En la literatura universal encontramos reflexiones
sobre la enfermedad que también podrían aplicarse a la pobreza económica.
Siempre hago el mayor esfuerzo
que esté a mi alcance para ser claro, fácil de entender, pero en este caso
estoy ante una situación especial porque tendré que plantearles una situación
diferente.
En este caso, ustedes no
tendrán por qué entender todo. Deberán conformarse con recibir unas ideas
confusas, imprecisas, que al entrar en contacto con sus mentes, producirán o no
algún efecto de cambio, pero no inmediatamente, como ocurre cuando leemos algo
que se entiende enseguida.
Efectivamente, el siguiente
planteo podrá tener un efecto a largo plazo. Quizá algún día disfruten los
beneficios de haber leído este artículo, pero no tendrán pruebas de cómo
ocurrió esa ganancia.
La idea consiste en pensar que
la desocupación, la falta de trabajo, de ingresos económicos, funciona como una
enfermedad, tan grave como consideremos que es grave dicha falta de dinero.
En la literatura, los más inspirados
escritores han comparado a las enfermedades de diferentes maneras. Por ejemplo,
una enfermedad o la falta de ingresos económicos suficientes:
— Es un castigo divino,
sobrenatural, demoníaco (literatura antigua, Biblia, Ilíada, Odisea);
— Es una señal de la
decadencia moral o social (Fantasmas,
del dramaturgo noruego Henrik Johan Ibsen);
— Es una consecuencia del
destino infalible (varios);
— Funciona como estímulo
doloroso para algunos genios artísticos o intelectuales, a quienes (la
enfermedad o las penurias económicas) tonifican moralmente (La cabaña del tío Tom de la
norteamericana Harriet Beecher Stowe);
— Puede operar como impulso
revolucionario, libertario, redentor (La
dama de las camelias del escritor francés Alejandro
Dumas [hijo]);
— El infortunio realza la
conciencia de las complejidades de la vida y de la muerte inevitable (Los muertos del
escritor irlandés James Joyce).
Lo que pensamos de la enfermedad también puede
pensarse sobre la desocupación laboral.
(Este es el Artículo Nº 2.044)
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