viernes, 4 de mayo de 2012

El tamaño de los compromisos



Algunos hombres y mujeres adultos pueden llegar a la madurez pero otros no pueden llegar a esa madurez.

Aunque cualquiera diría que lo más conocido es lo que más cerca tenemos, la realidad se encarga de desmentirlo.

Es probable que podamos hablar con más certeza y abundancia de algún liquen originario de Alaska que de cómo piensa uno mismo, de quien no se puede estar más cerca.

Esbozaré una definición de algo muy cotidiano, con el siguiente tema:
¿Cómo es un ser humano que alcanza un razonable desarrollo físico (teniendo en cuenta que «físico» incluye lo psicológico a la vez que excluye los conceptos cartesianos de espíritu y alma)?

Ese adulto tiene ganas de trabajar y de tener a su cargo a otras personas en los roles de cónyuge, hijos, empleados, ciudadanos que transitoria o permanentemente no puedan autosustentarse.

Ese adulto NO tiene ganas de ser dependiente de lo que otros decidan, aunque acá hay un asunto interesante.

El adulto razonablemente desarrollado es alguien que disfruta delegando tareas y responsabilidades aunque sin dejar de hacerse responsable de los eventuales errores de quienes trabajan para él.

El modelo de adulto maduro es similar al patriarca, al caudillo, al líder, en cuando a que, para sentirse bien, necesita asumir compromisos, desafíos, involucrarse.

Puede compararse el tamaño de los zapatos con la importancia del lugar social que necesita ocupar.

Suponemos que el ser humano utiliza los zapatos de mayor tamaño cuando ya es adulto y si usara calzado de cuando era niño, el dolor le impediría caminar.

El adulto (hombre o mujer) maduro no soporta tener tareas, responsabilidades, compromisos más pequeños de los que reclama su desarrollo físico.

Si buscamos, encontraremos adultos que parecen adultos pero prefieren usar «calzado» infantil. No pueden ser trabajadores, responsables y maduros, porque estas características «les quedan grandes».

(Este es el Artículo Nº 1.543)

Las hipótesis como verdades calmantes


 
La relación heterosexual clásica es satisfactoria por el placer orgánico actual potenciado por las fantasías inconscientes.

Todos tenemos nuestras creencias (religiosas, científica, artísticas) pues necesitamos saber la verdad aunque en realidad esta no existe.

Ya desde muy pequeños, el hambre y la dudosa atención materna nos marcaron con la incertidumbre que los adultos expresamos diciendo: «¿Me dará de comer o me dejará morir de hambre?»

Aquel indefenso pequeñito tuvo en realidad dos motivos de angustia: el hambre y la incertidumbre.

Acosados por estos problemas vitales, llegamos a la adultez con similares motivos de angustia pero ahora con la posibilidad de inventar respuestas, que no son otra cosa que creencias, hipótesis, fantasías, elevadas al rango de «verdades» para aliviar la incertidumbre adulta, que ahora expresamos diciendo: «¿Sufriré (dolor, enfermedad, ruina, abandono)?».

Por lo tanto, la vida incluye una sensación de angustia existencial acompañada por invenciones que la alivian y que llamamos «verdades».

El psicoanálisis fabrica hipótesis que para algunos son verdades «calmantes».

Le doy un ejemplo sencillo y cotidiano.

Una relación heterosexual clásica consiste en que la mujer le practica la fellatio al compañero, ambos aumentan la excitación, él la penetra, eyacula dentro de la vagina y luego se duerme dejándola a ella con ganas de ser abrazada.

¿Qué ocurrió «realmente» (según el psicoanálisis)?

Puesto que la mujer siempre ama a la madre, practica la fellatio («mamada») con la «fantasía inconsciente» de que nuevamente está lactando de su mamá. Cuando su compañero la penetra, ella se excita con la «fantasía inconsciente» de que es la madre fálica quien la desea sexualmente. Cuando el compañero eyacula, ella desearía ser abrazada porque así disfrutaría de la fantasía completa: la madre le da la leche (semen) y luego la abraza para que se duerma.

Nota: una «fantasía inconsciente» es absolutamente ignorada, no-consciente, conscientemente inaceptable.

(Este es el Artículo Nº 1.560)

La carencia de necesidades y deseos



Las necesidades y los deseos son estímulos imprescindibles para conservar la vida y los ricos son personas carentes de necesidades y de deseos.

El famoso burrito estimulado por una sabrosa zanahoria que lo acompaña a todos lados, representa la actitud humana cuando tenemos que movernos en busca de aquello que satisfaga nuestras necesidades y deseos.

Los menesterosos, integrantes de la mayoría, siempre estamos necesitando algo que de satisfacción a nuestras necesidades y deseos: comida, abrigo, alojamiento, amistad, música, viajes, diversión.

Los ricos, integrantes de la minoría, siempre están necesitando algo que los saque del hastío, el aburrimiento, el desinterés: necesidades y deseos.

Dicho de otro modo: los «pobres» buscan elementos para satisfacer sus necesidades y deseos mientras que los ricos, por el contrario, buscan las necesidades y deseos que les faltan porque los tienen suficientemente satisfechos.

