Si bien ignorar es en sí mismo una limitante
para cualquiera que se proponga disfrutar de las oportunidades que están a
nuestro alcance, lo más grave ocurre porque dentro de cualquier ignorancia
siempre está el desconocimiento de lo que aun no sabemos.
Es tan obvio que resulta difícil de entender:
desconocer qué es lo que ignoramos es tan grave como no saber si tenemos
hambre, o sed, o necesidades de evacuar nuestros depósitos de residuos
(intestino y vejiga).
La ignorancia no causa dolor, ni físico ni
psicológico, y eso nos vuelve absolutamente indefensos ante su existencia. ¿Se
imaginan qué sería de nosotros si careciéramos de sensores que nos indiquen que
estamos apoyados sobre un hierro incandescente?
Percibimos algunos indicios de ignorancia
cuando otro nos habla de algo desconocido como si fuera lo más natural; cuando
escuchamos alguna noticia cuya comprensión depende de que conozcamos otros
datos; cuando aplicamos un criterio que, tiempo después, reconocemos como
ridículamente equivocado.
No deberíamos avergonzarnos de ignorar ni
jactarnos de saber, aunque la ignorancia también es causante de estos
sentimientos.
Muchas personas piensan que varones y mujeres
deberíamos tener orgasmos por igual, a la vez que piensan que no tenerlos es
una falla digna de ser solucionada.
Pues bien, la humanidad no sabe responder esta
pregunta como tampoco sabe responder otras miles que aun no han sido
formuladas, por lo que decía más arriba: cuando ignoramos no tenemos idea de
cuánto desconocemos.
No solo la ignorancia genera más ignorancia
sino que esto se agrava porque muchas personas tratan de convencernos de sus
creencias fundamentalistas... que algún día la historia se encargará de
ratificar o rectificar.
Opino que el cuerpo femenino no necesita tener
orgasmos (1).
(Este es el Artículo Nº 1.778)
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