El entusiasmo puesto en buscar una felicidad llena de alegría puede atemorizarnos llevándonos a la depresión.
Estamos de acuerdo en que el objetivo de cualquiera de nosotros es ser felices, intensamente felices, durante el mayor tiempo posible.
Dentro de este gran grupo de aspirantes a la felicidad, se incluye una mayoría que piensa que ser felices significa estar contentos, alegres, sin dolores, descansados, sin hambre, entretenidos y no incluye lo contrario: estar tristes, cansados, molestos, aburridos.
Cuando comparamos estas expectativas con lo que realmente nos ocurre diariamente, tenemos que reconocer que la situación es un poco frustrante pues los momentos de felicidad perfecta son escasos, raros, infrecuentes.
Los espíritus optimistas que anhelan la felicidad suelen estar acompañados de algunas fantasías de omnipotencia, al punto de decir, intentar, practicar y aconsejar que «querer es poder».
Esta aspiración a ser felices que tenemos la mayoría, cuando la sentimos acompañada de optimismo y omnipotencia, nos provoca el temor a que nuestro poder mental nos conduzca a enloquecer de alegría, de amor, que nuestra energía sea desbordante, incontrolable, autodestructiva.
Estas ideas, sensaciones, creencias y fantasías suelen ser utilizadas por la publicidad cuando se nos informa que un empresario se volvió loco y está vendiendo todo a precios insólitamente bajos (a menos del costo).
Cuando percibimos esta promoción,
— se despierta nuestra ambición e intentamos aprovecharnos (depredar, explotar, abusar) del supuestamente loco, descontrolado y dispuesto a perder en nuestro beneficio;
— se despierta nuestro temor a caer en el estado de enajenación del «desdichado comerciante» y eso nos hace huir emocionalmente de ese estado que nos había propuesto con optimismo buscar y conservar la felicidad plena de alegría, de hiperactividad, de entusiasmo, impulsándonos al polo contrario;
— por este recorrido, en forma temerosa y preventiva, nuestro ánimo se refugia en la tristeza, el miedo, la inactividad, la depresión.
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