lunes, 31 de diciembre de 2012

Trabajar como en la casa

   
Una ventaja de trabajar para el Estado está en que los mandos medios (jefes), por estar subordinados a otros jerarcas, tienen tan poco poder como la madre.

Si no nos damos cuenta que nos estamos divirtiendo tampoco nos daremos cuenta cuánto pagamos por la diversión, o más genéricamente, cuánto dejamos de ganar por pasarla bien.

Efectivamente, puede ocurrir que alguien no sepa cuánto se divierte, cuánto está atendiendo el insistente Principio de Placer que gobierna a nuestro inconsciente.

Por Principio de Placer puede entenderse la tendencia, en gran parte inconsciente, a buscar el placer y evitar el dolor.

Les propongo pensar en algo que puede pasarnos a todos, aunque solo en algunos funcionará como diré a continuación.

Un niño puede disfrutar en su infancia porque, si bien es amonestado y hasta castigado por su madre, nota que ella también se somete a un similar autoritarismo del esposo.

Parte de la gratificación del niño está en que puede fantasear una supuesta alianza entre él y la máxima autoridad (el padre), pues cuando se enoja con la madre por los rezongos y castigos que ella le propina, siente que la actitud del padre hacia ella equivale a una especie de venganza en el marco de una alianza nunca explicitada.

El bienestar podría resumirse en descalificar a la autoridad que lo gobierna: «Ella me da órdenes a mí pero otro le da órdenes a ella».

¿Por qué alguien puede quedarse a trabajar donde no le conviene, teniendo posibilidad de tener otra ocupación más rentable?

Es un caso típico de pobreza patológica.

Los empleos públicos son tradicionalmente mal pagados, pero sus funcionarios difícilmente quieran pasar al sector privado.

Además de una supuesta seguridad laboral, muchos trabajadores del estado se sienten como en su casa porque los jefes tienen tan poco poder como la madre.

(Este es el Artículo Nº 1.759)


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