Es posible pensar que cualquier estímulo penoso que recibamos, está puesto ahí por la naturaleza, ya que el proceso evolutivo de millones de años de cada especie, ha generado ese dispositivo para conservar el fenómeno vida según nuestra anatomía y fisiología.
También corresponde tener presente que la naturaleza no tiene consideraciones humanas, como por ejemplo, «tratemos de que los padres de familia no fallezcan cuando sus hijos aún sos pequeños», «las personas más meritorias deben vivir mejor» o «este genocida que ha matado a millones de personas, tiene que morir cuanto antes».
Estas ideas son humanas, generadas por el particular aprecio que sentimos por nosotros mismos.
Las ideas de «principio», «causa» y «fin», son proyecciones de nuestras propias características, como son «haber nacido», «haber sido gestados por el coito entre un hombre y una mujer» y que «algún día moriremos».
El universo bien puede ser algo totalmente distinto, que exista y funcione con características propias, como por ejemplo que no tenga ni un comienzo, ni un creador ni un final.
Los malestares que padecemos los humanos, es probable que estén puestos ahí para estimularnos —como digo en varios artículos publicados en este blog—, pero también para confirmar que nuestro organismo está en condiciones de seguir sosteniendo el fenómeno vida o que, por el contrario, debe degradarse (morir, descomponerse, volver a depositar en la tierra los minerales que lo componen).
También es posible pensar que el deterioro de nuestra respuesta orgánica, es causa de una mayor demanda de estímulos penosos para lograr los mismos resultados que obteníamos con un organismo más reactivo, joven, fuerte, saludable, y es por esto que, cuanto más ancianos somos, más dolorosos son los padecimientos naturales para conservar el fenómeno vida.
Morir, es entonces, no superar una prueba (examen) vital.
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