Las sociedades decidimos
que algunos ciudadanos sean ladrones para tonificar la industria de la
seguridad y protección de la propiedad privada.
Los ciudadanos de un país funcionamos como una familia, sólo que
tenemos que pensar en una familia con millones de integrantes, lo cual le
asigna atributos que no pueden deducirse a partir de cómo funcionan las
familias de tres o cuatro humanos más una mascota.
En la gran familia tratamos de que cada pariente haga lo que más nos
conviene para el resto. Para que lo haga con entusiasmo, y no nos cobre
demasiado, aprovechamos que somos muchos para tratar de asignarle algún rol que
le de placer, así, parte de su remuneración estará dada por la satisfacción que
recibe al hacer lo que le gusta.
Por ejemplo, a los músicos tenemos que pagarles poco porque adoran la
música y hasta trabajarían gratis; a los policías podemos pagarles poco porque
se deleitan paseándose con un arma en la cintura; a los presidentes tendríamos
que cobrarles por el placer que sienten poseyendo tanto poder.
En suma: en las sociedades
tratamos de servirnos unos a otros, por el menor costo posible. En otras
palabras: buscamos eficiencia.
Tanto la asignación de roles, como su aceptación por parte del
ciudadano designado, no son muy claras, sobre todo en algunos casos.
Me referiré a un caso muy doloroso y es el caso de los delincuentes.
Los ciudadanos no queremos aceptar esa asignación de roles pues nos
sentiríamos cómplices, malintencionados, culpables, pero hay elementos para
suponer que hacemos esas designaciones.
Necesitamos a los ladrones para tonificar la gran industria de la
seguridad. Muchos de nosotros, (policías, cerrajeros, herreros, investigadores,
aseguradores), vivimos gracias a que la gente teme que le roben, pero además
los designamos para que nos permitan soñar con que nosotros somos los honestos.
(Este es el Artículo Nº 2.023)
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