Las culturas determinan qué es
bueno y qué es malo para sus integrantes. Aceptar que algunas mujeres no
quieren ser madres, evitaría muchos abortos.
¿Cuántos
dolores nos evitaríamos si pudiéramos vencer algunos pequeños temores que nos
mantienen inmovilizados, incapaces de reaccionar?
La
naturaleza parece recurrir a dosis de dolor y de placer para que los seres
vivos dotados de Sistema Nervioso Central, hagamos o dejemos de hacer aquello
que posibilita la conservación de la vida y de la especie.
Nuestra
forma de reaccionar ante los estímulos agradables y desagradables está asociada
a qué entendemos por bueno y por malo en cada cultura.
Seguramente
existen motivos para que los hindúes consideren que es malo matar a una vaca;
los religiosos se sentirían mal si no cumplieran sus ritos; los creyentes en la
medicina occidental se controlan unos a otros, con actitud policíaca, para ver
si el enfermo tomó o no tomó la medicación.
Algunas
prácticas son universalmente mortíferas: comer alimentos en mal estado, no
detener una hemorragia, caer desde cierta altura.
Algunas
prácticas son universalmente beneficiosas: evacuar sólidos y líquidos con
cierta regularidad, beber agua, proteger a los niños pequeños, dormir.
No
hace mucho leí un artículo (1) que me llamó poderosamente la atención.
En
él se expone que en Alemania, han instalado dispositivos especiales (imagen)
para que las madres que deseen abandonar a sus hijos recién nacidos puedan
hacerlo sin poner en riesgo su libertad y la salud del pequeño.
Esos
receptores envían una señal a un centro especializado al mismo tiempo que
encienden un sistema de calefacción para que el niño pueda esperar a que
lleguen quienes se harán cargo de él.
Si
nuestras culturas aceptaran que algunas madres necesitan abortar, quizá serían
menos las que recurrirían a tan terrible solución si contaran con esta otra
alternativa salva-vidas.
(Este es el
Artículo Nº 1.620)
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