El pesimismo surge de una cierta lógica según la cual todo bienestar es de mal presagio en tanto será seguido de un malestar.
Nuestras percepciones son por contraste: negro sobre blanco, frío sobre calor, dulce sobre salado.
Todos estos temas son estudiados por la teoría de la Gestalt (1).
Una vez aceptado que nuestros sensores de qué está pasando dentro y fuera nuestro funcionan por contraste, sería interesante saber qué hacemos con esa información.
Puede ser interesante para nuestra calidad de vida averiguar con nosotros mismos cómo evaluamos el fenómeno perceptivo gestáltico cuando de felicidad se trata.
Está claro que cuando percibimos una figura blanca sobre un fondo negro, también ocurre lo mismo al revés: vemos nítidamente una figura negra sobre un fondo blanco.
Podríamos aceptar entonces la idea de «reversibilidad» de nuestro esquema perceptivo: lo que es fondo puede transformarse en figura y viceversa.
Y cuando de felicidad se trata estaremos de acuerdo también en que el dolor se percibe cuando aparece, es decir que sobre un fondo de alivio (o anestesia) se recorta la figura del dolor y que por lo tanto, la felicidad es percibida sobre un fondo de tristeza, desdicha, pesar.
En esta línea de pensamiento podemos suponer que nuestro razonamiento ha llegado a la conclusión que alguien es feliz cuando deja de estar infeliz, que siente el bienestar del alivio cuando estuvo dolorido, que disfruta de la alegría después de haber estado triste.
Teniendo en cuenta la reversibilidad del fenómeno perceptivo, es posible pensar lo contrario: después de la felicidad sigue la infelicidad, después del alivio sigue el dolor, después de la alegría sigue la tristeza.
En suma: cuando este razonamiento está instalado, toda buena noticia (situación o estado de ánimo) no presagia nada bueno, logrando así que nunca existan momentos placenteros ¡que provoquen una desgracia!
(1) Los enemigos benefactores
Artículo vinculado:
Pesimismo en defensa propia
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