Los adultos (padres, gobernantes, educadores) parecemos preocupados porque nuestros niños podrían estar malformándose por exceso de estímulos, recursos, poder de decisión.
En otro artículo (1) compartí con ustedes la observación de que nunca tomamos en cuenta el capital deseo-necesidad. Al cambiar de punto de vista, pudimos pensar que existe una «tolerancia a la saciedad».
Parece razonable que todo el tiempo hagamos hincapié en las molestias (dolor, irritación, enojo) que causan la privación, insatisfacción, frustración, pero puede llevarnos a una meta interesante pensar en cuánta molestia realmente nos provoca la saciedad, es decir, la ausencia de insatisfacción.
Si consideramos que el verdadero motor de la existencia es la necesidad y el deseo (sumados), es posible justificar que ambos son factores positivos, valiosos, imprescindibles para cumplir nuestra única misión de conservar la vida propia y de la especie.
Parados en este lugar podemos considerar:
1) lo que siempre supimos, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar las carencias, el hambre, la incomodidad, la ausencia de recursos; y
2) lo que ahora estoy pensando con ustedes, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar la saciedad, la carencia de los «verdaderos motores de la existencia» (la necesidad y el deseo).
Es posible pensar entonces que si una realidad y la otra (la escasez y la abundancia, la carencia y la saciedad, la pobreza y la riqueza) demandan cierta fortaleza para soportarlas, entonces ambas contribuyen a la conservación de la vida propia y de la especie.
Una primera conclusión que extraigo de esta línea de pensamiento es que los adultos (padres, gobernantes, educadores) no tendríamos por qué evitar que nuestros niños tengan un exceso de juguetes, diversiones y hasta de libertad, poder y decisión, pues la naturaleza está construyendo seres humanos adaptados a una nueva realidad que cuenta con más recursos, facilidades, tecnologías, posibilidades.
(1) La tolerancia a la saciedad
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