viernes, 7 de octubre de 2011

Los perjuicios de las donaciones

Cuando un rico hace una donación, estimula su propia vida; cuando un pobre recibe esa donación, padece un desestimulo para su vida. Donar desvitaliza al beneficiario.

En un mundo capitalista, las ideas de Jacques Lacan (psicoanalista francés – 1901-1981) parecen anticapitalistas.

Pero esta forma de organizarnos económicamente no tiene por qué ser un referente válido para entender lo que pensó este señor.

Explicado a mi manera (porque si lo hiciera como él, no se entendería casi nada) la vida funciona por vacío. Es la carencia lo que produce el movimiento del que depende el «fenómeno vida» (1).

Por ejemplo, el viento se produce porque en una zona lejana se produjo un vacío causado porque el aire se calentó y ascendió.

Cuando el aire corre a llenar ese hueco, se produce el viento (2).

El viento produce la lluvia, mueve molinos, participa en la polinización de los vegetales, mueve los cursos de agua y también es causa de algunos desastres (sólo para la conveniencia humana pues para la Naturaleza nada está ni bien ni mal).

En suma 1: el hueco, el vacío, la carencia, activa una serie de movimientos.

Los seres vivos también nos movemos por la carencia (hambre, dolor, curiosidad, aburrimiento).

Desde este punto de vista entonces, las carencias constituyen un factor dinamizador.

Así como el aire está en permanente movimiento por los vacíos que se producen en distintos puntos del planeta, los seres vivos también estamos permanentemente buscando alivio, comprando y vendiendo, seduciendo, discutiendo, negociando, teniendo hijos, muriendo.

Lo que va a rellenar un vacío se mueve (vive), el vacío rellenado, se aquieta, pierde el movimiento (muere).

Cuando un rico hace una donación, se mueve (re-vive) y cancela una carencia vitalizante (des-vive) de un pobre, pues este pobre no tendrá que moverse (re-vivir).

Gana quien da y pierde quien recibe.


(1) La tolerancia a la saciedad 

Las molestias vitales 

La propia putrefacción

(2) El erotismo de las abejas

La lotería con millones de bolillas y miles de premios

La ignorancia de estado

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El sufrimiento por «saciedad extrema»

Aunque cuesta creerlo, el «fenómeno vida» tanto puede ser estimulado mediante el sacrificio como mediante una «saciedad extrema».

El mensaje que recibimos de la moda, la moral, la cultura, es algo así como «si no disfrutas de la vida, algo estás haciendo mal».

Nuestra principal fuente de estímulos educadores, formadores de valores, principios, criterios, es la publicidad.

Esta no sólo aparece en forma explícita en los anuncios comerciales, sino también en los libros que más se venden, en los programas de televisión con mayor rating, en las campañas proselitistas de los políticos, en el boca-a-boca, a través del cine.

Lo inteligente, acertado, aprobado por la cultura, es no sufrir, pasear, comprarse artefactos o servicios que hagan las tareas más pesadas, incómodas, desagradables.

Nada sustancial ha cambiado respecto a épocas anteriores en las que la política consistía en ser disciplinados, esforzados, trabajadores, resistentes, ahorrativos, severos.

Repito esta idea porque es el núcleo del artículo: antes recibíamos consejos para ser resistentes a los sacrificios que nos imponía la vida y ahora recibimos el consejo opuesto: es de tontos padecer.

¿Por qué mensajes y criterios opuestos funcionan de la misma manera?

En un blog que contiene artículos donde fundamento por qué el «fenómeno vida» depende de los estímulos naturales de dolor y placer, comento con ustedes por qué estamos presionados por el hambre, el cansancio y la angustia, que nos obligan a buscar los alivios correspondientes.

Sin embargo, en otros artículos (1) les comento cómo la saciedad, el hastío, el aburrimiento, la falta de necesidades y deseos, constituye también un conjunto de estímulos tan penosos como los clásicamente dolorosos (hambre, angustia, etc.).

En suma: El «fenómeno vida» fue estimulado antiguamente con dolor (privaciones, sacrificios, etc.) o es estimulado actualmente «sufriendo» la falta de necesidades y deseos (hastío, aburrimiento, desgano, apatía, depresión, pánico).


(1) La tolerancia a la saciedad

El aburrimiento cerebral

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El remordimiento sin delito

La angustia propia del «fenómeno vida» puede ser interpretada como un sentimiento de culpa provocado por una falta imaginaria.

Quienes tenemos la vocación de jugar con el pensamiento, encontramos ideas interesantes, divertidas, graciosas, paradojales.

Muy frecuentemente lo absurdo ubicado dentro de un razonamiento es lo que le da ese rasgo atractivo a la idea original.

En este caso les comento una idea curiosa que cuenta con méritos suficientes como para ser razonable y, en el mejor de los casos, también útil.

Todo estamos convencidos de que primero está el pecado y luego aparece el sentimiento de culpa.

Dicho de otro modo: primero nos complacemos a pesar de cometer una transgresión y luego recibimos un castigo doloroso que nos lleva al arrepentimiento y eventualmente a evitar futuros apartamientos de la ley.

La idea extraña pero razonable dentro de la teoría psicoanalítica que quiero presentarles dice que no necesariamente los hechos tienen que presentarse en este orden (pecado, culpa).

Es posible que la angustia existencial, el dolor de estar vivos, esa dosis de malestar inherente al «fenómeno vida» y que funciona como un estímulo imprescindible, siempre está ahí, molestando, provocándonos para que hagamos algo (comer, descansar, cambiar de oficio), para que superemos la natural resistencia al cambio.

Una de las soluciones para tratar de aplacar ese dolor inespecífico, propio del «fenómeno vida», es imaginarlo como una culpa.

Para lograr que esa solución sea efectiva, aprovechamos la imprecisión que caracteriza a nuestra inteligencia y nos imaginamos que dicha angustia existencial es en realidad remordimiento.

Una vez convencidos de que es remordimiento, tenemos que encontrar su origen: algo habremos hecho para sentirnos tan culpables.

Sólo nos falta inventar un protagonismo donde seamos víctimas de una causa noble, que nos llene de orgullo, por ejemplo, «me siento culpable porque soy demasiado egoísta».

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La lógica del pesimismo

El pesimismo surge de una cierta lógica según la cual todo bienestar es de mal presagio en tanto será seguido de un malestar.

Nuestras percepciones son por contraste: negro sobre blanco, frío sobre calor, dulce sobre salado.

Todos estos temas son estudiados por la teoría de la Gestalt (1).

Una vez aceptado que nuestros sensores de qué está pasando dentro y fuera nuestro funcionan por contraste, sería interesante saber qué hacemos con esa información.

Puede ser interesante para nuestra calidad de vida averiguar con nosotros mismos cómo evaluamos el fenómeno perceptivo gestáltico cuando de felicidad se trata.

Está claro que cuando percibimos una figura blanca sobre un fondo negro, también ocurre lo mismo al revés: vemos nítidamente una figura negra sobre un fondo blanco.

Podríamos aceptar entonces la idea de «reversibilidad» de nuestro esquema perceptivo: lo que es fondo puede transformarse en figura y viceversa.

Y cuando de felicidad se trata estaremos de acuerdo también en que el dolor se percibe cuando aparece, es decir que sobre un fondo de alivio (o anestesia) se recorta la figura del dolor y que por lo tanto, la felicidad es percibida sobre un fondo de tristeza, desdicha, pesar.

En esta línea de pensamiento podemos suponer que nuestro razonamiento ha llegado a la conclusión que alguien es feliz cuando deja de estar infeliz, que siente el bienestar del alivio cuando estuvo dolorido, que disfruta de la alegría después de haber estado triste.

Teniendo en cuenta la reversibilidad del fenómeno perceptivo, es posible pensar lo contrario: después de la felicidad sigue la infelicidad, después del alivio sigue el dolor, después de la alegría sigue la tristeza.

En suma: cuando este razonamiento está instalado, toda buena noticia (situación o estado de ánimo) no presagia nada bueno, logrando así que nunca existan momentos placenteros ¡que provoquen una desgracia!

