joven suspiró, sin levantar la vista, sin liberar las manos, sin enderezar los pies. Esta situación parecía no tener salida. El padre tenía razón: Ernesto era, objetivamente, un muchacho de muy pocas luces, definitivamente inculto, empleado en una tarea de baja calificación y peor remuneración. ¿Tendrían que vivir con el sueldo de ella? «¿Qué me está pasando?», se preguntaba, solidarizándose con el papá idolatrado, su dios personal, el monumento más importante de su poblado intelecto.

Para demostrar su habilidad en la parrilla, Ernesto se invitó a comer un asado comprado por ella.

En la barbacoa, comenzó el mortificante espectáculo de un muchacho que se siente el rey de la creación, la incondicional enamorada y el testigo resentido, como un pollo mojado, tratando de que su salvaje sed de justicia no tomara por el cuello al impostor.

El asador, mientras encendía el fuego, les «enseñó» al padre y a la hija la verdad del fútbol, qué debe saberse, qué no sabe la gente.

Mariana, embobada, le hacía preguntas insólitas y Rodolfo se decía «¡No puede ser!», «¡no puede ser!», «esta no es mi hija». «¿Qué hice mal?».

Para su sorpresa, el padre empezó a sentir que la situación se ponía excesivamente erótica entre los jóvenes. La actitud de la muchacha parecía al borde de la locura; el novio, entusiasmado, aumentaba el alarde de conocimiento; el suegro sintió necesidad de irse, y así lo hizo a grandes zancadas.

Incapaz de controlar su cuerpo, ella se hizo penetrar. Incendiados por Mariana, los jóvenes se unieron como leños y se devoraron.

Más desorientado que antes, el padre se vio masturbándose con la misma urgencia sexual que sintió su hija.

(Este es el Artículo Nº 2.267)

Significante Nº 2.146c




Parto: Las mujeres necesitan parir con dolor para obtener algo de consideración de los sádicos que solo respetan a los mártires.