Insisto con esto porque la mayoría no sabemos de qué se trata: hay gente que necesita tener más necesidades y más deseos, porque los normales de cualquier persona, los tienen cancelados, satisfechos, hastiados, bloqueados por la abundancia.

Para quienes siempre estamos tratando de «tapar agujeros», preocupados por si podremos o no darle satisfacción a nuestras necesidades y deseos, por si tendremos o no dinero para cubrir los gastos hasta la próxima fecha de cobro de nuestro salario, jubilación o pensión, es difícil de entender que algunas personas tengan carencias de necesidades y deseos.

La explicación está en que la mayoría de no-ricos, no sabemos que tener necesidades y deseos es una especie de fortuna, porque sin ellas no podríamos vivir.

El problema que tienen los ricos es que son pobres en necesidades y deseos pues los tienen excesivamente cancelados, atrofiados, desactivados.

Es por este extraño fenómeno que los ricos sufren por falta de necesidades y deseos.

Esta dolorosa falta suelen aliviarla haciendo donaciones filantrópicas.

Otras menciones al concepto «necesidades y deseos»:

 


(Este es el Artículo Nº 1.537)

Los inconvenientes de la sabiduría



Los beneficios de «saber» (adquirir conocimientos) son parciales pues debemos enterarnos de que también tiene contraindicaciones (inconvenientes).

Decimos con mucha convicción que «El saber no ocupa lugar» queriendo significar que «estudiar no tiene límites», que «no hay impedimentos físicos para saberlo todo», que «la ignorancia no está objetivamente justificada».

Es tan fuerte esta convicción que ni se nos ocurre averiguar qué efectos secundarios indeseables tiene «saber».

Una lejana mención respetable a esta duda se remonta al Antiguo Testamento (Libro del Génesis - Biblia) donde, haciendo mención al Jardín del Edén se nos cuenta que Dios le habría prohibido a Adán y Eva comer los frutos del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.

Como los muy desobedientes comieron esos frutos prohibidos, Dios los expulsó del Paraíso, no para castigarlos sino por temor a que también comieran del Árbol de la Vida y esos humanos se convirtieran en dioses.

Otra lejana mención respetable a las consecuencias indeseables de «saber» podemos hallarla en el mito de la Caja de Pandora.

Según cuenta esta leyenda, la mencionada diosa recibió el encargo de trasladar un ánfora de un lugar a otro, con la expresa recomendación de que la conservara cerrada. Como ella no pudo controlar su deseo de saber, la abrió y se esparcieron todas las enfermedades que aún nos afectan.

La curiosidad es una expresión de angustia.

Queremos saber por temor a lo desconocido. Buscamos las causas de lo que nos afecta suponiendo que mientras estas causas sean desconocidas no podremos atacarlas para destruirlas y terminar con el malestar que nos preocupa, al que suponemos ser el comienzo de lo que terminará matándonos.

Es el inevitable temor al dolor y a la muerte lo que estimula nuestra curiosidad y nos «obliga» a conocer hasta lo que no desearíamos saber.

(Este es el Artículo Nº 1.555)


Un mito sobre las relaciones incestuosas


La prohibición del incesto nos frustra y para aliviarnos inventamos el mito de que la descendencia entre parientes sería monstruosa.

Dentro de la extensa lista de disparates que tomamos como verdades confirmadas, está aquella según la cual la prohibición del incesto existe porque los hijos seguramente serán defectuosos, deformes, enfermos, tarados, en suma: la descendencia gestada con familiares genera hijos monstruosos.

Como mencioné en otro artículo (1), una leyenda urbana es una historia creíble pero horripilante, que nos muestra cuán amenazados estamos.

Por lo tanto, si usted desea tener o ya tuvo hijos con un familiar, podrá constatar que esa no es la razón por la que el incesto está prohibido.

¿Cuál es la razón de este mito? ¿Para qué sirve esta creencia? ¿Qué ganamos aceptándola como verdadera?

La prohibición del incesto es un problema para todos y cada uno de nosotros.

El deseo de casarnos con mamá para tener hijos con ella es universal. Varones y nenas desearían hacerlo.

Las nenas se enfrentan a un segundo problema: además de la contrariedad que significa para ellas ver frustrada una buena fantasía, no pueden tener hijos con mamá porque en nuestra cultura está mal vista la homosexualidad.

El sexo más útil (2), el que soporta el 90% de la carga biológica necesaria para la conservación de la especie, comienza su vida erótica con dos problemas en lugar de uno (como los varones).

Las niñas, no solamente quieren tener hijos incestuosos sino que además desean tenerlos con otra mujer.

Los varones, felizmente tan afortunados, solo nos veremos frustrados en que no podremos tener hijos con una determinada mujer (mamá).

El mito de la monstruosidad de la descendencia incestuosa es útil para que la dolorosa frustración por no poder tener hijos con mamá, parezca justificada por un objetivo superior: no tener hijos enfermos.



(Este es el Artículo Nº 1.551)