Creemos en el libre
albedrío para asegurarnos de que padeceremos dolorosos errores necesarios
para conservar el fenómeno vida (1).
La sexualidad humana es muy sencilla pero se
torna difícil y hasta imposible de entender si insistimos con que los humanos
tenemos libre albedrío.
Esta pretensión, creencia o dogma nos causa
graves problemas y no serían tan molestos si no fuera porque la necesidad que
tenemos de creer en nuestra capacidad de tomar decisiones, es tan importante
para nuestro ego.
Hasta me animaría a decir que lo que más nos
importa no es tanto suponer que somos libres de hacer lo que se nos antoja,
sino que lo único que pretendemos es ser diferentes al resto de los animales.
Esta creencia en que «hacemos lo que se nos antoja» es
fundamental a la hora de imaginarnos con poder.
¿Y por qué
somos tan dependientes de tener poder?
Sin
olvidarnos de que para vivir tenemos que hacer un esfuerzo físico que consume
energía y que cuando estamos sin ella, nuestra vida corre peligro, quizás
exista una causa escondida de por qué somos tan dependientes de tener poder.
En varias
ocasiones (1) he comentado que nuestras reacciones ante el dolor y el placer
parecen haber sido instaladas por la naturaleza para que el fenómeno vida no se interrumpa.
Pues bien,
anhelamos tener poder precisamente para quedar expuestos al dolor que significa
darnos cuenta que en realidad no lo tenemos.
En otras
palabras: como la conservación de la vida depende de acciones provocadas por
nuestros dolores y placeres, entonces nuestra inocultable exposición a cometer
errores de consecuencias dolorosas, podemos explicarla diciendo que «la
naturaleza nos hizo falibles para que nunca nos falten dolores que dinamicen el
fenómeno vida».
Resumo: la popular creencia en el libre albedrío nos provoca dolorosas
equivocaciones necesarias para conservar la vida.
(1) El blog titulado Vivir duele reúne los artículo que comentan cómo «La Naturaleza
nos provoca dolor y placer para que el "fenómeno vida" no pare»
(Este es el
Artículo Nº 1.632)
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