sábado, 4 de mayo de 2013

No todo efecto tiene su causa

 
Nuestro sueño de encontrar todas las explicaciones tiene por objetivo combatir las causas injustas de lo que nos provoca dolor.

Según observo nuestro cerebro no admite la idea de que algo exista y no tenga una causa. Estamos condicionados para pensar que «no hay efecto sin causa».

El propio cerebro se encarga de desautorizar la opinión de que algo exista sin causa.

Es por este defecto mental que todos necesitamos saber el origen del Universo. Si les dijera que el Universo no tiene origen, algo los obligaría a suponer que estoy equivocado.

En otro orden, los humanos conocemos todo lo que los cinco sentidos pueden registrar, pero si yo les dijera que las sensaciones reales de nuestro entorno son exactamente 1.234, de las cuales solo podemos detectar cinco (visuales, gustativas, táctiles, olfativas y auditivas), concluiríamos que de las restantes 1.229 no tenemos idea. Algunos afirmarían que no existen.

Si nosotros pudiéramos aceptar que no todo tiene una causa, nos quitaríamos la preocupación de saber cómo fueron construidas las pirámides de Egipto, qué son los platos voladores y quién posó para la Gioconda.

Según creo, esta mente encaprichada en que no hay efecto sin causa se llena de angustia cuando le falta algún dato. El fenómeno se parece al vértigo que sentimos cuando miramos al vacío desde una altura.

La curiosidad nos mortifica, necesitamos saber y cuando no logramos saber somos víctimas de la irritación, el enojo, la furia por impotencia.

Cada vez que un ser querido pierde la vida enfermo de cáncer volvemos a preguntarnos cómo puede ser que aún no hayamos decubierto la causa, ... porque nuestro pobre cerebro nos obliga a pensar que «no hay efecto sin causa».

Nuestro sueño de encontrar todas las explicaciones tiene por objetivo combatir las causas de lo que nos provoca dolor.

(Este es el Artículo Nº 1.884)


El hambre no genera energía




Algunas personas piensan que el hambre dolorosa es proveedora de alimento observando el despliegue de energía que hacen buscando comida.

Cuando podemos admitir nuestra irracionalidad, abrimos una ventana a la condición humana para ver hermosos paisajes y horrendas imágenes dantescas.

Para recuperar la energía que gastamos viviendo, comemos y bebemos. El proceso digestivo asimila los nutrientes (proteínas, vitaminas, minerales) y excreta los residuos.

Cuando sentimos hambre o sed la naturaleza nos informa que ya es hora de comer y de beber. El cuerpo emite una señal dolorosa cuyo alivio se vuelve progresivamente acuciante hasta que satisfacemos esas necesidades.

La naturaleza nos pone en acción mediante el dolor. El dolor no nos da energía sino que nos obliga a gastarla de una manera determinada.

Sin embargo, para muchas personas no está claro si ese fenómeno es generador o consumidor de energía. Como se ven actuando con entusiasmo, entienden que el malestar es generador de energía, interpretan que el dolor los alimenta.

Pongo un ejemplo trivial.

Así como alguien puede pensar que el dolor del hambre es un generador de energía porque se observa a sí mismo entrando en actividad para conseguir alimentos, también puede pensar que el cobrador de impuestos es un generador de dinero porque se observa a sí mismo consiguiéndolo.

¿Cómo puede ser que alguien padezca estas equivocaciones?

Muchos accidentes ocurren porque los instrumentos proveen información errónea. Por ejemplo, un avión puede estrellarse contra una montaña si el altímetro marca cinco mil metros de elevación cuando en realidad solo ha remontado dos mil metros.

En los humanos esos instrumentos son las emociones, la percepción subjetiva, las creencias, los prejuicios.

Si alguien se siente muy vital y feliz mendigando comida, tratará de no salir de ese estado de bienestar; si alguien siente más amor extrañando, buscará alejarse del ser amado.

(Este es el Artículo Nº 1.856)

El sadismo de los voluntaristas



 
Los voluntaristas agreden a los desocupados pues estos parecen quitarle verosimilitud a su lema «Querer es poder».

En otro artículo (1) digo textualmente:

«En nuestra cultura nos parece bien que si alguien nos provoca un perjuicio, tanto podemos recibir una indemnización equivalente a ese perjuicio, como podemos considerarnos compensados si el causante de nuestro perjuicio tiene una pérdida similar».

Por ejemplo, si alguien choca contra nuestro vehículo, tanto nos sirve que pague los gastos de la reparación como que sufra la pérdida de su libertad en la cárcel. ¡Insólito!

Insistentemente combato la actitud de quienes pregonan el antiguo lema «Querer es poder».

Aunque estos creyentes en la omnipotencia de su voluntad suelen ser buenos ciudadanos y buenos padres de familia, generalmente adolecen de algunos rasgos sádicos.

Escribo estos párrafos pensando en las peripecias afectivas de quienes pierden su trabajo y no pueden encontrar otras fuentes de ingresos económicos.

Cuando en el núcleo familiar tienen que convivir un desocupado con un voluntarista, la situación se complica especialmente porque los rasgos sádicos de este provocan diferentes formas de acusación a quien no puede conseguir trabajo.

Como la economía familiar se resiente ante la ausencia de ese salario, las penurias son un perjuicio que alguien debería indemnizar... como en el caso de quien nos abolló el vehículo.

Por otra parte, el «voluntarista ligeramente sádico» necesita confirmar en los hecho aquello que lo mantiene con esa actitud, es decir, debe acusar al desocupado de que no está haciendo todo el esfuerzo que debería para revertir la falta de ingresos.

El voluntarista se siente muy mal cuando algo pone en duda que «todo se arregla con voluntad», porque pierde seguridad, es mortificado por una incertidumbre que combate hasta irracionalmente.

Para aliviarse de este perjuicio, apela a causar un dolor similar en el desocupado. ¡Insólito!

 
(Este es el Artículo Nº 1.853)

El desconocido beneficio de las tragedias




Si vemos muchas veces el mismo accidente, el mismo incendio, el mismo atentado terrorista, pensaremos que esas tragedias nos benefician, aunque no sepamos cómo.

Los mamíferos modificamos nuestra conducta a partir de las experiencias vividas.


Los hispanoparlantes decimos: «Quien se quema con leche ve una vaca y llora».

Este proverbio agrega otro concepto: el dolor es un reforzador de esas modificaciones pedagógicas.

«La ley con sangre entra», dijo alguna vez algún piadoso evangelizador que mejoró la velocidad e irreversibilidad de sus enseñanzas provocándole dolor a quienes demoraran más en tatuarse esa maravillosa doctrina.

Los apremios físicos, útiles tanto para extraer información como para implantarla, dependen del fenómeno dolor y «repetición».

«Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad», nos enseñaron los tristemente célebres ideólogos del nazismo y nunca dejamos de obedecer a esa rubia sabiduría.

Pero, y este es el núcleo del presente artículo, cuando el método de enseñanza se repite hasta la mortificación, se genera en nuestros cuerpos una enseñanza por añadidura, que no estaba prevista y que no formaba parte de ningún plan evangelizador, adoctrinador, propagandístico.

Dicho de otro modo, si nosotros observamos que estamos siendo educados y que nuestras conductas cambian cuando recibimos reiteradas veces cualquier información, «aprendemos» que eso que se nos dice, inculca, enseña, es por nuestro bien y que «nos conviene» incorporar, quizá con la secreta esperanza de que el emisor, (televisión, radios, cartelería), deje de abrumarnos con sus mensajes aburridores.

Si sentimos que nos repiten: «Tome Coca-Cola», «Deje de fumar», «Use preservativo», «Vote a Fulano», seguramente imaginemos que lo hacen porque quieren lo mejor para nosotros. Por eso la publicidad funciona y genera cambios.

De modo similar, si vemos muchas veces el mismo accidente, el mismo incendio, el mismo atentado terrorista, pensaremos que esas tragedias también nos benefician, aunque no sepamos cómo.

(Este es el Artículo Nº 1.871)

Insólito: el dolor de algunos alivia el dolor de otros




Cuando alguien sufre un dolor causado por otra persona, la víctima siente alivio constatando el dolor de su victimario. ¡Insólito!

En nuestra cultura nos parece bien que si alguien nos provoca un perjuicio, tanto podemos recibir una indemnización equivalente a ese perjuicio, como podemos considerarnos compensados si el causante de nuestro perjuicio tiene una pérdida similar.

Por ejemplo, una persona decide estropearnos el frente de nuestra vivienda, es descubierto, detenido, acusado y condenado a pagar los daños ocasionados hasta que el frente de la vivienda recupere el aspecto que tenía antes de su acto vandálico, pero si no contara con los recursos económicos suficientes para afrontar ese gasto, entonces podría condenársele a perder la libertad durante un cierto tiempo.

La sociedad en la que vivimos nos impone que aceptemos algunas de esas indemnizaciones y por lo tanto estamos obligados a conformarnos con ellas.

Si el vándalo es solvente y puede afrontar la reparación de lo que deterioró, parecería lógico que nos demos por suficientemente atendidos, pero lo extraño es que causarle un daño similar al que hemos recibido pueda aliviar nuestra pérdida.

De hecho estamos hablando de la Ley del Talión: «ojo por ojo y diente por diente».

¿Qué razonamiento tengo que hacer para entender que mi perjuicio se repara con el perjuicio de otro? Me parece que lo único que puedo pensar es que el causante y yo somos prácticamente la misma persona.  

Si lo pudiéramos expresar en términos matemáticos podría pensarse que si el daño que recibí tiene un signo de más, constatar que el causante tuvo un daño similar para mí opera como si fuera el mismo daño pero con signo negativo.

En otras palabras, si alguien me causa un perjuicio que me duele, yo siento un alivio total si constato que el causante sufre igual. ¡Insólito!

(Este es el Artículo Nº 1.862)