Miles de obras literarias que hipnotizan a millones de lectores tienen como trama principal la heroica frustración de sus protagonistas.
A los humanos nos encanta escuchar, ver o leer cuentos, historias, relatos. Los más lindos son aquellos en los que el personaje principal «casualmente» piensa y siente igual que nosotros.
Claro que el autor pudo haber utilizado la misma habilidad de los abuelos que inventan aventuras en las que el personaje principal, el héroe, el poderoso, es «casualmente» idéntico al nieto.
Claro que el que una vez quedó fascinado por las aventuras de un cierto personaje, muy probablemente trate de imitar e incorporar sus particularidades. Aquel nieto hechizado por las proezas del súper héroe, incorporará a sus tareas futuras la de parecerse al valiente defensor de la justicia o a la bella princesa infalible para conquistar el corazón de los hombres más hermosos.
Algo especial ocurre cuando esas historias son guionadas por profesionales con afán de lucro.
La princesa infalible no es tan infalible. Después de curar al héroe de las heridas recibidas para defender la causa de los más débiles, después de alimentarlo y enamorarse de él hasta la enajenación, termina despidiéndolo porque resulta que el señor tiene que ir a solucionar algún entuerto en un lugar lejano.
El héroe valiente, insensible al dolor de su cuerpo pero maternal ante el dolor de los más débiles, se enamora de la hermosa mujer que lo cuida, lo cura y le entrega lo mejor que tiene, pero el deber es más fuerte y tiene que irse doblegando sus verdaderas intenciones de quedarse, formar una familia, tener muchos niños y terminar con eso de hacerse pegar defendiendo a gente que después ni le agradece.
Estas deliciosas historias nos invitan a ser débiles protegidos por héroes o a ser héroes sufrientes eternamente frustrados.
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