sábado, 1 de diciembre de 2012

Sentir envidia y sentir lástima



   
Un funcionario corrupto nos irrita porque lo envidiamos y a un funcionario honesto pero ineficiente lo retenemos porque nos inspira lástima.

Hace más de diez años que mis dos hermanos y yo tenemos una empresa familiar.

Hemos aprendido lo suficiente como para darnos cuenta que casi no sabemos nada. Dependemos en gran medida de los gerentes que hemos estado contratando pero que, por diferentes motivos, se han desvinculado de nosotros.

Hace unos cuatro años trabaja con nosotros mi sobrina que tiene los títulos de contadora y economista. Es tan trabajadora y confiable como su papá (mi hermano y socio).

Al año de haber tomado las riendas de la contabilidad, nos reunió a los tres socios. Con la cara llena de rubor y la voz entrecortada, nos dijo:

— El gerente los está estafando.

Quedamos anonadados pero, a medida que ella se fue recuperando, empezó a explicarnos cómo las ganancias de la empresa estaban disminuyendo a la vez que el nivel de vida del gerente no paraba de subir: auto lujoso, hijos en colegio muy caro, esposa híper-consumista.

Con gran dolor en el alma tuvimos que despedirlo, pagándole una indemnización elevadísima y sin denunciarlo penalmente, porque nosotros nunca quisimos perjudicar a un padre de familia.

La misma sobrina, quizá para sacarnos del quebranto anímico que tuvo la mala suerte de provocarnos con su noticia, nos recomendó a un compañero de estudios.

Al primer año los resultados no mejoraron y le preguntamos a ella sobre la honradez de su recomendado.

Ella nos aseguró que se trataba de una persona intachable, incapaz de apropiarse indebidamente de algo.

Al segundo año los resultados continuaron empeorando y empezamos a ponernos nerviosos.

Mi esposa me dio la explicación:

— Al corrupto lo despidieron porque les provocaba envidia y al ineficiente lo retienen porque les inspira lástima.

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