Los psicoanalistas tenemos creencias religiosas, pero no adoramos a un Dios sino que estamos peligrosamente seducidos por la coherencia del psicoanálisis.
La imagen de una isla desierta
en la que se encuentra una pareja de humanos, remite a la relación madre-hijo.
Dos náufragos, casualmente
bellos y de una edad similar, llegan a esa isla en la que tienen que iniciar
una convivencia forzados por las circunstancias inmodificables.
El interés dramático de esta
ficción surge de lo que en realidad nos ocurrió cuando con nuestra madre quedamos externamente unidos después del
parto.
Primero fuimos una parte de
ella pero luego formamos una pareja con ella, en una especie de isla desierta
porque psicológicamente nuestra unión es tan intensa como si no existiera nadie
a nuestro alrededor.
Si quiso la casualidad que
fuéramos afines, entonces ella podrá ayudarnos apelando a nuestras semejanzas,
pero si no lo somos, entraremos en un conflicto permanente y en este clima se
producirá nuestra evolución hacia la adultez.
Como vemos, la suerte
determinó quiénes nos reuniríamos en aquella isla desierta para tratar de
convivir como pudiéramos.
Las características de mamá y
mías pueden ser compatibles o no. Lo que siempre ocurrirá durante los primeros
años será que ella tendrá que ayudarme a sobrevivir porque no podré lograrlo
solo.
Ella tendrá que darme órdenes,
estimularme, reprimirme, acariciarme y golpearme.
Las dosis de estímulos
dolorosos y placenteros, no solamente dependerán de nuestras respectivas
personalidades sino que también estaremos influidos por otros factores
igualmente casuales: las oportunidades del entorno, las casualidades en cuanto
a accidentes, enfermedades, ocurrencia, apetencias, deseos, cansancio,
aburrimiento, clima y un aleatorio etcétera.
Estas experiencias primarias
parecen ser determinantes de cómo enfrentaremos la vida, pero esta no pasa de
ser una creencia, muy arraigada en los psicoanalistas, pero tan poco probable
como es la existencia de Dios.
(Este es el Artículo Nº 1.741)
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