(1) Los enemigos benefactores

Artículo vinculado:

Pesimismo en defensa propia 

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Hombres y mujeres imaginados

Nuestro inconsciente no tiene sexo y nos impulsa a fornicar. La reproducción se produce cuando casualmente los actores tienen órganos complementarios. De no ser así (homosexualidad), el impulso inconsciente reproductivo fracasa.

Puede llamar la atención que tanto gays como heterosexuales estén animados por el mismo deseo reproductivo (1).

El hecho es que el misterioso impuso sexual es inconsciente y lo que recibimos en la conciencia son sus manifestaciones físicas (tangibles y no tangibles), caracterizadas por excitación, impulso, ideas, sentimientos, cambios corporales, acciones específicas.

Con este fenómeno ocurre lo mismo que siempre nos ha ocurrido a los humanos: cuando no sabemos las causas de un efecto, las inventamos y al inventarlas aplicamos imaginación, mitos, fantasías, todos ellos guiados fuertemente por nuestras preferencias.

Cualquier hipótesis que hagamos para explicar algo, necesariamente deberá complacernos y para complacernos también se aplica otra lógica humana: los humanos gozamos tanto con el placer como con el dolor.

El acierto de nuestras hipótesis seguramente es casual, azaroso, fortuito, aunque no podremos evitar entronizar a quien acierte, convirtiéndolo en ídolo, iluminado, genio.

Hacemos algo parecido con los pocos que informan haberse enriquecido con la lotería.

Por ejemplo, cuando los europeos no sabían qué había detrás del horizonte, imaginaban que la tierra era plana y eso los complacía. Sin embargo, unos pocos se complacían de otra forma, esto es, pensando que la tierra era redonda. Finalmente esta última fue la hipótesis «ganadora».

Nuestro inconsciente nos impulsa ciegamente a reproducirnos y en ese impulso inespecífico, los humanos podemos sentir que hembra es esa persona que amamos y macho esa otra que nos atrae. Las realidades materiales (si uno tiene útero y el otro pene), son secundarias.

El impulso reproductivo inconsciente llega o no a concretarse en una fecundación, dependiendo de que los actores fornicantes tengan o no los genitales complementarios.

(1) El deseo sexual y reproductivo

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miércoles, 5 de octubre de 2011

El placer es malo si duele

Aunque nuestra cultura se opone al hedonismo, es saludable el intento de aliviar todas las molestias propias del fenómeno vida.

Es probable que el fenómeno vida (1) funcione mediante la aparición de estímulos dolorosos y placenteros en cada ser vivo.

Ejemplos muy claros corresponden a las necesidades básicas: hambre, sed, cansancio y la placentera saciedad lograda después de comer, beber y dormir.

También es probable que exista un error en ese mecanismo.

Si pensamos que todo placer es útil para la conservación del fenómeno vida, confundiremos los alimentos con otros calmantes.

Lo digo de otra forma: todos sabemos qué nos alivian los dolores. Cuando elegimos ingerir alimentos, agua o descansar, todo está bien, pero cuando elegimos alcohol o anfetaminas para calmar el hambre y el cansancio, estamos logrando el mismo alivio placentero que comiendo o bebiendo, pero desde hace unas décadas sabemos que a mediano plazo esas elecciones acortarán nuestra existencia.

Es posible entonces que nuestro instinto falle cuando utilizamos calmantes perjudiciales. Su error está en considerar que cualquier proveedor de placer es bueno.

En suma 1: los humanos podemos creer que cualquier agente proveedor de placer es bueno y a partir de esta generalización queda debilitado nuestro criterio de selección.

Este error está asociado a sus opuestos: lo que nos produce dolor es malo y lo que no nos proporciona placer es inútil.

El vocablo hedonismo define la “Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida.”

Esta doctrina cuenta con severos opositores porque entienden que el puro placer es vicioso, libertino, empobrece el espíritu, degrada los vínculos sociales.

En suma 2: la naturaleza se encarga de proveernos suficiente dolor (hambre, cansancio, heridas, ambición, frustraciones) y parece saludable buscar los respectivos alivios, es decir, buscar sólo el placer ... (sin perjudicar a otros que también lo busquen).

