El temor a los demonios es en realidad un temor al deseo. Una técnica para controlar el deseo es quitarle recursos económicos (dinero).
Los demonios suelen ser de sexo masculino (diablo, Satanás, Lucifer, Mefistófeles, Belcebú, anticristo, mandinga, íncubo) aunque para evitar reclamos sexistas también tenemos algunas femeninas (brujas, arpías, hechiceras).
Estas figuras mitológicas son creadas
— para identificar el origen de ciertos males, y para
— intentar neutralizarlos mediante técnicas exorcistas.
El miedo fundamental es al dolor, a vernos en una situación desesperada, aterrorizados porque vemos cómo nuestra vida se extingue en un mar de sufrimientos.
Si esto pudiera ser percibido serenamente, quizá veríamos que estas imágenes tan escalofriantes no son otra cosa que el determinismo dentro del cual vivimos, esto es, que no tenemos control sobre nuestra existencia.
En otras palabras, tenemos mucho interés en conservarnos y para eso soñamos con poseer el poder suficiente para ser eficaces en esa conservación.
Necesitamos pensar que podemos evitar las enfermedades, el envejecimiento, las pérdidas materiales, la pérdida de seres queridos, del amor de otras personas y cada poco nos aparece alguna evidencia de que en realidad no poseemos ese control de nuestro patrimonio psíquico, afectivo, biológico, económico.
La «caja negra», el dispositivo imaginado desde el cual somos controlados, es el inconsciente.
Esta parte nuestra podría ser perfectamente un demonio que nos habita, pues esporádicamente algo nos falla, en algo nos equivocamos, algo nos sale mal y ese anhelado control se pierde.
Peor aún, nuestro deseo no es controlable aunque no paramos de ejercitarnos en su domesticación, le ponemos barreras para que no nos sabotee, nos traicione, nos lleve a la perdición.
En suma: Es posible pensar que una buena estrategia para controlar a los demonios que se expresan mediante el deseo, consista en quitarles esa herramienta fundamental para sus actividades destructivas: el dinero.
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