Por cómo buscamos enfrentar los problemas inherentes
a gestar hijos, parece que no siempre rechazamos tener problemas y angustia.
Estaremos de acuerdo en que
tener hijos, engendrarlos, gestarlos, parirlos, es un mandato natural. Estamos
instintivamente predispuestos para realizar estas acciones.
Sabemos que estos
emprendimientos, (tener hijos), nos someterán a realizar mucho esfuerzo,
preocuparnos, privarnos de diversiones, quizá postergar definitivamente
anhelos, pasaremos noches sin dormir, sentiremos angustia cuando demoran en
llegar de sus paseos, diversiones o actividades.
Objetivamente, tener hijos es
buscar, y encontrar, muchas molestias, incomodidades, insatisfacciones, frustraciones.
La pregunta que surge sin que nadie la estimule es: ¿por qué los humanos nos
metemos en estos emprendimientos que parecen ser tan inconvenientes?
La primera reacción de muchas
personas suele ser de escándalo. La pregunta parece criticar negativamente una
acción que cualquier cultura aprueba fervorosamente.
Aunque suene inadecuada es
necesario formularla para poder seguir adelante.
Sin no nos hiciéramos esta
pregunta no podríamos abordar la hipótesis según la cual los humanos no siempre
buscamos el placer, la diversión, el alivio, el descanso, la ausencia de
preocupaciones, el dormir todas las noches sin interrupción.
Estamos en condiciones de
afirmar que los humanos también podemos disfrutar de toda esa cantidad de
molestias que inevitablemente nos acarreará el fecundar hijos.
Más aún: la muerte de un hijo
quizá provoque el dolor moral más terrible de los que podemos padecer. Por lo
tanto, si perdemos esta fuente permanente de malestares, preocupaciones y
angustias, estaremos peor que nunca.
Estas experiencias que tenemos
con nuestros hijos, y que estoy resumiendo como la exposición a fuertes
padecimientos anímicos que nunca desearíamos perder, pueden sugerirnos la
hipótesis de que no solo en el caso de tener hijos buscamos malestares. Quizá busquemos
inconvenientes, problemas y dificultades también en otras ocasiones.
No siempre rechazamos la
angustia de la que tanto queremos alejarnos.
(Este es el Artículo Nº 2.086)
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