lunes, 31 de diciembre de 2012

La ignorancia sin señal de alarma





Como la ignorancia no nos provoca dolor padecemos sus dañinas consecuencias sin que la Naturaleza nos lo advierta.

Si bien ignorar es en sí mismo una limitante para cualquiera que se proponga disfrutar de las oportunidades que están a nuestro alcance, lo más grave ocurre porque dentro de cualquier ignorancia siempre está el desconocimiento de lo que aun no sabemos.

Es tan obvio que resulta difícil de entender: desconocer qué es lo que ignoramos es tan grave como no saber si tenemos hambre, o sed, o necesidades de evacuar nuestros depósitos de residuos (intestino y vejiga).

La ignorancia no causa dolor, ni físico ni psicológico, y eso nos vuelve absolutamente indefensos ante su existencia. ¿Se imaginan qué sería de nosotros si careciéramos de sensores que nos indiquen que estamos apoyados sobre un hierro incandescente?

Percibimos algunos indicios de ignorancia cuando otro nos habla de algo desconocido como si fuera lo más natural; cuando escuchamos alguna noticia cuya comprensión depende de que conozcamos otros datos; cuando aplicamos un criterio que, tiempo después, reconocemos como ridículamente equivocado.

No deberíamos avergonzarnos de ignorar ni jactarnos de saber, aunque la ignorancia también es causante de estos sentimientos.

Muchas personas piensan que varones y mujeres deberíamos tener orgasmos por igual, a la vez que piensan que no tenerlos es una falla digna de ser solucionada.

Pues bien, la humanidad no sabe responder esta pregunta como tampoco sabe responder otras miles que aun no han sido formuladas, por lo que decía más arriba: cuando ignoramos no tenemos idea de cuánto desconocemos.

No solo la ignorancia genera más ignorancia sino que esto se agrava porque muchas personas tratan de convencernos de sus creencias fundamentalistas... que algún día la historia se encargará de ratificar o rectificar.

Opino que el cuerpo femenino no necesita tener orgasmos (1).

 
(Este es el Artículo Nº 1.778)

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