(1) El fenómeno vida está profusamente comentado en el blog titulado Vivir duele

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La medicina preventiva como fuente de temor

Nuestro estado de ánimo habitual es de temor porque aceptamos como si fueran normales infinitas amenazas médicas correspondientes a su política prevencionista.

Es probable que la violencia sea necesaria para que los humanos seamos capaces de vivir en sociedad sin provocar graves daños.

Es probable que seamos hijos del rigor.

Es probable que nos cueste aceptar estas características porque acostumbramos compararnos con modelos ideales, perfectos, que no existen fuera de la imaginación.

La violencia tiene mala prensa, es aborrecida genéricamente, es casi imposible erigir una defensa razonable de algo tan doloroso, vergonzante, inhumano.

Pero todos sabemos que no es tan «inhumano». No paramos de condenarla y
de seguir aplicándola cada vez que hace falta.

Como ocurre con otras ideas, circunstancias, características, es menos malo aceptar la realidad a ocultarla. Aceptándola podemos apelar a nuestra responsabilidad (sabemos lo que estamos haciendo) mientras que rechazándola, negando su existencia, no podremos hacernos cargo de la cuota de responsabilidad que podemos tener cuando aparece provocando injusticias, desbordes, daños irreversibles.

La violencia parece ser una de las características propias del poder. En nuestras mentes no podemos concebir que alguien con poder no disponga de recursos para ejercer la violencia.

El poder no siempre es físico y tangible, sino que también lo encontramos en la presión psicológica, en la extorsión, en la propaganda atemorizante.

Por ejemplo, por algún motivo nuestra cultura prohíbe el incesto. Para justificarlo e imponer violentamente su cumplimiento, personas de casi cualquier nivel educativo creen que la descendencia de relaciones incestuosas padece taras.

Para evitar la promiscuidad sexual e imponer violentamente la monogamia, primero fuimos amenazados con las enfermedades venéreas y desde hace unas décadas con el SIDA.

Más genéricamente, desobedecer a los médicos (dieta, tabaquismo, mamografía) produce cáncer.

La violencia es tan amplia, profunda y continúa, que hasta colaboramos difundiendo las amenazas.

Artículos vinculados:

Este lunarcito que tengo acá

Los peligros de ser mensajero

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Nuestros niños se desarrollan saludablemente

Los adultos (padres, gobernantes, educadores) parecemos preocupados porque nuestros niños podrían estar malformándose por exceso de estímulos, recursos, poder de decisión.

En otro artículo (1) compartí con ustedes la observación de que nunca tomamos en cuenta el capital deseo-necesidad. Al cambiar de punto de vista, pudimos pensar que existe una «tolerancia a la saciedad».

Parece razonable que todo el tiempo hagamos hincapié en las molestias (dolor, irritación, enojo) que causan la privación, insatisfacción, frustración, pero puede llevarnos a una meta interesante pensar en cuánta molestia realmente nos provoca la saciedad, es decir, la ausencia de insatisfacción.

Si consideramos que el verdadero motor de la existencia es la necesidad y el deseo (sumados), es posible justificar que ambos son factores positivos, valiosos, imprescindibles para cumplir nuestra única misión de conservar la vida propia y de la especie.

Parados en este lugar podemos considerar:

1) lo que siempre supimos, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar las carencias, el hambre, la incomodidad, la ausencia de recursos; y

2) lo que ahora estoy pensando con ustedes, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar la saciedad, la carencia de los «verdaderos motores de la existencia» (la necesidad y el deseo).

Es posible pensar entonces que si una realidad y la otra (la escasez y la abundancia, la carencia y la saciedad, la pobreza y la riqueza) demandan cierta fortaleza para soportarlas, entonces ambas contribuyen a la conservación de la vida propia y de la especie.

Una primera conclusión que extraigo de esta línea de pensamiento es que los adultos (padres, gobernantes, educadores) no tendríamos por qué evitar que nuestros niños tengan un exceso de juguetes, diversiones y hasta de libertad, poder y decisión, pues la naturaleza está construyendo seres humanos adaptados a una nueva realidad que cuenta con más recursos, facilidades, tecnologías, posibilidades.

(1) La tolerancia a la saciedad

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