Todos sabemos lo que es recibir un golpe propinado por otra persona. El proceso educativo siempre incluye algo de adiestramiento.
Dentro del menú de «premios y castigos», los golpes son infaltables y a veces la memoria es tan ineficiente que los conserva en vez de olvidarlos (1).
Los castigos corporales constituyen a su vez un amplio repertorio. No es igual una palmada (nalgada), que un golpe en el rostro.
Los castigos psicológicos también son variadísimos pero el dolor que ellos provocan depende en gran medida de nuestra conformación psíquica.
En otras palabras, cuando recibimos un castigo psicológico, participamos activamente en su eficacia.
Cuando alguien denuncia agresivamente nuestra conducta, sufriremos más o menos según el grado de certeza y justicia que tenga para nosotros esa acusación.
Dicho de otro modo: si nos sentimos culpables sufriremos más que si nos sentimos inocentes.
El sentimiento de culpa —como cualquier otro sentimiento— no siempre se corresponde con la realidad material. También puede ser creado (imaginado, inventado) por nosotros, aunque el sentido común diría que nadie medianamente cuerdo se fabricaría una culpa. (2)
En suma: cuando se juntan el castigo psicológico que nos propina otro con el sentimiento de culpa que aportamos nosotros, sufrimos más.
Conclusión: las personas que disfrutan sintiéndose muy protagonistas, que gozan imaginando que «si no fuera por mí» nada funcionarían, que se imaginan el centro del escenario en el que viven, suelen colaborar eficazmente con los expertos en la violencia psicológica.
Comentario: aunque parezca extraño, estas personas disfrutan de alguna manera de quienes las agreden haciéndolas sentir culpables hasta de lo que no hicieron. Para ellas es una señal inequívoca de que efectivamente son todo lo importantes e imprescindibles que se imaginan ser.
(1) El tema está ampliado en el artículo titulado No recuerdo que me olvidé
(2) El tema está mencionado en el artículo titulado «Arrésteme sargento»
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario