jueves, 2 de agosto de 2012

El nacimiento de un hermano



El nacimiento de un hermano es emocionalmente similar a la ruina económica.

Pensemos en alguien que pierde la mitad de sus bienes. 

El  golpe emocional es tan duro que subjetivamente piensa que lo ha perdido todo. Nunca le había pasado. Está desolado, angustiado. Desesperado.

Quienes lo rodean sin embargo, no solo no se dan cuenta de su infortunio, sino que además se muestran muy felices y no falta quien venga a felicitarlo, con gritos de alegría exagerada: «¡Te felicito! ¡Ahora sí que estarás bien!».

El desconcierto no podría ser mayor: si en momentos de tanta desgracia los demás se alegran, entonces también se ha quedado solo porque esos que lo felicitan, son dichosos con su dolor: son sus enemigos.

Pero a pesar de haber comprendido que son sus enemigos no puede abandonarlos, huir, porque por su pobreza ¡no tiene adónde ir!

Sin embargo continúan ayudándolo, le dan de comer, lo abrigan, no lo expulsan, ... y nadie lo consuela sino que su brusco empobrecimiento parece alegrarlos, su desgracia les provoca felicidad. ¡¡Qué hacer!!

No tiene ninguna idea, solo hace torpes intentos de exigir que le devuelvan la riqueza que le robaron, pero los demás parecen enojarse, se ponen de mal humor con los reclamos.

Ha perdido sus bienes pero además ha podido constatar que los demás se alegran de su desgracia y que el robo más salvaje no es un delito: los que parecían aliados, apoyan al ladrón y, por si esto fuera poco, le exigen que ame a quien lo privó de casi todo.

Algo así son las sensaciones que siente un niño cuando nace un hermano. Los adultos que lo padecieron, han tenido la suerte de olvidarlo y por eso no comprenden el padecimiento de sus hijos cuando «le regalan un hermanito para que tenga con quien jugar».

(Este es el Artículo Nº 1.612)

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