sábado, 20 de noviembre de 2010

El avaro es débil y parece fuerte

En otro artículo (1), hablé de la tendencia animal a espantarnos, a reaccionar descontroladamente, a tener ataques de pánico.

Esto no debería alarmarnos si pudiéramos aceptar con más serenidad que somos animales, que poseemos instintos y que estos funcionan a nuestro favor, excepto en aquellas personas que no asumen su animalidad.

Automáticamente, nuestro cerebro se transforma ante una nueva enseñanza de vida.

Si nos quemamos con algo caliente, si dejar la puerta abierta hace que un extraño entre a nuestra casa, si agradecer sinceramente predispone a los demás a beneficiarnos, y demás experiencias por el estilo, modifican el funcionamiento mental.

A esa transformación le llamamos «aprender».

El sistema educativo al que concurrimos, es un centro de transformación mental, donde nos exponen a diversas experiencias para que nuestra mente se transforme.

Las políticas educativas de cada país, están diseñadas para que los ciudadanos acomoden sus mentes, para pensar como los gobernantes prefieren.

Pero no es de esto de lo que quería hablarles sino del miedo a caer en la miseria.

Muchas veces diagnosticamos que alguien es ambicioso, cuando en realidad es alguien que teme la ruina, el hambre, un doloroso deterioro patrimonial.

En casi todos los casos, una cierta actitud muy marcada (visible, notoria), es la consecuencia de una fuga del sentimiento opuesto.

Alguien puede defenderse de los afectos mostrándose artificialmente indiferente, otros pueden ser muy serviciales para disimular su incontrolable insensibilidad o pueden hacer alardes de honestidad cuando les cuesta respetar la propiedad privada.

La causa de la avaricia entonces, puede ser la inseguridad, el miedo, la consecuencia de una experiencia traumática, que lo educó para tener mucho cuidado con los bienes materiales, con las fuentes de ingresos, con los gastos.

Es más, la causa de la avaricia pudo ser que una vez, la madre demoró en alimentarlo.

(1) El contagio inevitable

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