Es posible pensar que para algunas
personas el contacto con dinero les perturba el funcionamiento corporal
(alergia, p.e.).
Vamos a suponer
que existe alguna persona que sabe lo que quiere, esto es, que se conoce y
respeta su deseo porque no adhiere a los gustos ajenos, ni a las tradiciones,
ni a los prejuicios, ni a los mitos, ni a lo que sus padres le enseñaron.
Esa persona, que
no ignora lo que esperan de él, solo oye
lo que le pide su cuerpo. Si le pide helado de crema, trata de conseguirlo; si
le pide ducharse, eso hará; si algunas personas le provocan malestar, dolor de
cabeza, un nudo en la garganta y una difusa incomodidad estomacal, tratará de
verlas lo menos posible, así se trate de personajes de trato obligatorio (padres, hermanos, etc.).
Este individuo es
realmente especial porque muy pocas personas tienen tanta consideración para
con su cuerpo (su deseo). La mayoría no lo respetamos tanto, por más que sea el
único que tenemos y que nos tiene que funcionar bien el mayor tiempo posible.
Son pocas esas
personas porque tenemos una actitud arrogante ante esta dependencia del cuerpo,
de lo material, de lo terrenal. Preferimos ser despreciativos, descuidados,
maleducados. Suponemos que solo los animales son tan realistas (como para
cuidar su cuerpo), porque ellos son brutos, inferiores, ignorantes.
Una mayoría
conserva el mejor vínculo con los demás semejantes y atiende a su cuerpo cuando
no tiene más remedio, entregándoselo a veces irresponsablemente para que los
trabajadores de la salud hagan las reparaciones que tengan que hacer, como si
se tratara de un vehículo.
Planteo como
hipótesis que si pudiéramos atender a nuestro cuerpo con mayor sensibilidad
emocional, quizá encontraríamos que el dinero puede afectarnos orgánicamente,
como si fuera un tóxico, una polución ambiental.
(Este es el Artículo Nº 1.760)
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