Una ventaja de trabajar para el Estado está en que los mandos medios (jefes), por estar subordinados a otros jerarcas, tienen tan poco poder como la madre.
Si no nos damos cuenta que nos estamos
divirtiendo tampoco nos daremos cuenta cuánto pagamos por la diversión, o más
genéricamente, cuánto dejamos de ganar por pasarla bien.
Efectivamente, puede ocurrir que alguien no
sepa cuánto se divierte, cuánto está atendiendo el insistente Principio de
Placer que gobierna a nuestro inconsciente.
Por Principio de Placer puede entenderse la
tendencia, en gran parte inconsciente, a buscar el placer y evitar el dolor.
Les propongo pensar en algo que puede pasarnos
a todos, aunque solo en algunos funcionará como diré a continuación.
Un niño puede disfrutar en su infancia porque,
si bien es amonestado y hasta castigado por su madre, nota que ella también se
somete a un similar autoritarismo del esposo.
Parte de la gratificación del niño está en que
puede fantasear una supuesta alianza entre él y la máxima autoridad (el padre),
pues cuando se enoja con la madre por los rezongos y castigos que ella le
propina, siente que la actitud del padre hacia ella equivale a una especie de
venganza en el marco de una alianza nunca explicitada.
El bienestar podría resumirse en descalificar
a la autoridad que lo gobierna: «Ella me da órdenes a mí pero otro le da órdenes a ella».
¿Por qué alguien puede quedarse a trabajar
donde no le conviene, teniendo posibilidad de tener otra ocupación más
rentable?
Es un caso típico de pobreza patológica.
Los
empleos públicos son tradicionalmente mal pagados, pero sus funcionarios
difícilmente quieran pasar al sector privado.
Además
de una supuesta seguridad laboral, muchos trabajadores del estado se sienten
como en su casa porque los jefes tienen tan poco poder como la madre.
(Este es el Artículo Nº 1.759)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario