Las experiencias educativas, turísticas y sociales de los cónyuges ponen en riesgo a los matrimonios monógamos.
Nuestro sistema circulatorio
se adapta cada vez que la temperatura ambiente cambia. Tanto nos hace
transpirar para que la evaporación del sudor nos refresque, como nos cierra los
poros para que el viento no nos enfríe aún más.
El cristalino es un pequeño «lente» flexible que
tenemos en cada ojo y que se curva o se aplana para ver de cerca o de lejos
respectivamente.
Cuando el cerebro está pobremente irrigado, casi con seguridad
sentiremos un mareo y caeremos al suelo, para adoptar una posición horizontal
que restablezca la llegada de la sangre al tejido cerebral.
Pero psicológicamente también ocurren otras formas de adaptación, aunque
no tan mecánicas como las mencionadas.
Si llegamos a un lugar desconocido, la novedad en los estímulos
visuales, olfativos, sonoros, nos puede provocar un cansancio desusado y hasta
dolor de cabeza. Pasados los días y como resultado de la esperada adaptación,
comenzaremos a sentirnos mejor el resto de la estadía en ese lugar... que habrá
dejado de ser tan novedoso.
Sin embargo, cuando nos alejemos del sitio y volvemos a nuestro lugar de
origen, también sentiremos un poco del cansancio sensorial pero rápidamente nos
re-acostumbraremos...aunque no igual que antes.
Efectivamente, no es lo mismo conocer otros paisajes, agitar nuestros órganos
sensoriales, sentir emociones nuevas a no sentirlas.
Así ocurre con el proceso educativo: nos enseñan, nos muestran, nos
explican, nos proponer hacer prácticas y nuestro cuerpo, aunque se resiste, se
cansa, pero también se transforma de manera casi irreversible.
Esta importante transformación corporal, (aprendizaje), hace que las
nuevas sensaciones, experiencias y aprendizajes de los integrantes de una
pareja, los exponga a que dejen de aceptarse, quererse, necesitarse, gustarse,
amarse.
Por eso, el matrimonio monógamo es contrario al crecimiento individual.
(Este es el Artículo Nº 1.762)
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