sábado, 20 de noviembre de 2010

Apagar el reloj no detiene el tiempo

El miedo es un sentimiento que despierta variadas calificaciones, pero a nadie se le ocurre decir que es maravilloso, lindo o atractivo.

Esta sensación de alerta y angustia por la presencia de un peligro, real o imaginario, nos salva de innumerables problemas.

Si será útil —a pesar de ser desagradable—, que los humanos hemos copiado su función, inventando una infinidad de sensores con alarma, que nos avisan cuando algo no anda bien (termómetro, detector de movimientos, escasez de lubricante en un motor).

Un temor casi universal, es el de perder el trabajo, la fuente de ingresos, el proveedor de recursos.

El despido (paro), la crisis económica, la escasez, son temores que en realidad provienen de un temor mucho más básico, esto es, el miedo a padecer hambre.

Tememos que nuestro empleador deje de pagarnos el salario, que nuestros clientes prescindan de nuestras mercaderías o servicios, que la producción de la que dependemos (agricultura, ganadería, minería, pesca), se interrumpa, se agoten, desaparezcan.

He llegado a la convicción de que este fenómeno que llamamos vida, del cual no querríamos desprendernos nunca, depende en gran medida de estos padecimientos (1).

Observemos una excepción que confirma la norma (como ocurre en tantos casos).

Las molestias que se nos presentan mientras vivimos (dolor, miedo, angustia), son necesarias para que, guiados por nuestro instinto y por la experiencia (o consejos y enseñanzas que nos den), tomemos resoluciones para evitar sus causas.

Por esas molestias, comemos, dormimos, interrumpimos un esfuerzo excesivo, etc., es decir, tomamos resoluciones defensoras de la vida.

La norma: evitar y cancelar lo que causa las molestias.

La excepción: Sería suicida ignorar, negar, desoír, calmar artificialmente, las molestias mismas (desconectar la señal de alerta).

Conclusión: quienes ofrecen una filosofía que evita el dolor, proponen suicidarnos, anestesiarnos, desconectarnos de la vida, desear la muerte.

(1) Los artículos sobre este tema se concentran en el blog titulado Vivir duele

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