En un artículo de reciente publicación (1), hice un comentario sobre los indecisos, esos ciudadanos que piensan su voto y que desorientan a los fabricantes de encuestas, detectores de opinión, pronosticadores del comportamiento de los colectivos.
Conozco muchas personas que sobrellevan una relación conyugal, que comenzó siendo amorosa pero que luego se convirtió en tediosa y ahora, si aún no se separaron, está a punto de convertirse en odiosa.
Nuestro cerebro pretende la estabilidad, rehúye de los cambios, se irrita con la incertidumbre.
Sin embargo, la vida depende de los cambios: de frío a caliente, de luminoso a sombrío, de vivo a muerto.
Esta contrariedad puede explicarse con la hipótesis según la cual, el dolor es necesario para preservar el fenómeno vida (2).
Por lo tanto, los indecisos son personas tan imprevisibles como la vida misma, mientras que los demás votantes, son previsibles como la muerte misma.
A los votantes que todos saben cuál será su voto, también se los llama cautivos, porque poseen una adhesión muy firme a su candidato.
Los matrimonios estables, rutinarios, incambiados, son los más deseados por quienes prefieren la vida matrimonial, pero condena a sus participantes a la mineralización de sus existencias.
Aunque las condiciones parecen ideales cuando todo ocurre igual, día tras días, tarde o temprano sucumbirán al tedio, al aburrimiento, a la insoportable condición de tener que estar vivos pero tener que actuar como muertos ... para que nada altere esa paz que equivocadamente prefieren.
Es difícil explicarlo y mucho más difícil, aceptarlo. Quizá llevarlo a la práctica, sea imposible.
Lo enuncio así:
— los humanos necesitamos la contradicción, la incertidumbre y el dolor; pero
— al mismo tiempo, necesitamos rechazar la contradicción, la incertidumbre y el dolor.
Esto es así porque el fenómeno vida depende de que actuemos estimulados por una interminable insatisfacción.
(1) No estoy seguro si soy indeciso
(2) Vivir duele
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